Quiere que, en 100 años, cuando los historiadores se asomen al derrumbe del México de principios del Siglo XXI, haya constancia de que los mexicanos “no estábamos hechos unos idiotas”. Si se quiere, “estábamos sin capacidad para transformar nuestra realidad, pero que no nos tomen por imbéciles”.

Por ello, escribió un libro. Y lo tituló Distopía mexicana. Perspectivas para una nueva transición. Serio, pero sin dejar de ser afable, insiste: “Que cuando se nos juzgue, se vea que hay testimonios como este libro en los que queda claro que no nos creíamos lo que los poderes formales y fácticos nos quieren hacer creer. No. Había una visión crítica”.

El resultado, una apretada radiografía del país en 12 capítulos y 367 páginas: un retrato del convulso México en los umbrales de la era Trump, la reconfiguración de los bloques geopolíticos, la crisis de credibilidad y viabilidad de la “clase política” y los medios de comunicación, la violencia, el petróleo y la economía.

Agudo, preciso, el discurso de Meyer no pretende, sin embargo, arengar a nadie. Tampoco está dedicado estrictamente al público académico. Y sabe que aunque está hecho principalmente con el cerebro, lleva también entrañas. Y es que cómo no tomar una posición ante lo que sucede. Cómo no indignarse. Y transformar esa indignación en nuevos derroteros de investigación.

Desde una cálida cabaña por los rumbos del Surponiente de la Ciudad de México, cauto, sonriente, ataja: “No puedo reclamar objetividad; ni yo ni nadie. La objetividad es un enfoque. El lector podrá sacar de él lo que quiera. Lo que ponga en duda, lo que no le convenza, pues que lo haga a un lado. Hice lo mejor que pude”.

Así, habrá enfoques en los que los lectores podrían discrepar; pero el libro tiene la virtud de presentar un diagnóstico de un sistema político disfuncional; desnuda a la casta política en su principal característica: la corrupción.

Todos los capítulos cuentan con información precisa, desde la que se construyen los análisis y las conclusiones de cada apartado. Pero el que dedica a los vínculos de México con Estados Unidos es acaso el de mayor urgente lectura. Como el resto del libro, “La relación con la gran potencia” fue escrito antes de que Trump ganara las elecciones. Incluso, nos confía Meyer, cuando “ni siquiera se vislumbraba como posible candidato viable”. Sin embargo, ya está ahí la explicación de la actual postración mexicana ante los estadunidenses, cómo las elites gobernantes entregaron al país a cambio de cierta estabilidad para ellas. Incluso, ofrece datos y reflexiones que trascienden los últimos sexenios. Queda claro cómo desde los tratados de Guadalupe, con los que México cedió la mitad de su territorio, siguen rigiendo el corazón de una relación abismalmente asimétrica e intensa.

Hoy, nos informa Meyer en su libro, Estados Unidos cuenta con una población de 50.5 millones que se define “hispana”, una sexta parte del total de habitantes de ese país. Y del total de hispanos, casi 32 millones son de origen mexicano. Cabe señalar que 12.7 millones de estos mexicanos nacieron en México y más de 7 millones se encuentra de aquel lado de la Frontera de manera irregular (sin papeles).

Pero no es todo. En la parte de la relación política, en el libro sobresale que gracias a la tecnología “y a una enorme inversión en estructuras de espionaje, el aparato de inteligencia norteamericano está en posibilidad de saber mucho más de lo que los ciudadanos mexicanos saben en relación, por ejemplo, con los intríngulis de la reforma petrolera”. No en balde, recuerda, la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés) opera en México desde 1951 y el Buró Federal de Inteligencia (FBI, también por su sigla en inglés), desde 1939. El Pacto por México, paso a paso, fue seguido por los estadunidenses hasta en sus más nimios detalles. Ellos saben quién de los actores políticos mexicanos propuso exactamente qué de todo el conglomerado de reformas en materia de petróleo y energía, por ejemplo. Cómo fueron las negociaciones. A cambio de qué se tomaron la foto y qué objetivos políticos acordaron.

Como decíamos, el libro también repasa a los políticos y partidos de todo el espectro electoral. Se detiene, por afinidad política e ideológica del autor, con la izquierda de Andrés Manuel López Obrador y su Movimiento Regeneración Nacional (Morena), en todo en un capítulo.

Al final, Meyer está por esa izquierda “responsable” que aspira a gobernar. Contrario a los que él considera utopistas y que son prácticamente la totalidad de la izquierda social, los movimientos que en las calles y con propuestas han cimbrado al país pero cuyos ecos no llegan a los medios de comunicación ni a los cubículos académicos. Probablemente Meyer pudo haberse asomado más a esa izquierda mayoritaria que no cree en ningún partido (incluido, por supuesto, Morena). No para que cambie de posición político-ideológica, sino para entablar un diálogo con un vasto sector que genera también discusiones serias a propósito de qué proyecto debe construirse para qué país.

Como advirtió Meyer, lo que se ponga en duda o se critique, puede “hacerse a un lado”; pero es un ensayo hecho desde la honestidad intelectual, con rigurosidad y, al mismo tiempo, desde la indignación ante la rapiña de las castas dominantes y la corrupción que las cobija.

Fuente
Contralínea (México)