Cuando uno es querellado se transita exclusivamente por el ámbito penal judicial. El juez recaba manifestaciones, exige documentos, pide rectificaciones, evalúa y su parecer se llama sentencia. Esta puede ser absolutoria, condenatoria con pena suspendida o efectiva y también existe la figura de reserva de fallo condenatorio.
Importante decir que el juez mantiene en secreto, hasta el día de lectura de sentencia, su opinión y ninguno de los protagonistas: querellado o querellante, conoce el resultado. Si así fuere, hay fuga de información a favor de uno en contra del otro.
En las querellas hay el derecho a defensa y ésta se ejerce con profesionales idóneos que marran los golpes, anulan la embestida y dejan sin piso a los ofendidos si no hay reales y valederas razones para su querella. De otro modo, sólo resta el camino de disculparse, desdecirse por escrito, pedir disculpas o allanarse al castigo.
El trabajo de los augures, videntes, adivinos o magos, consiste en mirar su bola de cristal y cantar con anticipación de birlibirloque lo que ocurrirá. Siendo que este campo es permitido en sociedades como la peruana, su ejercicio no tiene mayor significado en el campo penal. ¿Cómo puede saber un querellado que será condenado, aprisionado con esposas y llevado a prisión, amén del pago de una reparación civil abultada? Parece poco serio que alguien se porte así. No obstante, la estupidez se contagia, como se dice en estos días, viralmente.
Un caso penal es terreno delicado. Si se transita, casi siempre por voluntad ajena, en estos carriles, hay que saber afrontar la materia. Los lloriqueos, firmas, manifestaciones públicas, gimoteos penosos, están en otras áreas lúdicas, publicitarias, ociosas, mañosas y timadoras. El caso lo resuelve el juez y si hay disconformidad, se apela hasta la última instancia.
Los procesos duran meses de meses, hasta años.
Luego de haber escrito Estafa al Perú. Cómo robarse aeropuertos y vivir sin problemas, afronté numerosos juicios penales que juntos sumaban exigencias de reparación por más de millón y medio de dólares. La divertida expresión escrita por mi ilustre defensor, el notable penalista Guillermo Olivera Díaz: “A Mujica no le van a sacar un puto cobre”, grafica la pobreza de recursos materiales con que lidié estas peleas que me llevaban, sin ambages -así fue la exigencia de la demandante Lima Airport Partners, LAP, y sus abogados mediocres- a la cárcel. Pero vencimos. Bueno subrayar que la sabiduría del ilustre defensor patrocinó victorias relevantes sobre las que ¡ninguna de las vociferantes entidades de prensa vigentes se pronunció en absoluto!
Y hasta donde he podido, he procurado hacer periodismo vibrante, denunciador, con la verdad por delante y en defensa del interés público. Cuando apelé a la solidaridad cívica, lo hice para recaudar fondos para honrar las tasas criminales que impone el Poder Judicial cuando hay que cursar documentos en los procesos.
Pero ¡nada de llantos, quejidos o bolas de cristal! En cambio, mucho coraje sí y ganas de pelear en la tarima judicial y también en el escenario periodístico y así publiqué cómo iban los procesos, sus etapas y denuncié a jueces inmorales y convenidos.
No dejarse sorprender por situaciones muy mal armadas y que colisionan con la lógica penal también es tarea de los inteligentes y talentosos que, a veces, por frivolidad culposa, expresan solidaridades por inercia. Y en Perú hay idiotas que pasan por comunicadores cuando más bien son exaccionadores de entidades públicas y privadas con el cuento del periodismo.
Las bolas de cristal no pueden adivinar fallos penales. Hay que aguardarlos, luchar como varones o mujeres y asumir las consecuencias de actos erróneos, si así fuere el caso.
Así de simple.
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