Carlos Roose Silva, Pachochín, el hombre pegado a la letra

Uno de los hombres dotados de humor excelso, risa franca, mirada miope y anécdotas por millones, Carlos Roose Silva-Pachochín, acaba de partir la madrugada de hoy y su querida sobrina, Elena Suárez, desde Gringolandia, tuvo la fineza amical de avisar y la pena inundó todo mi entorno. Fueron él y Andrés Townsend Ezcurra, los responsables que hiciera desde 1974 en adelante, intentos de alguna producción periodística.

En 1947, creó Roose a uno de los más divertidos personajes con que su genio artístico marcó su impronta: Pachochín, el hombre pegado a la letra. Y publicó en La Tribuna en días fragorosos cuando era un joven bromista, de chascarrillo en ristre y salidas que provocaban risas y diversión. Fue tanta la identificación con su personaje que él contaba, riéndose, que cuando le llamaban Carlos Roose no se daba por enterado, en cambio si alguien musitaba Pachochín, respondía: “para que soy bueno”.

No estoy muy seguro si alguna vez se hizo el reconocimiento pero Pachochín fue el gran pionero de la caricatura política del Perú; su circunspección era de tal jaez que pocas veces se molestaba y siempre buscaba el sesgo apacible aunque sus juicios fueran, en no pocas ocasiones, lapidarios para quienes le ofendieron.

Entre 1956-62, fue fotógrafo en el Congreso y una de las primeras veces no tuvo mejor idea que sentarse en un escaño mientras que aguardaba la ocasión de tomar sus fotos. Y no se paró hasta que el parlamentario titular del escaño le hizo entender que allí sólo podían estar los legisladores. Pachochín casi lloraba de risa al narrar esta anécdota.

Manuel Prado, en 1960, tuvo la audacia de pedir que su enemigo, Pedro Beltrán se hiciera cargo del ministerio de Hacienda, asunto que no pudo eludir el dueño de La Prensa. Entonces Manuel Seoane, director de La Tribuna indicó a Pachochín que debía hacer las mejores tomas de Beltrán en sesión del Congreso. Roose se acercó a Townsend para preguntar con candorosidad curiosa: “¿quién es Beltrán?”. Don Andrés recordaba, con carcajadas ruidosas, el episodio en una de las tantas reuniones que mantuvimos él, Roose y el que esto escribe cuando, en 1977, hacíamos la Historia Gráfica del Aprismo.

Pachochín solía brindar amistad, circunstancia que administraba con generosidad y bonhomía incomparables, era difícil no acudir a su convocatoria. Empecé a buscarlo en su casa y aprendí de música, historia, arte, teatro; conocí a muchas de sus sobrinas, amistades que duran hasta hoy –por lo menos eso creo-, trabé contacto con Lily, Dino y doña Julia, la familia de Carlos y recibí fraterna acogida y coscorrones cuando las calaveradas con niñas parientes o amigas.

En el piso 11 de un edificio de la Avenida Abancay funcionó por largos años la famosa Peña periodística que tomó el nombre de Peña 11 en honor a la altura en que se encontraba. A mí me tocó conocer otra etapa los viernes a partir de las 9 de la noche en la Asociación Guadalupana. Célebre fue la “máquina infernal” que siempre llevaba con 100 cassetes Carlos y con toda clase de música. Recuerdo a Julio César Arriarán, Puchito, Carlos Sánchez Manzanares, Dante Piaggio, entre los que se fueron y a Carlos Sánchez Fernández, Gastón Vásquez Dávila, Pedro Flores Figueroa, Manuel Cenzano Mayorca, Cayo Pinto y cien más entre directores, jefes de redacción, periodistas, artistas, músicos, pintores, historiadores, intelectuales que pasaron por esas muy alegres citas en la Av. Alfonso Ugarte.

Hay capítulos como para escribir un libro.

Tuve el raro privilegio de ser habitúe en la casa de Carlos y hasta una Navidad la pasé con él y su familia porque vivía por aquella época el exilio a que me había conducido la malacrianza de que entonces era portador. Los años han limado esas garras aunque sigo rugiendo de cuando en vez.

Meses atrás charlaba vía Facebook con Lily y planéabamos un reencuentro. Premunido del teléfono llamé a Carlos y fue una grata sensación volver a oírle siempre tan cordial, risueño, capaz de comentar en broma cualquier suceso. Lo cierto es que los días, semanas y meses se pasaron con rapidez y no hicimos efectivo el convite.

Estoy seguro que muchos compartirán, también, sus jornadas con Carlos Roose Silva, genio del trazo y persona de una modestia conmovedora aunque fue uno de los adelantados gráficos al que Perú debe un homenaje fraterno y meritorio.

¡Descansa en paz querido Pachochín!