El Kremlin, 24 de febrero de 2022 a las 06:00 (hora de Moscú)
¡Queridos ciudadanos de Rusia! ¡Queridos amigos!
Hoy pienso que es nuevamente necesario volver a abordar los trágicos acontecimientos que tienen lugar en el Donbass y las cuestiones esenciales para garantizar la seguridad de Rusia misma,
Comenzaré por lo que dije en mi discurso del 21 de febrero de este año. Hablo de algo que nos preocupa particularmente, de las amenazas fundamentales que, de año en año, etapa por etapa, han sido creadas, de manera flagrante y sin ceremonias, año tras año, por los políticos irresponsables de Occidente contra nuestro país. Me refiero a la expansión del bloque de la OTAN hacia el este, que acerca su infraestructura militar a las fronteras de Rusia.
Es bien conocido que, desde hace 30 años, tratamos con constancia y paciencia de alcanzar con los principales países de la OTAN un acuerdo basado en los principios de una seguridad igual e indivisible en Europa. En respuesta a nuestras proposiciones, nos hemos estrellado constantemente contra engaños y cínicas mentiras o intentos de presión y de chantaje, mientras que, al mismo tiempo, la Alianza del Atlántico Norte –a pesar de nuestras protestas y nuestras preocupaciones– no cesa de ampliarse. La máquina de guerra está en marcha y, lo repito, se acerca lo más posible a nuestras fronteras.
¿Por qué sucede todo eso? ¿Por qué esta manera insolente de hablar[nos] desde una posición de exclusividad, de infalibilidad y de permisividad? ¿De dónde viene esa actitud indiferente y desdeñosa hacia nuestros intereses y nuestras demandas perfectamente legítimas?
La respuesta es clara. Todo es [para nosotros] claro y evidente. La Unión Soviética se debilitó, a finales de los años 1980, antes de derrumbarse completamente. Toda la secuencia de acontecimientos que se desarrollaron entonces es hoy una buena lección para nosotros. Mostró de manera convincente que la parálisis del poder y de la voluntad es el primer paso hacia una degradación total y una completa desaparición. Bastó que perdiéramos la confianza en nosotros mismos por un momento y ahí está el resultado: se rompió el equilibrio de fuerzas en el mundo.
Aquello condujo a que los tratados y acuerdos anteriores ya no se aplican en la práctica. Los intentos de persuadir y los pedidos no sirven de nada. Todo lo que no conviene a los poderosos, a quienes ostentan el poder, es declarado arcaico, obsoleto e inútil. Y, por el contrario, todo lo que les parece ventajoso es presentado como la verdad suprema, la que hay que imponer a cualquier precio, sin miramientos y por todos los medios. Y quienes los contradicen son liquidados.
Lo que estoy diciendo no sólo concierne a Rusia y no somos los únicos que tenemos esas preocupaciones. Concierne también a todo el conjunto de las relaciones internacionales y a veces incluso a los propios aliados de Estados Unidos. Después del derrumbe de la URSS se inicio, efectivamente, una redistribución del mundo y las normas establecidas del Derecho Internacional –y las principales, fundamentales– adoptadas al final de la Segunda Guerra Mundial comenzaron a ser molestias para quienes se declararon vencedores de la guerra fría.
Por supuesto, en la práctica, en las relaciones internacionales y en las reglas que las rigen hay que tener en cuenta los cambios de la situación mundial y el equilibrio de fuerzas.
Sin embargo, eso debería hacerse de manera profesional, sin choques, con paciencia, teniendo en cuenta y respetando los intereses de todos los países y entendiendo cada uno su propia responsabilidad.
Pero no, hubo un estado de euforia nacida de su superioridad absoluta, una especie de absolutismo moderno, además con un fondo de poco nivel de cultura general y de mucha arrogancia de parte de quienes prepararon, adoptaron e impusieron las decisiones que sólo eran provechosas para ellos mismos. La situación comenzó a evolucionar de una manera diferente.
No hay que ir muy lejos para encontrar ejemplos. Primeramente, sin ninguna autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, realizaron una sangrienta operación militar contra Belgrado, utilizando aviones y misiles en pleno corazón de Europa. Hubo varias semanas de constantes bombardeos contra ciudades e infraestructuras indispensables para la vida. Tenemos que recordar esos hechos porque a ciertos colegas occidentales no les gusta acordarse de aquellos acontecimientos y, cuando los mencionamos, prefieren señalar con el dedo no las normas del Derecho Internacional sino circunstancias que ellos interpretan a su manera.
Vino después el turno de Irak, de Libia y de Siria. El uso ilegítimo de la fuerza militar contra Libia y la tergiversación de todas las decisiones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sobre la cuestión libia condujeron a la destrucción total del Estado [libio], a la creación de un inmenso foco de terrorismo internacional y al hundimiento del país en un desastre humanitario y en el abismo de una larga guerra civil que aún continúa. La tragedia que condenó a cientos de miles, a millones de personas, no sólo en Libia sino en toda la región, provocó una migración masiva desde el norte de África y el Medio Oriente hacia Europa.
A Siria se le había reservado un destino similar. La acción militar de la coalición occidental en ese país, sin consentimiento del gobierno sirio y sin autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, no es otra cosa que una agresión, una intervención.
Pero la invasión de Irak también tiene un lugar prominente en esta lista, [invasión] por supuesto sin ninguna base jurídica. El pretexto era que Estados Unidos disponía supuestamente de información confiable sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. Para demostrarlo públicamente ante el mundo entero, el secretario de Estado estadounidense agitó una especie de tubo que contenía un polvo blanco, asegurando a todo el mundo que aquello era un arma química desarrollada en Irak. Y luego resultó que todo era una manipulación, un engaño. No había armas químicas en Irak. Increíble, sorprendente, pero los hechos siguen siendo hechos. Hubo mentiras proferidas al más alto nivel del Estado y desde lo alto de la tribuna de la ONU. El resultado fue que hubo enormes pérdidas humanas, destrucción y un increíble avance del terrorismo.
De una manera general, parece que casi en todas partes, en numerosas regiones del mundo, allí donde Occidente viene a instaurar su orden, deja heridas sangrientas, que no cicatrizan, las llagas del terrorismo internacional y del extremismo. Todos los ejemplos que he mencionado antes son los más flagrantes, pero están lejos de ser los únicos ejemplos de desprecio del Derecho Internacional.
Eso incluye la promesa que se hizo a nuestro país de no extender la OTAN “ni una pulgada hacia el este”. Una vez más, nos engañaron o, en lenguaje popular, simplemente nos estafaron. Sí, se suele oír decir que la política es una ocupación sucia. Puede ser, pero no tan sucia como eso, no a ese extremo. Después de todo, un comportamiento de jugador tramposo no sólo es contrario a los principios de las relaciones internacionales sino sobre todo contradice las normas de la moral y de la ética generalmente aceptadas. ¿Dónde están aquí la justicia y la verdad? Sólo vemos mentiras e hipocresía.
Por cierto, los políticos, los analistas políticos y los periodistas estadounidenses ellos mismos escriben y dicen que en estos últimos años un verdadero «Imperio de la Mentira» se ha creado en Estados Unidos. Es difícil no estar de acuerdo con eso. Eso es cierto. Pero, digámoslo, a pesar de ello Estados Unidos sigue siendo un gran país, una potencia en la base de un sistema.
No todos sus satélites se limitan a aprobar dócilmente, a asentir, a repetir en coro [las posiciones de Estados Unidos] en cada ocasión sino que también copian su comportamiento y aceptan con entusiasmo las reglas que [Estados Unidos] les propone. Con razón puede decirse que el conjunto del llamado «bloque occidental», que Estados Unidos ha conformado a su imagen y semejanza, es ese mismo «Imperio de la Mentira».
En cuanto a nuestro país, después del derrumbe de la URSS, a pesar de la apertura sin precedente de la nueva Rusia moderna y de su voluntad de trabajar honestamente con Estados Unidos y con otros socios occidentales, en condiciones de desarme realmente unilateral, ellos [Occidente] inmediatamente trataron de hundirnos, de darnos el tiro de gracia y de destruirnos definitivamente. Exactamente eso fue lo que sucedió en los años 1990 y a principio de los años 2000, cuando el supuesto Occidente colectivo apoyó activamente el separatismo y las bandas de mercenarios en el sur de Rusia. ¡Cuántos sacrificios y cuántas pérdidas nos costó eso! ¡Cuántas pruebas tuvimos que vencer antes de lograr por fin romperle el espinazo al terrorismo internacional en el Cáucaso!
Lo recordamos y no lo olvidaremos nunca.
En realidad, hasta hace poco, los intentos de utilizarnos para sus intereses, de destruir nuestros valores tradicionales y de imponernos sus falsos valores –que nos corroerían, a nosotros, a nuestro pueblo desde adentro– no han cesado. Esas actitudes ya las imponen agresivamente en sus propios países y llevan directamente a la degradación y la degeneración ya que son contrarias a la misma naturaleza humana. Eso no sucederá [aquí], eso nunca ha funcionado para nadie. Y ahora tampoco va a funcionar.
A pesar de todo eso, en diciembre de 2021, nosotros tratamos una vez más de llegar a un acuerdo con Estados Unidos y sus aliados sobre los principios de la seguridad en Europa y la no ampliación de la OTAN. La posición de Estados Unidos no ha cambiado. No consideran que sea necesario llegar a un acuerdo de paz con Rusia sobre esa cuestión esencial para nosotros. Persiguen sus propios objetivos y no tienen en cuenta nuestros intereses.
Y, por supuesto, ante esta situación nosotros nos preguntamos: ¿Qué hacer ahora? ¿Qué podemos esperar?
La historia nos enseña que, en 1940 y al principio de 1941, la Unión Soviética trató de impedir o al menos de retrasar el estallido de la guerra. En aras de lograrlo sobre todo hay que tratar, literalmente hasta el último minuto, de no provocar al potencial agresor, de no tomar –e incluso posponer– las medidas más necesarias y más evidentes para prepararse a rechazar un ataque inevitable. Y las medidas que finalmente se tomaron fueron desastrosamente tardías.
Como consecuencia de ello, el país no estaba preparado para enfrentar la invasión de la Alemania nazi, que atacó nuestra Patria, sin declaración de guerra, el 22 de junio de 1941. Se logró detener al enemigo y luego aplastarlo, pero a un costo colosal. El intento de complacer al agresor antes de la Gran Guerra Patria fue un error que costó muy caro a nuestro pueblo. En los primeros meses de combate perdimos extensos territorios estratégicamente importantes y millones de vidas. Ese error no vamos a cometerlo por segunda vez, no tenemos derecho a ello.
Quienes aspiran a la dominación mundial declaran públicamente, con toda impunidad y –así lo subrayo– sin ninguna justificación, que nosotros, Rusia, somos su enemigo. En efecto, ellos disponen hoy de importantes capacidades financieras, científicas, tecnológicas y militares. Estamos conscientes de ello y evaluamos objetivamente las amenazas que se oyen constantemente contra nosotros en el sector de la economía, así como nuestra propia capacidad para resistir a ese chantaje impúdico y permanente. Repito, los evaluamos sin ilusiones y de manera extremadamente realista.
En el ámbito militar, la Rusia moderna, incluso después del derrumbe de la URSS y de haber perdido gran parte de su potencial, es hoy una de las potencias nucleares más importantes del mundo y dispone además de ventajas comprobadas en cierto número de armas avanzadas. En ese sentido, nadie debe dudar que un ataque directo contra nuestro país se traduciría en una derrota y en consecuencias desastrosas para todo agresor potencial.
Sin embargo, la tecnología –incluso en materia de defensa– evoluciona rápidamente. El liderazgo en ese sector ha cambiado y cambiará de manos [con frecuencia]. Pero el acondicionamiento militar de los territorios adyacentes a nuestras fronteras –si lo permitimos– continuará por décadas, quizás incluso por siempre, y será una amenaza cada vez más grande y totalmente inaceptable para Rusia.
Ya en este momento, mientras que la OTAN se extiende hacia el este, la situación de nuestro país se agrava y se hace cada año más peligrosa. Además, en estos últimos días, los dirigentes de la OTAN han hablado explícitamente de la necesidad de acelerar, de forzar la infraestructura de la alianza hasta las fronteras de Rusia. En otros términos, están reforzando su posición. No podemos limitarnos a sólo ver lo que está sucediendo. Eso sería completamente irresponsable de nuestra parte.
La continuación de la expansión de la infraestructura de la Alianza del Atlántico Norte y el acondicionamiento militar del territorio de Ucrania son inaceptables para nosotros. El problema, por supuesto, no es la organización de la OTAN en sí –esta es sólo un instrumento de la política exterior estadounidense.
El problema es que en los territorios adyacentes al nuestro –y quiero resaltarlo, nuestros territorios históricos– se está creando una “anti-Rusia” enemiga, bajo un control exterior total, que es intensivamente colonizada por las fuerzas armadas de los países de la OTAN y nutrida hasta reventar con el armamento más moderno.
Para Estados Unidos y sus aliados, se trata de una política que llaman de «contención» de Rusia, con un dividendo político evidente. Para nuestro país es, a fin de cuentas, una cuestión de vida o muerte, la cuestión de nuestro porvenir histórico como Nación. Y esto no es una exageración. Es simplemente así. Se trata de una amenaza real, no sólo para nuestros intereses sino también para la existencia misma de nuestro Estado y su soberanía. Es la línea roja que se ha mencionado repetidamente. Ellos la han cruzado.
En ese contexto, [volvamos a] la situación en el Donbass. Comprobamos que las fuerzas que dieron el golpe de Estado en Ucrania, en 2014, se apoderaron del poder y que lo han conservado a través de procesos electorales esencialmente decorativos, se han negado definitivamente a resolver el conflicto por la vía pacífica. Durante 8 años –ocho años infinitamente largos– hemos hecho todo lo posible para que la situación se resolviera por vías pacíficas y políticas.
Ha sido en vano.
Como ya lo dije en mi alocución anterior, es imposible mirar lo que allí sucede sin sentir compasión. Ya era simplemente imposible tolerarlo. Hay que parar de inmediato esa pesadilla –el genocidio contra los millones de personas que viven allí. Su única esperanza es [la ayuda de] Rusia. Su única esperanza somos ustedes y yo. Son esas aspiraciones, esos sentimientos y ese dolor de esa gente lo que nos ha llevado a tomar la decisión de reconocer las Repúblicas Populares del Donbass.
Hay algo que creo importante subrayar. Los principales países de la OTAN, con tal de alcanzar sus propios objetivos, apoyan en Ucrania a los ultranacionalistas y los neonazis, quienes –a su vez– nunca perdonarán a los habitantes de Crimea y Sebastopol su libre decisión de reunificarse con Rusia.
Ellos [los ultranacionalistas y los neonazis] tratarán, por supuesto, de infiltrarse en Crimea, como lo hicieron en el Donbass, para imponer allí la guerra y matar gente indefensa. Como antes lo hicieron bandas punitivas de nacionalistas ucranianos, los colaboradores de Hitler durante la Gran Guerra Patria. Ellos declaran abiertamente que reclaman cierta cantidad de otros territorios de Rusia.
El conjunto del desarrollo de los acontecimientos y el análisis de las informaciones que nos llegan muestran que el enfrentamiento entre Rusia y esas fuerzas es inevitable. Sólo es cuestión de tiempo. Están preparándose y esperan el momento oportuno. Ahora están reclamando también la posesión de armas nucleares. Nosotros no permitiremos que eso suceda.
Como dije anteriormente, Rusia aceptó las nuevas realidades geopolíticas después del derrumbe de la URSS. Respetamos y seguiremos respetando todos los países nuevamente formados en el espacio postsoviético. Respetamos y seguiremos respetando la soberanía de esos países y un ejemplo de ello es la ayuda que acabamos de aportar a Kazajastán, que se vio confrontado a acontecimientos trágicos y desafíos para su condición de Estado y su integridad misma. Pero Rusia no puede sentirse segura, no puede desarrollarse, no puede existir con una amenaza constante emanada de la actual Ucrania.
Permítanme recordar a ustedes que en 2000-2005 respondimos militarmente a los terroristas en el Cáucaso, defendimos la integridad de nuestro Estado y preservamos a Rusia. En 2014, nosotros apoyamos a la población de Crimea y de Sebastopol. En 2015, utilizamos nuestras fuerzas armadas para establecer una barrera segura ante las infiltraciones de terroristas desde Siria hacia Rusia. No teníamos ningún otro medio para defendernos.
Lo mismo está sucediendo ahora. Ustedes y yo no hemos tenido simplemente otra posibilidad para defender Rusia, para defender a nuestro pueblos, que la que nos veremos obligados a utilizar hoy.
Las circunstancias nos obligan a actuar de manera decisiva e inmediata. Las Repúblicas Populares del Donbass han solicitado la ayuda de Rusia.
En ese sentido, de conformidad con el Artículo 51 del Capítulo 7 de la Carta de las Naciones Unidas, con la autorización del Consejo de la Federación Rusa y de conformidad con los tratados de amistad y de asistencia mutua con las Repúblicas Populares de Donetsk y de Lougansk, ratificados por la Asamblea Federal el 22 de febrero de este año, he tomado la decisión de realizar una operación militar especial.
Su objetivo es proteger a las personas que se han visto sometidas a abusos, a un genocidio por el régimen de Kiev durante 8 años. Y, con ese fin, apuntaremos a desmilitarizar y desnazificar Ucrania, a llevar ante la justicia a todos aquellos que han cometido sangrientos crímenes contra civiles, incluyendo ciudadanos de la Federación Rusa.
Al mismo tiempo, nuestros planes no incluyen la ocupación de territorios ucranianos. Nosotros no tenemos intenciones de imponer nada a nadie por la fuerza. Simultáneamente, en los últimos tiempos oímos cada vez más a menudo en Occidente que los documentos firmados por el régimen totalitario soviético –[documentos] que consagran los resultados de la Segunda Guerra Mundial– no deberían seguir aplicándose. ¿Qué se puede responder a eso?
El final de la Segunda Guerra Mundial es sagrado, al igual que los sacrificios de nuestro pueblo en el altar de la victoria sobre el nazismo. Pero eso no contradice los altos valores de los derechos humanos y de las libertades, basados en las realidades de las décadas de postguerra. Eso no anula tampoco el derecho de las naciones a la autodeterminación, consagrada en el primer artículo de la Carta de las Naciones Unidas.
Permítanme ustedes que les recuerde que en el momento de la fundación de la URSS, ni después de la Segunda Guerra Mundial, nadie preguntó nunca a los habitantes de los territorios que conforman la actual Ucrania cómo querían organizar su vida. Nuestra política se basa en la libertad de opciones para cada cual determinar su propio futuro y el de sus hijos. Y pensamos que es importante que todos los pueblos que viven en el territorio de la Ucrania actual, todos los que así lo deseen, puedan ejercer ese derecho: el derecho de escoger.
En ese sentido, lanzo también un llamado a los ciudadanos de Ucrania. En 2014, Rusia tenía la obligación de proteger a los habitantes de Crimea y de Sebastopol contra esos que ustedes mismos llaman «nazis de baja ralea». Los habitantes de Crimea y de Sebastopol optaron por estar con su Patria histórica, con Rusia, y nosotros los apoyamos entonces. Tengo que repetirlo, simplemente no podíamos dejar de hacerlo.
Los acontecimientos actuales no apuntan a perjudicar los intereses de Ucrania ni del pueblo ucraniano. Se trata de proteger a Rusia misma contra quienes han tomado a Ucrania como rehén y tratan de utilizarla contra nuestro país y contra su pueblo.
Una vez más, nuestras acciones son un acto de autodefensa frente a las amenazas que se ciernen sobre nosotros y frente a una calamidad más grande aún que la que hoy tiene lugar. Por muy difícil que sea, pido a ustedes que así lo entiendan y llamo a la cooperación para que podamos pasar esta trágica página lo más rápidamente posible y avanzar juntos, sin permitir a nadie inmiscuirse en nuestros asuntos, en nuestras relaciones sino construyéndolas de manera independiente, para crear las condiciones que se necesitan para sobreponernos a todos los problemas y, a pesar de nuestras fronteras estatales, fortalecernos desde adentro como entidad unida. Yo creo en ello, es nuestro futuro.
Tengo que dirigirme también a los militares de las fuerzas armadas de Ucrania.
¡Queridos camaradas! Los padres, abuelos, tatarabuelos de todos ustedes combatieron a los nazis en su época, defendiendo nuestra Patria común. No lo hicieron para que hoy vengan los neonazis a tomar el poder en Ucrania. Ustedes han prestado un juramento al pueblo ucraniano, no a la junta antipopular que saquea Ucrania y maltrata a ese mismo pueblo.
¡No sigan las órdenes criminales [de esa junta]! Os llamo a deponer las armas inmediatamente y a regresar a vuestras casas. Seamos claros, todos los miembros del ejército ucraniano que sigan este llamado podrán salir de la zona de guerra sin dificultades y regresar junto a sus familias.
Permítanme insistir una vez más. Toda la responsabilidad de un eventual derramamiento de sangre caerá totalmente sobre la conciencia del régimen en el poder en el territorio de Ucrania.
Ahora, unas palabras importantes, muy importantes para quienes pudiesen verse tentados desde el exterior a interferir en los acontecimientos en desarrollo. Quienquiera que trate de interferir con nosotros o trate de poner en peligro nuestro país y nuestro pueblo debe saber que la respuesta de Rusia será inmediata y os conducirá a consecuencias como nunca habéis confrontado en vuestra historia. Estamos dispuestos a enfrentar cualquier tipo de desarrollo de los acontecimientos.
Se han tomado todas las decisiones necesarias para ello.
Espero que seré escuchado.
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