En el ceremonial que oficializó al nuevo gabinete, Perú entero tuvo la oportunidad de comprobar, una vez más, lo anacrónico y feudal que impregna nuestras costumbres. El presidente Pedro Pablo Kuczynski invocaba los santos evangelios al solicitar el juramento ministro por ministro.
Muy bien, pero el juramento tiene connotaciones religiosas y hay que destacar que cada quien puede profesar el credo que más le guste, eso no está en juego. Pero a nadie escapó que el confirmado titular de Defensa, Nieto Montesinos, prestó su promesa con la expresa exclusión del crucifijo gigante.
En la Constitución española de 1812, el rey juramenta ante las Cortes “por Dios y los santos evangelios”.
En la Constitución ibérica y republicana de 1931, el presidente “prometerá ante las Cortes solemnemente reunidas, fidelidad a la República y a la Constitución”.
En toda o gran parte de la administración pública, se sigue la tradición feudal y religiosa de invocar a Dios y los evangelios. Pero los temas de gobierno, administración, presupuesto, déficit o supéravit fiscal transitan por los muy terrenales y palurdos caminos de lo tangible y observable.
A Dios lo que es de Dios. Y al César lo que es del César.
Por tanto, ¿no es más simple, claro y comprometedor para cualquier funcionario público, desde el presidente hasta el más modesto trabajador de la burocracia, prometer su fidelidad por el pueblo peruano? ¿Y punto?
Ciertamente los grandes pillos comulgan con aspas de molino y prometen, juran, proclaman, hacen cualquier cosa con el avieso propósito de hacerse del cargo y desde allí impulsar todas las trapacerías egoístas y delincuenciales a que está acostumbrado. ¿No tenemos ex presidentes sospechosos de corrupción gigantesca e inescrupulosidad descarada? Y todos pasaron por el aro del juramento.
La promesa por el pueblo peruano haría que cualquier funcionario firme verbalmente –si la licencia es posible- su carta en blanco, la misma por la cual, podrá ser juzgado civil o penalmente si delinque con el dinero público o incurre en cualquier violación del código penal lo que merecería años de cárcel y punición ejemplar, amén que imposibilidad de volver a formar parte del Estado.
El colonialismo mental está presente en detalles hasta nimios que de puro sabidos no provocan críticas ni cambios. El triunfo de los grises garantiza así su presencia en todas las circunstancias de la vida nacional. Se habla de velocidad pero se camina con lentitud de tortuga herida. Se proclama honestidad y se legalizan mañosamente los asaltos que se cometen contra el Estado. Y el Estado lo mantienen los impuestos que paga el pueblo peruano.
Prometer por el pueblo peruano debiera ser la fórmula moderna, laica, de compromiso tácito y explícito, de la burocracia nacional y de los políticos y con el propósito de enterrar, de una buena vez, el feudalismo mental que abunda y estupidiza a la Nación.
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