Poco a poco, en tiempos modernos (más bien, posmodernos), la ciencia perdió su finalidad lúdica y racional para convertirse en un objeto más de mercantilismo que empezó a ser tratada de la misma manera que la producción de materia prima y manufacturas. El antiguo naturalista, un ser totalmente movido por el afán de saber más (o de ignorar menos), ha sido sustituido por un reduccionista interesado en cuestiones específicas, utilitarias y sobre todo por una compulsión obsesiva por publicar la mayor cantidad de artículos científicos en las revistas con alto factor de impacto (un artilugio que es una medida de la importancia de dichas revistas).

La ciencia actual ha sido prácticamente absorbida por el sistema económico hegemónico, de modo que ahora es una actividad medida con criterios fabriles, basada en el individualismo y en la competitividad y enfocada en resolver problemas puntuales (a menudo no de la sociedad sino de las empresas, cuya única preocupación fundamental es el aumento de su capital). En este último aspecto es de destacar la gran confusión que existe entre ciencia y tecnología: la ciencia es la respuesta a la curiosidad humana. La tecnología es, en cambio, la aplicación de los conocimientos obtenidos por medio de la ciencia para la satisfacción directa del ser humano. Por tanto, no se hace ciencia para resolver los problemas del mundo, más bien todos los saberes representan la base teórica que el ser humano utiliza para mejorar sus condiciones de vida. Luego entonces, aquellas naciones que tienen una vigorosa actividad científica tienen un alto desarrollo tecnológico.

Esta pequeña reflexión sobre la ciencia surge a raíz del reciente escándalo de la separación de sus cargos de varios académicos del Centro Regional del Bajío, dependiente del Instituto de Ecología (Inecol), AC. Por motivos que aún no son claros, dichos investigadores fueron obligados a firmar sus renuncias, y como justificación se les acusó de flojos, de conflictivos, pero sobre todo de improductivos. Así, como si fueran empleados de una sociedad anónima o piezas sustituibles de cualquier máquina, se les desechó sin dar un argumento convincente.

En una carta posterior, Martín Aluja, director del Inecol, habló de los graves conflictos interpersonales de los científicos despedidos, que amenazaban el proyecto Flora Regional del Bajío, iniciado por el doctor Jerzy Rzedowski, uno de los botánicos más prominentes de México y fundador del Inecol. Asimismo, argumentó que dicho instituto ha invertido mucho dinero en la construcción y mejoramiento de las instalaciones del Centro Regional del Bajío en comparación con la baja producción científica de las personas que ahí laboran, y que a pesar de los despidos de los especialistas que han consolidado dicho proyecto científico éste se fortalecerá porque contratarán a otros investigadores. A este respecto basta mencionar que el doctor Rzedowski mostró su respaldo hacia los botánicos despedidos y a manera de protesta renunció al Acta Botánica Mexicana (revista científica del Inecol), de la cual era editor.

Hace tiempo fui parte del Inecol, primero como estudiante visitante y después como técnico. En ese lugar tengo amigos y colegas capaces y comprometidos. Mi impresión sobre este instituto es que es un centro de investigación de alto nivel que no se ha vinculado de manera adecuada con la sociedad (hay, por ejemplo, muy pocos proyectos de investigación que impliquen desarrollo regional o trabajo con la población). Por el contrario, el enfoque de la actual administración del Inecol es que los investigadores produzcan la mayor cantidad de publicaciones científicas y, de paso, que traten de generar la mayor cantidad de patentes.

Me parece que lo anterior va en detrimento del desarrollo científico de México. La ciencia debe fluir constantemente pero sin prisas. El conocimiento no se puede fabricar en serie, sino que es resultado de un proceso que muchas veces puede resultar largo (un ejemplo extremo es el de Charles Darwin, quien tardó más de 20 años en madurar sus ideas sobre el origen de las especies). La ciencia no puede seguir una lógica neoliberal y es fundamental que se revisen los criterios de evaluación de los científicos mexicanos.

Creo, por otra parte, que es urgente que el director del Inecol deje su cargo para evitar que este instituto caiga en el desprestigio y ahonde su crisis. Baste mencionar que a fines del año pasado, al doctor Martín Aluja se le vio muy contento junto a dos personajes de dudosa reputación durante la inauguración del Biomimic (un centro de desarrollo tecnológico adjunto al Inecol): Enrique Peña Nieto y Javier Duarte. Es innegable que el Inecol está creciendo; sin embargo, tal parece que a su actual director sólo le importa el fin y no los medios para lograr sus objetivos.

La capacidad científica no sólo se mide por el número de artículos científicos publicados al año (que, por cierto, una ínfima fracción de la población que patrocina la ciencia lee), ni con el número de patentes registradas, sino por la contribución que cada científico haga en bien de las mayorías. Este beneficio debe traducirse en aspectos como la divulgación del conocimiento, el involucramiento en proyectos comunitarios, la formación de ciudadanos y nuevos profesionales, y en el análisis objetivo y crítico de los problemas nacionales. Por otra parte, es básico que los científicos, en todo momento, actuemos de acuerdo a consideraciones éticas y filosóficas, de modo que no seamos autómatas al servicio del mejor postor, sino actores pensantes y responsables de la vida nacional. En todo caso, debemos ser conscientes de que la ciencia puede y debe ser un instrumento para cambiar todo aquello que no funciona en nuestro país e impulsar el desarrollo de nuestro país.

Fuente
Contralínea (México)