Ex embajador de Francia en Siria, Michel Raimbaud denuncia el carácter horrendo de las sanciones occidentales contra el pueblo sirio. Resalta además la necesidad de poner fin de inmediato a la política bárbara que representó el ahora ex ministro francés de Exteriores Laurent Fabius.
El peor ministro de Relaciones Exteriores impuesto a Francia [Laurent Fabius] finalmente sale del cargo. Tras él deja una diplomacia en plena bancarrota, desacreditada y desmoralizada. Aunque fuesen los mejores del mundo, nuestros diplomáticos no pueden hacer milagros cuando se les obliga a defender únicamente expedientes que no tienen defensa posible, que los ponen sistemáticamente del lado equivocado de la Historia. Ahí reside el problema.
La partida de un ministro tan lejano de lo que deben ser las Relaciones Exteriores, que sólo se despertaba cuando oía el nombre de Bachar al-Assad, será motivo de lamentos únicamente de parte de él mismo y de sus cómplices. Pero deben desconfiar los eternos optimistas, que se llenaron de esperanzas durante el espacio de un adiós: si nunca estamos seguros de que vaya a suceder lo peor, que lo mejor llegue a suceder es todavía menos seguro.
El que se va era un pilar del «Grupo de Amigos de Siria», cuya lista de países miembros era la perfecta demostración de la bien conocida frase “con esos amigos no hacen falta enemigos”. Retomando la antorcha que Francia blandió durante la agresión de la OTAN contra Libia, Fabius hizo todo lo que pudo por poner a nuestro país en la vanguardia de los guerreristas de la virtuosa «comunidad internacional». ¿Acaso no fue él quien, entre despechado y goloso, estimaba en julio de 2012 que «todavía quedan algunas posibilidades de recrudecimiento en materia de sanciones»?, insistiendo para que Grecia suspendiera la importación de fosfato sirio.
El club Elisabeth Arden (Washington, Londres, Paris), que desde hace un cuarto de siglo pretende encarnar la «comunidad internacional», se ha transformado estos los últimos años en un directorio de flageladores que encuentran su fuente de inspiración en los neoconservadores del «Estado profundo» de los países de Occidente y de otras regiones del mundo, y que tienen por aliados privilegiados a los regímenes del Medio Oriente que más afición sienten por la flagelación como forma de castigo. En 2011, después de Irak, Sudán, Afganistán, Somalia, Palestina, Yugoslavia, Irán y Ucrania, entre otros, nuestros padres flageladores, a pesar de lo absortos que estaban en su tarea de aquel momento, reservan a Siria un tratamiento especial. Comienzan así a llover las sanciones desde los primeros días de primavera.
En julio de 2012 (por decencia nos abstendremos de mencionar el nombre del diario y los de los periodistas), aparece en internet un video con un título en forma de pregunta asesina: «De qué sirven las sanciones contra Siria?». Este país, señala el comentario escrito, «es desde hace un año objeto de medidas de represalia de parte de la comunidad internacional, con un éxito desigual». Hay que «castigar y ahogar economicamente al regimen de Bachar al-assad, que reprime de manera sangrienta a sus opositores: ese es el objetivo». Todavía hoy seguimos oyendo la misma cancion.
Aquel video precisa que, el 23 de julio de 2012, la Unión Europea adoptó un nuevo paquete de sanciones, por décimoseptima vez en un solo año. La Unión Europea recuerda además que Estados Unidos, Canadá, Australia, Suiza, Turquía y la Liga Árabe (secuestrada por Qatar y los regímenes del Golfo) tomaron medidas equivalentes.
Sin llegar al extremo de citar una lista interminable de las sanciones impuestas, renovadas y reforzadas durante los años siguientes, no resulta inútil recordar de paso, para los distraídos, los ignorantes o quienes presumen de buenos sentimientos, el guión general de la obra maestra de los dirigentes occidentales y sus sádicas burocracias:
1- Primeramente vienen las sanciones clásicas de «puesta en situación» por parte del Consejo de Seguridad de la ONU, adoptadas en mayo de 2011:
Las primeras medidas de la Unión Europea proscriben (negación de visas) a 150 personalidades del «régimen sirio» y congelan sus haberes.
Por otro lado, unas 50 firmas que «respaldan el régimen» son sometidas a un boicot. Se encuentran entre ellas 5 organismos militares, conforme al embargo adoptado «contra las exportaciones de armas y de material susceptible de ser utilizado con fines represivos». Se prohíbe así la exportación hacia Siria de equipamiento, tecnologías o programas informáticos destinados a vigilar o interceptar comunicaciones a través de internet o por vía telefónica.
2- El 10 de agosto de 2011, el gobierno de Estados Unidos adopta sanciones económicas contra las empresas sirias de telecomunicaciones y los bancos vinculados a Damasco, impidiendo a los ciudadanos estadounidenses hacer negocios con el Banco Comercial de Siria, el Banco Comercial Sirio-Libanés y Syriatel. Los fondos de esas empresas en Estados Unidos son congelados, podría decirse robados. Hillary Clinton anuncia al mismo tiempo un embargo total de todas las importaciones de petróleo y de productos petroleros provenientes de Siria.
Imitando presurosamente al amo, la Unión Europea decide varios paquetes de medidas suplementarios, incluyendo un embargo sobre el petróleo.
La última andanada apunta a reducir los intercambios comerciales para estrangular la economía del país.
3- Vendrían después las sanciones diplomáticas (retirada de los embajadores para consulta) decididas en el otoño de 2011, después del doble veto ruso-chino contra el proyecto de resolución islamo-occidental tendiente a provocar en Siria un proceso al estilo del que ya se había provocado anteriormente en Libia. Dado el hecho que Estados Unidos había retirado de Damasco su embajador de tercer tipo, varios países de la Unión Europea también se apresuraron a retirar los suyos.
El entonces ministro francés de Relaciones Exteriores, Alain Juppé, retiró el suyo por primera vez el 17 de noviembre de 2011: «error fatal» para el ministro-computadora. Después de un falso regreso [a Damasco], la partida definitiva [del embajador de Francia en Siria] se produce en febrero de 2012. Al ser nombrado jefe de la diplomacia francesa, Fabius irá aún más allá: en cuanto toma posesión del cargo, Fabius expulsa a la embajadora de Siria en París, olvidando que esta diplomática es también representante de su país ante la UNESCO y que, por consiguiente, el gobierno francés no puede obligarla a irse.
4- En 2012, se ordena el cierre de la compañía aérea Syrian Air en París y, posteriormente, se prohíbe todo enlace aéreo entre Francia y Siria e incluso, más generalmente entre las capitales europeas y Damasco.
Ciertos expertos declaran contritos que no todo el mundo está de acuerdo, desgraciadamente, para instaurar un embargo [contra Siria], lo cual limita los resultados de los que sí lo hacen. Ha dejado de existir la bella unanimidad que, desde 1991 hasta 2001, reunió a los 5 miembros permanentes del Consejo de Seguridad alrededor de las decisiones auspiciadas por los 3 miembros permanentes occidentales, y esto constituye un factor determinante que permite quebrar la arrogancia y la preponderancia de las potencias de la OTAN. Dedos acusadores señalan a «ciertos países que no juegan como se debe (sic).
Pero, ¿es esto un juego? Rusia y China apoyan el gobierno y el Estado sirios. Se les insta entonces a que «se unan a la comunidad internacional» (sic). Siria puede contar también con la ayuda multiforme de su aliado iraní, pero este último también se encuentra a su vez bajo el peso de duras sanciones. Otros países, como Brasil, no apoyan a los occidentales. Además, en el seno de la Unión Europea algunos Estados se hacen de rogar y se multiplican las fallas en la aplicación de los compromisos asumidos en contra de Damasco.
Este bloqueo que asfixia progresivamente a Siria es ciertamente difícil de aplicar. Pero, para consuelo de quienes pretenden que sea perfecto, es indiscutible la existencia de los resultados que de él se esperaban. Al cabo de 5 años de sanciones y saña colectiva contra Siria, el pueblo sirio está exhausto y vive en condiciones terribles. Nuestros grandes dirigentes, tan buenos y tan púdicos, ¿desconocen acaso la verdad? Y no hablamos de la verdad de sus protegidos emigrados, que viven al calor y a la sombra de sus protectores, sino de la verdad de los sirios que a pesar de todo se han mantenido en su país. Lejos del paraíso de la “revolución” en la que fingen creer los primeros, lejos del paraíso al que aspiran los yihadistas democráticos y los terroristas moderados, los sirios de la verdadera Siria están viviendo un infierno creado por el fanatismo de sus «liberadores» y de sus aliados turcos o árabes, así como por el sadismo del «Eje del Bien», padrino de los terroristas y gran ejecutor de castigos ante Dios.
Las sanciones han logrado destruir un país que era más bien próspero, que casi no tenía deudas, autosuficiente en cuanto a sus necesidades esenciales y globalmente bien situado. Las sanciones han logrado afectar el tejido nacional sirio, basado en una tolerancia «laica» bastante ejemplar, aun que sin lograr destruir su estructura. El objetivo de este politicida era (y sigue siendo) desmoralizar a los sirios, llevándolos a perder confianza en la legitimidad de su Estado, de su Gobierno, de sus dirigentes, de sus instituciones, de su ejército, dándoles a la vez la impresión de que Occidente está ahí (¡felizmente!) para «salvarlos del tirano que los masacra» y acoger en su seno a los refugiados y tránsfugas.
El terrible balance ya registrado anteriormente en Irak –un millón y medio de muertos, entre ellos medio millón de niños– nos recuerda que las sanciones son un arma de destrucción masiva que los «dueños del mundo» utilizan con total cinismo. Madeleine Albright [1], para quien todos esos muertos no pasan de ser «daños colaterales», declaró en su momento que «valió la pena». Hoy vemos el resultado.
En Siria, no son mejores las intenciones de los «castigos» occidentales. Lo que buscan es someter a un pueblo que resiste y obligarlo a aceptar la fatalidad de un cambio de régimen, o al menos llevarlo a huir, a desertar… aunque para lograrlo haya que desangrar el país privándolo de su juventud ya formada, de sus cuadros, que aspiran a vivir mejor en un clima de paz… aunque haya que convertir a esos refugiados en un pueblo de mendigos, a merced de todo tipo de traficantes: prueba de ello son esas mujeres y niños que grupos inquietantes ya instalan de noche en las esquinas de los bulevares parisinos.
Desde hace 5 años, nuestros retorcidos políticos, nuestros periodistas complacientes, nuestros intelectuales extraviados o desviados, participan –con muy pocas excepciones– en la enorme conspiración de la mentira que presenta la Siria soberana y legal como usurpadora y culpable de masacres, mientras que quienes la agreden y sus padrinos –orientales y occidentales– son presentados como revolucionarios liberadores.
Además del horror que infunden las imágenes de esta guerra salvaje, ¿cómo no sentir náuseas ante la ceguera, voluntaria o no, de nuestras élites, que prefieren dar crédito a las mentiras de sus aliados y protegidos, ignorando los innumerables testimonios de las víctimas que señalan claramente a sus verdugos? ¿Cómo es posible no sentir náuseas ante esta complicidad asumida, a penas disimulada por una omerta sistemática? ¿Cómo es posible ver impasibles el aplomo y el derroche de supuestos “buenos sentimientos” de quienes modelan nuestra «opinión pública»?
La solución no es acoger en Europa a los refugiados que de una u otra manera hemos creado al alimentar la guerra universal de agresión y la yihad contra Siria. Hay que levantar de inmediato, sin dilación ni condiciones, las sanciones destinadas a quebrar la voluntad de todo un pueblo. Hay que poner fin a la guerra, en vez de dedicarse a agravar su impacto recurriendo a los métodos despreciables, taimados e inicuos que son las sanciones al estilo de Occidente.
Hay que lograr que se haga justicia al pueblo sirio martirizado y humillado. Y lo más elemental de esa justicia, lo primordial, es no cubrir con un manto de virtud a los feroces criminales que, en nombre de la intolerancia, tratan de destruir la Siria tolerante. Esa justicia implica también no seguir dando nuestro aval a los flageladores que impunemente castigan soberbiamente a los demás. Basta ya de mentiras. Basta ya de hipocresía. Basta ya de supuestas lecciones.
Repitámoslo. Hay que levantar las sanciones criminales y espurias que están matando a Siria y su pueblo. Pero hay que hacerlo ahora, no en un mes o en un año. No es una cuestión de diplomacia sino una cuestión de honor. Y Francia recobraría algo de su honor si decidiese, unilateralmente y a título nacional, el levantamiento de las sanciones.
[1] Secretaria de Estado bajo la presidencia de 1997 a 2001, bajo la presidencia de Bill Clinton, Madeleine Albright fue la primera mujer que dirigió el Departamento de Estado. Nota de la Red Voltaire.
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