Un gigantesco abismo está ampliándose cada vez más en la sociedad estadounidense en cuanto al concepto de libertad de expresión. Tradicionalmente se admitía que todas las opiniones, incluyendo los puntos de vista de sus elementos más sectarios, debían poder expresarse en Estados Unidos, que no es en definitiva otra cosa que una ex colonia británica.

Fue así como, en el siglo XVII, los puritanos –que después de ser expulsados de Inglaterra habían buscado refugiado en los Países Bajos– pudieron emigrar libremente al otro lado del Atlántico a bordo del Mayflower y fundar una comunidad de su secta en Plymouth. Pero hoy en día la izquierda estadounidense está cuestionando ese concepto de la libertad.

Esta nueva corriente de pensamiento no tiene nada que ver con el pensamiento europeo sino con el de los puritanos de Plymouth. Exactamente como aquella secta prohibía las opiniones disidentes y aplicaba duros castigos corporales contra sus “herejes”, la izquierda estadounidense de hoy quiere prohibir las opiniones disidentes –en este caso las opiniones «supremacistas».

Los últimos acontecimientos no constituyen precisamente una evolución positiva de la filosofía política estadounidense o un acercamiento a la de las sociedades progresistas que consideran que la libertad debe atenerse a los límites impuestos por las exigencias «de la seguridad pública, de la protección del orden, de la salud o de la moral públicas, o de la protección de los derechos y libertades de los demás» (Artículo 9 de la Convención Europea de Derechos Humanos).

Es más bien lo contrario. La izquierda estadounidense está tratando de liquidar la Primera Enmienda de la Constitución y de volver a la Constitución original de Estados Unidos, que no se pronunciaba sobre esa cuestión.

Por ejemplo, la izquierda estadounidense condenó de forma unánime el comportamiento dilatorio del presidente Donald Trump al pronunciarse sobre la manifestación de extrema derecha de Charlottesville –donde una persona resultó muerta– porque el presidente puso en un mismo plano a los manifestantes de la extrema derecha y los antifascistas.

La American Civil Liberties Union (ACLU), que en defensa de la Primera Enmienda había gestionado la realización de la manifestación de Charlottesville, indicó que en lo adelante no seguirá defendiendo los derechos de los grupos de extrema derecha.

Numerosas asociaciones, de las que el Partido Demócrata se hace eco ampliamente, están exigiendo ahora la destrucción de todas las estatuas y monumentos erigidos en homenaje a los partidarios de la esclavitud, lo cual habría que aplicar entonces a todas las figuras históricas de Estados Unidos… como los fundadores de ese país, George Washington y Thomas Jefferson, autor este último de la Primera Enmienda.

Como una cosa lleva a la otra, algunos medios reclaman dinamitar las efigies esculpidas sobre el Mont Rushmore (la imagen que acompaña esta breve es un tweet de la revista Vice), exactamente como los talibanes destruyen los famosos Budas de Bamiyán.

Otras asociaciones exigen la destrucción de una estatua del ex presidente Bill Clinton, acusándolo de ser un violador.