Continuamos la publicación por capítulos el libro de Thierry Meyssan Sous nos yeux, cuya edición en español se titula De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestra mirada, la gran farsa de las primaveras árabes. En esta parte veremos una Francia divida. Por un lado, el presidente Sarkozy se somete al juego de los anglosajones y su rival gaullista obedece a los intereses de Qatar mientras que dos ministros, aun siendo muy de derechas, se apoyan en el ex primer ministro libio Baghdadi Mahmoudi para tratar de defender al pueblo libio. En ese momento de la verdad cada actor se ve obligado a definir su posición, a pesar de sus temores. Muy pocos sabrán mantenerse fieles a sí mismos.
Este artículo es parte del libro De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestra mirada, la gran farsa de las primaveras árabes.
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22- La caída de la Yamahiriya Árabe Libia
Volvamos a la guerra. Francia es el país que más se implica en las operaciones militares contra Libia, al extremo de realizar la tercera parte de esas operaciones, mientras que Estados Unidos sólo realiza una quinta parte y el Reino Unido solamente una décima parte.
Al inicio de las operaciones, sólo existe una simple coordinación entre los ejércitos de la coalición. Pero, a partir del 31 de marzo de 2011, Washington impone el mando único de la OTAN. Las fuerzas armadas francesas pasan así a verse bajo las órdenes del almirante estadounidense James G. Stavridis y de sus segundos –el general canadiense Charles Bouchard, el general estadounidense Ralph J. Jodice II y el vicealmirante italiano Rinaldo Veri. Otros países que no son miembros de la alianza atlántica también se enrolan en la nueva coalición “a la carta”.
Eso implica que el estado mayor francés no tiene conocimiento de la estrategia general de la guerra. Sólo sabe lo que se le ordena que haga y lo que la OTAN tiene a bien comunicarle. En todo caso, las fuerzas francesas implicadas carecen del equipamiento necesario y no son nada homogéneas, lo cual las hace extremadamente dependientes de la OTAN.
Al inicio de la agresión contra Libia, Francia participa en la matanza perpetrada contra los 40 000 hombres del ejército libio reagrupados junto a la ciudad de Bengazi, quizás por creer que esa fuerza se disponía a masacrar a la población. Durante los 5 meses siguientes, Francia se limita a bombardear los objetivos que se le asignan. Pero dispone de algunas fuerzas terrestres que asumen la coordinación con los sublevados. Francia tendrá así que acabar reconociendo lo evidente y admitiendo las verdaderas razones del desorden inicial en el seno de la coalición: los sublevados son pocos y se trata principalmente de miembros del Grupo Islámico Combatiente en Libia (GICL), o sea son hombres de al-Qaeda.
El ministro francés de Defensa, Gerard Longuet, recibe informes muy precisos sobre las gigantescas manifestaciones contra la OTAN que responden al llamado de Muammar el-Kadhafi en las regiones de Tripolitania y Fezzan. Basándose en esos informes, el ministro expresa en privado al presidente Sarkozy su oposición a la guerra [1]. A él se une el ministro del Interior y ex secretario general de la presidencia de la República, Claude Gueant, quien tiene todavía más información sobre el asunto. Un tercer responsable, el director central de la seguridad interna, Bernard Squarcini, les aporta su apoyo.
El 29 de marzo, el Reino Unido y Francia organizan en Londres una reunión con sus principales aliados. Allí se decide que los salarios que se pagan a los miembros del Consejo Nacional de Transición libio saldrán, a través del Libyan Information Exchange Mechanism (LIEM), de los fondos libios congelados. Esta decisión viola doblemente el Derecho Internacional, que prohíbe a los Estados inmiscuirse en un conflicto nacional mediante el pago de salarios a los opositores –estos últimos, al recibir pagos de potencias extranjeras, tendrían incluso que ser considerados espías. Y, por supuesto, el Derecho Internacional también prohíbe que los Estados utilicen en beneficio propio los fondos congelados de otro Estado.
Es sólo en ese momento cuando Nicolas Sarkozy se entera de la dimensión del tesoro de Libia: 150 000 millones de dólares, entre los que se cuentan 143 toneladas de oro y casi la misma cantidad de toneladas de plata. Rápidamente, el ministro del Interior Claude Gueant es autorizado a enviar un ex director de la Policía Nacional, el prefecto Edouard Lacroix, a ofrecer a Kadhafi un cómodo retiro en Francia a cambio de una parte de ese tesoro.
Las cosas se complican el 14 de mayo con el arresto en Nueva York del director general del Fondo Monetario Internacional (FMI), el francés Dominique Strauss-Kahn.
La neutralización de su rival socialista –candidato más que probable a la elección presidencial a la cual Sarkozy planea presentarse en busca de un segundo mandato– es una buena noticia para el ocupante del palacio del Elíseo, quien se entera además de otra cosa que refuerza su deseo de sacar el máximo provecho personal de la guerra contra Libia. En el momento de su arresto, Strauss-Kahn se disponía a viajar a Trípoli, pasando por Berlín, y tenía previsto reunirse con Muammar el-Kadhafi, en compañía de un colaborador de Angela Merkel. En el encuentro iba a hablarse de las experiencias monetarias de Libia –cómo vivir sin utilizar el dólar estadounidense ni el franco CFA . Después del encuentro, estaba previsto que lo conversado en Trípoli se informara en la reunión del G8 que tendria lugar, días después, en la ciudad francesa de Deauville. Es evidente que Strauss-Kahn ha caído en una trampa preparada por gente muy conocedora de sus antecedentes. Sus abogados corren a Tel Aviv en busca de ayuda, pero no hay nada que hacer. Los partidarios del complejo militaro-industrial se imponen nuevamente ante los del dinero apátrida [2].
En momentos en que progresan las negociaciones secretas franco-libias, el subsecretario de Estado estadounidense Jeffrey Feltman interviene desde Washington y ordena a París poner fin a esos contactos.
Nicolas Sarkozy, David Cameron y el emir Al-Thani crean un nuevo banco central “libio” y una nueva compañía petrolera que trabajará con la compañía petrolera francesa Total y con la británica BP. El Consejo Nacional de Transición libio recibe autorización para vender el petróleo libio en el mercado internacional, bajo el control de Qatar, y quedarse con los ingresos. El mero interés por la obtención de ganancias es tan grande que nadie espera a que termine el conflicto. En carta dirigida al emir de Qatar, el Consejo Nacional de Transición confirma que atribuye a Francia un 35% del crudo, cuota directamente proporcional a la participación francesa en los bombardeos de la coalición internacional contra el pueblo libio.
Después de lograda la separación de Cirenaica del resto de Libia y ya reiniciada la explotación de su petróleo, nada significativo sucede en el terreno. Los habitantes de Bengazi –al considerarse nuevamente independientes– no sienten interés por el futuro de las otras dos grandes regiones libias: Tripolitania y Fezzan.
Durante los 5 meses siguientes, varias personalidades francesas viajan a Libia. Entre ellas están los abogados Roland Dumas y Jacques Verges, quienes proponen a los libios asumir la defensa de sus intereses para levantar el congelamiento ilegal de los fondos libios en Francia, que suman 400 millones de euros. Roland Dumas y Jacques Verges exigen un pago proporcional a esa suma y se van de Trípoli con 4 millones de euros en dinero contante y sonante, obtenidos como pago adelantado. Luego envían por fax al ministro francés de Exteriores, Alain Juppé, un texto solicitándole que precise las razones del congelamiento de los fondos libios. La caída de la Yamahiriya Árabe Libia se produce en agosto, así que Roland Dumas y Jacques Verges nunca llegarán a realizar el trabajo tan ampliamente remunerado por la Libia de Kadhafi.
Otro abogado francés, Marcel Ceccaldi, acepta asumir la representación legal del libio Khaled al-Hamedi. La esposa y los hijos de Khaled al-Hamedi fueron asesinados por la OTAN durante un bombardeo selectivo, cuyo objetivo era presionar al padre de Khaled, hijo de un conocido compañero de armas de Kadhafi [3]. Este abogado inicia también varios procedimientos ante los tribunales internacionales africanos para obtener por esa vía varias decisiones favorables antes de dirigirse a la ONU. Después de la caída de Libia, Ceccaldi se convierte en consejero del jefe de la oficina del Guía y negocia la suspensión de las acciones legales iniciadas contra este a cambio de que no publique las grabaciones de las conversaciones sostenidas con Ziad Takieddine durante las negociaciones y el pago de la campaña electoral de Nicolas Sarkozy. Aun siendo también un aventurero, el abogado Ceccaldi respeta escrupulosamente sus compromisos, incluso después de la caída de la Yamahiriya.
Por su parte, el ex primer ministro francés Dominique de Villepin viaja a Jerba (Túnez) y solicita ser recibido en Trípoli. De Villepin está ejerciendo nuevamente como abogado y representa al emir de Qatar. Lo acompaña un amigo del presidente Sarkozy, Alexandre Djouhri, quien ya había servido antes de intermediario ante Libia. De Villepin es portador de una proposición de rendición a cambio de un salvoconducto para Kadhafi y su familia. Trípoli envía emisarios para recoger información sobre la propuesta pero de Villepin y su acompañante no son finalmente autorizados a entrar en Libia.
En lo que me concierne, luego de recibir una invitación de la hija del Guía, Aisha Kadhafi, yo viajo a Libia para ver con mis propios ojos lo que sucede en el país. Después de haber oído a Fidel Castro hablar con admiración de Muammar el-Kadhafi, y sabiendo que el Comandante de la Revolución Cubana no es hombre que hable a la ligera, yo tenía la impresión de haber sido manipulado en contra del Guía libio. Cuando llego a Libia compruebo que los barrios de Trípoli que el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas describía como arrasados por la aviación libia nunca fueron bombardeados. Observo que el derecho internacional favorece a la Yamahiriya y redacto un plan para dar a conocer la verdad y salvar el país en el plano diplomático. Pero el jefe de los servicios secretos, Abdullah Senussi, está convencido de que soy un espía. Así que me hacen esperar, para tener tiempo de verificar mi currículum. Francia envía entonces una falsa delegación de respaldo a Libia, cuyos miembros son todos “militantes” provenientes de… los servicios de inteligencia. Estos presentan un expediente sobre mi oposición al acuerdo que Libia había concluido con la administración Bush –duras declaraciones que nunca escondí y que habían motivado la invitación de Aisha Kadhafi a venir a Libia para que pudiera ver los hechos por mí mismo. El resultado es lo contrario de lo que esperaban los agentes: el ministro libio de Exteriores, Mussa Kussa, acaba de desertar –pasándose al bando de los británicos– y Muammar el-Kadhafi me incorpora a su gobierno, confiándome la tarea de negociar varias alianzas y de preparar la participación de la Yamahiriya en la Asamblea General de la ONU –en septiembre. Como me niego a que me paguen por lo que considero una acción de carácter político, se decide que si logro que la ONU declare ilegal la intervención de la OTAN, dirigiré la redacción de un canal de televisión en inglés, cuyo equipamiento se compra en Malta, y que estará bajo la presidencia de Khaled Bazelya. A pesar de todo, sólo dispondré de un poder muy relativo ya que Muammar el-Kadhafi sigue negociando, por otra vía, con Israel, Francia y Estados Unidos.
Gran parte del gobierno libio ha desertado. Sólo quedan 6 ministros, 2 de ellos personas realmente incapaces. Y las posiciones de esos personajes, a pesar de lo que aparentan, son en realidad poco claras. Otros, como el ministro del Petróleo, Chukri Ghanem, simulan desertar para poder viajar nuevamente a Europa y desbloquear fondos libios. Todos desconfían de todos. Sospechoso de haberse pasado al enemigo, el ministro Abdul Ati al-Obeidi es arrestado y torturado por orden del jefe de los servicios secretos, Abdullah Senussi. Al cabo de todo un día de torturas, Senussi se da cuenta de su error. Consciente de que aún puede tratar de salvar a su pueblo, el ministro retoma heroicamente su trabajo, renqueante y adolorido, pero sin quejarse.
Al igual que su Guía, la Yamahiriya Árabe Libia carece de una política de alianzas. Al inicio de la agresión, Libia no tiene más amigos que unos pocos Estados africanos –como Sudáfrica– más Cuba, Siria y Venezuela. Es traicionada por la Rusia de Dimitri Medvedev –entonces presidente–, lo cual provoca una enérgica reacción del embajador ruso en Trípoli, Vladimir Chamov [4] –quien acabará siendo depuesto por Moscú– y del primer ministro Vladimir Putin, quien se halla a la espera de que llegue su momento. China, país con el cual la Yamahiriya tiene una importante divergencia en el Cuerno Africano, se niega a tomar partido sobre el tema libio. Parte de los antiguos aliados de la Yamahiriya incluso le vuelven la espalda, como el presidente de Senegal, Abdoulaye Wade. A pesar de haber recibido por mucho tiempo múltiples atenciones de parte de Kadhafi, el presidente Wade es el primero en condenar al Guía libio y en hacerlo saber públicamente.
En aquel momento, yo temo que el caso del imam Moussa Sader, desaparecido en Libia o en Italia en 1978, dificulte un acercamiento a los chiitas. Pero no será así. A pesar de las declaraciones públicas de los dirigentes libaneses, parece que hay dudas sobre la verdadera personalidad de Moussa Sader, fundador del movimiento chiita Amal, el Movimiento de los Desheredados –hoy bajo la presidencia del millonario Nabih Berri–, y considerado como el hombre que sacó a los chiitas libaneses de su antigua condición. Pero algunos consideran que Moussa Sader era un espía del shah de Irán, lo cual puede haber contribuido a la escisión entre el Hezbollah y su partido.
Yo doy gran importancia al restablecimiento de los vínculos entre la Yamahiriya e Irán, que acepta recibir una delegación libia de muy alto nivel, y con la Resistencia libanesa. Entre los periodistas presentes en Trípoli veo a la fotógrafa estadounidense Tara Todras-Whitehill. Conocedor del papel que esta mujer había desempeñado por cuenta del Mossad israelí en el asesinato del ex primer ministro libanés Rafic Hariri, propongo retenerla en Trípoli, informar al Líbano y preparar su extradición como muestra de buena voluntad. Fue un error de mi parte: Kadhafi, que prosigue sus contactos con los israelíes, envía uno de sus hijos a negociar con Tel Aviv. Senussi se pregunta de nuevo si no sería mejor encerrarme y Todras-Whitehill me desafía cuando volvemos a encontrarnos.
Ya para entonces, el Guía se sume en un universo irracional. Da albergue a una beduina que entra en trance, y cree que los ángeles le hablan a través de esa mujer, quien lo convence de que todo acabará bien. En cierto momento, Estados Unidos se retira del conflicto tan bruscamente como antes lo había propiciado, sin explicación. Esa beduina y su familia son la expresión de un profundo oscurantismo, que hace imposible toda discusión. Cuando hago alguna pregunta ingenua, su padre me responde que «acepta hablarle al infiel» –o sea, hablar conmigo– y que «eso no le molesta».
El 22 de junio, aviones franceses bombardean la antena transmisora de la televisión libia en el preciso momento en que Yussef Shakir, periodista estrella y ex miembro de al-Qaeda, me daba la palabra.
Tratando de que la opinión pública extranjera sea testigo de lo que pasa en el país, la Yamahiriya autoriza la prensa extranjera a cubrir la guerra. Cientos de periodistas del mundo entero llegan a Libia para ver los daños causados por los bombardeos de la OTAN. Sucede entonces, en casos de bombardeos fallidos –o sea, bombardeos que habían afectado edificaciones que no eran los blancos seleccionados por la OTAN–, que siempre se produce un segundo bombardeo –más certero– justo después del paso de los periodistas. Como no logra identificar a los que están en contacto con la OTAN, Kadhafi decide reunir a todos los periodistas extranjeros en el hotel Rixos, de donde sólo podrán salir acompañados de policías. Las oficinas del vocero del gobierno, Mussa Ibrahim, están también en ese hotel. Un día, mientras el equipo del vocero del gobierno está en plena labor, todos sus ordenadores son blanco de un ataque informático. Los datos pasan a toda velocidad por las pantallas, los teclados no responden y hay que cortar la electricidad para interrumpir el ataque. Y nuevamente es imposible determinar qué “periodistas” son los organizadores del ataque informático. El jefe de los servicios secretos libios, Abdullah Senussi decide entonces recurrir a un programa informático que había comprado a una firma francesa y que permite piratear todos los mensajes que han pasado por una cuenta de correo electrónico desde su creación penetrando en la memoria del servidor que los almacena. Los resultados son insólitos: casi todos los periodistas –exceptuando los rusos, los sudamericanos y el corresponsal de la AFP– son espías que trabajan principalmente para la CIA estadounidense y para el MI6 británico, incluyendo a los franceses. Antes de venir a Libia, y desde ordenadores que no traen con ellos, todos habían enviado y recibido por correo electrónico expedientes de inscripción u órdenes sobre las misiones a realizar durante su estancia en Libia.
Los equipos de televisión se componen generalmente de 3 o 4 personas. El corresponsal de guerra que aparece en pantalla está en contacto con la central del servicio de inteligencia que lo envía, a la que proporciona información sobre los teatros de operaciones. La mayoría ya habían trabajado en las guerras contra Afganistán e Irak antes de venir a Libia –a pesar de las apariencias, no son numerosos. El equipo de televisión cuenta con dos técnicos que garantizan las grabaciones de video y audio y que generalmente son miembros de las fuerzas espaciales. Para terminar, los equipos estadounidenses incluyen además un productor, que en realidad es un agente operativo encargado de una misión específica.
Los bombardeos diarios, aunque son en general extremadamente selectivos, dejan siempre numerosos muertos y heridos: las llamadas «víctimas colaterales». Además, ciertos blancos se seleccionan con objetivos realmente criminales, como lo hacen los delincuentes, para intimidar a la gente y obligarla a aceptar la sumisión.
La política se desarrolla en 3 hoteles: todos los dirigentes políticos, con excepción del Guía, permanecen agrupados –para garantizar su seguridad– en el hotel Radisson Blue; los invitados extranjeros son recibidos en el hotel Corinthia –convertido después en sede del gobierno provisional, luego del derrocamiento de la Yamahiriya– mientras que los periodistas se mantienen bajo vigilancia en el hotel Rixos, que acabará siendo parcialmente destruido.
La OTAN organiza una reunión secreta en el Joint Force Command, con sede en la ciudad italiana de Nápoles. El representante de Francia en esa reunión no es su ministro de Defensa, Gerard Longuet, contrario a la guerra, sino el ministro de Exteriores Alain Juppé. En 2004, el entonces ya ex primer ministro Alain Juppé había sido condenado por el Tribunal de Apelaciones de Nanterre, en París, a 14 meses de cárcel con suspensión de pena y un año de exclusión de todo cargo electivo por haber utilizado su cargo en función de intereses personales. Este veredicto, extremadamente clemente para alguien que había sido condenado en primera instancia a 10 años de exclusión de todo cargo electivo, lo llevó a abandonar Francia e irse a vivir por un año en Quebec, Canadá. Pero en realidad, Juppé pasaba largas semanas en Washington, donde su ambición lo lleva a convertirse en neoconservador. Interrogado sobre la presencia de Juppé en la reunión de la OTAN en Nápoles, su personal del ministerio de Exteriores responde que no pudo estar allí porque «se hallaba de vacaciones» en esa fecha.
Para crear en Libia el “ejército de liberación nacional”, Francia escoge a los generales Abdelfattah Yunes y Khalifa Haftar. Hasta febrero, el general Yunes había sido uno de los camaradas de armas más cercanos de Kadhafi. La DGSE francesa creyó haberlo hecho cambiar de bando, pero en realidad Yunes seguía en contacto con Saif al-Islam Kadhafi, uno de los hijos del Guía. Por su parte, el general Haftar había traicionado a su país durante la guerra en Chad. Haftar trabajó para Francia y para Estados Unidos antes de huir e instalarse en Langley (Estados Unidos), junto a la sede de la CIA. Yunes es arrestado, torturado, mutilado y asesinado a finales de julio. Su cuerpo fue parcialmente cocinado e incluso también parcialmente devorado por los asesinos. Aunque todos fingen ignorar lo que pasó con él, Yunes fue ejecutado –como resultado de una trampa que le tendió Mustafá Abdel-Jalil– por los hombres de Abdelhakim Belhadj –miembro de al-Qaeda–, que conforman la “Brigada 17 de Febrero”.
Justo antes de iniciarse la reunión de la OTAN en Nápoles, un negociador enviado en secreto por el presidente francés Sarkozy abandona Trípoli precipitadamente, en una lancha con motor fuera de borda. Es porque se ha decidido poner fin a la cuestión libia de una vez y por todas. La trampa se cierra y a partir de ese momento se hace imposible entrar o salir de Trípoli, ya sea por aire, tierra o mar. Mientras tanto, el parlamento francés autoriza el ataque contra Libia. En la Asamblea Nacional de Francia, donde aún se ignora lo que se trama entre bastidores, el presidente del grupo sarkozysta, Christian Jacob, no vacila en rendir hipócritamente homenaje a los militares franceses enviados a Libia:
“Esos soldados, a menudo muy jóvenes, se enrolaron para defender nuestro país y sus valores, arriesgando sus vidas. Sabemos cuánto les debemos y toda Francia está consciente del valor de su sacrificio.”
Aunque está revelando que esos militares franceses han sido enviados a otro país en el marco de una guerra de conquista colonial, muy lejos de los valores republicanos de Francia, Christian Jacob exclama, bajo una salva de aplausos de sus correligionarios:
“La bandera francesa flota en Bengazi y eso es para nosotros fuente de inmenso orgullo.”
Mientras yo explico a mis amigos que el Consejo Atlántico nunca autorizaría la OTAN a ir más allá del mandato del Consejo de Seguridad de la ONU para bombardear Trípoli, Washington pisotea los estatutos de la alianza atlántica. En lo que constituye una verdadera conspiración, Estados Unidos reúne en Nápoles un «Comité de Defensa» secreto. Son invitados a participar sólo los países más cercanos a Washington –Francia, Italia, Reino Unido y Turquía– y algunos compinches de la región –Arabia Saudita, Israel y Qatar. Juntos, esos países definen cómo van a utilizar los medios de la OTAN y poner al Consejo Atlántico ante hechos consumados.
La lista de decisiones adoptadas en la reunión de Nápoles precisa los objetivos de cada unidad y las fuerzas especiales francesas reciben orden de proceder a mi eliminación física. Al día siguiente de la caída de Trípoli, los invasores distribuyen por toda la ciudad avisos de búsqueda con las identidades de una quincena de libios y la mía. Junto a mis compañeros, logro pasar a través de las mallas de la red gracias a varios países y personas –como Walter E. Fauntroy, ex miembro del Congreso de Estados Unidos y ex asistente de Martin Luther King Jr.– entre las que se cuentan equipos de la televisión francesa y de la televisión rusa que acaban de llegar. Ya de regreso en Estados Unidos, Fauntroy atestigua que vio personalmente soldados regulares de Francia y de Dinamarca decapitando libios junto a los terroristas de al-Qaeda.
La toma de Trípoli es un diluvio de fuego que dura 3 días. Alrededor de 40 000 personas son asesinadas en esos días, sin que se haga distinción alguna entre militares y civiles, reeditando así la masacre que las tropas italianas habían perpetrado en 1911. Todos los puntos de control instalados en los cruces de las principales arterias de la ciudad son bombardeados y los helicópteros británicos sobrevuelan después las calles a baja altura ametrallando indiscriminadamente todo lo que se mueve en tierra. Trípoli no fue defendida correctamente porque el gobernador militar, previamente sobornado por la OTAN, había enviado los soldados a sus casas justo antes del ataque.
Durante la batalla final en Trípoli, Muammar el-Kadhafi se refugia en un bunker construido bajo el hotel Rixos, el mismo hotel donde había concentrado a los “periodistas” extranjeros. Como la presencia de estos últimos impide a la coalición atacar el hotel desde el aire, la brigada de al-Qaeda encabezada por el irlandés Mehdi al-Harati –un agente de la CIA que había participado en la operación turca de la Flotilla de la Libertad hacia Gaza–, y bajo las órdenes de miembros de las fuerzas especiales francesas, rodea el edificio, defendido por uno de los hijos del Guía, Khamis el-Kadhafi, y sus hombres.
Al confirmarse la derrota, los miembros de la familia Kadhafi huyen a Sirte. Por mi parte, después de reunirme con los Guardianes de la Revolución que la República Islámica de Irán había enviado a rescatarme, logro huir hacia la isla de Malta en un pequeño barco que la República Checa había fletado para la Organización Internacional para las Migraciones. Antes de nuestra partida, mis compañeros y yo somos sometidos a cuidadosos registros sucesivamente por hombres de la OTAN, de los Senussis, de la Hermandad Musulmana y de al-Qaeda. Las personas que podrán partir en el barco son seleccionadas, de común acuerdo, por la OTAN –que acaba de cambiar de opinión sobre qué hacer conmigo– y por los kadhafistas para que ambos bandos les permitan cruzar las líneas de combate. A bordo del barco me encuentro tanto a la ex amante de Saif al-Islam Kadhafi como a los miembros de las fuerzas especiales italianas que iniciaron el conflicto disparando desde los techos de Bengazi sobre los manifestantes y también contra la policía, el 16 de febrero de 2011.
Ya en Sirte, el Guía negocia con israelíes su salida hacia Chad. Pero es una trampa. El 20 de octubre, Kadhafi es capturado por hombres de las fuerzas francesas y de al-Qaeda, violado, torturado y asesinado.
La Yamahiriya ha dejado de existir pero, lejos de bajar sus armas, los “revolucionarios” libios –o sea, al-Qaeda– se ven entonces como antes, en Afganistán y en Yugoslavia, con el viento completamente a su favor.
23- Los yihadistas libios son enviados a Siria
Incluso antes de la caída definitiva de Trípoli, Estados Unidos concentra en el hotel Corinthia a todos sus asalariados del Consejo Nacional de Transición libio y del mando de al-Qaeda en Libia. Los servicios de inteligencia británicos se encargan de garantizar la protección del hotel, mientras que los combates aún prosiguen en la ciudad, donde los cadáveres se amontonan en las calles desiertas. El ex número 3 de al-Qaeda a nivel mundial, Abdelhakim Belhadj, es nombrado gobernador militar de la capital libia.
En Francia, el 26 de agosto, Alain Juppé declara al diario francés Le Parisien:
“Cuando me preguntan sobre el costo de la operación –el ministerio de Defensa habla de un millón de euros diarios–, yo señalo que también se trata de una inversión para el futuro. Los recursos del país fueron confiscados por Kadhafi, que acumuló grandes cantidades de oro. Ese dinero debe servir al desarrollo de Libia; una Libia próspera será un factor de equilibrio para la región.”
El 1º de septiembre, una conferencia internacional relámpago oficializa, en París, el «cambio de régimen». Pero se libera menos de una décima parte de los 50 000 millones de dólares de los fondos libios congelados. Se ignora a dónde fueron a parar los otros 100 000 millones que quedaban en el Tesoro libio.
El 15 de septiembre, Nicolas Sarkozy, Alain Juppé y Bernard-Henri Levy viajan a Bengazi con David Cameron, rodeados de cientos de policías y militares franceses y británicos a cargo de su seguridad. Allí los aclaman triunfalmente 1 500 personas cuidadosamente seleccionadas. Estos personajes vienen a tomar posesión del petróleo que han conquistado. Tras una breve alocución, el presidente Sarkozy anuncia que Francia no sólo está junto a Libia sino con «todos los pueblos árabes que quieran liberarse de su jefe». Ya sólo piensa en atacar Siria y apoderarse de sus colosales reservas de gas.
El emir al-Thani, soberano de Qatar, puede frotarse las manos. La prensa internacional lo celebra como gran defensor de la democracia, mientras que en Qatar él practica el esclavismo –la llamada Kafala. La conquista de Libia le ha costado sólo 20 000 toneladas de armas y 400 millones de dólares.
Precisamente, al producirse el derrocamiento de la Yamahiriya Árabe Libia, grupos de pobladores de Bengazi se dedican de inmediato a detener a los negros que no han podido escapar, los meten en jaulas y los exhiben como animales. Resurge así la antigua tradición esclavista de los beduinos nómadas contra los pobladores negros sedentarios.
En noviembre de 2011, el representante especial del secretario general de la ONU Ban Ki-moon y ex secretario general de Amnistía Internacional, Ian Martin, organiza por vía marítima el traslado de 1 500 yihadistas de al-Qaeda hacia Turquía [5]. Todos esos hombres, que viajan sin familias y armados, son oficialmente “refugiados”. En realidad, se hallan bajo las órdenes de Abdelhakim Belhadj –quien sin embargo conserva sus funciones en Trípoli– y de Mehdi al-Harati. Ya en Turquía, son enviados –en autobuses fletados por el MIT (los servicios secretos turcos)– a Yabal al-Zuia, en suelo sirio. Estos individuos constituyen la primera unidad del “Ejército Sirio Libre” (ESL), y responden a un mando francés. Belhadj, cuya presencia en Siria es reportada por un periodista español del diario ABC, quien lo reconoce personalmente en territorio sirio, vuelve a Libia en navidad. Mehdi al-Harati creará entonces otro grupo armado, llamado “Liwaa al-Umma” (Brigada de la Nación Islamica), para entrenar combatientes sirios. Ese grupo pasará de nuevo formar parte del llamado Ejército Sirio Libre en septiembre de 2012.
(Continuará)
La edición en español de este libro también existe en papel.
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[1] Pour la peau de Kadhafi: Guerres, secrets, mensonges: l’autre histoire (1969-2011), Roumiana Ougartchinska y Rosario Priore, Fayard, 2013.
[2] «Obama, la guerra financiera y la eliminación de DSK», por Thierry Meyssan, Komsomolskaya Pravda (Rusia), Red Voltaire, 26 de mayo de 2011.
[3] «La masacre de Sorman», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 2 de julio de 2011.
[4] «El embajador ruso en Trípoli acusa a Medvedev de traición en cuestión libia», Réseau Voltaire, 13 de abril de 2011.
[5] «Libia, los bandidos-revolucionarios y la ONU», por Alexander Mezyaev, Strategic Culture Foundation (Rusia), Red Voltaire, 20 de abril de 2012.
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