Como senador estadounidense, el hoy presidente Joe Biden trató de imponer un plan para ‎dividir Irak en tres Estados diferentes. Después, siendo vicepresidente, Joe Biden supervisó los ‎acuerdos de Minsk sobre Ucrania. Ahora, como presidente de Estados Unidos, Biden termina ‎de destruir Irak, convertido en un país ingobernable, y Ucrania, transformada en campo de batalla.‎

‎«¡Ay de quien se cree rico acumulando promesas de personas a quien cree amigas!». Ese ‎milenario proverbio árabe se aplica a lo que hoy estamos viendo en Ucrania, como también ‎se cumplió antes en Grecia y en Chipre. ‎

Destinado, desde 2014, a provocar a Rusia para llevarla a una guerra de desgaste, el gobierno de ‎Zelenski, guiado por los «neonazis», se dedicó a seguir al pie de la letra la misión que se le había ‎asignado sin tomarse ni siquiera el trabajo de reflexionar seriamente sobre las consecuencias que ‎tendría su aventura para la existencia misma de Ucrania y para su supervivencia. ‎

Estados Unidos y los otros países miembros de la OTAN siguen dando grandes muestras de ‎supuesta generosidad con sus envíos de ayuda militar al gobierno de Kiev mientras que ignoran ‎por completo el aspecto socio-económico, lo cual crea un panorama totalmente absurdo que ‎afecta profundamente todos los sectores de la vida, como preludio de una grave y dolorosa ‎inestabilidad social. El gobierno de Zelenski dice estar dispuesto a hacer lo que sea para que ‎Ucrania tenga acceso al paraíso otanesco o europeo, preferentemente a los dos. ‎

Pero ese proyecto resulta demasiado ambicioso cuando se mira a través del prisma de la ‎experiencia greco-chipriota, la que debería servir de ejemplo a todos los que tienden a confundir ‎sus deseos con la realidad, a pesar de que experiencias pasadas y presentes, así como las ‎complejidades de las coyunturas internacionales, tendrían que servir de advertencia a los ‎soñadores impulsivos. ‎

El 3 de septiembre de 2022, durante un festival de la fuerza aérea turca, ‎el presidente Erdogan declaró: “Grecia trata de amenazarnos con sus S-300. Grecia, recuerda ‎de la historia. Si ustedes van demasiado lejos, lo pagarán caro. Sólo tenemos una cosa que ‎decir a Grecia: Recuerden Izmir [el incendio de Esmirna, en 1922].” Por instrucciones de ‎la OTAN, se trata de obligar las autoridades griegas a autorizar una base militar de ‎Estados Unidos en suelo griego. ‎

Y mientras Ucrania muestra una total indiferencia en cuanto a las dificultades que vivió la ‎comunidad greco-chipriota, el gobierno de Atenas parece padecer una curiosa amnesia ‎multilateralmente desarrollada en el plano diplomático y en historia, sin hablar de los anales de ‎las guerras de agresión recíprocas con su vecino y aliado turco, no sólo en el pasado –incluso en ‎el pasado reciente– sino también en lo cotidiano. Mientras que el presidente turco Recep Tayyip ‎Erdogan justifica su condena de la invasión rusa invocando el respeto del derecho internacional, ‎no es menos cierto que el pasado 3 de septiembre el jefe de Estado turco fue incapaz de ‎morderse la lengua y amenazó a su vecino griego con invadirlo. Erdogan no tuvo pelos en ‎la lengua al lanzar amenazas extremadamente claras: «Que ustedes ocupen las islas [del ‎Mar Egeo, cerca de Turquía] no nos obliga a nada. Cuando llegue el momento, haremos ‎lo necesario. Podemos llegar súbitamente, durante la noche.» Resultan cuando menos extrañas ‎esta alianza otanesca y sus «garantías de estabilidad». ‎

La alianza atlántica, la integración parcial o completa en esta temible máquina de guerra, la ‎integración parcial o completa en la Unión Europea, son elementos atractivos en sueños –y sólo ‎en sueños pero nunca en la realidad–, una supuesta protección de la integridad territorial, ‎así como de la independencia y la soberanía del Estado que alimenta tales aspiraciones. ‎El casoo de Chipre, esa pequeña isla, bella y pacífica, en el este del Mediterráneo, depositaria ‎de un importante patrimonio cultural, quedará probablemente para la eternidad como el típico ‎ejemplo que desmiente las fábulas sobre las «garantías» y la «protección» que supuestamente ‎ofrecen las alianzas militares del lado de las ambiciones imperiales. ‎

En las negociaciones entre las dos comunidades que habitan Chipre –la comunidad greco-chipriota ‎y la turco-chipriota–, negociaciones desarrolladas en Zurich y Londres entre 1959 y 1960 bajo el ‎patrocinio del Reino Unido como potencia mandataria y de los gobiernos de Grecia y de Turquía, ‎fervientes defensores de cada una de las comunidades antes mencionadas, y que llevaron al ‎acuerdo de Lancaster House sobre la independencia de la isla de Chipre, se estableció que ‎‎3 potencias extranjeras fuesen «garantes» de una estricta aplicación de las directivas de la ‎Constitución chipriota y, por consiguiente, garantes también de la independencia, de la soberanía ‎y de la integridad territorial de la República naciente de dichos acuerdos. ‎

‎¿Quién más que esas 3 potencias podía aportar verdaderas garantías al sueño chipriota y a la ‎emancipación de esa isla, elemento clave de la extraordinaria simbiosis entre las diferentes ‎civilizaciones este-mediterráneas, sobre todo entre Fenicia y la Antigua Grecia? Recordemos que ‎Reino Unido, Grecia y Turquía son 3 países aliados entre sí como miembros de la OTAN y que ‎supuestamente respetan las órdenes de la alianza atlántica. Chipre podría entonces avanzar en un ‎clima de seguridad y gozar, por ende, de paz y de tranquilidad en el más estricto sentido de tales ‎palabras. ¿Qué pudiera ser más tranquilizador que eso?‎

En 1974, mientras que la dictadura de los coroneles griegos organiza ‎en Chipre un golpe de Estado contra el gobierno de monseñor Makarios, Estados Unidos ‎envía Turquía a invadir la isla. La invasión se denomina “Operación Atila” y se desarrolla en ‎contubernio con Londres y Washington, que se mantienen aparentemente al margen. ‎La operación tiene 2 objetivos simultaneos: desestabilizar tanto Chipre como Grecia, aunque ‎la dictadura de los coroneles griegos había sido instaurada por la red stay-behind de la OTAN ‎en Grecia. ‎

Sin embargo, no se respetó ninguno de los compromisos que los dos socios de Grecia (el Reino ‎Unido y Turquía) habían contraído en Chipre sobre la estricta aplicación de las directivas ‎constitucionales y Chipre se vio en un callejón sin salida constitucional a causa del boicot de los ‎trabajos del poder ejecutivo por parte del vicepresidente proveniente de la comunidad turco-‎chipriota, vicepresidente cuyo consentimiento era indispensable para el buen funcionamiento del ‎Estado. Debido a ello, en sólo 3 años, Chipre cayó en el más total inmovilismo institucional. ‎La joven República se vio arrastrada a una espiral fatal que facilitó la invasión de la isla por el ‎ejército turco, punta de lanza de la OTAN en esa región. La invasión de Chipre por el ejército ‎turco, en julio de 1974, trajo, por supuesto, la tragedia del desplazamiento de poblaciones y ‎todas las desgracias que ya conocemos. ‎

Reino Unido permitió la actuación de su aliado turco, en detrimento de su aliado griego. ‎La división de la isla no alteró en nada los intereses y privilegios del Reino Unido, que tenía allí ‎‎2 grandes bases militares aéreas y navales dotadas de extraterritorialidad –las bases Dekhelia y ‎de Akrotiri. Akrotiri es incluso la mayor base de la fuerza aérea británica fuera del Reino Unido. ‎

‎¿Y qué pasó con las tan generosas garantías que habían ofrecido 3 Estados miembros de ‎la OTAN? Silencio total. ¿Qué pasa con la credibilidad de la OTAN, tanto ante sus miembros ‎como ante aquellos a quienes dice proteger? Más silencio. ‎

El británico Hugh Mackintosh Foot, barón de Caradon, era un puritano, gran ‎admirador de Oliver Cromwell. Como diplomático colonial, representó a la Corona en Palestina ‎y en Chipre, así como en Nigeria y Jamaica.

Hugh Foot, último Alto Comisionado británico en Chipre y director extremadamente autoritario ‎de los trabajos que condujeron a los acuerdos de Lancaster House, recibió una generosa ‎promoción. Su Muy Graciosa Majestad, la reina Isabel II, lo hizo Lord, con el título de Lord ‎Caradon, para recompensarlo por su magistral desempeño en la crisis chipriota. Este mismo Lord ‎Caradon tuvo otra cita con la historia. Convertido en representante permanente del Reino Unido ‎en la ONU, Lord Caradon redactó y posteriormente socavó la muy controvertida resolución 242 ‎del Consejo de Seguridad de la ONU después de la guerra israelo-árabe de 1967. Manipulando ‎las sutilezas lingüísticas entre el texto en inglés de la resolución y su traducción al francés sobre ‎la retirada parcial (según el texto en inglés) y la retirada total (según la traducción al francés) de ‎las tropas israelíes ocupantes en las regiones del Golán sirio, del Jerusalén-este palestino y de la ‎Cisjordania y de Gaza, así como del desierto del Sinaí. ‎

El británico Jeremy Greenstock creyó poder contar sus hazañas en su libro ‎‎“Iraq: The Cost of War”. La publicación de ese libro estuvo prohibida durante 11 años y sólo ‎pudo publicarlo después haberlo mutilado eliminando muchísimos elementos. La Corona ‎no quería que Greenstock revelara el complot sobre las “armas iraquíes de destrucción ‎masiva”, orquestado desde 1998, ni como el propio Greenstock redactó la nueva Constitución ‎de Irak para que el país fuera ingobernable.

Otra curiosidad histórica. Durante la invasión y posterior ocupación de Irak por Estados Unidos, ‎el gobernador militar [estadounidense] Paul Bremer recurrió a las habilidades del representante ‎permanente del Reino Unido ante la ONU, Jeremy Greenstock, para que este redactara una nueva ‎constitución para Irak, pero de tal manera que ese documento impidiera el resurgimiento de un ‎Irak unido, independiente y soberano. Así se hizo y la constitución redactada por Greenstock ‎convirtió Irak en una confederación, aunque la apelación oficial es «Federación Iraquí». Esa ‎naturaleza confederal resulta evidente en las prerrogativas que dicha constitución concede a la ‎región autónoma denominada «Kurdistán iraquí». Hay que reconocer que Greenstock, como ‎aprendiz de mago, es uno de los más brillantes alumnos de Lord Caradon y un gran adepto de la ‎manipulación. ‎

El francés Henry de Jouvenel inició su carrera del lado de la izquierda (fue ‎esposo de la prestigiosa novelista Colette) y terminó junto a los fascistas italianos. Fue, por ‎poco tiempo, Alto Comisario de Francia en Siria y Líbano. Para contrarrestar las luchas ‎nacionalistas, Henry de Jouvenel trató de dividir a los árabes en minorías confesionales, ‎lo cual hizo con éxito en Líbano.

Estos vínculos entre personas y proyectos se remontan a los años 1920. Lord Caradon fue un ‎individuo altamente competente, ducho en las grandes manipulaciones políticas que acompañaron ‎el surgimiento de diferentes Estados a raíz del derrumbe del imperio otomano. Conocía a la ‎perfección las tácticas diabólicas utilizadas en las múltiples injerencias europeas en la región del ‎Levante luego de los acuerdos entre Solimán El Magnífico y el rey francés Francisco I, en 1536, ‎origen de lo que los Cónsules de Francia en Alepo comenzaron a llamar «las minorías», ‎eso que hoy se designa como «los componentes», etc. ‎

Ese mismo Lord Caradon estaba seguramente al corriente de los verdaderos objetivos de la ‎misión del padre de la Constitución libanesa, el primer Alto Comisario civil Henry de Jouvenel. ‎La obra de este último personaje, como lo demuestra la Constitución libanesa de 1926, inspiró ‎los trabajos de Lord Caradon, algo que los libaneses actuales desconocen, por desgracia. ‎El hecho es que la Constitución de Chipre está inspirada en la Constitución libanesa. Esa es ‎la realidad que se trata de ocultar. ‎

Este corto resumen histórico busca ofrecer una idea exacta sobre las llamadas «garantías» y ‎‎«protecciones». La tragedia ucraniana está sólo en sus inicios y el mundo podría necesitar un ‎verdadero milagro caído del cielo para parar esta carrera hacia el precipicio nuclear. ‎

Siento la obligación de recordar aquí la famosa declaración que hizo Liz Truss estando inmersa en ‎su carrera por convertirse en jefa del gobierno británico: «Estoy dispuesta, de ser necesario, a ‎apretar el botón nuclear»‎

En cuanto a las “garantías” y “protecciones”, es evidente que sólo comprometen a quienes creen ‎en ellas. ‎