Este artículo es parte del libro De la impostura del 11 de septiembre a ‎Donald ‎Trump. ‎Ante nuestra ‎mirada, la gran farsa de las primaveras árabes.‎
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Correo electrónico confidencial dirigido al ministro francés de Defensa, Gerard Longuet, ‎con vista a un arreglo pacífico en la guerra contra Libia. Muammar el-Kadhafi se retiraría de la ‎vida política y varios miembros del gobierno garantizarían la continuidad del Estado. ‎El ministro Gerard Longuet menciona esta negociación el 10 de julio de 2011, en una emisión ‎de BFMTV.‎

22- La caída de la Yamahiriya Árabe Libia

Volvamos a la guerra. Francia es el país que más se implica en las operaciones ‎militares ‎contra ‎Libia, al extremo de realizar la tercera parte de esas operaciones, mientras ‎que ‎Estados Unidos ‎sólo realiza una quinta parte y el Reino Unido solamente una décima parte. ‎

Al inicio de las operaciones, sólo existe una simple coordinación entre los ejércitos ‎de ‎la coalición. ‎Pero, a partir del 31 de marzo de 2011, Washington impone el mando único ‎de ‎la OTAN. Las ‎fuerzas armadas francesas pasan así a verse bajo las órdenes del ‎almirante ‎estadounidense James ‎G. Stavridis y de sus segundos –el general canadiense Charles ‎Bouchard, ‎el general estadounidense ‎Ralph J. Jodice II y el vicealmirante italiano Rinaldo Veri. ‎Otros países ‎que no son miembros de la ‎alianza atlántica también se enrolan en la nueva ‎coalición ‎‎“a la carta”. ‎

Eso implica que el estado mayor francés no tiene conocimiento de la estrategia ‎general de ‎la guerra. Sólo sabe lo que se le ordena que haga y lo que la OTAN tiene a bien ‎comunicarle. ‎En todo caso, las fuerzas francesas implicadas carecen del equipamiento necesario y ‎no son ‎nada homogéneas, lo cual las hace extremadamente dependientes de la OTAN. ‎

Al inicio de la agresión contra Libia, Francia participa en la matanza perpetrada contra los ‎‎40 000 hombres del ‎ejército libio reagrupados junto a la ciudad de Bengazi, quizás por creer que ‎esa fuerza se ‎disponía a masacrar a la población. Durante los 5 meses siguientes, ‎Francia se limita a bombardear ‎los objetivos que se le asignan. Pero dispone de algunas fuerzas ‎terrestres que asumen la ‎coordinación con los sublevados. Francia tendrá así que acabar ‎reconociendo lo evidente y ‎admitiendo las verdaderas razones del desorden inicial en el seno de ‎la coalición: los sublevados ‎son pocos y se trata principalmente de miembros del Grupo Islámico ‎Combatiente en Libia (GICL), ‎o sea son hombres de al-Qaeda. ‎

El ministro francés del Interior, Claude Gueant (a la izquierda en la foto), y ‎el ministro de Defensa, Gerard Longuet (a la derecha), son los únicos que se inquietan ante la ‎deriva francesa y piden al consejo de ministros que Francia se retire de las guerras contra Libia ‎y Siria.

El ministro francés de Defensa, Gerard Longuet, recibe informes muy precisos sobre ‎las ‎gigantescas manifestaciones contra la OTAN que responden al llamado de Muammar el-‎Kadhafi en ‎las regiones de Tripolitania y Fezzan. Basándose en esos informes, el ministro expresa ‎en ‎privado al presidente Sarkozy su oposición a la guerra [1]. A él se une el ministro del Interior y ‎ex ‎secretario general de la presidencia de la República, Claude Gueant, quien tiene todavía más ‎información ‎sobre el asunto. Un tercer responsable, el director central de la seguridad interna, ‎Bernard ‎Squarcini, les aporta su apoyo. ‎

El 29 de marzo, el Reino Unido y Francia organizan en Londres una reunión con sus ‎principales ‎aliados. Allí se decide que los salarios que se pagan a los miembros del Consejo ‎Nacional de ‎Transición libio saldrán, a través del Libyan Information Exchange Mechanism ‎‎(LIEM), de los fondos ‎libios congelados. Esta decisión viola doblemente el Derecho Internacional, ‎que prohíbe a los ‎Estados inmiscuirse en un conflicto nacional mediante el pago de salarios a ‎los opositores –estos ‎últimos, al recibir pagos de potencias extranjeras, tendrían incluso que ‎ser considerados espías. Y, ‎por supuesto, el Derecho Internacional también prohíbe que ‎los Estados utilicen en beneficio ‎propio los fondos congelados de otro Estado. ‎

Es sólo en ese momento cuando Nicolas Sarkozy se entera de la dimensión del tesoro de Libia: ‎‎150 ‎‎000 millones de dólares, entre los que se cuentan 143 toneladas de oro y casi la misma ‎cantidad de ‎toneladas de plata. Rápidamente, el ministro del Interior Claude Gueant es autorizado ‎a enviar un ‎ex director de la Policía Nacional, el prefecto Edouard Lacroix, a ofrecer a Kadhafi un ‎cómodo ‎retiro en Francia a cambio de una parte de ese tesoro. ‎

El director general del Fondo Monetario Internacional, el francés ‎Dominique Strauss-Kahn, es arrestado en Nueva York cuando se disponía a partir hacia Berlín, ‎desde donde debía viajar a Trípoli, la capital libia. Finalmente, el fiscal estadounidense ‎abandonará los cargos en su contra.

Las cosas se complican el 14 de mayo con el arresto en Nueva York del director general del ‎Fondo ‎Monetario Internacional (FMI), el francés Dominique Strauss-Kahn. ‎

La neutralización de su rival socialista –candidato más que probable a la elección presidencial ‎a la cual Sarkozy planea presentarse en busca de un segundo mandato– es una buena noticia ‎para el‏ ‏ocupante del palacio del Elíseo, quien se entera además de otra cosa que refuerza ‎su deseo de ‎sacar el máximo provecho personal de la guerra contra Libia. En el momento de ‎su arresto, ‎Strauss-Kahn se disponía a viajar a Trípoli, pasando por Berlín, y tenía previsto ‎reunirse con ‎Muammar el-Kadhafi, en compañía de un colaborador de Angela Merkel. En el ‎encuentro iba a ‎hablarse de las experiencias monetarias de Libia –cómo vivir sin utilizar el dólar ‎estadounidense ni ‎el franco CFA ‎. Después del encuentro, estaba previsto que lo conversado ‎en Trípoli se informara ‎en la reunión del G8 que tendria lugar, días después, en la ciudad ‎francesa de Deauville. Es evidente que ‎Strauss-Kahn ha caído en una trampa preparada ‎por gente muy conocedora de sus antecedentes. ‎Sus abogados corren a Tel Aviv en busca de ‎ayuda, pero no hay nada que hacer. Los partidarios del ‎complejo militaro-industrial se imponen ‎nuevamente ante los del dinero apátrida [2]. ‎

En momentos en que progresan las negociaciones secretas franco-libias, ‎el subsecretario ‎de ‎Estado estadounidense Jeffrey Feltman interviene desde Washington y ‎ordena a París ‎poner fin a ‎esos contactos.‎
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Nicolas Sarkozy, David Cameron y el emir Al-Thani crean un nuevo ‎banco ‎central “libio” y una nueva ‎compañía petrolera que trabajará con la compañía petrolera ‎francesa ‎Total y con la británica BP. ‎El Consejo Nacional de Transición libio recibe autorización ‎para vender ‎el petróleo libio en el ‎mercado internacional, bajo el control de Qatar, y quedarse ‎con ‎los ingresos. El mero interés por ‎la obtención de ganancias es tan grande que nadie espera ‎a ‎que termine el conflicto. En carta ‎dirigida al emir de Qatar, el Consejo Nacional de ‎Transición ‎confirma que atribuye a Francia un 35% ‎del crudo, cuota directamente ‎proporcional a la ‎participación francesa en los bombardeos de ‎la coalición internacional contra ‎el pueblo libio.‎

Después de lograda la separación de Cirenaica del resto de Libia y ya reiniciada la ‎explotación ‎de ‎su petróleo, nada significativo sucede en el terreno. Los habitantes de Bengazi –‎‎al ‎considerarse nuevamente independientes– no sienten interés por el futuro de ‎las otras ‎dos ‎grandes regiones libias: Tripolitania y Fezzan. ‎

Durante los 5 meses siguientes, varias personalidades francesas viajan a Libia. Entre ellas ‎están ‎los ‎abogados Roland Dumas y Jacques Verges, quienes proponen a los libios asumir la defensa de ‎sus ‎intereses para levantar el congelamiento ilegal de los fondos libios en Francia, ‎que suman ‎‎400 ‎millones de euros. Roland Dumas y Jacques Verges exigen un pago proporcional ‎a esa suma y ‎se ‎van de Trípoli con 4 millones de euros en dinero contante y sonante, obtenidos ‎como ‎pago ‎adelantado. Luego envían por fax al ministro francés de Exteriores, Alain Juppé, ‎un ‎texto ‎solicitándole que precise las razones del congelamiento de los fondos libios. La caída de ‎la Yamahiriya ‎Árabe ‎Libia se produce en agosto, así que Roland Dumas y Jacques Verges ‎nunca llegarán a realizar ‎el ‎trabajo tan ampliamente remunerado por la Libia de Kadhafi.‎

Otro abogado francés, Marcel Ceccaldi, acepta asumir la representación legal del libio Khaled al-‎‎‎Hamedi. La esposa y los hijos de Khaled al-Hamedi fueron asesinados por la OTAN durante ‎un ‎bombardeo ‎selectivo, cuyo objetivo era presionar al padre de Khaled, hijo de un ‎conocido ‎compañero de ‎armas de Kadhafi [3]. Este abogado inicia también varios ‎procedimientos ante los ‎tribunales ‎internacionales africanos para obtener por esa vía varias ‎decisiones favorables antes ‎de dirigirse a la ‎ONU. Después de la caída de Libia, Ceccaldi ‎se convierte en consejero del jefe ‎de la oficina del ‎Guía y negocia la suspensión de las acciones ‎legales iniciadas contra este ‎a cambio de que no ‎publique las grabaciones de las conversaciones ‎sostenidas con Ziad ‎Takieddine durante las ‎negociaciones y el pago de la campaña electoral de ‎Nicolas Sarkozy. ‎Aun siendo también un ‎aventurero, el abogado Ceccaldi respeta ‎escrupulosamente sus ‎compromisos, incluso después de ‎la caída de la Yamahiriya.‎

Dominique de Villepin también tratará de obtener beneficios ‎personales. ‎Junto a su amigo Alexandre Djouhri, de Villepin (a la izquierda en la foto) trata de ‎obtener una reunión con Kadhafi, pero no como ‎ex primer ministro francés sino en nombre ‎del emir de Qatar.

Por su parte, el ex primer ministro francés Dominique de Villepin viaja a Jerba (Túnez) y ‎solicita ‎ser ‎recibido en Trípoli. De Villepin está ejerciendo nuevamente como abogado y ‎representa al emir de Qatar. ‎Lo ‎acompaña un amigo del presidente Sarkozy, Alexandre Djouhri, ‎quien ya había ‎servido ‎antes de intermediario ante Libia. De Villepin es portador de una ‎proposición de ‎rendición ‎a cambio de un salvoconducto para Kadhafi y su familia. Trípoli envía ‎emisarios para ‎recoger ‎información sobre la propuesta pero de Villepin y su acompañante ‎no son finalmente ‎autorizados ‎a entrar en Libia. ‎

En lo que me concierne, luego de recibir una invitación de la hija del Guía, Aisha Kadhafi, yo ‎viajo ‎a ‎Libia para ver con mis propios ojos lo que sucede en el país. Después de haber oído a ‎Fidel ‎Castro ‎hablar con admiración de Muammar el-Kadhafi, y sabiendo que el Comandante ‎de ‎la Revolución ‎Cubana no es hombre que hable a la ligera, yo tenía la impresión de haber ‎sido ‎manipulado en ‎contra del Guía libio. Cuando llego a Libia compruebo que los barrios ‎de Trípoli ‎que el Consejo de ‎Derechos Humanos de las Naciones Unidas describía como arrasados ‎por la ‎aviación libia nunca fueron bombardeados. Observo que el derecho internacional favorece ‎a la ‎Yamahiriya y ‎redacto un plan para dar a conocer la verdad y salvar el país en el ‎plano ‎diplomático. Pero el jefe ‎de los servicios secretos, Abdullah Senussi, está convencido de ‎que soy ‎un espía. Así que me hacen ‎esperar, para tener tiempo de verificar mi ‎currículum. ‎Francia envía entonces una falsa ‎delegación de respaldo a Libia, cuyos miembros son ‎todos ‎‎“militantes” provenientes de… los ‎servicios de inteligencia. Estos presentan un expediente ‎sobre ‎mi oposición al acuerdo que Libia ‎había concluido con la administración Bush –‎duras ‎declaraciones que nunca escondí y que habían ‎motivado la invitación de Aisha Kadhafi ‎a venir a‏ ‏Libia para que pudiera ver los hechos por mí mismo. El ‎resultado es lo contrario de ‎lo que ‎esperaban los agentes: el ministro libio de Exteriores, Mussa Kussa, ‎acaba de desertar –‎‎pasándose al bando de los británicos– y Muammar el-Kadhafi me incorpora ‎a ‎su gobierno, ‎confiándome la tarea de negociar varias alianzas y de preparar la participación ‎de la ‎Yamahiriya ‎en la Asamblea General de la ONU –en septiembre. Como me niego a que ‎me paguen ‎por lo ‎que considero una acción de carácter político, se decide que si logro que ‎la ONU declare ‎ilegal ‎la intervención de la OTAN, dirigiré la redacción de un canal de televisión ‎en inglés, ‎cuyo ‎equipamiento se compra en Malta, y que estará bajo la presidencia de Khaled ‎Bazelya. ‎A pesar de todo, ‎sólo dispondré de un poder muy relativo ya que Muammar el-‎Kadhafi ‎sigue negociando, por otra ‎vía, con Israel, Francia y Estados Unidos. ‎

Gran parte del gobierno libio ha desertado. Sólo quedan 6 ministros, 2 de ellos ‎personas ‎realmente ‎incapaces. Y las posiciones de esos personajes, a pesar de lo que aparentan, ‎son ‎en realidad poco ‎claras. Otros, como el ministro del Petróleo, Chukri Ghanem, ‎simulan ‎desertar para poder viajar ‎nuevamente a Europa y desbloquear fondos libios. ‎Todos desconfían ‎de todos. Sospechoso de ‎haberse pasado al enemigo, el ministro Abdul Ati ‎al-Obeidi es ‎arrestado y torturado por orden del ‎jefe de los servicios secretos, Abdullah Senussi. ‎Al cabo de ‎todo un día de torturas, Senussi se da ‎cuenta de su error. Consciente de que ‎aún puede tratar de ‎salvar a su pueblo, el ministro retoma ‎heroicamente su trabajo, renqueante ‎y adolorido, pero ‎sin quejarse.‎

Al igual que su Guía, la Yamahiriya Árabe Libia carece de una política de alianzas. Al inicio ‎de ‎la ‎agresión, Libia no tiene más amigos que unos pocos Estados africanos –como Sudáfrica–‎‎ ‎más ‎Cuba, Siria y Venezuela. Es traicionada por la Rusia de Dimitri Medvedev –‎entonces ‎presidente–, lo cual provoca una enérgica reacción del embajador ruso en Trípoli, ‎Vladimir ‎Chamov [4] –quien ‎acabará ‎siendo ‎depuesto por Moscú– y del primer ministro Vladimir Putin, quien se halla ‎a la espera de que llegue ‎su ‎momento. China, país con el cual la Yamahiriya tiene una importante ‎divergencia en el ‎Cuerno ‎Africano, se niega a tomar partido sobre el tema libio. Parte de los ‎antiguos aliados de ‎la ‎Yamahiriya incluso le vuelven la espalda, como el presidente de Senegal, ‎Abdoulaye Wade. ‎A pesar de haber recibido por mucho tiempo múltiples atenciones de parte ‎de Kadhafi, ‎el presidente Wade ‎es el primero en condenar al Guía libio y en hacerlo saber ‎públicamente. ‎

‎En aquel momento, yo temo que el caso del imam Moussa Sader, ‎desaparecido ‎en Libia o en Italia ‎en 1978, dificulte un acercamiento a los chiitas. Pero no será ‎así. A pesar de ‎las declaraciones ‎públicas de los dirigentes libaneses, parece que hay dudas sobre ‎la verdadera ‎personalidad de ‎Moussa Sader, fundador del movimiento chiita Amal, el Movimiento ‎de los ‎Desheredados –hoy ‎bajo la presidencia del millonario Nabih Berri–, y considerado ‎como ‎el hombre que sacó a los ‎chiitas libaneses de su antigua condición. Pero algunos consideran ‎que ‎Moussa Sader era un espía del shah de ‎Irán, lo cual puede haber contribuido a la escisión ‎entre el ‎Hezbollah y su partido. ‎ ‎ ‎

Yo doy gran importancia al restablecimiento de los vínculos entre la Yamahiriya e Irán, ‎que ‎acepta ‎recibir una delegación libia de muy alto nivel, y con la Resistencia libanesa. Entre ‎los ‎periodistas ‎presentes en Trípoli veo a la fotógrafa estadounidense Tara Todras-‎Whitehill. ‎Conocedor ‎del papel que esta mujer había desempeñado por cuenta del Mossad israelí ‎en el ‎asesinato del ex primer ministro ‎libanés Rafic Hariri, propongo retenerla en Trípoli, ‎informar ‎al Líbano y preparar su extradición ‎como muestra de buena voluntad. Fue un error de mi ‎parte: ‎Kadhafi, que prosigue sus contactos con los ‎israelíes, envía uno de sus hijos a negociar ‎con ‎Tel Aviv. Senussi se pregunta de nuevo si no sería ‎mejor encerrarme y Todras-‎Whitehill ‎me desafía cuando volvemos a encontrarnos. ‎

La célebre fotorreportera estadounidense Tara Todras-Whitehill ‎es ‎probablemente agente del Mosad israelí. Según la investigación del ex inspector alemán de ‎la ‎policía judicial, Jurgen Cain Kulbel, esta fotorreportera desempeñó un papel ‎central en el ‎asesinato del ex primer ministro libanés Rafic Hariri.

Ya para entonces, el Guía se sume en un universo irracional. Da albergue a una beduina ‎que ‎entra ‎en trance, y cree que los ángeles le hablan a través de esa mujer, quien ‎lo convence ‎de que todo ‎acabará bien. En cierto momento, Estados Unidos se retira del ‎conflicto tan ‎bruscamente como ‎antes lo había propiciado, sin explicación. Esa beduina y ‎su familia son la ‎expresión de un ‎profundo oscurantismo, que hace imposible toda discusión. ‎Cuando hago alguna ‎pregunta ‎ingenua, su padre me responde que «acepta hablarle al infiel» –‎o sea, hablar ‎conmigo– y que «eso ‎no le molesta». ‎

El 22 de junio, aviones franceses bombardean la antena transmisora de la televisión libia ‎en ‎el ‎preciso momento en que Yussef Shakir, periodista estrella y ex miembro de al-Qaeda, ‎me daba ‎la ‎palabra. ‎

Tratando de que la opinión pública extranjera sea testigo de lo que pasa en el país, ‎la ‎Yamahiriya ‎autoriza la prensa extranjera a cubrir la guerra. Cientos de periodistas del ‎mundo ‎entero llegan a ‎Libia para ver los daños causados por los bombardeos de la OTAN. ‎Sucede ‎entonces, en casos de ‎bombardeos fallidos –o sea, bombardeos que habían ‎afectado ‎edificaciones que no eran los blancos ‎seleccionados por la OTAN–, que siempre ‎se produce un ‎segundo bombardeo –más certero– ‎justo ‎‏después del paso de los periodistas. ‎Como no logra ‎identificar a los que están en contacto con la ‎OTAN, Kadhafi decide reunir a ‎todos los periodistas ‎extranjeros en el hotel Rixos, de donde sólo ‎podrán salir acompañados de ‎policías. Las oficinas ‎del vocero del gobierno, Mussa Ibrahim, están ‎también en ese hotel. Un día, ‎mientras el equipo ‎del vocero del gobierno está en plena ‎labor, todos sus ordenadores ‎son blanco de un ataque ‎informático. Los datos pasan a toda ‎velocidad por las pantallas, ‎los teclados no responden y ‎hay que cortar la electricidad para ‎interrumpir el ataque. Y ‎nuevamente es imposible determinar ‎qué “periodistas” son los ‎organizadores del ataque ‎informático. El jefe de los servicios secretos ‎libios, Abdullah Senussi ‎decide entonces recurrir a un ‎programa informático que había comprado a ‎una firma francesa y ‎que permite piratear todos ‎los mensajes que han pasado por una cuenta de ‎correo electrónico ‎desde su creación ‎penetrando en la memoria del servidor que los almacena. ‎Los resultados son ‎insólitos: ‎casi todos los periodistas –exceptuando los rusos, ‎los sudamericanos y el corresponsal ‎de la ‎AFP– son espías que trabajan principalmente para ‎la CIA estadounidense y para el MI6 ‎británico, ‎incluyendo a los franceses. Antes de venir a Libia, ‎y desde ordenadores que no traen ‎con ellos, ‎todos habían enviado y recibido por correo ‎electrónico expedientes de inscripción u ‎órdenes sobre ‎las misiones a realizar durante ‎su estancia en Libia. ‎

Los equipos de televisión se componen generalmente de 3 o 4 personas. El corresponsal ‎de ‎guerra ‎que aparece en pantalla está en contacto con la central del servicio de inteligencia ‎que ‎lo envía, a la ‎que proporciona información sobre los teatros de operaciones. La mayoría ‎ya ‎habían trabajado en ‎las guerras contra Afganistán e Irak antes de venir a Libia –a pesar de ‎las ‎apariencias, no son ‎numerosos. El equipo de televisión cuenta con dos técnicos que ‎garantizan ‎las grabaciones de ‎video y audio y que generalmente son miembros de las fuerzas ‎espaciales. ‎Para terminar, los‎‏ ‏equipos estadounidenses incluyen además un productor, que ‎en realidad es ‎un agente operativo ‎encargado de una misión específica. ‎

Los bombardeos diarios, aunque son en general extremadamente selectivos, dejan ‎siempre ‎numerosos ‎muertos y heridos: las llamadas «víctimas colaterales». Además, ciertos ‎blancos ‎se seleccionan ‎con objetivos realmente criminales, como lo hacen los delincuentes, ‎para intimidar a la gente y obligarla a aceptar la sumisión. ‎

La política se desarrolla en 3 hoteles: todos los dirigentes políticos, con excepción ‎del ‎Guía, ‎permanecen agrupados –para garantizar su seguridad– en el hotel Radisson ‎Blue; ‎los invitados ‎extranjeros son recibidos en el hotel Corinthia –convertido después en sede ‎del ‎gobierno ‎provisional, luego del derrocamiento de la Yamahiriya– mientras que ‎los periodistas ‎se ‎mantienen bajo vigilancia en el hotel Rixos, que acabará siendo parcialmente ‎destruido. ‎

El ministro francés de Defensa, Gerard Longuet (a la izquierda), aparece en ‎esta foto acompañado del ministro de Exteriores, Alain Juppé. Los dos se detestan pero ‎mantienen relaciones cordiales. Longuet trató inútilmente de oponerse a la guerra contra Libia ‎mientras que Juppé organizó la entrada de Francia en la agresión contra la Yamahiriya.

La OTAN organiza una reunión secreta en el Joint Force Command, con sede en la ciudad italiana ‎de Nápoles. El representante de Francia en esa reunión no es su ministro de Defensa, Gerard ‎Longuet, contrario a la guerra, sino el ministro de Exteriores Alain Juppé. En 2004, el entonces ‎ya ex primer ministro Alain Juppé había sido condenado por el Tribunal de Apelaciones de ‎Nanterre, en París, a 14 meses de cárcel con suspensión de pena y un año de exclusión de todo ‎cargo electivo por haber utilizado su cargo en función de intereses personales. Este veredicto, ‎extremadamente clemente para alguien que había sido condenado en primera instancia a ‎‎10 años de exclusión de todo cargo electivo, lo llevó a abandonar Francia e irse a vivir por ‎un año en Quebec, Canadá. Pero en realidad, Juppé pasaba largas semanas en Washington, ‎donde su ambición lo lleva a convertirse en neoconservador. Interrogado sobre la presencia de ‎Juppé en la reunión de la OTAN en Nápoles, su personal del ministerio de Exteriores responde ‎que no pudo estar allí porque «se hallaba de vacaciones» en esa fecha.‎

Para crear en Libia el “ejército de liberación nacional”, Francia escoge a los generales Abdelfattah ‎Yunes y Khalifa Haftar. Hasta febrero, el general Yunes había sido uno de los camaradas de armas ‎más cercanos de Kadhafi. La DGSE francesa creyó haberlo hecho cambiar ‎de bando, pero en realidad Yunes seguía en contacto con Saif al-Islam Kadhafi, uno de los hijos ‎del Guía. Por su parte, el general Haftar había traicionado a su país durante la guerra en Chad. ‎Haftar trabajó para Francia y para Estados Unidos antes de huir e instalarse en Langley (Estados ‎Unidos), junto a la sede de la CIA. Yunes es arrestado, torturado, mutilado y asesinado a finales ‎de julio. Su cuerpo fue parcialmente cocinado e incluso también parcialmente devorado por los ‎asesinos. Aunque todos fingen ignorar lo que pasó con él, Yunes fue ejecutado –como resultado ‎de una trampa que le tendió Mustafá Abdel-Jalil– por los hombres de Abdelhakim Belhadj –‎miembro de al-Qaeda–, que conforman la “Brigada 17 de Febrero”.‎

El ex primer ministro libio Baghdadi Mahmudi (a la derecha en la foto) ‎se encargaba de las negociaciones secretas con el ministro francés de Defensa Gerard ‎Longuet. Aunque era extremadamente fiel a Kadhafi, Mahmudi denunciaba el ‎comportamiento de los hijos del Guía. Después de la guerra, Mahmudi fue condenado ‎a muerte, antes de ser finalmente liberado gracias a su abogado, el francés Marcel Ceccaldi, ‎en julio de 2019.‎

Justo antes de iniciarse la reunión de la OTAN en Nápoles, un negociador enviado en secreto ‎por el presidente francés Sarkozy abandona Trípoli precipitadamente, en una lancha con motor ‎fuera de borda. Es porque se ha decidido poner fin a la cuestión libia de una vez y por todas. ‎La trampa se cierra y a partir de ese momento se hace imposible entrar o salir de Trípoli, ‎ya sea por aire, tierra o mar. Mientras tanto, el parlamento francés autoriza el ataque ‎contra Libia. En la Asamblea Nacional de Francia, donde aún se ignora lo que se trama entre bastidores, ‎el presidente del grupo sarkozysta, Christian Jacob, no vacila en rendir hipócritamente homenaje ‎a los militares franceses enviados a Libia:‎

“Esos soldados, a menudo muy jóvenes, se enrolaron para defender nuestro país y ‎sus valores, arriesgando sus vidas. Sabemos cuánto les debemos y toda Francia está ‎consciente del valor de su sacrificio.”

Aunque está revelando que esos militares franceses han sido enviados a otro país en el marco de ‎una guerra de conquista colonial, muy lejos de los valores republicanos de Francia, Christian ‎Jacob exclama, bajo una salva de aplausos de sus correligionarios: ‎

“La bandera francesa flota en Bengazi y eso es para nosotros fuente de inmenso ‎orgullo.”

Mientras yo explico a mis amigos que el Consejo Atlántico nunca autorizaría la OTAN a ir ‎más allá del mandato del Consejo de Seguridad de la ONU para bombardear Trípoli, Washington ‎pisotea los estatutos de la alianza atlántica. En lo que constituye una verdadera conspiración, ‎Estados Unidos reúne en Nápoles un «Comité de Defensa» secreto. Son invitados a ‎participar sólo los países más cercanos a Washington –Francia, Italia, Reino Unido y Turquía– y ‎algunos compinches de la región –Arabia Saudita, Israel y Qatar. Juntos, esos países definen ‎cómo van a utilizar los medios de la OTAN y poner al Consejo Atlántico ante hechos consumados. ‎

El estadounidense Walter E. Fauntroy (a la derecha en la foto, junto ‎al autor), compañero de lucha de Martin Luther King, testimonia haber visto personalmente ‎soldados regulares franceses y daneses decapitando libios junto a los yihadistas. Fauntroy será ‎inmediatamente acusado de estafa en su país y tendrá que huir a Dubai. Varios años después, ‎las acusaciones emitidas contra Fauntroy serán desechadas.

La lista de decisiones adoptadas en la reunión de Nápoles precisa los objetivos de cada unidad y ‎las fuerzas especiales francesas reciben orden de proceder a mi eliminación física. Al día siguiente ‎de la caída de Trípoli, los invasores distribuyen por toda la ciudad avisos de búsqueda con las ‎identidades de una quincena de libios y la mía. Junto a mis compañeros, logro pasar a través de ‎las mallas de la red gracias a varios países y personas –como Walter E. Fauntroy, ex miembro del ‎Congreso de Estados Unidos y ex asistente de Martin Luther King Jr.– entre las que se cuentan ‎equipos de la televisión francesa y de la televisión rusa que acaban de llegar. Ya de regreso en ‎Estados Unidos, Fauntroy atestigua que vio personalmente soldados regulares de Francia y de ‎Dinamarca decapitando libios junto a los terroristas de al-Qaeda. ‎

La toma de Trípoli es un diluvio de fuego que dura 3 días. Alrededor de 40 000 personas son ‎asesinadas en esos días, sin que se haga distinción alguna entre militares y civiles, reeditando así ‎la masacre que las tropas italianas habían perpetrado en 1911. Todos los puntos de control ‎instalados en los cruces de las principales arterias de la ciudad son bombardeados y los ‎helicópteros británicos sobrevuelan después las calles a baja altura ametrallando ‎indiscriminadamente todo lo que se mueve en tierra. Trípoli no fue defendida correctamente ‎porque el gobernador militar, previamente sobornado por la OTAN, había enviado los soldados a ‎sus casas justo antes del ataque. ‎

Durante la batalla final en Trípoli, Muammar el-Kadhafi se refugia en un bunker construido bajo el ‎hotel Rixos, el mismo hotel donde había concentrado a los “periodistas” extranjeros. Como ‎la presencia de estos últimos impide a la coalición atacar el hotel desde el aire, la brigada de al-‎Qaeda encabezada por el irlandés Mehdi al-Harati –un agente de la CIA que había participado en ‎la operación turca de la Flotilla de la Libertad hacia Gaza–, y bajo las órdenes de miembros de las ‎fuerzas especiales francesas, rodea el edificio, defendido por uno de los hijos del Guía, Khamis el-‎Kadhafi, y sus hombres. ‎

Al confirmarse la derrota, los miembros de la familia Kadhafi huyen a Sirte. Por mi parte, ‎después de reunirme con los Guardianes de la Revolución que la República Islámica de Irán había ‎enviado a rescatarme, logro huir hacia la isla de Malta en un pequeño barco que la República ‎Checa había fletado para la Organización Internacional para las Migraciones. Antes de nuestra ‎partida, mis compañeros y yo somos sometidos a cuidadosos registros sucesivamente por ‎hombres de la OTAN, de los Senussis, de la Hermandad Musulmana y de al-Qaeda. Las personas ‎que podrán partir en el barco son seleccionadas, de común acuerdo, por la OTAN –que acaba de ‎cambiar de opinión sobre qué hacer conmigo– y por los kadhafistas para que ambos bandos ‎les permitan cruzar las líneas de combate. A bordo del barco me encuentro tanto a la ex amante ‎de Saif al-Islam Kadhafi como a los miembros de las fuerzas especiales italianas que iniciaron ‎el conflicto disparando desde los techos de Bengazi sobre los manifestantes y también contra la ‎policía, el 16 de febrero de 2011. ‎

Ya en Sirte, el Guía negocia con israelíes su salida hacia Chad. Pero es una trampa. El 20 de ‎octubre, Kadhafi es capturado por hombres de las fuerzas francesas y de al-Qaeda, violado, ‎torturado y asesinado. ‎

La Yamahiriya ha dejado de existir pero, lejos de bajar sus armas, los “revolucionarios” libios –‎o sea, al-Qaeda– se ven entonces como antes, en Afganistán y en Yugoslavia, con el viento ‎completamente a su favor. ‎

23- Los yihadistas libios son enviados a Siria

Incluso antes de la caída definitiva de Trípoli, Estados Unidos concentra en el hotel Corinthia a ‎todos sus asalariados del Consejo Nacional de Transición libio y del mando de al-Qaeda en Libia. ‎Los servicios de inteligencia británicos se encargan de garantizar la protección del hotel, ‎mientras que los combates aún prosiguen en la ciudad, donde los cadáveres se amontonan en ‎las calles desiertas. El ex número 3 de al-Qaeda a nivel mundial, Abdelhakim Belhadj, es ‎nombrado gobernador militar de la capital libia. ‎

En Francia, el 26 de agosto, Alain Juppé declara al diario francés Le Parisien: ‎

“Cuando me preguntan sobre el costo de la operación –el ministerio de Defensa ‎habla de un millón de euros diarios–, yo señalo que también se trata de una inversión ‎para el futuro. Los recursos del país fueron confiscados por Kadhafi, que acumuló ‎grandes cantidades de oro. Ese dinero debe servir al desarrollo de Libia; una Libia ‎próspera será un factor de equilibrio para la región.”

El 1º de septiembre, una conferencia internacional relámpago oficializa, en París, el «cambio ‎de régimen». Pero se libera menos de una décima parte de los 50 000 millones de dólares de ‎los fondos libios congelados. Se ignora a dónde fueron a parar los otros 100 000 millones que ‎quedaban en el Tesoro libio. ‎

Después de haber causado 120 000 muertos, Nicolas Sarkozy y David ‎Cameron festejan su victoria en Bengazi. Pero, ¿es una victoria frente a Muammar el-Kadhafi, ‎contra Tripolitania o contra los libios?‎

El 15 de septiembre, Nicolas Sarkozy, Alain Juppé y Bernard-Henri Levy viajan a Bengazi con David ‎Cameron, rodeados de cientos de policías y militares franceses y británicos a cargo de ‎su seguridad. Allí los aclaman triunfalmente 1 500 personas cuidadosamente seleccionadas. ‎Estos personajes vienen a tomar posesión del petróleo que han conquistado. Tras una breve ‎alocución, el presidente Sarkozy anuncia que Francia no sólo está junto a Libia sino con «todos ‎los pueblos árabes que quieran liberarse de su jefe». Ya sólo piensa en atacar Siria y apoderarse ‎de sus colosales reservas de gas. ‎

El emir al-Thani, soberano de Qatar, puede frotarse las manos. La prensa internacional ‎lo celebra como gran defensor de la democracia, mientras que en Qatar él practica el ‎esclavismo –la llamada Kafala. La conquista de Libia le ha costado sólo 20 000 toneladas de ‎armas y 400 millones de dólares. ‎

Con la caída de la Yamahiriya Árabe Libia, la cofradía de los Senussi ‎reimplanta la esclavitud.

Precisamente, al producirse el derrocamiento de la Yamahiriya Árabe Libia, grupos de pobladores ‎de Bengazi se dedican de inmediato a detener a los negros que no han podido escapar, los meten en jaulas y ‎los exhiben como animales. Resurge así la antigua tradición esclavista de los beduinos nómadas contra los pobladores negros sedentarios. ‎

Después de haber transformado Amnistía Internacional en una lucrativa ‎empresa de recogida de donaciones, Ian Martin se convirtió en representante especial del ‎secretario general de la ONU en Libia. El embajador de Rusia ante el Consejo de Seguridad, ‎Vitali Churkin, reveló que Ian Martin utilizó su cargo en la ONU para documentar como ‎‎“refugiados” a los yihadistas de al-Qaeda que habían luchado en Libia y trasladarlos a Siria.

En noviembre de 2011, el representante especial del secretario general de la ONU Ban Ki-moon y ex secretario general de ‎Amnistía Internacional, Ian Martin, organiza por vía marítima el traslado de 1 500 yihadistas de ‎al-Qaeda hacia Turquía [5]. Todos esos hombres, que viajan sin familias y armados, son oficialmente ‎‎“refugiados”. En realidad, se hallan bajo las órdenes de Abdelhakim Belhadj –quien sin embargo ‎conserva sus funciones en Trípoli– y de Mehdi al-Harati. Ya en Turquía, son enviados –en ‎autobuses fletados por el MIT (los servicios secretos turcos)– a Yabal al-Zuia, en suelo sirio. ‎Estos individuos constituyen la primera unidad del “Ejército Sirio Libre” (ESL), y responden a ‎un mando francés. Belhadj, cuya presencia en Siria es reportada por un periodista español del ‎diario ABC, quien lo reconoce personalmente en territorio sirio, vuelve a Libia en navidad. ‎Mehdi al-Harati creará entonces otro grupo armado, llamado “Liwaa al-Umma” (Brigada de la ‎Nación Islamica), para entrenar combatientes sirios. Ese grupo pasará de nuevo formar parte ‎del llamado Ejército Sirio Libre en septiembre de 2012. ‎

‎(Continuará)‎

La edición en español de este libro también existe en papel. ‎
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[1Pour la peau de Kadhafi: Guerres, secrets, mensonges: l’autre histoire (1969-2011), Roumiana Ougartchinska y Rosario Priore, Fayard, 2013.

[2«Obama, la guerra financiera y la eliminación de DSK», por Thierry Meyssan, Komsomolskaya Pravda (Rusia), Red Voltaire, 26 ‎de mayo de 2011.

[3«La masacre de Sorman», por ‎Thierry Meyssan, Red Voltaire, 2 de julio de 2011.

[5«Libia, los bandidos-revolucionarios y la ONU», ‎por Alexander Mezyaev, Strategic Culture Foundation (Rusia), Red Voltaire, 20 de abril ‎de 2012.