No basta la renuncia de PPK a la presidencia o su vacancia decretada por los precarísimos inquilinos de Plaza Bolívar esta mañana. El Congreso vive una agonía y su descrédito absoluto no es un secreto y los primeros en saberlo son los legisladores.
Por tanto inferir la urgencia de un nuevo cuerpo congresal ¡sin ningún reelecto y los que deben dar el ejemplo son los actuales! es una obligación política, cívica y democrática.
Los pelotones de asesores, batallones de secretarias (entre los que hay no pocos parientes directos e indirectos) tienen que aminorar su número al indispensable para que no abulten la planilla del Congreso. Una auditoría debiera compulsar fuentes contables e imparciales para determinar la inutilidad de tantos ciudadanos que están cobijados por los legiferantes.
El Congreso necesita un remozamiento de imagen pero no la que elaboran los intelectuales de quiosco y ONG sino una que compruebe en el servicio al pueblo, la bondad de una obra, una vía, una ley en favor de alguna acción benéfica a la población. Cuando uno llama de larga distancia, los congresistas ni se dignan contestar, delegan el asunto a un asesor o secretario que, por lo general y para no tener más ocupación, da largas y excusas bobas o miente con descaro.
El divorcio del Congreso con sus pagantes, los ciudadanos, es tan colosal que creen hacer favores cuando sólo debieran trabajar por quienes sufragan sus sueldos, nada despreciables. Más aún, llegados al Parlamento tornan de inmediato en doctores y en personalidades, importa un ardite que no pocas veces el protagonista sea semianalfabeto, ignaro de luces nulas y sinverguenza con diploma.
Nótese la furia subitánea de las últimas 48 horas de muchos legiferantes para con PPK. Se convirtieron con voltereta de 360 grados en misioneros en las antípodas de lo que antes cacareaban. ¿Coherencia, sentido cívico? Seamos francos y directos: amor al cheque de fin mes, a los honores inmerecidos, a los autos con gasolina y chofer asignados, a la frivolidad con que los medios les engríen cuando salen en televisión, radio o páginas impresas.
Hay congresistas que tienen, cada uno, más de 15 ó 20 años en el Congreso. Un estudioso creería encontrar leyes y producción fértil en aquellos. Pero no. Los muy mediocres se dedicaron a vivir bien, decir naderías y estar listos para la próxima reelección. La permanencia recurrente de estos, yugula cualquier nuevo liderazgo y envilece la organización política. Y en Perú tampoco es sorprendente asimilar que no hay partidos políticos, apenas vulgares clubes electorales.
Decía Manuel González Prada que el Congreso debiera tener a bien considerar la aniquilación de su propia existencia en beneficio y ahorro sensibles que se producirían en el presupuesto nacional. Pero, da la impresión, que aunque la crisis está al 95%, aún existe la esperanza en ese supérstite 5% como para apoyar hombres y mujeres de profundo amor a las causas de justicia, honestos y capaces de servir a la Patria. Y no de servirse de aquella. Vamos a ver.
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