París al mediodía y la Marsellesa. El despertar es muy doloroso y desagradable. En abril de 1937, el bombardeo de Guernica fue un shock para el mundo entero. Era la primera vez que la población civil era blanco de aviones que volaban tan alto que apenas podían verse desde el suelo. Hasta aquel momento, la guerra siempre había sido cosa de un ejército contra otro ejército. Claro, había matanzas, pero se respetaba la regla según la cual la población debía mantenerse protegida. Aquel honor militar fue sustituido por la impudicia de un mundo donde el único protegido es el soldado mientras que los civiles son simultáneamente rehenes y víctimas.

Belgrado fue bombardeada en 1999 supuestamente para proteger los derechos humanos en Kosovo. Que yo sepa, los soldados franceses de la batalla de Valmy no murieron por los derechos humanos sino para proteger las fronteras nacionales. Todos los que perdieron el sentido de la defensa de las fronteras perdieron la razón.

El día que, en nombre de la supranacionalidad, Europa renunció a las fronteras entre los Estados que la componen y reemplazó esas fronteras por la política, cuando aceptó que una vieja ciudad europea –Belgrado– fuera bombardeada por primera vez desde 1945, Europa se hundió en el caos y la locura. Porque la guerra en Europa en 1999, la guerra contra Serbia, se libraba en nombre de una Europa supranacional: una idiotez sanguinaria a la que sólo pueden responder adecuadamente la ironía de Swift o el humor de Voltaire.

Y ahora, como por arte de magia, todo el mundo en Europa se sorprende ante la tragedia de París. Toda vestida de negro, la canciller Merkel proclama su solidaridad. Obama declara que todos son solidarios con la tristeza de Francia. Y deberían serlo.

Pero, ¿dónde está la solidaridad con Rusia por Beslan, por el teatro de Moscú o, ahora, por el avión de pasajeros lleno de turistas saboteado en el cielo del Sinaí? ¿Acaso han hecho manifestaciones los europeos para presentar sus condolencias por los turistas rusos muertos? ¿Se ha decorado algún edificio con los colores de la bandera rusa? No, en lo absoluto. Y si algo se ha hecho, no ha sido ni remotamente como esta vez, en expresión de duelo por Francia. No quisiera ponerme a medir la cantidad de tristeza internacional, se trata de algo delicado, pero me maravilla este ambiente de híper seguridad que desde hace tiempo reina en Occidente. Es algo como el culto a un cuerpo eternamente joven que no tiene derecho a envejecer, como un sueño infantil de inmortalidad u omnipotencia, y todo eso bajo una capa de insoportable puritanismo.

«Francia está en guerra», dicen ahora los políticos franceses. No me digan que en 2011 los bombardeos contra Libia eran una fiesta para niños. ¿Y qué decir de la injerencia en Siria? ¿Será que desde hace tiempo la élite francesa ha estado flotando peligrosamente en un mundo irreal? Si usted bombardea a los demás, lejos de su propio territorio, debe imaginarse que el adversario –o su cómplice en el crimen– va a responderle de vez en cuando. Y ya que el adversario no tiene aviones ni submarinos, le responderá con lo que tenga a mano: el terrorismo. Y como los civiles son el blanco más accesible, está claro que atacarán a los civiles. Sobre todo porque los civiles también son electores.

Llamados, declaraciones y comunicados sobre la necesidad de luchar en común contra el terrorismo no ayudan en nada. Primeramente, porque todos los políticos tendrían que ponerse de acuerdo sobre qué es el terrorismo. Como eso no es posible, porque algunos ven el terrorismo como una estrategia auxiliar, habrá un nuevo París… en otra parte. Porque los terroristas tienen 40 Estados que los financian…

Fuente
Politika (Serbia)