A pesar de que el gobierno turco prohibió a la prensa local publicar información sobre el tema sin autorización previa, algunos elementos van saliendo a la luz sobre el atentado perpetrado contra una discoteca de Estambul el 1º de enero de 2017.

 El saldo del atentado es de 39 muertos y 69 heridos.
 El establecimiento atacado, la discoteca Reina, es un lugar predilecto de la burguesía cristiana ortodoxa y se halla del lado europeo del Bósforo.
 En contradicción con lo informado en los primeros despachos, los testigos hablan de entre 2 y 4 agresores.
 También en contradicción con lo informado inicialmente, ninguno de los agresores estaba vestido de Papá Noel. Pero varios diarios cercanos al AKP –el partido islamista en el poder– y algunos predicadores musulmanes denunciaron, en días anteriores, las festividades “paganas” de Año Nuevo y el culto a Papá Noel.
 Según la policía, los autores estaban bien entrenados en el manejo de las armas.
 La policía anunció haber identificado a uno de los agresores, cuya fotografía difundió (ver imagen), pero no ha revelado su nombre. El agresor es supuestamente originario del Asia Central. Su domicilio ha sido registrado y unas 15 personas de su entorno han sido detenidas y están siendo interrogadas.
 La autoría de la matanza fue reclamada únicamente por el Emirato Islámico (Daesh).
 La esposa del agresor identificado aseguró a la policía que ignoraba que su marido tuviese vínculos con Daesh.

Estos elementos permiten deducir que este atentado –al igual que el asesinato del embajador de Rusia en Ankara, el pasado 19 de diciembre– tenía como objetivo torpedear el acercamiento entre Turquía y Rusia.

Aunque este atentado va en el sentido de los intereses del Emirato Islámico, los elementos mencionados permiten pensar que esa organización no es necesariamente autora de la masacre.