No era necesario adoctrinar a nadie. Ni siquiera escribir postulados o libros. Tampoco arengar en las plazas. Para resistir, al zapatismo le bastó con el trabajo en la milpa; la tierra desparramándose entre las manos; la coa sumergida y los granos de maíz depositados en ese vientre húmedo. La yunta, parsimoniosa, cubriendo las semillas y formando surcos.

Al zapatismo le bastó con el trabajo de escarda y de amontonar tierra en cada mata; le bastó que indígenas y campesinos vieran crecer y jilotear la milpa; que pizcaran cuando las lluvias aún no se retiran por completo y que levantaran mogotes con las cañas resecas. Que erigieran colotes al sol; desgranaran las mazorcas, y que el comal rebosara de tortillas sobre el tlecuil.

Le bastó con que las comunidades siguieran subiendo al monte, se reconocieran en él y procuraran ceremonias en los ojos de agua. Con la recolección de quelites y hongos; la lectura del viento y la atención a los mensajes de las luciérnagas. Y con la honra los muertos, como integrantes presentes y activos de las familias.

Al zapatismo no lo sostuvieron manos diestras en el uso de la pluma, las máquinas de escribir o las computadoras. Lo sostuvieron y lo sostienen las manos que empuñan la coa, el azadón, el machete y, cuando es preciso, el fusil. Lo sostiene el trabajo comunitario, la identidad cultural, la asamblea.

Por ello ha sido imbatible. Sin nombrarse necesariamente “zapatismo” ha articulado, a lo largo del país, resistencias casi siempre pacíficas y varias armadas luego del “fin” de la Revolución Mexicana.

Entre las armadas se encuentran las que encabezó Rubén Jaramillo en 1942-1943 y 1957 en los montes de Morelos y Puebla. Fue asesinado junto con sus hijos y su esposa embarazada en 1962, cuando su movimiento ya era pacífico.

Tres años después, ¿acaso no podría considerarse zapatista el movimiento de aquellos muchachos campesinos, estudiantes universitarios y normalistas rurales que derivó en el primer movimiento guerrillero “moderno”? El Grupo Popular de Guerrillero que, encabezado por Arturo Gámiz asaltó el Cuartel de Madera, Chihuahua, tenía claras reivindicaciones campesinas de resistencia frente a los terratenientes acaparadores y explotadores.

Y Guerrero: cómo olvidar a los campesinos que a finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, en la sierra de Atoyac cobijaron e impulsaron al maestro de Aytozinapa, Lucio Cabañas Barrientos, bajo el lema: “Ser pueblo, hacer pueblo, estar con el pueblo”, que es otro modo de decir: “Mandar obedeciendo”. Se nombraron en aquellos días el Partido de los Pobres. Y Genaro Vázquez Rojas, otro normalista rural, desde San Luis Acatlán, con la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria dando forma entonces a lo que décadas después emergería como Policía Comunitaria.

Luego 1994, el volcán del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Sin más que agregar a su histórico “De qué nos van a perdonar” al responder al “perdón” que les otorgaba el poder luego de haberse alzado en armas: “[…] ¿De no haber aceptado humildemente la gigantesca carga histórica de desprecio y abandono? […]”. Y al preguntarse quién puede otorgar tal perdón: “[…] ¿Los que nos negaron el derecho y don de nuestras gentes de gobernar y gobernarnos? ¿Los que negaron el respeto a nuestra costumbre, a nuestro color, a nuestra lengua? […]”.

Es una lista somera de las luchas armadas de inspiración zapatista. No están todas. Son algunos ejemplos.

Pero, como señalábamos, la mayoría han sido siempre de transformación o de resistencia de carácter pacífico. Y son innumerables: cuántas movilizaciones de comunidades para reclamar tierra y libertad, resistir a una minera, una represa o cualquier otro “megaproyecto”, oponerse a expropiaciones y al despojo de montes y aguas. Ahí tenemos hoy al Congreso Nacional Indígena, con su Concejo Indígena de Gobierno, un foro permanente de diálogo entre comunidades de los 66 pueblos indios que pueblan este territorio desde antes que se llamara México y que resisten el peor embate desde la época de la Conquista.

Para recordar a Zapata, a 100 años de su asesinato, sólo nombraremos aquí un nombre y un estado, sabiendo que sería imposible enlistar los cientos de resistencias pacíficas que se desarrollan en el país: Samir Flores Soberanes, Morelos.

En palabras del indígena nahua, de la comunidad de Amilcingo: “Se supone que él llegó [al poder] por el partido de la izquierda. Se nos hace insensato y absurdo que nos venga a fregar con esto. Estamos convencidos de que [los políticos] del color que sean siempre arremeten contra el pueblo. Se dicen de izquierda pero cuando asumen el cargo, toman el poder, solamente velan por sus intereses”. Se refería a la llegada de Graco Ramírez como gobernador de Morelos en 2012.

Entonces Samir también advirtió: “Los pueblos no estamos dispuestos a renunciar a nuestras tierras; no estamos dispuestos a renunciar a nuestras vidas; no estamos dispuestos a renunciar al agua, al medio ambiente y al futuro de nuestros hijos y de nuestros nietos; porque la tierra no se vende. La tierra, como lo dijera el buen Zapata, es de quien la trabaja, mas no de los extranjeros, mas no de los inversionistas, mas no de los gobernantes que hoy se creen los dueños de la tierra, del agua y de nuestras vidas”.

Fue asesinado el 20 de febrero pasado, a unos días de que el nuevo gobierno “de izquierda” de Andrés Manuel López Obrador celebrara una consulta para legitimar el megaproyecto al que se oponía Samir y se oponen los pueblos campesinos del Oriente de Morelos: una termoeléctrica y un sistema de gasoductos.

Vienen tiempos duros para los pueblos originarios y mestizos. A 100 años de la traición y muerte de Emiliano, vuelven a enfrentarse el maderismo (hoy otra vez en el poder) y el zapatismo. El Plan de Ayala hoy sigue siendo un plan de acción. Y el lema, de origen anarquista hecho zapatista en tierras mexicanas, “Tierra y Libertad”, acompaña los puños levantados, los paliacates en el rostro y los sombreros bien calados.

Fragmentos

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Fuente
Contralínea (México)