Al término de la Revolución Mexicana (1910-1928) se calcularon más de 1 millón de homicidios. Antes de ella no hay cifras del “¡mátalos en caliente!” del porfiriato. En ambas épocas fue el precio de la pax de los sepulcros; en tránsito a las fosas clandestinas de nuestro tiempo. Sin que esto quiera decir que el lapso de la posrrevolución (1928-1946) no tenga –salvo en el sexenio de Lázaro Cárdenas– resabios del “México bárbaro”. La contrarrevolución abarca de Miguel Alemán hasta Ruiz Cortines. Y se radicaliza a partir del mexiquense López Mateos hasta el otro mexiquense Peña Nieto; con matanzas de campesinos, choques antiobreros, asesinatos de estudiantes en 1968. Con De La Madrid comienzan los asesinatos de periodistas (Manuel Buendía). Con Echeverría el asalto al Excélsior, para poner a las libertades de prensa contra la pared del autoritarismo y la espada de las censuras. Luego el sangriento salinismo que remata con el homicidio de Colosio. Un zedillismo proestadounidense. Y de Fox y Peña, 120 periodistas asesinados. Y en Chihuahua de 1998 a la fecha, 25 periodistas víctimas de homicidio.
Ciento veinte trabajadores del periodismo ultimados en 16 años, tanto por la mano del narcotráfico como por las de funcionarios y empresarios, a los que estorba la tarea de informar de los reporteros que son, por cierto, quienes más han pagado con sus vidas el cumplimiento de su tarea; si bien dentro de la sangrienta inseguridad generalizada por todo el territorio, que ya arroja más de 200 mil homicidas en los últimos 10 años de guerra militar contra el narcotráfico. Además de miles de feminicidios, desapariciones forzadas, secuestros y violaciones a los derechos humanos que internacionalmente convierten a México, en ejemplo dramáticamente alarmante de violencia. No hay entidad ni municipio donde no se haya perpetrado un asesinato a esos comunicadores, buscando silenciar la información y la crítica por televisión, radio y los medios impresos.
El periodismo de investigación que tantos resultados sigue dando para exhibir a funcionarios y delincuentes, es donde los criminales han enfocado su sangrienta embestida. Y como ese periodismo afecta a los desgobernadores de todos los partidos: Acción Nacional (PAN), (Revolucionario Institucional (PRI) y de la Revolución Democrática (PRD), y exhibe a policías y militares en sus abusos, entonces propician los asesinatos de reporteros. Es, nuestro país, “el más peligroso para el ejercicio periodístico”. Y el más peligroso para la seguridad de todos los mexicanos. Callar a los periodistas implica asesinarlos. Por esto es que no cesan esos ataques mortales. Y la Nación sufre la criminalidad, porque gobernadores, desgobernadores y funcionarios federales no hallan la cuadratura del círculo para una estrategia contra la violencia; cuyo precio son 120 periodistas asesinados y la impunidad presente porque unos a otros se encubren, como autores intelectuales y ejecutores de esos homicidios.
No obstante, los periodistas insisten en cumplir con su función de buscar y dar información para la defensa de la vida democrática y republicana (M Santaella López, Opinión pública e imagen política en Maquiavelo; Jürgen Habermas, Historia y crítica de la opinión pública), sobre los delincuentes, los funcionarios, los militares, los empresarios; para que la sociedad tenga elementos para normar su criterio ante los acontecimientos del país. Es por lo que Luis Fierro, corresponsal-reportero de El Universal, nos informa sobre el homicidio 120 en la persona de Jesús Adrián Rodríguez, que tuvo lugar en la capital de Chihuahua, donde el gobernador Javier Corral ha sucedido al ladrón desgobernador César Duarte.
También se trata de intimidar y crear un ambiente de miedo, para que los periodistas, como Héctor de Mauleón, columnista atento a los hechos que deben ser criticados y al día de los acontecimientos desde la trinchera del contrapoder, dejen de hacer su trabajo sin ninguna inquisición; abierto a la réplica, pero no a los ataques irracionales. Y, mucho menos, a las amenazas. Unas y otras deben ser abortadas por el periodista, como lo ha estado haciendo Héctor de Mauleón en su columna En tercera persona, en las páginas de El Universal; y en dos de las cuales (3 y 4 de enero de 2017) nos da cuenta de que por vía Twitter uno de esos macartistas, desde Puebla, y otro desde Texas al parecer dirigen a otros más que se dedican a querer suprimir la libertad de informar y criticar (Teodoro León Gross, El artículo de opinión; Luis María Anson, La prensa como contrapoder; José Ribas, El columnismo no es un parapeto para el uso del poder; Pedro J Ramírez, El triunfo de la información).
Desde hace tiempo De Mauleón es blanco de amenazas, las cuales no deja pasar inadvertidas y, al hacerlas de conocimiento público, nos pone en alerta máxima a los periodistas; porque son advertencias que buscan escalar a lo que, penalmente, son amenazas cumplidas. Y con las investigaciones de la policía cibernética, ha logrado identificar a esos delincuentes de las redes digitales. Es un grupo con características neonazis, que busca silenciar a quienes mantienen un implacable análisis de la información en defensa de la libertad de expresión, para cuestionar los abusos de los poderes públicos y privados. Y a periodistas, activistas y críticos, como los nuevos censores que cumplen las amenazas e incitan al feminicidio, al racismo y la pornografía infantil.
A los periodistas que cumplen con sus obligaciones para ejercer sus derechos, los persiguen, amedrentan y agreden hasta el homicidio. Una y otra vez hay que informar y denunciar a quienes por medio de las redes digitales y con su supuesto anonimato, están dirigiendo –por “órdenes del patrón”– sus bravatas con fines de ejecutarlas. No debe pasarse por alto lo que está padeciendo Héctor de Mauleón por esa delincuencia de las redes. Ya otras organizaciones periodísticas han tomado nota y están pendientes de estos desafíos que buscan silenciar la crítica y la información, creyéndose a cobijo de la impunidad.
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