
Buenas tardes. Quisiera hablar hoy sobre la situación actual en Afganistán, de los acontecimientos de la semana pasada y de las medidas que tomamos para enfrentar una situación en rápida evolución.
Mi equipo de seguridad nacional y yo mismo seguimos de cerca la situación en el terreno en Afganistán y hemos tomado rápidamente medidas para poner en aplicación los planes que habíamos elaborado para actuar ante cualquier eventualidad –incluyendo el rápido derrumbe que estamos viendo.
En un momento hablaré más detalladamente de las medidas específicas que estamos tomando, pero quiero recordar a todo el mundo lo que nos ha llevado a esta situación y los intereses de Estados Unidos en Afganistán.
Entramos en Afganistán hace cerca de 20 años con objetivos claros: perseguir a quienes nos habían atacado el 11 de septiembre de 2001 y hacer que al-Qaeda no pudiera utilizar Afganistán como base para perpetrar nuevos ataques.
Eso fue lo que hicimos. Debilitamos considerablemente a al-Qaeda en Afganistán. Nunca dejamos de perseguir a Osama ben Laden y lo matamos. Eso fue hace 10 años.
Nuestra misión en Afganistán nunca tuvo como objetivo construir una nación. Nunca apuntó a crear una democracia unificada y centralizada.
Nuestro único interés nacional en Afganistán sigue siendo hoy lo que siempre fue: impedir un ataque terrorista contra la patria estadounidense.
Durante años he afirmado que nuestra misión debe limitarse a la lucha contra el terrorismo, no a la contrainsurgencia o a la construcción de naciones. Es por eso que me opuse al despliegue de fuerzas suplementarias cuando se propuso esto, en 2009, cuando yo era vicepresidente.
Y es por eso que, como presidente, pretendo resueltamente que nos concentremos en las amenazas que confrontamos hoy, en 2021, y no en las amenazas de ayer.
Hoy, la amenaza terrorista se ha reproducido exponencialmente más allá de Afganistán: al-Shabaab en Somalia, al-Qaeda en la Península Arábica, al-Nusra en Siria, el intento de creación –por parte de Daesh– de un califato en Siria e Irak y la implantación de filiales en varios países de África y Asia. Esas amenazas exigen que les dediquemos atención y recursos.
Estamos realizando misiones antiterroristas eficaces contra grupos terroristas en varios países donde tenemos presencia militar permanente.
De ser necesario, haremos lo mismo en Afganistán. Hemos adquirido una capacidad antiterrorista que va más allá de nuestros horizontes y que nos permitirá mantener bajo firme observación toda amenaza directa contra Estados Unidos en la región y actuar rápidamente y de manera decisiva en caso de necesidad.
Cuando llegué al poder, heredé un acuerdo que el presidente Trump negoció con los talibanes. Preveía la partida de las fuerzas estadounidenses de Afganistán a más tardar para el 1º de mayo de 2021 –algo más de 3 meses después de mi entrada en funciones.
La decisión que he tenido que tomar como presidente ha sido optar entre aplicar ese acuerdo o retomar la lucha contra los talibanes en medio de los combates de la primavera.
No habríamos tenido alto al fuego después del 1º de mayo. No ha habido ningún acuerdo que proteja a nuestras tropas después del 1º de mayo. No hay un statu quo que garantice la estabilidad sin bajas estadounidenses después del 1º de mayo.
Sólo existía la fría realidad de aplicar el acuerdo de retirada de nuestras fuerzas o intensificar el conflicto y enviar otra vez miles de soldados estadounidenses más al combate en Afganistán, iniciando así la tercera década de conflicto.
No me arrepiento en lo absoluto de mi decisión. Al cabo de 20 años, la dura realidad me ha enseñado que nunca es buen momento para retirar las fuerzas estadounidenses.
Por eso estábamos allí todavía. Éramos lúcidos en cuanto a los riesgos. Hemos previsto todas las eventualidades.
Pero siempre he prometido al pueblo estadounidense ser honesto con él. La verdad es que esto sucedió más rápidamente de lo que habíamos previsto.
Entonces, ¿qué sucedió? Los dirigentes políticos afganos abandonaron y huyeron del país. El ejército afgano se derrumbó, a veces sin tratar de combatir.
Los acontecimientos de la semana pasada sólo han fortalecido nuestra convicción de que poner fin ahora a la implicación militar de Estados Unidos en Afganistán era la decisión correcta.
Las tropas de Estados Unidos no pueden ni deben luchar en una guerra y morir en una guerra que las fuerzas afganas no están dispuestas a librar por sí mismas. Hemos gastado más de 1 000 millardos [1] de dólares. Formamos y equipamos una fuerza militar de unos 300 000 hombres –increíblemente bien equipada–, una fuerza más importante que las fuerzas armadas de muchos de nuestros aliados de la OTAN.
Les dimos todos los medios que podían necesitar. Hemos pagado sus salarios, hemos garantizado el mantenimiento de su fuerza aérea, que los talibanes no tienen. Los talibanes no tienen aviación. Les dimos apoyo aéreo cercano.
Hicimos el máximo para permitirles escoger su propio futuro. Pero no podíamos darles la voluntad de luchar por ese futuro.
Hay unidades y soldados de las fuerzas especiales afganas muy valientes y capaces. Pero si Afganistán es incapaz de oponer a los talibanes una verdadera resistencia ahora, no hay ninguna posibilidad de que una presencia estadounidense de un año, 5 años o 20 años más logre modificar algo.
Esto es lo que yo creo profundamente: no es justo ordenar a las tropas estadounidenses que intensifiquen sus esfuerzos mientras que las propias fuerzas afganas no lo hacen. Si los dirigentes políticos afganos no han sido capaces de unirse por el bien de su pueblo, ni han sido capaces de negociar por el futuro de su país en el momento decisivo, tampoco lo habrían hecho si las tropas estadounidenses se quedaran en Afganistán y asumieran la carga de los combates en lugar de ellos.
Y nuestros verdaderos competidores estratégicos –China y Rusia– se alegrarían de ver a Estados Unidos seguir movilizando indefinidamente miles de millones de dólares en recursos y atención para estabilizar Afganistán.
Cuando recibí al presidente Ghani y al presidente Abdullah en la Casa Blanca, en junio, y nuevamente cuando hablé por teléfono con Ghani en julio, tuvimos conversaciones muy francas. Hablamos de las modalidades de preparación de Afganistán para librar sus guerras civiles después de la retirada del ejército de Estados Unidos, para eliminar la corrupción dentro del gobierno con vistas a que él pudiera trabajar al servicio del pueblo afgano. Hablamos mucho sobre la necesidad de que los dirigentes afganos se unieran políticamente.
No hicieron nada de eso.
También los exhorté a emprender acciones diplomáticas, a buscar un arreglo político con los talibanes. Ese consejo fue rechazado categóricamente. Ghani insistió en que las fuerzas afganas lucharían, pero es evidente que se equivocaba.
Sólo puedo preguntar otra vez a quienes afirman que tendríamos que quedarnos [en Afganistán]: ¿Cuántas generaciones de hijas e hijos de Estados Unidos quieren ustedes que yo envíe a combatir los afganos, a la guerra civil en Afganistán mientras que las tropas afganas no están dispuestas a hacerlo? ¿Cuántas vidas más –vidas estadounidenses– vale eso? ¿Cuántas filas interminables de tumbas en el cementerio nacional de Arlington?
Para mí, la respuesta es clara: yo no repetiré los errores que cometimos en el pasado, el error de quedarnos y de combatir indefinidamente en un conflicto que no es del interés nacional de Estados Unidos, de doblar la apuesta en una guerra civil en un país extranjero, de tratar de reconstruir un país con un sinfín de despliegues militares de fuerzas estadounidenses.
Nosotros no podemos seguir repitiendo esos errores porque tenemos en el mundo intereses vitales importantes que no podemos permitirnos ignorar.
También quiero reconocer hasta qué punto esto es doloroso para muchos de nosotros. Las escenas que vemos en Afganistán son desgarradoras, en particular para nuestros veteranos, nuestros diplomáticos, nuestros trabajadores humanitarios, para todos los que han trabajado en el terreno para ayudar al pueblo afgano.
Para quienes perdieron seres queridos en Afganistán y para los estadounidenses que combatieron y sirvieron en ese país –que sirvieron a nuestro país en Afganistán– esto es profundamente, profundamente personal.
También lo es para mí. Yo trabajo sobre estas cuestiones desde hace tanto tiempo como cualquier otro. Yo he recorrido Afganistán durante esta guerra, durante la guerra, desde Kabul hasta Kandahar, pasando por el valle de Kunar.
Yo estuve allí cuatro veces. Tuve encuentros con la población, hable con los dirigentes, pasé tiempo con nuestros soldados, llegué a entender de primera mano lo que era posible y lo que no era posible en Afganistán.
Por lo tanto, ahora, concentrémonos en lo que es posible.
Seguiremos haciendo presión a favor de la diplomacia y del compromiso regional para prevenir la violencia y la inestabilidad.
Seguiremos defendiendo los derechos fundamentales del pueblo afgano, de las mujeres y las niñas, como hacemos en todas partes del mundo.
He sido claro sobre el hecho que los derechos humanos deben ser el eje de nuestra política exterior, no su periferia. Pero no son los despliegues militares sin fin lo que así lo permitirán. Serán nuestra diplomacia, nuestra herramientos económicas y el compromiso del mundo con nuestra causa.
Ahora, permítanme presentar la misión actual en Afganistán. Me han pedido autorizar –y así lo hice– el despliegue de 6 000 soldados estadounidenses en Afganistán para facilitar la salida del personal civil estadounidense y aliado de Afganistán y evacuar a nuestros aliados afganos y a los afganos vulnerables hacia un lugar seguro fuera de Afganistán.
Nuestras tropas trabajan en garantizar la seguridad del aeropuerto y la continuidad de los vuelos civiles y militares. Tomamos el control del tráfico aéreo.
Hemos cerrado nuestra embajada con toda seguridad y trasladado a nuestros diplomáticos. Nuestra presencia diplomática está ahora reforzada en el aeropuerto igualmente.
En los próximos días, pretendemos transportar a miles de ciudadanos estadounidenses que vivían y trabajaban en Afganistán.
También seguiremos facilitando la salida segura del personal civil, el personal civil de nuestros aliados que todavía está en Afganistán.
La operación Allies Refugee [Refuge] que anuncié en julio ya ha desplazado 2 000 afganos elegibles para visas especiales de inmigración (SIV) y sus familias hacia Estados Unidos.
Durante los próximos días, el ejército de Estados Unidos proporcionará asistencia para desplazar más afganos elegibles para SIV y sus familias fuera de Afganistán.
Igualmente ampliamos el acceso de los refugiados para cubrir a otros afganos vulnerables que han trabajado para nuestra embajada, para las agencias no gubernamentales estadounidenses o las organizaciones no gubernamentales estadounidenses, y a los afganos que de alguna manera se ven expuestos a riesgos importantes, y las agencias de prensa estadounidenses.
Yo sé que hay quien se pregunta por qué no habíamos comenzado a evacuar los afganos, a los civiles, más pronto. La respuesta está en parte en que algunos afganos no querían irse antes, seguían teniendo esperanzas por su país. También fue en parte porque el gobierno afgano y sus partidarios nos solicitaron no iniciar un éxodo masivo para evitar –decían ellos– una «crisis de confianza».
Los soldados estadounidenses cumplen esta misión con su profesionalismo y su eficacia habituales, pero no sin riesgos.
Durante la organización de esta salida, indicamos claramente a los talibanes que si atacan a nuestro personal o perturban nuestra operación, la presencia estadounidense responderá rápida y enérgicamente. Nosotros defendemos a nuestra gente con una fuerza devastadora si es necesario.
Nuestra misión militar actual será de corta duración, de alcance limitado y se concentrará en sus objetivos: poner a los nuestros y a nuestros aliados en situación de seguridad lo más rápidamente posible.
Y cuando hayamos cumplido esa misión, concluiremos nuestra retirada militar. Pondremos fin a la guerra más larga de Estados Unidos después de 20 largos años de derramamiento de sangre.
Los acontecimientos que hoy estamos viendo son tristemente la prueba de que ninguna fuerza militar permitiría nunca un Afganistán estable, unido y seguro, como lo demuestra el sobrenombre de «cementerio de los imperios» que se ha dado históricamente a ese país.
Lo que sucede hoy podría haber sucedido igualmente hace 5 años o dentro de 15 años. Tenemos que ser honestos: nuestra misión en Afganistán dio numerosos pasos en falso durante los últimos 20 años.
Soy ahora el cuarto presidente de Estados Unidos que preside la guerra en Afganistán –dos demócratas y dos republicanos. No transmitiré esa responsabilidad a un quinto presidente.
No engañaré al pueblo estadounidense afirmando que un poco más de tiempo en Afganistán permitirá cambiarlo todo. Tampoco retrocederé ante mi cuota de responsabilidad en la situación actual y la manera como debemos avanzar a partir de ahora.
Yo soy el presidente de los Estados Unidos de América y asumo la responsabilidad final de la situación.
Me siento profundamente triste ante los hechos que hoy enfrentamos. Pero no deploro mi decisión de poner fin a la presencia de tropas estadounidenses en Afganistán y de mantenerme concentrado en nuestras misiones de lucha contra el terrorismo allí y en otras partes del mundo.
Nuestra misión de reducir la amenaza terrorista de al-Qaeda en Afganistán y de matar a Osama ben Laden fue un éxito.
Nuestros esfuerzos de varias décadas por vencer siglos de historia y cambiar y reconstruir Afganistán permanentemente no lo fueron.
No puedo pedir y no pediré a nuestras tropas luchar interminablemente en otra… en la guerra civil de otro país, sufrir bajas, heridas mortales, dejando familias rotas por la tristeza y la pérdida.
No es para nosotros un interés de seguridad nacional. No es lo que quiere el pueblo estadounidense. No es lo que merecen nuestras tropas, que tanto han sacrificado durante los últimos 20 años.
Cuando me presenté por la presidencia, me comprometí con el pueblo estadounidense a poner fin a la presencia militar de Estados Unidos en Afganistán. Y, aunque eso haya resultado difícil y desordenado –y, sí, lejos de ser perfecto– he cumplido ese compromiso.
Más importante aún, me comprometí con los bravos hombres y mujeres que sirven a esta nación a no pedirles seguir arriesgando sus vidas en una operación militar habría tenido que finalizar hace tiempo.
Nuestros dirigentes lo hicieron en Vietnam, cuando yo llegué aquí, cuando yo era joven. Yo no lo haré en Afganistán.
Sé que nuestra decisión será criticada pero prefiero aceptar esas críticas antes que dejar esta decisión a otro presidente de Estados Unidos –otro más– que sería el quinto.
Porque es la correcta… la decisión correcta para nuestra gente. Correcta para nuestros bravos militares que han arriesgado sus vidas al servicio de nuestra nación. Y es la decisión correcta para Estados Unidos.
Entonces, gracias. Que Dios proteja a nuestros soldados, a nuestros diplomáticos y a todos los estadounidenses que arriesgan sus vidas por servir a nuestro país.
[1] 1 millardo = 1 000 millones
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