Al recibir al secretario general de la OTAN, el 21 de noviembre de 2016, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan anunció, por segunda vez, su intención de renegociar el Tratado de Lausana, que establece las fronteras entre Turquía y Grecia.

En 1923, los vencedores de la Primera Guerra Mundial aceptaron renegociar el Tratado de Sevres –firmado en 1920–, que preveía el desmantelamiento del Imperio Otomano. Ante la revuelta de Mustafá Kemal Ataturk, los países vencedores renunciaron a la creación de un Estado para los kurdos. El tratado preveía una definición puramente religiosa de Grecia –como Estado cristiano ortodoxo– y de Turquía –como Estado sunnita. También implicaba grandes desplazamientos de poblaciones, que costaron la vida a medio millón de personas.

Desde 1974, Turquía ocupa un tercio del territorio de la isla de Chipre, donde afirma haber creado la «República Turca de Chipre del Norte», reconocida únicamente por Ankara. Aunque no reconoce oficialmente esa “República”, Israel tiene gran presencia en ese territorio.

A pesar de ser un Estado neutro, Chipre acoge varias bases militares británicas con carácter de perpetuidad. Tanto Grecia como Turquía son miembros de la OTAN, alianza militar que supuestamente garantiza el carácter perenne de las fronteras de sus miembros.

Ante la primera declaración del presidente turco sobre su pretensión de renegociar las fronteras, el presidente griego Prokopis Pavlopoulos recordó que el Tratado de Lausana cuenta con el reconocimiento de la comunidad internacional y que la frontera de Grecia con Turquía es también la frontera de la Unión Europea con ese país no miembro de la UE.

La República de Turquía celebrará en 2023 su centenario, y el del Tratado de Lausana, al que debe su creación. Empeñado en demostrar su propia superioridad, en comparación con la figura de Ataturk –el fundador laico de la Turquía post-otomana–, el actual presidente islamista turco Recep Tayyip Erdogan pretende extender el territorio nacional.