Hace un año ya, la epidemia de Covid-19 alcanzaba el mundo occidental, al llegar a Italia. Hoy ‎tenemos un poco más de información sobre este virus, pero las naciones occidentales persisten en ‎su erróneo enfoque inicial. ‎

1- ¿Qué es un virus?

La Ciencia es por definición algo universal, observa los fenómenos y construye hipótesis para ‎explicarlos. Sin embargo, la Ciencia se expresa en lenguas y culturas diferentes y esto es fuente ‎de malentendidos y confusión cuando desconocemos las particularidades de esas lenguas y ‎culturas diversas. ‎

Por ejemplo, según la definición europea de la vida, los virus son seres vivos mientras que según ‎la definición anglosajona son simples mecanismos. Esta diferencia cultural determina la existencia ‎de comportamientos diferentes. Los anglosajones consideran que los virus deben ser destruidos ‎mientras que los europeos estimaban –hasta el año pasado– que hay que adaptarse a ellos. ‎

No quiero decir con esto que los europeos sean superiores a los anglosajones o viceversa, ni ‎tampoco que unos y otros sean incapaces de actuar de manera diferente a lo que inicialmente les ‎inducen sus culturas respectivas. Sólo quiero decir que cada cual entiende el mundo a su manera. ‎El problema es que todos debemos esforzarnos por tratar de entender a los demás y sólo ‎seremos capaces de hacerlo si mantenemos nuestra mente abierta a esas diferencias. ‎

Occidente es ciertamente un conjunto político más o menos homogéneo, pero también es cierto ‎que se compone de al menos dos culturas muy diferentes. Aunque los medios masivos de ‎difusión ignoran sistemáticamente esas diferencias, nosotros –por el contrario– debemos estar ‎conscientes de ellas.‎

Si pensamos que los virus son seres vivos, debemos compararlos a los parásitos, que tratan de ‎vivir de su receptor, sin pretender matarlo ya que ellos mismos también morirían. Más bien ‎se adaptan a la especie receptora para vivir de ella sin llegar a matarla. Así que las variantes del ‎Covid-19 no son los «jinetes del Apocalipsis» sino una expresión de la evolución de las especies. ‎

El principio del confinamiento de las poblaciones sanas fue concebido en 2004 por el entonces ‎secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, y su objetivo no era luchar contra ‎ninguna enfermedad sino provocar un desempleo masivo para militarizar las sociedades ‎occidentales [1]. Ese principio de confinamiento de las poblaciones sanas ‎fue difundido en Europa por el doctor Richard Hatchett, entonces consejero de Salud en ‎el Pentágono y hoy presidente de la Coalición para las Innovaciones en Preparación para ‎Epidemias (CEPI, siglas en inglés). Fue además el doctor Richard Hatchett quien inició la moda de ‎referirse a la epidemia de Covid-19 como si fuese una guerra, imponiendo sencillamente la ‎expresión «¡Estamos en guerra!», inmediatamente retomada por el presidente de Francia, ‎Emmanuel Macron. ‎

Simultáneamente, si pensamos que los virus son seres vivos no se puede dar crédito a los ‎modelos epidémicos del profesor Neil Ferguson, del Imperial College londinense, y sus discípulos, ‎como Simon Cauchemez, del Consejo Científico del presidente francés, Emmanuel Macron. ‎Por definición, ninguna especie viviente tiene un crecimiento exponencial ya que cada especie ‎se autoregula en función de su entorno. Trazar la curva del inicio de la epidemia para acabar ‎extrapolándola es un disparate intelectual. Por cierto, Neil Ferguson ha vivido ‎prediciendo catástrofes que finalmente nunca ocurren [2]. ‎

2- ¿Qué hacer ante una epidemia?

Históricamente, todas las epidemias se han combatido con éxito conjugando medidas de ‎aislamiento de las personas contagiadas y el fortalecimiento de la higiene. ‎

Tratándose de una epidemia de origen viral, la higiene no tiene como objetivo la eliminación del virus sino luchar contra las enfermedades‎ bacterianas que se desarrollan en el organismo del ‎enfermo. Por ejemplo, la llamada «gripe española», que asoló numerosos países desde 1918 ‎hasta 1920, es una enfermedad viral. En realidad era un virus benigno pero, en el contexto de la ‎Primera Guerra Mundial, las malas condiciones de higiene permitieron el desarrollo de ‎enfermedades bacterianas oportunistas que mataban grandes cantidades de pacientes. ‎

Desde el punto de vista médico, el aislamiento se aplica únicamente a las personas contagiadas. ‎En toda la historia mundial de la medicina nunca se confinó la población sana como medio de ‎luchar contra una enfermedad. Usted, estimado lector, no podrá encontrar, en ningun país del ‎mundo, ni un solo tratado médico escrito hace más de un año que plantee la adopción de tal medida. ‎

Los confinamientos actuales de poblaciones sanas no son medidas de carácter médico o político sino de orden ‎administrativo. No apuntan a hacer disminuir la cantidad de personas contagiadas sino sólo a evitar que todos se contagien al mismo tiempo para que no se congestionen los hospitales. ‎El verdadero objetivo de estos confinamientos es compensar las carencias debidas a la mala gestión de los servicios de ‎salud. La mayoría de las epidemias virales suelen durar 3 años. Pero la epidemia de Covid-19 ‎se verá prolongada por los confinamientos administrativos. ‎

Los confinamientos practicados en China tampoco eran de naturaleza médica. Fueron la ‎intervención del poder central frente a los errores de los poderes locales y estaban vinculados ‎más bien a la tradición china del «mandato celestial» [3].‎

Nunca ha sido eficaz el uso de mascarillas quirúrgicas por las personas sanas para protegerse de ‎un virus que se adquiere a través de las vías respiratorias. Antes del Covid-19, ninguno de los virus ‎respiratorios conocidos se transmitía a través de las microproyecciones de saliva sino por ‎aerosoles. Lo único realmente eficaz serían las máscaras antigases. Por supuesto, es posible que ‎el Covid-19 sea el primero de un nuevo tipo de gérmenes, pero esa hipótesis puramente racional ‎resulta poco razonable [4]. Esa ‎precisamente fue la hipótesis que se planteó con la aparición del Covid-2, el virus del Síndrome ‎Respiratorio Agudo Grave (SARS, siglas en inglés), pero ya fue abandonada. ‎

Es importante recordar el Covid-2 no afectó solamente Asia en 2003-2004 sino que también ‎se extendió a Occidente. El SARS fue una epidemia similar a la actual y las personas que ‎se contagian con el Covid-2 hoy reciben tratamientos a base de interferón alfa e inhibidores de ‎proteasas. No hay vacuna contra el virus que provoca el SARS. ‎

3- ¿Es posible dar tratamiento médico a personas afectadas por una enfermedad ‎desconocida?

Enfrentar un virus desconocido no impide dar tratamiento médico a los síntomas que esta provoca. ‎Sólo así se aprende a conocer la enfermedad. ‎

Los responsables políticos occidentales han optado por no investigar los posibles tratamientos ‎curativos para las personas ya contagiadas con el Covid-19. Han apostado todo ‎‎[los presupuestos de salud de sus países] a las vacunas. Esa decisión va en contra del juramento ‎de Hipócrates, que supuestamente rige la labor de todo médico en Occidente. Por supuesto, son ‎numerosos los médicos occidentales que siguen trabajando en la búsqueda de medicamentos y ‎tratamientos para las personas que ya han contraído el Covid-19, pero lo hacen con la mayor ‎discreción, sin lo cual serían objeto de sanciones en el seno de la profesión o en el plano ‎administrativo. ‎

Pero en los países no occidentales ya se habla de medicamentos utilizados con éxito para tratar ‎los casos de Covid-19.
 Ya a principios de 2020 –o sea antes de que el Covid-19 llegara a Occidente–, Cuba mostró ‎casos de Covid-19 curados con pequeñas dosis de Interferón Alfa 2B recombinante (IFNrec). ‎En 2021, China construyó una fábrica para garantizar la producción a gran escala de ese ‎medicamento cubano y desde entonces lo utiliza en ciertos tipos de enfermos [5].
 China utilizó un medicamento ya conocido por su eficacia contra el paludismo: el fosfato de ‎cloroquina.
Basándose en la experiencia china, el profesor francés Didier Raoult comenzó a ‎utilizar la hidroxicloroquina –medicamento del cual este científico francés es una de los mayores ‎conocedores a nivel mundial. En numerosos países la hidroxicloroquina está siendo utilizada con ‎éxito para los casos de Covid-19, a pesar de las fake news publicadas en The Lancet en los ‎medios de la prensa dominante, los cuales se empeñan en presentar ese medicamento, que ya era utilizado ‎corrientemente en miles de millones de pacientes, como un veneno mortal.
 Los países que han adoptado la opción inversa a la de los países occidentales, o sea que han ‎optado por la búsqueda de tratamientos en vez de apostar todo a las vacunas, han ido perfilando ‎un coctel de medicamentos poco onerosos (como la hidroxicloroquina y la ivermectina) para dar ‎tratamiento a los enfermos de Covid-19 ‎(ver la imagen al final de este párrafo)‎. ‎Los resultados han sido tan espectaculares que en Occidente prefieren poner en duda las cifras ‎que esos países –con China en primera línea– han dado a conocer. ‎

Imagen de un documento confidencial suizo. Los medicamentos que aparecen en esta lista ‎se venden a menudo bajo apelaciones diferentes, en dependencia de las firmas que los producen y los países donde se comercializan.‎


 Y finalmente, Venezuela ya inició la distribución masiva del Carvativir, un medicamento ‎elaborado a base de tomillo (Thymus), que también ha dado resultados espectaculares en el ‎tratamiento de casos de Covid-19. Google y Facebook (también lo estuvo haciendo Twitter) ‎censuran toda información sobre el Carvativir, con el mismo celo que puso The Lancet en ‎desacreditar la hidroxicloroquina. ‎

4- ¿Cómo terminará est epidemia?

En los países que han optado por las respuestas médicas aquí mencionadas, el Covid-19 sigue ‎estando presente pero el número de casos es sensiblemente menor a las proporciones que la ‎epidemia ha alcanzado en Occidente y las vacunas se reservan para las personas más expuestas ‎al contagio. ‎

Pero en Occidente, donde se esconden las posibilidades de tratamiento, médico, se actúa como si la única ‎solución fuese vacunar a toda la población. Poderosos grupos de presión de las grandes ‎transnacionales farmacéuticas estimulan el uso masivo de costosas vacunas y se silencian las ‎posibilidades de medicamentos muchísimo menos caros, a los que podría recurrir prácticamente ‎cualquier enfermo. Incluso estamos viendo la aparición de graves rivalidades entre los Estados ‎occidentales, que se disputan la posesión de cargamentos de vacunas en detrimento de ‎sus “aliados”. ‎

Se supone que Occidente dedicó al menos 400 años a la búsqueda de la Razón. Se supone ‎también que Occidente era el portavoz de la Ciencia. Pero, actualmente Occidente ha dejado de ser ‎razonable. Todavía tiene grandes científicos, como el profesor Didier Raoult, y conserva ‎una importante ventaja en el campo técnico –así lo demuestran las vacunas de ARN mensajero. ‎

Pero Occidente ha perdido el rigor necesario para razonar científicamente. Y en cuanto a la ‎ventaja en el plano técnico, lo cierto es que hay regiones de Occidente que simplemente la han ‎perdido ya que los países anglosajones –Reino Unido y Estados Unidos– han logrado desarrollar y ‎fabricar vacunas con ARN mensajero, pero la Unión Europea ha sido incapaz de hacerlo, lo cual ‎indica que ha perdido su inventiva. ‎

El centro del mundo ya no está en el mismo lugar. ‎

[1«Covid-19 y “Amanecer Rojo”‎», por Thierry Meyssan, ‎‎Red Voltaire, 28 de abril de 2020.

[2«Covid-19: Neil Ferguson, el Lysenko del liberalismo», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 19 de abril de 2020.

[3«Covid-19: propaganda y manipulación», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 21 de marzo de 2020.

[4«Pánico y absurdo político ante ‎la pandemia», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 7 de abril de 2020.

[5«El mundo después de la pandemia», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 17 de marzo ‎de 2020.