La secuencia de eventos de la historia del supuesto envenenamiento de Alexéi Navalni es peculiar: resulta sintomático que se haya convertido en objeto de infinitas especulaciones en Occidente.

El 20 de agosto, Alexéi Navalni se sintió mal y necesitó asistencia médica de urgencia. Gracias a la brillante actuación de la tripulación altamente calificada del vuelo regular Tomsk-Moscú, que realizó un aterrizaje de emergencia para salvar la vida de uno de sus pasajeros, y del personal de la ambulancia que llevó al paciente al Hospital Municipal n° 1 de Omsk con la mayor brevedad posible, la vida del bloguero ruso ya no estaba en peligro. El paciente permaneció en cuidados intensivos durante casi 2 días. Gracias a los esfuerzos de los médicos fue transportado a Alemania para seguir con el tratamiento. Esta impecable secuencia de actuaciones ni siquiera pudo ser interrumpida por las amenazas de bomba en el aeropuerto de Omsk que llegaron desde un servidor ubicado –¡extraña coincidencia!– en Alemania. Por otra parte, que Navalni supiese de las falsas amenazas de bomba en el momento de recuperar la conciencia también resultó sorprendente, dado que las autoridades rusas no habían publicado aún ninguna información oficial a este respecto. Se le otorgó el permiso necesario a la familia de Navalni, a pesar de que el bloguero fue objeto de una investigación penal y su salida del país estaba prohibida. Después de varias horas de consultas intensivas entre los médicos rusos y alemanes, una vez la tripulación había descansado y el avión especial estaba listo, el 22 de agosto llevaron a Navalni a Alemania.

Mientras el bloguero se encontraba en un hospital ruso, la histeria rusófoba estaba cobrando impulso en Occidente. Se demandaban explicaciones inmediatas sobre lo que había pasado con Navalni durante su excéntrica gira por Siberia acompañado por su equipo de rodaje. Tras su llegada a Berlín, la atención de todos, como si estuviese programada, se centró en los médicos del hospital Charité. Según testigos, el paciente fue trasladado al hospital acompañado por una escolta de 14 coches, como un “visitante” de la Canciller federal, según se supo más tarde. Solo 2 días después, el 24 de agosto, Charité emitió un comunicado de prensa afirmando que Navalni había sido “envenenado” con una sustancia inhibidora de la colinesterasa. Acto seguido, la canciller Ángela Merkel y el Ministro de Asuntos Exteriores de Alemania, Heiko Maas, exhortaron a identificar y castigar a los responsables. Las autoridades alemanas ni siquiera consideraron la posibilidad de que su condición pudiera ser consecuencia de un proceso fisiológico natural. Dos días más tarde, el 26 de agosto, el Departamento de Comercio de Estados Unidos se hizo eco de sus aliados alemanes de la OTAN y anunció nuevas sanciones contra varios centros de investigación rusos por “desarrollar armas químicas y biológicas”. Esas decisiones tan precipitadas y perentorias resultan extrañas. Esto sugiere que todo fue parte de un plan concertado a nivel intergubernamental antes de que hubiesen transportado a Navalni de Omsk a Berlín.

Las muestras biológicas de Navalni fueron transportadas igual de rápido del hospital Charité al laboratorio químico militar especial de la Bundeswehr, que el 2 de septiembre ya hizo una declaración sobre la “intoxicación” del bloguero con “un agresivo tóxico del grupo Novichok”. Sorprendentemente, los químicos militares alemanes tardaron solo nueve días en confirmar que las muestras de Navalni contenían notorios rastros de Novichok, a pesar de que antes afirmaban no tener ni idea de la estructura de este agente de guerra y de que especialistas bien calificados necesitan al menos dos semanas para realizar pruebas de este tipo de elementos. Parece que Alemania ha logrado una revolución en las tecnologías químicas en un segmento bastante complejo, la síntesis binaria de sustancias químicas, por encargo político. Al día siguiente, el 3 de septiembre, el Ministro de Asuntos Exteriores alemán, Heiko Maas, habló sobre “un ataque con el uso de gas neurotóxico”, mientras la Unión Europea condenó el “intento de asesinato de Navalni”, amenazando con imponer más sanciones. Esto desencadenó toda una cascada de similares declaraciones infundadas por parte de varios países europeos. Ni siquiera habían considerado a nivel oficial otras razones más creíbles para lo ocurrido.

Cabe señalar que Francia y Suecia, cuyos laboratorios militares comenzaron a analizar las muestras biológicas que recibieron de sus colegas alemanes el mismo 4 de septiembre, informaron de avances “espectaculares” en el análisis de agresivos tóxicos químicas inmediatamente después de Alemania. El proceso duró no más de 10 días, y el 14 de septiembre anunciaron que los resultados de su análisis eran similares a los alcanzados por los expertos químicos alemanes, aunque apenas uno o dos años antes ambos habían afirmado públicamente no disponer de experimentación suficiente para la síntesis de Novichok.

La actuación sincrónica y decisiones categóricas instantáneas, que obviamente fueron tomadas sin ningún ánimo de calar en el asunto, provocan extrañeza. Esto sólo puede significar que la salud del bloguero ruso es de importancia secundaria para ellos. Lo que realmente le importa a Occidente es encontrar una nueva razón para continuar sus ataques contra Rusia.

Mientras tanto, la Fiscalía General de Rusia trató de establecer comunicación con sus colegas alemanes en medio de las publicaciones de los medios alemanes sobre la “intoxicación deliberada” de Alexéi Navalni. La primera solicitud redactada de conformidad con el Convenio Europeo de Asistencia Judicial en Materia Penal de 1959 fue enviada a Alemania el 27 de agosto. Las autoridades alemanas tardaron nueve días en remitirla a la Fiscalía de Berlín, que acusó recibo el 11 de septiembre, pasados más de 14 días después de que enviáramos la solicitud.

El 14 de septiembre, la Fiscalía General de Rusia cursó una segunda solicitud pidiendo información sobre los métodos de tratamiento de Navalni y permiso para que los funcionarios del Ministerio del Interior de Rusia pudiesen entrevistar al bloguero en el marco de la investigación previa. Sólo 10 días después, el 25 de septiembre, las autoridades alemanas remitieron la carta al Departamento de Justicia del Estado Federal de Berlín.

El 18 de septiembre, la Fiscalía General de Rusia envió solicitudes de asistencia jurídica a los organismos competentes de Suecia y Francia, cuyos laboratorios militares realizaron el examen toxicológico de las muestras biológicas de Alexéi Navalni.

El 25 de septiembre, la Fiscalía General de Rusia envió una tercera petición a sus colegas alemanes, seguida de una petición remitida el 26 de septiembre al Ministerio Federal de Justicia de Alemania, para transmitir la solicitud del Ministerio del Interior de Rusia de entrevistar a la esposa del bloguero, Yulia Navalnaya, así como a María Pévchij, una ciudadana rusa que acompañó a Navalni en su viaje y que reside de forma permanente en Gran Bretaña. El 28 de septiembre, la Fiscalía General de Rusia envió una cuarta petición al Ministerio Federal de Justicia de Alemania.

El documento que recibimos más de 2 meses y medio después de enviar la primera petición está muy abierto a las críticas. La fiscalía alemana se negó a cooperar con sus colegas rusos porque no cuenta con el permiso de Navalni para ello.

Tampoco han respondido los Ministerios de Asuntos Exteriores de Alemania, Francia y Suecia a las solicitudes de información adicional del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Federación de Rusia, de conformidad con sus obligaciones de prestar asistencia jurídica en virtud de la cláusula 2 del artículo VII de la Convención sobre Armas Químicas. Se han enviado solicitudes similares a los ejecutivos de la Secretaría Técnica de la OPAQ, cuyos expertos desde el 5 de septiembre han participado en lo que, en realidad, ha sido una operación clandestina para recoger muestras biológicas de Alexéi Navalni y entregarlas a dos laboratorios designados por la OPAQ.

Se han desestimado las propuestas de los parlamentarios y médicos rusos de colaborar con sus colegas alemanes para aclarar las circunstancias del caso.

En respuesta a nuestras numerosas preguntas sobre la situación en torno a Navalni, la OPAQ nos propuso contactar con Berlín, París y Estocolmo. Estas capitales nos propusieron dirigirnos a la OPAQ. Solo un mes más tarde, el 6 de octubre, la Secretaría Técnica anunció que los resultados de los análisis realizados por dos laboratorios designados por la OPAQ “confirman que los biomarcadores del inhibidor de la colinesterasa que se encuentran en las muestras de sangre y orina del Sr. Navalni, tienen características estructurales similares a las de las sustancias químicas tóxicas pertenecientes a las listas 1.A.14 y 1.A.15 que se añadieron al Anexo sobre sustancias químicas de la Convención durante el vigésimo cuarto período de sesiones de la Conferencia de los Estados partes en noviembre de 2019. Este inhibidor de la colinesterasa no figura en el anexo sobre sustancias químicas de la Convención”. El 16 de octubre, la OPAQ divulgó un informe, con el permiso de Berlín, del que se habían eliminado todas las fórmulas químicas para evitar que se establecieran las causas bioquímicas de la “intoxicación” de Navalni.

En otras palabras, es una versión euroatlántica de un encubrimiento, que implica la gestión políticamente sesgada de una organización otrora respetada e independiente, la OPAQ. Es evidente que Berlín y otras capitales europeas se olvidan del Derecho Internacional cuando el asunto concierne a Rusia y abandonan el diálogo mutuamente respetuoso en favor de la “diplomacia de megáfono”.

Por lo tanto, cualquier observador externo sin ningún conocimiento de la química aplicada y de la no proliferación de armas químicas puede llegar a la conclusión lógica de que todo esto no es más que un sainete mal puesto y diseñado sobre todo para justificar otro paquete de sanciones contra Rusia, que se opone firmemente a cualesquiera “normas” que se le pretende imponer y que dañan su soberanía nacional, el Derecho Internacional e, incluso, el sentido común.