Londres, Washington y Moscú se habían hecho garantes del porvenir de Ucrania en el Memorándum de Budapest, en 1994. En 2015, Berlín, París y Moscú se hicieron garantes de la paz civil en Ucrania, en los acuerdos de Minsk.
Ahora Kiev acusa a Rusia de traición, pero los hechos demuestran lo contrario. En realidad, son el Reino Unido y Estados Unidos quienes, siguiendo sus viejos hábitos imperiales, orquestaron el conflicto en Ucrania para precipitar no sólo a Rusia sino también a Alemania en un enfrentamiento destructivo.
El polemista libanés Hassan Hamade pasa revista a las garantías que las potencias imperiales ofrecieron en algún momento a países como Líbano, Irak y Chipre, supuestamente para preservar los intereses de esos Estados, cuando en realidad querían destruirlos.
«¡Ay de quien se cree rico acumulando promesas de personas a quien cree amigas!». Ese milenario proverbio árabe se aplica a lo que hoy estamos viendo en Ucrania, como también se cumplió antes en Grecia y en Chipre.
Destinado, desde 2014, a provocar a Rusia para llevarla a una guerra de desgaste, el gobierno de Zelenski, guiado por los «neonazis», se dedicó a seguir al pie de la letra la misión que se le había asignado sin tomarse ni siquiera el trabajo de reflexionar seriamente sobre las consecuencias que tendría su aventura para la existencia misma de Ucrania y para su supervivencia.
Estados Unidos y los otros países miembros de la OTAN siguen dando grandes muestras de supuesta generosidad con sus envíos de ayuda militar al gobierno de Kiev mientras que ignoran por completo el aspecto socio-económico, lo cual crea un panorama totalmente absurdo que afecta profundamente todos los sectores de la vida, como preludio de una grave y dolorosa inestabilidad social. El gobierno de Zelenski dice estar dispuesto a hacer lo que sea para que Ucrania tenga acceso al paraíso otanesco o europeo, preferentemente a los dos.
Pero ese proyecto resulta demasiado ambicioso cuando se mira a través del prisma de la experiencia greco-chipriota, la que debería servir de ejemplo a todos los que tienden a confundir sus deseos con la realidad, a pesar de que experiencias pasadas y presentes, así como las complejidades de las coyunturas internacionales, tendrían que servir de advertencia a los soñadores impulsivos.
Y mientras Ucrania muestra una total indiferencia en cuanto a las dificultades que vivió la comunidad greco-chipriota, el gobierno de Atenas parece padecer una curiosa amnesia multilateralmente desarrollada en el plano diplomático y en historia, sin hablar de los anales de las guerras de agresión recíprocas con su vecino y aliado turco, no sólo en el pasado –incluso en el pasado reciente– sino también en lo cotidiano. Mientras que el presidente turco Recep Tayyip Erdogan justifica su condena de la invasión rusa invocando el respeto del derecho internacional, no es menos cierto que el pasado 3 de septiembre el jefe de Estado turco fue incapaz de morderse la lengua y amenazó a su vecino griego con invadirlo. Erdogan no tuvo pelos en la lengua al lanzar amenazas extremadamente claras: «Que ustedes ocupen las islas [del Mar Egeo, cerca de Turquía] no nos obliga a nada. Cuando llegue el momento, haremos lo necesario. Podemos llegar súbitamente, durante la noche.» Resultan cuando menos extrañas esta alianza otanesca y sus «garantías de estabilidad».
La alianza atlántica, la integración parcial o completa en esta temible máquina de guerra, la integración parcial o completa en la Unión Europea, son elementos atractivos en sueños –y sólo en sueños pero nunca en la realidad–, una supuesta protección de la integridad territorial, así como de la independencia y la soberanía del Estado que alimenta tales aspiraciones. El casoo de Chipre, esa pequeña isla, bella y pacífica, en el este del Mediterráneo, depositaria de un importante patrimonio cultural, quedará probablemente para la eternidad como el típico ejemplo que desmiente las fábulas sobre las «garantías» y la «protección» que supuestamente ofrecen las alianzas militares del lado de las ambiciones imperiales.
En las negociaciones entre las dos comunidades que habitan Chipre –la comunidad greco-chipriota y la turco-chipriota–, negociaciones desarrolladas en Zurich y Londres entre 1959 y 1960 bajo el patrocinio del Reino Unido como potencia mandataria y de los gobiernos de Grecia y de Turquía, fervientes defensores de cada una de las comunidades antes mencionadas, y que llevaron al acuerdo de Lancaster House sobre la independencia de la isla de Chipre, se estableció que 3 potencias extranjeras fuesen «garantes» de una estricta aplicación de las directivas de la Constitución chipriota y, por consiguiente, garantes también de la independencia, de la soberanía y de la integridad territorial de la República naciente de dichos acuerdos.
¿Quién más que esas 3 potencias podía aportar verdaderas garantías al sueño chipriota y a la emancipación de esa isla, elemento clave de la extraordinaria simbiosis entre las diferentes civilizaciones este-mediterráneas, sobre todo entre Fenicia y la Antigua Grecia? Recordemos que Reino Unido, Grecia y Turquía son 3 países aliados entre sí como miembros de la OTAN y que supuestamente respetan las órdenes de la alianza atlántica. Chipre podría entonces avanzar en un clima de seguridad y gozar, por ende, de paz y de tranquilidad en el más estricto sentido de tales palabras. ¿Qué pudiera ser más tranquilizador que eso?
Sin embargo, no se respetó ninguno de los compromisos que los dos socios de Grecia (el Reino Unido y Turquía) habían contraído en Chipre sobre la estricta aplicación de las directivas constitucionales y Chipre se vio en un callejón sin salida constitucional a causa del boicot de los trabajos del poder ejecutivo por parte del vicepresidente proveniente de la comunidad turco-chipriota, vicepresidente cuyo consentimiento era indispensable para el buen funcionamiento del Estado. Debido a ello, en sólo 3 años, Chipre cayó en el más total inmovilismo institucional. La joven República se vio arrastrada a una espiral fatal que facilitó la invasión de la isla por el ejército turco, punta de lanza de la OTAN en esa región. La invasión de Chipre por el ejército turco, en julio de 1974, trajo, por supuesto, la tragedia del desplazamiento de poblaciones y todas las desgracias que ya conocemos.
Reino Unido permitió la actuación de su aliado turco, en detrimento de su aliado griego. La división de la isla no alteró en nada los intereses y privilegios del Reino Unido, que tenía allí 2 grandes bases militares aéreas y navales dotadas de extraterritorialidad –las bases Dekhelia y de Akrotiri. Akrotiri es incluso la mayor base de la fuerza aérea británica fuera del Reino Unido.
¿Y qué pasó con las tan generosas garantías que habían ofrecido 3 Estados miembros de la OTAN? Silencio total. ¿Qué pasa con la credibilidad de la OTAN, tanto ante sus miembros como ante aquellos a quienes dice proteger? Más silencio.
Hugh Foot, último Alto Comisionado británico en Chipre y director extremadamente autoritario de los trabajos que condujeron a los acuerdos de Lancaster House, recibió una generosa promoción. Su Muy Graciosa Majestad, la reina Isabel II, lo hizo Lord, con el título de Lord Caradon, para recompensarlo por su magistral desempeño en la crisis chipriota. Este mismo Lord Caradon tuvo otra cita con la historia. Convertido en representante permanente del Reino Unido en la ONU, Lord Caradon redactó y posteriormente socavó la muy controvertida resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU después de la guerra israelo-árabe de 1967. Manipulando las sutilezas lingüísticas entre el texto en inglés de la resolución y su traducción al francés sobre la retirada parcial (según el texto en inglés) y la retirada total (según la traducción al francés) de las tropas israelíes ocupantes en las regiones del Golán sirio, del Jerusalén-este palestino y de la Cisjordania y de Gaza, así como del desierto del Sinaí.
Otra curiosidad histórica. Durante la invasión y posterior ocupación de Irak por Estados Unidos, el gobernador militar [estadounidense] Paul Bremer recurrió a las habilidades del representante permanente del Reino Unido ante la ONU, Jeremy Greenstock, para que este redactara una nueva constitución para Irak, pero de tal manera que ese documento impidiera el resurgimiento de un Irak unido, independiente y soberano. Así se hizo y la constitución redactada por Greenstock convirtió Irak en una confederación, aunque la apelación oficial es «Federación Iraquí». Esa naturaleza confederal resulta evidente en las prerrogativas que dicha constitución concede a la región autónoma denominada «Kurdistán iraquí». Hay que reconocer que Greenstock, como aprendiz de mago, es uno de los más brillantes alumnos de Lord Caradon y un gran adepto de la manipulación.
Estos vínculos entre personas y proyectos se remontan a los años 1920. Lord Caradon fue un individuo altamente competente, ducho en las grandes manipulaciones políticas que acompañaron el surgimiento de diferentes Estados a raíz del derrumbe del imperio otomano. Conocía a la perfección las tácticas diabólicas utilizadas en las múltiples injerencias europeas en la región del Levante luego de los acuerdos entre Solimán El Magnífico y el rey francés Francisco I, en 1536, origen de lo que los Cónsules de Francia en Alepo comenzaron a llamar «las minorías», eso que hoy se designa como «los componentes», etc.
Ese mismo Lord Caradon estaba seguramente al corriente de los verdaderos objetivos de la misión del padre de la Constitución libanesa, el primer Alto Comisario civil Henry de Jouvenel. La obra de este último personaje, como lo demuestra la Constitución libanesa de 1926, inspiró los trabajos de Lord Caradon, algo que los libaneses actuales desconocen, por desgracia. El hecho es que la Constitución de Chipre está inspirada en la Constitución libanesa. Esa es la realidad que se trata de ocultar.
Este corto resumen histórico busca ofrecer una idea exacta sobre las llamadas «garantías» y «protecciones». La tragedia ucraniana está sólo en sus inicios y el mundo podría necesitar un verdadero milagro caído del cielo para parar esta carrera hacia el precipicio nuclear.
Siento la obligación de recordar aquí la famosa declaración que hizo Liz Truss estando inmersa en su carrera por convertirse en jefa del gobierno británico: «Estoy dispuesta, de ser necesario, a apretar el botón nuclear»
En cuanto a las “garantías” y “protecciones”, es evidente que sólo comprometen a quienes creen en ellas.
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