Antes del 1 de julio leí artículos de opinión en los que sus autores apoyaban o criticaban a alguno o algunos candidatos a la Presidencia de la República. También escuché las profundas reflexiones de comentaristas y analistas, unos de altos vuelos intelectuales y otros instaurados en juzgadores de la percepción de la realidad al calor de la contienda electoral. Algunos de los más férreos detractores de Andrés Manuel López Obrador suavizaron su discurso, buscando adjetivos amables que sustituyeran los agresivos e insultantes que días, semanas y desde años atrás emplearon para dirigirse al de Macuspana ­­­­­­–inevitable próximo presidente de México­–, como ese ya famoso de “mesías tropical”, que en su factura lleva una carga negativa, humillante e insultante contra Andrés Manuel y sus seguidores (pues qué hay peor que un mesías sino sus partidarios).

Fue un placer ver a Enrique Krauze por televisión la noche de la jornada electoral, tras el apabullante triunfo en las urnas de López Obrador y el Movimiento Regeneración Nacional (Morena), diciendo que Obrador debe cuidar su tono y sus palabras: “…las palabras son las que cuentan, las palabras son las que hay que cuidar, la claridad de las palabras; si no creemos en las palabras, en el peso de las palabras, no creemos en la verdad, en la verdad objetiva… …tono, modales, formas, cultura y el respeto a la palabra”. (https://noticieros.televisa.com/videos/victoria-amlo-es-triunfo-democracia-krauze/). Disfruté su discurso, sus palabras conciliadoras y hasta elogiosas para con el que bautizó como “El mesías tropical” (http://www.letraslibres.com/espana-mexico/revista/el-mesias-tropical) en junio de 2006, justo antes de las elección presidencial, en un ensayo excelente, erudito y abundante, pero en el que aduciendo al “Poder tropical de Tabasco” –concepto más allá de lo terreno basado en una fuerza espiritual ligada a la naturaleza, manejado por intelectuales y poetas tabasqueños, incluso por Obrador en algunos de sus libros–, cayó Krauze en la tentación de usar una palabra de mucho peso: “mesías”, en un texto que con el tiempo derivó entre cultos y neófitos en una postura antiobradorista que permeó en gran parte de la sociedad y en muchos medios de comunicación, que la magnificaron y la usaron para denostar a un político por ser diferente a los otros. El uso de esa palabra hizo el batallar de Andrés Manuel y sus seguidores más moroso y más enérgico. Enrique usó una palabra de tanto peso y significado tan negativo que incluso llegó a aterrorizar hasta las lágrimas a detractores Morena; y tal vez Krauze no estaba tan equivocado, tal es el peso de las palabras y el cuidado que se debe tener con ellas; pues sólo un “mesías” tiene el poder de redimir de su postura previa a los sapientes más encumbrados: quien ahora pide respeto por la palabra escrita y pronunciada, antes descalificó de maneras cultas pero insultantes al que ahora será el presidente de México. El poder de más de 30 millones de votos es mayor que el “Poder tropical de Tabasco”. Ya lo sintió el férreo intelectual orgánico transexenal, que estaba espantado esa noche por la palabra “fifí”, cuando “mesías” le ha parecido tan pertinente.

Hubo otros casos de personajes menos trascendentes y hasta insulsos, pero no por ello menos irrisorios y divertidos, aunque trágicos para los que en su momento replicaron y elogiaron sus dichos contra Andrés Manuel en cafés, reuniones y en las redes. Muchos de ellos ya deben estar buscando asilo en otros países, cumpliendo su promesa de abandonar el país si López Obrador se convertía en presidente. Hablantes dramáticos sin sustento en hechos, que ni sus nombres vale la pena mencionar, salvo que nos confirmen desde otras latitudes su adoptiva nueva nacionalidad primermundista o al menos no venezolana ni rusa.

El caso más emblemático, en estricto apego al “periodismo” acomodaticio y a favor de la corriente imperante, es el de Guadalupe Loaeza, quien desde hace un par de años ha criticado y aborrecido hasta el hastío a nuestro próximo presidente, aunque en algún momento lo “benefició” con su apoyo. Algunos de sus más recientes textos deben ser preservados para análisis posteriores sobre ambigüedad, transformación y el difícil arte de ser veleta de los vientos políticos más fuertes. En sus opiniones se aprecia su cambiante gusto por las posturas políticas, principalmente con las predominantes o que aparentan imperarán en algún momento: el Partido de la Revolución Democrática (PRD), luego el Partido Acción Nacional (PAN), o algún independiente de relumbrón, más tarde Morena para luego despreciarlo, y casi al final virar al Partido Revolucionario Institucional (PRI) de Meade, para luego con golpes de pecho arrepentirse.

El 13 de noviembre de 2017 dijo sobre Obrador para El Heraldo de Tabasco: “No me gusta que sea autoritario. México ha cambiado, yo he cambiado y él no ha cambiado, entonces ya no lo voy apoyar…” (https://www.elheraldodetabasco.com.mx/local/ya-no-me-gusta-amlo-para-presidente-guadalupe-loaeza). Unos días antes de la elección, el 26 de junio pasado, publicó en el periódico Reforma uno de sus textos más enérgicos contra Obrador: “La mafia de AMLO” (https://gruporeforma-blogs.com/guadalupeloaeza/?p=24953), escrito que es en gran parte una retahíla de autoelogios por su recto actuar y su desinteresado y previo apoyo al de Macuspana, pero hasta el amor acaba: “Antes de explicar los motivos que me impiden en esta ocasión emitir mi voto por Morena, te recuerdo que no soy la típica “chapulín” que cambia de partido, según sus intereses personales y mezquinos. No, no soy como Gabriela Cuevas, la futura diputada plurinominal”. En alusión a Cuevas, antes recalcitrante pejefóbica, que ha demostrado ser de veleta oportunista. El cierre del texto es de lo más contundente: “De nuevo más que unir, divides a los mexicanos. No votaré por ti porque has creado tu propia mafia, cuyos nombres me reservo por lo pronto. Sé que en el fondo te vale, pero a mí no…”. Aunque hay contundencias que duran lo que unos cubos de hielo sin refrigerador. Y tal vez la noche anterior a escribir ese texto se fue a dormir como lo hizo una noche de noviembre de 2017: “…con una sonrisa en los labios, al evocar la sonrisa de Meade”, como escribió en su artículo “Sonrisas” (http://www.zocalo.com.mx/opinion/opi-interna/sonrisas), dedicado a la de José Antonio, entonces precandidato priísta a la presidencia de México.

Así el 3 de julio reculó en el diario Reforma con un texto de prosa amable, romántico y ensoñador. “En la soledad de la mampara” (https://gruporeforma-blogs.com/guadalupeloaeza/?p=25004), largo recuento de sus acciones a favor de la izquierda y contra el dinosaurio priísta, una prolongada disculpa por su indiscreto apoyo a Meade, pero sobre todo, un resumen de las horas que debió pasar en la mampara para reflexionar lo que nos reseña, aunque no menciona la larga fila de votantes que debió generar su sesuda reflexión: “No pude. Nada más no pude. Por más que estaba dispuesta a votar el domingo pasado por José Antonio Meade, para presidente de México, tal como lo había anunciado públicamente, al buscar su nombre en la boleta y encontrarlo junto al pequeño recuadro del PRI, no pude; no pude poner una cruz encima de unas siglas que han representado la desesperanza y la extrema pobreza del pueblo mexicano durante más de 70 años. Nada más advertirlas, se me aparecieron imágenes de la Casa Blanca, de Roberto Borge, de Javier Duarte…”, en una enumeración criminal priísta que se prolongó hasta el momento más ficcional: “La jornada de las elecciones y la civilidad con la que se comportaron candidatos y el INE me aclararon todo. La importancia en una elección son las mayorías; millones de mexicanos que desde hace años aspiran a un cambio… …La respuesta tan entusiasta y volcada de millones de votantes que ya no querían vivir bajo ese mismo sistema me hizo sentir mezquina y pequeña frente a sus necesidades. Era como si esa mañana me hubiera caído un veinte gigante y me hubiera hecho comprender que México ya era otro”. Esa mañana frente a la urna Loaeza supo cómo sería el comportamiento de los candidatos y de los funcionarios del INE durante toda la jornada electoral, y más aún, supo que López Obrador ganaría por millones, por una inmensa mayoría, y esa fue la visión final que llevó su cruz a la izquierda con Morena. Gracias por tu proeza electoral Loaeza, 30 millones 113 mil 482 mexicanos te agradecemos tu apoyo.

Desafortunadamente el actuar de un grupo considerable de comentaristas, periodistas e intelectuales, es tan ambiguo, ambivalente y acomodaticio según sea el tamaño del líder político en turno. Sólo hay que poner atención al giro dócil de otros personajes como Joaquín López Dóriga y Ciro Gómez Leiva, por mencionar algunos de los que ahora se muestran condescendientes con López Obrador. Y aunque parezca contradictorio, varios de ellos son los que están preocupados por regresar a los tiempos del culto al presidencialismo. Manténganse críticos y acechantes cómo lo fueron por años, no se amilanen ante el poder de tan sólo 30 millones de sufragios.