I. Tal vez es tiempo de volver sobre las páginas de Tocqueville, debido a la actual crisis económica (otra vez el capitalismo en apuros por tanta pobreza mundial y un puñado de multimillonarios dueños de las ganancias), la crisis política de la democracia representativa acosada por el terrorismo (atizado por la cruzada religiosa del islam) y una crisis social por las protestas y el descontento por el angustioso desempleo. Esas democracias parecen los nuevos antiguos regímenes atorados en no resolver los problemas, en la cresta del cambio climático que ha puesto en jaque (¿mate?) a la vida en la Tierra. Y se asoma la violencia con cara de Revolución mundial, o de la última tercera guerra de todos contra todos donde no hay vuelta al estado de naturaleza. Y es que los pueblos del mundo están ante un parteaguas: transformar el sistema económico, supeditado a los voraces mercados y bancos, o distribuir la riqueza, acabar con la desigualdad y procurar el consumo indispensable para vivir; pues los nuevos antiguos regímenes democráticos y autocráticos han llegado a su límite, y hace tiempo se gesta la Revolución violenta o pacífica para sustituirlos.
II. Si alguien desentrañó ese fenómeno fue Tocqueville (1805-1859), la genial cabeza política que miró cómo la Revolución de 1789 revolucionó al mundo, y lo dividió en el antes y después del antiguo régimen mediante la explosión social del “odio inextinguible y violento a la desigualdad”, el talón de Aquiles del mundo contemporáneo. No fue de la noche a la mañana como estalló 1789. Y es que Tocqueville va hasta las raíces históricas de esa violenta manifestación del descontento acumulado por la monarquía de los Luises XIV (el de la frase que sintetiza la autocracia: “¡El Estado soy yo!”); y Luis XVI, llevado a la guillotina. Tal vez a los abusos de ese antiguo régimen se sumó la miseria, el hambre y las injusticias, poniendo las condiciones para la Revolución que, por primera vez en la historia, proclama los Derechos del hombre y del ciudadano. Tocqueville rastrea el pasado de ese antiguo régimen para proponer la hipótesis de que 1789 hunde sus raíces en esos males que se fueron acumulando hasta que el pueblo, esclavizado y explotado por la monarquía (antecedente del presidencialismo), se rebeló.
III. En ese pasado de abusos del poder, hoy generosamente llamado “autoritarismo”, encuentra Tocqueville el porqué, el cómo y el cuándo los pueblos se deciden, por las vanguardias de sus minorías, a conquistar un nuevo régimen político, una nueva política económica y un nuevo orden social. Esta investigación nos muestra que cuando el poder del Estado se vuelve absoluto –en una mano o varias que incluye la complicidad del poder económico y hasta del poder religioso–, el descontento popular lo hace volar por los aires. “La Revolución francesa seguirá siendo un tenebroso enigma para quienes solo sepan verla como un hecho aislado. Es en los tiempos que la procedieron donde hay que buscar la única luz que puede iluminarla”. Y con ese hilo conductor es que Alexis de Tocqueville nos guía para entender que los descontentos populares acumulados, apilados o amontonados, provocan las Revoluciones que cambian el curso de la historia, por cuanto que individual y colectivamente, el destino de la humanidad se construye diariamente, pues no hay nada escrito. En sus dos monumentales obras: La democracia en América y El antiguo régimen y la Revolución, Tocqueville asegura que no es cierto que “no pasa nada”, pues ante los abusos del poder político y económico, estallan las revoluciones.
Ficha bibliográfica:
Autor: Alexis de Tocqueville
Título: El antiguo régimen y la Revolución
Editorial: Alianza editorial o Guadarrama
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