I. Históricamente, Napoleón es un personaje imán. “Atrae y es difícil deshacerse de él… y dentro de 50 años, será necesario rehacer cada año la historia de Napoleón”, escribió Henry Beyle, alias Stendhal en: Napoleón; traducción, prólogo y notas de Consuelo Berges (Aguilar de ediciones); y cuya novela Rojo y Negro es permanente novedad, continuación, acaso, de Ana Karenina del inmortal León Tolstoi, vasos comunicantes de la eterna búsqueda de amor y erotismo. Stendhal ni lo adivinó ni lo predijo; simplemente supo tener perspectiva histórica, del pasado al presente con su futuro inmediato. Un sólo Napoleón en la larga lista de Napoleones, incluso en una bibliografía seleccionada como la que nos ofrece Philip Dwyer en Napoleón, el camino hacia el poder: 1789-1799 (La Esfera de los Libros). En otra nota me ocuparé del Napoleón de Stendhal, quien casi la escribió en vida del más político que militar, y es un ensayo inconcluso del ilustre novelista que comparó a Napoleón con Julio César: dos autócratas popularmente aceptados en las repúblicas de Roma y Francia, que transformaron en monarquías singulares. Ahora daré una breve noticia bibliográfica del Napoleón de Jean Tulard quien, además, ha escrito: Napoleón: el porvenir, la Nación, la leyenda, entre muchos otros.

II. Gilbert Keih Chesterton (1874-1936) decía: “si no logras desarrollar toda tu inteligencia te queda la opción de hacerte político”. No que éste carezca de inteligencia, sino que cultivando la cualidad de pensar o sobre la marcha del aprendizaje pragmático, un individuo, mujer u hombre, puede hacerse políticamente hasta un estadista. Y el Napoleón de la Revolución Francesa de 1789, roza la dimensión del estadista, descabezando las monarquías preconstitucionales y decretando el Código Civil de 1804. Tulard nos guía por entre 25 capítulos que dan como resultado una monumental biografía. Del “yo soy la Revolución” de quien iba a llevar, si no al mundo, a Europa y Francia a la contrarrevolución después de aquel 5 de agosto de 1789 cuando se fijó el final de esa Revolución, “pronto apaciguada por los decretos que abolieron el feudalismo, la venta de los bienes de la iglesia, el aumento de los salarios”, mientras Napoleón seguía ascendiendo con una nueva estrategia, modera, despótica, cesarista y monárquica.

III. “Lo que profetiza Mozart, unos años antes de su muerte, cuando al final de La Flauta Mágica, las tropas de Soroastro derrotan a las legiones de la Reina de la Noche en el templo del Sol… ¿cuántos espectadores reconocieron en Soroastro el rostro del general Napoleón convertido en el Primer Cónsul de la República y el último baluarte de las conquistas revolucionarias?”. Así arranca esta biografía apoyada en más de 100 páginas de notas; y narra el secuestro y homicidio de Luis de Borbón Condé, duque de Enghien por órdenes de Napoleón, y sobre el cual cayó la fulminante frase de Fouché: “No fue un crimen político, fue una estupidez”; que Stefan Zweig bien retrata en: Fouché: retrato de un hombre político (Acantilado). Bonaparte imita –dice Tulard– a Alejandro y César, sirviéndose incluso, de su físico extraño y su carácter autoritario, “fascina, irrita, subyuga y, en suma, no deja a nadie indiferente”. Así nos deja esta biografía del autócrata, creador del despotismo moderno, que tuvo imitadores: caricaturas políticas (Hitler, Stalin, Mussolini) más o menos iguales en su abuso del poder para sabotear todo intento democrático, hasta los napoleoncitos presidentes que ocultan su raíz monárquica-napoleónica.

Ficha bibliográfica:
Autor: Jean Tulard
Título: Napoleón (traducción de Jordi Terré)
Editorial: Crítica, 2012

Fuente
Contralínea (México)