Washington trata de no perder terreno sin tener que desatar la Tercera Guerra Mundial para conservarlo, lo cual parece un objetivo imposible de alcanzar. Moscú le ofrece una puerta de escape en Siria y en Yemen. Pero si Estados Unidos opta por esa vía, tendrá que abandonar a algunos de sus aliados.
Desde que se rompió en Siria el cese de hostilidades del Aid, ha surgido un abismo entre el ambiente de despreocupación que las sociedades occidentales se empeñan en mantener y la grave preocupación de las sociedades rusa y china.
En Moscú, la televisión transmite imágenes sobre los refugios antiatómicos y juegos de equipos en campos de obstáculos para entrenamiento militar. Mientras tanto, en Washington se burlan de la paranoia de los rusos que creen posible el estallido de una Tercera Guerra Mundial.
Sin embargo, los Dos Grandes se envían entre sí mensajes que ponen los pelos de punta. A raíz de las amenazas estadounidenses de ataques aéreos contra Siria, Moscú suspendió el acuerdo sobre la limitación de los volúmenes de plutonio e hizo disparos de pruebas con 3 misiles intercontinentales para hacer ajustes en su sistema de lanzamiento de armas nucleares. El vocero de las fuerzas armadas rusas advirtió al Pentágono anunciando que el armamento de la Federación Rusa es capaz de destruir cualquier objetivo aéreo estadounidense, ya sean misiles de crucero o aviones, e incluso sus aeronaves “furtivas”. El jefe del estado mayor de las fuerzas terrestres de Estados Unidos respondió afirmando orgullosamente que en caso de guerra abierta las fuerzas aéreas y marítimas rusas y estadounidenses se neutralizarían rápidamente entre sí y que Washington ganaría durante las operaciones terrestres. Su discurso marcial no impresionó a los rusos, pero sí inquietó enormemente a los miembros del Congreso de Estados Unidos, al extremo que 22 congresistas escribieron al presidente Obama pidiéndole que se comprometa a no iniciar él una guerra nuclear recurriendo al arma atómica antes que el adversario. Por otra parte, Moscú dio instrucciones a sus diplomáticos en los países miembros de la OTAN para que sus familias regresen a Rusia, instándolos además a estar listos a repatriarse ellos también en cualquier momento.
Los romanos de la Antigüedad tenían un principio muy claro: Si vis pacem, para bellum, o sea «Si quieres paz, prepárate para la guerra». Eso quiere decir que, en caso de desacuerdo internacional, quien prevalece, sin guerra, es aquel que parece capaz de imponerse por las armas.
El hecho, en definitiva, es que la población rusa se prepara para la guerra –por ejemplo, esta semana 40 millones de rusos participan en ejercicios de evacuación de inmuebles y de lucha contra incendios– mientras que en Occidente la gente sigue con las narices pegadas a las vitrinas de los centros comerciales.
Por supuesto, siempre podemos esperar que el sentido común acabe imponiéndose para evitar la guerra mundial. En todo caso, las exhibiciones de músculo de unos y otros indican que lo que está en juego desde hace 5 años aquí, en Siria, no es lo que todos creen. Si lo que el Departamento de Estado buscaba al principio era concretar su plan de «primavera árabe» –o sea, el derrocamiento de los regímenes laicos de la región y su sustitución por la Hermandad Musulmana–, Rusia y China llegaron rápidamente a la conclusión de que el mundo no puede seguir bajo el control de Estados Unidos y de que ese país no puede seguir conservando un poder de decisión sobre la vida y la muerte de los pueblos de todo el planeta.
Al cortar el trayecto histórico de la Ruta de la Seda a través de Siria, y posteriormente también la nueva ruta de la seda a través de Ucrania, Washington detuvo el desarrollo de China y Rusia. Pero con eso también empujó a los dos países a establecer una alianza. La imprevista resistencia del pueblo sirio ha obligado a Estados Unidos a poner en juego su predominio mundial. El mundo, que se había hecho unipolar en 1991, con la operación «Tormenta del Desierto», está a punto de sufrir un nuevo cambio y hacerse nuevamente bipolar, incluso es posible que posteriormente se vuelva multipolar.
En 1990-1991, el cambio de orden mundial se concretó sin guerra –la invasión de Irak no fue la causa de ese cambio sino una de sus consecuencias. Pero el precio de aquel cambio fue el derrumbe interno de la Unión Soviética. El nivel de vida de los pueblos ex soviéticos se desplomó drásticamente, sus sociedades se vieron profundamente desorganizadas, sus riquezas nacionales fueron saqueadas en aras de la sacrosanta privatización y su esperanza de vida descendió en más de 20 años. Después de haber creído que estábamos asistiendo a la derrota del sistema soviético, hoy en día sabemos que el derrumbe de la Unión Soviética fue –probablemente en primer lugar– resultado del sabotaje de la CIA contra la economía soviética.
En todo caso, aquel proceso demostró que un reequilibrio mundial no tiene que provocar fatalmente un enfrentamiento generalizado. Y, en un esfuerzo por evitar la guerra mundial, la discusión entre John Kerry y Serguei Lavrov, se desplazó ahora de la batalla de Alepo a un alto al fuego general para toda Siria y también Yemen. En efecto, acaba de anunciarse una tregua de 8 horas en Alepo y de 72 horas en Yemen.
El problema es que la caída de Estados Unidos de un primer lugar que nadie le discutía –plaza que se apropió y que tan mal utilizó– a una situación de igualdad con Rusia, tendrá obligatoriamente para Washington –o para sus aliados– su correspondiente precio.
Los cinco países árabes, así como Turquía e Irán, que Kerry y Lavrov invitaron el sábado a Lausana, salieron del encuentro extrañamente satisfechos, a pesar de que era su destino lo que estaba decidiéndose. Ninguno de ellos parece pensar que tengan que rodar cabezas, como rodaron en el pasado las de los dirigentes del Pacto de Varsovia. En la actual situación, es posible evitar tener que barrer con una parte de la Humanidad, pero la importancia del retroceso estadounidense será directamente proporcional al número e importancia de los aliados que Washington va a sacrificar.
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