Miami, Florida, Estados Unidos. Desaparecido el optimismo de muchos que confiábamos en un rechazo por la mínima del Brexit, la salida de la Unión Europea, tras el impacto de la decisión del electorado británico, solamente nos queda meditar brevemente sobre las causas y el trasfondo de la lamentable operación, y las consecuencias para las relaciones con Estados Unidos.
En primer lugar, debe resaltarse (y eso es también una crítica global al sistema actual de Gran Bretaña) el alto grado de irresponsabilidad que impelió al primer ministro David Cameron a embarcarse en ese rumbo que ha llevado al mayor desastre de su país en medio siglo y a infligir un considerable daño no solamente a la Unión Europea (UE) sino a todo el entorno atlántico.
Cameron apostó por una arriesgada operación con el fin de lograr su control total para su partido en los años venideros. Luego procedió a una agenda surrealista de campaña de voto contrario al referéndum, que precisamente él había diseñado. Se escudaba en las ventajas y trato especial que había recibido de la Unión Europea una vez que consiguiera la resolución positiva.
Ya se le advirtió desde Bruselas que no podría haber otra ampliación de los beneficios especiales, más allá de las condiciones que debían aceptar todos los demás colegas. Se recordaba que ya el Reino Unido era un socio privilegiado. Se le eximía de la adopción del euro, con un acuerdo especialísimo que ni siquiera contemplaba un calendario de adhesión en un futuro hipotético. Londres conseguía también tener selladas las fronteras, sin aceptar el innovador sistema de Schengen.
Todo se hacía para tener contento a un gobierno y un país que tenían que demostrar que eran diferentes.
Y llegó la hora fatal. El efecto en Europa ya está siendo demoledor. Solamente se salva un sentimiento disimulado pudorosamente: el único beneficio puede ser haberse librado de un socio persistentemente incómodo, un invitado que frecuentemente se hacía notar de modo negativo. Era un mal ejemplo, un freno a la plena integración europea, una tentación para la imitación de otros reticentes.
Este proceso se comenzó a ver recientemente con cierta preocupación en Washington. Conviene anotar que fue el propio presidente Barack Obama el que expresó su deseo de una buena resolución, excediéndose en los modos diplomáticos.
Cameron y los votantes que han apoyado el Brexit le han hecho un mal servicio. La imagen que Gran Bretaña tendrá en Estados Unidos se deteriorará hasta extremos antes inesperados. De poco va a servir la llamada “relación especial” para apuntalar una de las alianzas más sólidas de la historia reciente.
La primera víctima del desastre puede ser el proceso de aprobación (ya dudoso a corto plazo) del acuerdo de libre comercio e inversiones entre Estados Unidos y la Unión Europea (conocido por su sigla en inglés TTIP), que debía ser la réplica del que está inicialmente pactado entre Washington y los países del Pacífico.
La ola de populismo y oposición al libre comercio (presente ya en las declaraciones de los candidatos a la presidencia en Estados Unidos) contribuirá a la ralentización de lo que se considera como excesiva globalización, optando por el nacionalismo controlador de las iniciativas económicas y sobre todo políticas.
El sucesor de Obama tendrá problemas en proseguir la alianza con Londres en temas estratégicos, ya que el Reino Unido se verá como un agente libre de la ya difícil cooperación europea en materia militar. Solamente quedará el ligamen a través de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), con unos socios europeos que se sentirán cautos al actuar con un colega al que verán libre de acuerdos en el seno de la Unión Europea.
En el terreno puramente comercial desde Washington no se percibirá como positiva la nueva situación de la City de Londres, desprovista de su envidiable estatus de eje financiero anclado en la Unión Europea. Los cantos de sirena de otras capitales europeas, sólidamente conectadas con la nueva red comunitaria, sobre todo si los líderes de Europa adoptan una política de refuerzo de la zona euro.
Desde América Latina, la salida del Reino Unido será leída como la confirmación del abandono de la prioridad de los esquemas cimentados en la supranacionalidad y en la integración profunda. El mensaje del Brexit será la confirmación de la opción de la soberanía nacional. Todos los años que la Unión Europea ha invertido en compartir la bondad del modelo de integración europeo, basado en la fuerza de sus tratados y la eficacia de sus instituciones, serán considerados como una pérdida lamentable de tiempo y energía.
El “modelo de integración” inspirado en la agenda estadunidense tendiente a arreglos individuales o acuerdos limitados al comercio, superará a la ya debilitada doctrina europea. El Caribe, subregión con gran influencia británica, sufrirá por falta de vínculo seguro y se inclinará más hacia Washington. América, en suma, el continente más cercano desde el punto de vista histórico y cultural, además de político-económico, quedará más distante que antes de Europa.
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