Occidente no ha entendido la respuesta de las autoridades chinas ante la epidemia de Covid-19. Los europeos ignoran tanto los fallos registrados ante la epidemia de SRAS, como las relaciones de autoridad características de la cultura china y el proyecto político del presidente Xi Jinping. Pero están fascinados por la reacción ejemplar de Pekín ante la epidemia.

Cuando China se vio afectada por la primera epidemia de coronavirus –la epidemia de SRAS, registrada en 2003– el gobierno local de la provincia china de Guandong (Cantón) trató de esconder el asunto. En aquella época, el Partido Comunista Chino apoyó inicialmente aquella política. Sólo cuando ya era imposible seguir escondiendo la existencia de la epidemia de SRAS, el entonces presidente Hu Jintao decidió asumir el control del asunto. Treinta mil personas fueron puestas entonces bajo cuarentena y China venció la epidemia de SRAS en 2 meses [1].
El presidente Hu Jintao, obligado a lidiar con las increíbles diferencias económicas existentes dentro de su país, nunca llegó a controlar los poderes regionales. Ante la epidemia de SRAS, la debilidad del presidente Hu Jintao quedó demostrada cuando este siguió por mucho tiempo la actitud del gobierno de la provincia de Guandong, corriendo así el riesgo de que la epidemia se extendiese al resto del país. Además, Hu Jintao abordó el problema sólo desde el ángulo de la soberanía china, temiendo que dar la alarma a la OMS se tradujera en un cierre del mercado internacional a los productos chinos [2].
En 2003, el año de la epidemia de SRAS, China estaba aún en pleno proceso de reconstrucción. No veía el mundo en términos globales ni se proyectaba hacia el exterior.
En 2020, ante el surgimiento del nuevo coronavirus –ahora en Wuhan–, la opinión pública china observó al presidente Xi-Jinping, recordando los errores cometidos por su predecesor, Hu Jintao, quien se vio arrastrado por una serie de casos de corrupción. Viendo que las autoridades de la provincia de Hubei asumían la misma actitud denegatoria que las autoridades de Guandong 17 años antes, los habitantes de la provincia afectada por el Covid-19 se preguntaron si el presidente Xi perdería el «mandato celestial», como su antecesor Hu Jintao [3].
La cultura política china se formó en el siglo XI antes de Cristo, en tiempos de la dinastía Zhou. Los chinos nunca adoraron a sus gobernantes como dioses, ni creyeron en el «Derecho divino» de los reyes europeos. Por el contrario, los chinos siempre han pensado que, sin importar cómo hayan llegado al poder, sus líderes no serían capaces de gobernarlos si no dispusieran de un «mandato celestial» que podían perder si dejaban de comportarse de manera «virtuosa».
Xi Jinping, quien ya había forjado su ejercicio del poder luchando contra la corrupción, no siguió al gobierno de la provincia de Hubei en la denegación de la epidemia de Covid-19 y asumió rápidamente el control de la situación.
En Occidente, el poder va a manos del líder más convincente (según el sistema de Atenas) o del más fuerte (según el sistema de Roma). El sistema de China es diferente. En tiempos de la dinastía Zhou, China contaba un millar de regiones independientes. El emperador era un señor entre tantos otros, que a menudo eran mucho más poderosos que él. El poder imperial chino se construyó tratando de satisfacer los intereses de todos los señores con los que tenía que lidiar. Si el emperador perjudicaba los intereses de uno de ellos, el perjudicado podía volverse en su contra.
La contraparte de ese sistema es, evidentemente, una implacable severidad.
Hoy en día, el presidente Xi Jinping, a la cabeza de 1 400 millones de ciudadanos, trata de organizar las relaciones internacionales según ese mismo principio. Él está obligado a respetar los intereses de todos sus interlocutores internacionales, sin excepción. En sus visitas a otros países, el presidente Xi presta tanto tiempo y atención a un pequeño principado como una gran potencia. Por eso los europeos no logran entender qué fue a buscar el presidente chino en Mónaco, pequeño país al que dedicó una visita de 2 días antes de reunirse con el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y con la canciller de Alemania, Angela Merkel. El presidente Xi simplemente estaba siguiendo el principio de gobierno surgido en China desde los tiempos de la dinastía Zhou. Cuando termina una visita en un país, siempre asegura que en los acuerdos que firma ambas partes «salen ganando» (win win), o sea que siempre aportan algo, al menos simbólicamente, a los dos firmantes. El presidente chino expresa así su deseo de forjar relaciones internacionales armoniosas con la Humanidad entera «bajo el mismo techo», en aplicación del principio conocido en chino como Tianxia [4].
El presidente Xi conoce perfectamente el precio de ese principio. Por eso lanzó un aviso oficial a la OMS sobre la epidemia de Covid-19, que ya había sido advertida en un correo electrónico de Taiwán, y adoptó sanciones contra las autoridades de Hubei que pusieron en peligro la salud de los demás chinos y del mundo. Y también sancionó a los 55 millones de habitantes (3% de la población china) de esa provincia que habían mencionado en las redes sociales la pérdida del «mandato celestial»… poniéndolos en cuarentena.
El presidente chino esperaba mostrar así la buena voluntad de China y evitar que sus vecinos e interlocutores aislaran al país y se sintió defraudado por el cierre de las fronteras de Estados Unidos a China y la cólera del presidente estadounidense Donald Trump contra la OMS. Pero entendió rápidamente que esas medidas, al igual que las que él mismo adoptó en China, no son de carácter médico sino de naturaleza política. Estados Unidos estaba utilizando el Covid-19 para llevar adelante su guerra económica. El primer consejero de Trump en llamar la atención sobre la epidemia fue precisamente el economista Peter Navarro, artífice de ese enfrentamiento [5].
El presidente Donald Trump maneja la retórica antichina como un argumento para su guerra comercial, mientras que para sus adversarios del grupo Amanecer Rojo [6] se trata de un dogma. Por consiguiente, la prensa china denuncia a los políticos estadounidenses, incluyendo al presidente Trump, pero cuando emite juicios irreversibles lo hace sólo sobre el secretario de Estado, Mike Pompeo.
Para Pekín, el Partido Comunista manejó la epidemia de Covid-19 de manera ejemplar: expulsó de sus cargos a los malos funcionarios, controló la epidemia con pleno respeto para los interlocutores de la OMS y China está aportando une importante ayuda humanitaria no sólo a los países en vías de desarrollo sino también a varias potencias occidentales.
Los europeos no logran entender. Ven los resultados positivos de China ante la epidemia y su buena voluntad hacia el resto del mundo. Ellos mismos se han plegado a las medidas impulsadas por el grupo Amanecer Rojo (confinamiento general obligatorio, gestos barrera, uso obligatorio de mascarillas quirúrgicas para la población) y ahora tienen la impresión quivocada de que han seguido el ejemplo de China.
Hace 75 años que los pueblos del oeste de Europa desdeñan su propia cultura y adoptan ciegamente todo lo que viene de Washington y de Hollywood. Ahora, sin darse cuenta, han aceptado a China como posible referencia intelectual o, en todo caso, como un socio confiable.
[1] SARS: how a global epidemic was stopped, WHO (2006). Sars. Reception and Interpretation in Three Chinese Cities, Routledge (2006). The SARS Epidemic. Challenges To China’s Crisis Management, John Wong y Zheng Yongnian, World Scientific Publishing Company (2004).
[2] SARS, Governance and the Globalization of Disease, David P. Fidler, Palgrave MacMillan (2004).
[3] The Mandate of Heaven and The Great Ming Code, Jiang Yonglin, University of Washington Press (2011).
[4] Redefining a Philosophy for World Governance, Tingyang Zhao, Palgrave MacMillan, 2019.
[5] «Navarro memos warning of mass coronavirus death circulated in January», Jonathan Swan y Margaret Talev, Axios, 7 de abril de 2020.
[6] «Covid-19 y “Amanecer Rojo”», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 28 de abril de 2020.
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