Los medios de difusión globalizados analizan los acontecimientos del Medio Oriente como si no estuviesen relacionados entre sí. Pero Thierry Meyssan los interpreta como jugadas sucesivas en una misma partida de ajedrez, ve los conflictos que aparecen alrededor de Israel como un todo orgánico y se interroga sobre las posibilidades que tendría el presidente Trump de lograr una paz regional.
El Medio Oriente es una región donde se cruzan y se imbrican numerosos intereses. Una pieza que se mueve aquí puede provocar una reacción en el otro extremo del tablero. Los intentos del presidente Donald Trump por romper con la estrategia del almirante Cebrowski [1] y pacificar una zona especialmente castigada tienen por el momento consecuencias contradictorias que impiden su éxito.
Analizar temas tan complejos obedeciendo a nuestras afinidades o antipatías resultaría irrealista por tratarse de un terreno donde cada protagonista está luchando por su supervivencia. Es imperativo, por el contrario, tratar de entender a cada uno de ellos, sin pasar por alto los intereses de ninguno.
Al igual que sus predecesores Ronald Reagan y George Bush padre, el presidente Donald Trump actúa frente a Irán poniendo en dificultades a los «reformadores» iraníes –así los llaman en Occidente– ante los «conservadores» –etiqueta utilizada en Occidente para designar a los seguidores del imam Khomeiny. Sin embargo, estos últimos reaccionan anotándose éxitos en Siria, en Líbano y en Gaza, lo cual obstaculiza los esfuerzos de Donald Trump, cuando pudieran ser aliados, en Palestina.
Cuando Donald Trump anunció la retirada de Estados Unidos del acuerdo 5+1 (JCPOA), el presidente iraní Hassan Rohani («reformador», o sea contrario a la propagación de la Revolución antiimperialista) reaccionó recurriendo a los europeos y amenazando al mismo tiempo a algunos de ellos con revelar que son corruptos [2]. Pero es poco probable que Bruselas respete su compromiso. Todo parece indicar, por el contrario, que la Unión Europea actuará como en 2012 y acabará plegándose a las exigencias de su amo estadounidense.
Los Guardianes de la Revolución, por su parte, reaccionaron convenciendo a su aliado sirio para lanzar la operación contra la inteligencia israelí en el Golán ocupado –la salva de misiles iraníes disparada en la madrugada del pasado 10 de mayo–, haciendo que el Hezbollah libanés anunciara después que esa operación iniciaba un cambio de estrategia regional y, finalmente, estimulando al Hamas a organizar la protesta en la línea de seguridad que Israel impone en la franja de Gaza.
La opinión pública occidental no ha entendido la relación entre estos tres hechos, pero Israel ha concluido que los Guardianes de la Revolución estaban dispuestos a atacar simultáneamente desde Siria, el Líbano y Gaza.
La estrategia de los Guardianes de la Revolución ha dado frutos ya que los pueblos árabes, persa y turco han condenado de forma unánime la represión contra los manifestantes palestinos –solamente en el día de la apertura oficial de la embajada de Estados Unidos en Jerusalén, en los límites de la franja de Gaza hubo más de 60 manifestantes muertos y 1 400 heridos. La Liga Árabe –en la que varios miembros, encabezados por Arabia Saudita, mantienen relaciones no oficiales con Tel Aviv– se vio así obligada a recurrir bruscamente a la retórica antisionista.
En Irán, en el plano interno, los Guardianes de la Revolución han mostrado que el acuerdo JCPOA concluido por el presidente-jeque Hassan Rohani estaba en un callejón sin salida y que la única línea política que funciona es la de ellos, que han logrado implantarse eficazmente en Irak, en Siria, en Libia y en Gaza, así como en Yemen, en Bahréin e incluso en Arabia Saudita.
A Donald Trump le será por consiguiente imposible negociar la paz alrededor de Israel sin ayuda de los Guardianes de la Revolución iraníes.
Es importante recordar que en los últimos 70 años del conflicto israelí, Estados Unidos estuvo en posición de negociar la paz entre todos los protagonistas solamente en una ocasión. Fue en 1991, después de la Operación Tormenta del Desierto. El presidente George Bush padre y su homólogo soviético Mijaíl Gorbachov reunieron entonces en Madrid a Israel, los palestinos, Egipto, Jordania, el Líbano y Siria. Bush padre se había comprometido previamente, por escrito, al regreso a las fronteras de 1967 y a garantizar la seguridad de Israel, a la no creación de un Estado palestino independiente y al reconocimiento de la autoridad palestina sobre Cisjordania y Gaza. Y pensaba que sería posible lograr que todos aceptaran aquella solución, conforme a las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU.
La conferencia de Madrid funcionó. Se establecieron un proceso de negociación y un calendario para ir resolviendo progresivamente los numerosos litigios. Pero las reuniones posteriores fracasaron porque el partido israelí Likud hizo campaña en Estados Unidos en contra del secretario de Estado James Baker y logró impedir la reelección del presidente Bush padre. En definitiva, Israel concluyó por separado los acuerdos de Oslo, sólo con Yaser Arafat. Pero esos acuerdos preveían solamente el arreglo de los problemas de los palestinos, nunca fueron aceptados por los demás protagonistas y, por consiguiente, nunca llegaron a aplicarse.
Posteriormente, el presidente Bill Clinton trató de continuar bilateralmente las negociaciones con Siria, organizando las negociaciones entre el primer ministro israelí Ehud Barak y el presidente sirio Hafez al-Assad. Aquellas negociaciones fracasaron a causa del brusco cambio de posición del primer ministro israelí, pero de todas maneras no habrían podido resolver todos los problemas porque los demás protagonistas no participaban en el proceso.
Hoy en día, 27 años después de aquel momento, la situación es todavía más compleja. Los palestinos están divididos en dos bandos: los laicos de Cisjordania y los islamistas de Gaza. Irán es ahora un nuevo protagonista, que patrocina al Hamas. Finalmente, Estados Unidos, bajo la administración de Bush hijo, reconoció las anexiones de territorios que Israel proclamó después de 1967, en violación de varias resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU.
Los conflictos alrededor de Israel no se resumen por tanto a la cuestión palestina y no tienen nada que ver con la oposición (fitna [3]) entre sunnitas y chiitas.
El plan trazado por Jared Kushner tiene como único objetivo detener la adquisición de territorios por parte de Israel, más que respetar el derecho internacional o volver a las fronteras de 1967. En realidad supone que los árabes acepten lo que se convertiría entonces en sus «derrotas anteriores».
Eso es poco probable.
[1] El almirante estadounidense Arthur K. Cebrowski concibió en 2001 un plan de destrucción de los Estados y sociedades de los países del Medio Oriente ampliado. Ver «El proyecto de Estados Unidos para el mundo», por Thierry Meyssan, Haïti Liberté (Haití) , Red Voltaire, 22 de agosto de 2017.
[2] Cuando el vocero del ministerio iraní de Exteriores, Hossein Jaberi Ansari, mencionó el asunto no aclaró si estaba amenazando a políticos corruptos que favorecieron el JCPOA o que se opusieron a ese acuerdo.
[3] El término árabe fitna designa en general toda discordia, división o conflicto entre musulmanes. Nota de la Red Voltaire.
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