El ecocidio de Tajamar –con las imágenes de desolación, de mutilados cadáveres de animales; los videos con gente increpando a la pandilla del Partido Verde Ecologista; en reclamos que son gritos mudos para las máximas autoridades– es sólo la muestra de una devastación ambiental más. La carnicería que hicieron no es “desarrollo”, como esos imbéciles lo llaman, es despojo inhumano. Porque no es humano quien extermina naturaleza y animales. Mientras tanto, el gobierno federal alardea de la captura de Joaquín Guzmán, el Chapo, y filtra sus pláticas con una actriz, aportando a guiones para miniseries de narcotráfico. El negocio de las drogas no acaba en cuentas bancarias de narcos y políticos, también da dividendos en la televisión y el cine. Pero qué se puede esperar de un gobierno que “no puede” encontrar a 43 estudiantes, que es indolente a los cadáveres arrojados a la vía pública. Que está preocupado porque la estratosférica alza del dólar no merme su popularidad, usando comentaristas mediocres para tergiversar la realidad en programas de estupideces, que desafortunadamente aún tienen muchos televidentes. ¡Por eso movieron a México con pantallas!

La devastación es de Sureste a Noroeste. La belleza natural del Caribe mexicano lo ha puesto en riesgo, pues es un botín para los despojadores inmobiliarios. Los complejos hoteleros y de viviendas han arrasado manglares y contaminado cenotes y cavernas, algunos son vertederos de desechos. No cabe aquí detallar los estragos en las costas del Pacífico. Pero un buen ejemplo son Guerrero y Jalisco, por el despojo de playas a las comunidades; estados cuyos principales puertos están rodeados por cinturones de miseria, generados por los trabajadores que llegaron para edificar hoteles y conformar con los nativos los ejércitos de limpieza y mantenimiento de éstos. Hoy se devasta la costa nayarita y, de ahí al Golfo de California y al Pacífico nuevamente los conflictos por despojo y contaminación abundan.

Baja California Sur, emblemática por su biodiversidad y belleza, es una entidad donde, bajo la bandera del “desarrollo”, se lotifican predios federales o protegidos, para que los políticos lucren con la compra y venta de terrenos. Ahí está el Mogote y su monstruosa edificación. También se tiene conflicto por terrenos en el Coyote, y todos los desarrollos turísticos que han sido levantados o se edifican en la costa desde La Paz hasta Cabo San Lucas, de los que sólo en pocos casos la sociedad ha logrado detenerlos. Como en el Parque Nacional Cabo Pulmo, intento de atraco ecológico y social que se repite cada tanto, y que gracias a la presión social, principalmente la internacional –aun a pesar de las autoridades– se ha logrado frenar. Pero la línea de costa va más allá de Los Cabos –donde, además de playas, se privatizan carreteras– y los desarrollos inmobiliarios se propagan, dejando una estela de despojo social y pavimentando el camino para la devastación natural. Los despojadores inmobiliarios trasnacionales han llegado a Todos Santos, bajo el nombre de Tres Santos y, amparados en autoridades corruptas, están arruinando el pueblo mágico. En Punta Lobos arrasaron el manglar, cambiaron la salida natural de agua al mar y desaparecieron la playa en la Zona Federal Marítimo Terrestre (Zofemat) como consecuencia de su edificación, despojando a los pescadores de su varadero y creando con esto un conflicto social internacional, debido a que la compañía inmobiliaria es trasnacional y a que muchos residentes de Todos Santos, incluidos artistas de renombre, son extranjeros y apoyan a los pescadores.

Siguiendo como todos ellos el protocolo del buen despojador inmobiliario, llegaron esos trúhanes a Todos Santos:

 1. Llegue disfrazado de “progreso”;
 2. Recite discursos amigables y prometa a los habitantes lo que ya tienen, dígales que ser pescador y agricultor es poca cosa, que necesitan de usted para ser felices;
 3. Compre a sus líderes;
 4. A las autoridades dé más dinero, pues expiden permisos y legalizan lo ilegal;
 5. Si hay resistencia social –no todos se venden–, reparta más dinero, pero si son dignos no los comprará; entonces confronte a los dignos con los comprados, convenza a los demás de que los primeros impiden su felicidad;
 6. Si hay ambientalistas –esos aman la Tierra como a su mamá– se sugieren medidas drásticas; empiece por demandarlos –tenga ingenio sin escrúpulos en este apartado–; aplique lo mismo a periodistas comprometidos con la verdad –esa vieja utopía revolucionaria y hippie–;
 7. Evite que el conflicto que creó en el primer punto crezca, pues vendrán organizaciones no gubernamentales apoyadas por artistas e intelectuales y otros políticos criticarán a los que gobiernen el lugar;
 8. Si no logró el punto anterior: difame, intimide y reprima –el uso de la fuerza pública es recomendable–; acuda a medios de información comprables, publique notas a su favor –primeras planas es mejor–; dé entrevistas en radio y televisión a comentaristas alineados, confunda a la sociedad, eso funciona casi siempre;
 9. En caso de complicación mayor, en pocas ocasiones la sociedad se une, lucha por lo suyo y defiende a los dignos en resistencia, pero puede suceder; entonces no podrá despojarlos de su paraíso; retírese con discreción: ya habrá ocasión de volver;
 10. Vaya a otro paraíso, de preferencia con pocos nativos o mejor aún sin éstos, para evitar desde el principio el conflicto social.

De Tajamar a Todos Santos, los despojadores inmobiliarios –al amparo de la corrupción en todos los niveles de gobierno– nos están despojando de nuestra patria, aniquilando ecosistemas. Avanzan depredando peor que animales –¿dónde les quedó la condición humana?, subyugada por dinero, claro– vienen bordeando la costa. Ninguna bestia causa más daño que el político y el empresario, en este caso la subespecie despojador inmobiliarius. Que como plaga va asolando las playas, contaminando los mares, el agua, encareciendo la vida; esclavizando a los nativos en trabajos de sirvientes, generando abismales clases sociales donde no las había. Convirtiendo la tranquilidad de las comunidades en caos bajo la bandera del “desarrollo”.

Fuente
Contralínea (México)