La propaganda idiotiza. Se sabe que los nacionalistas integristas ucranianos perpetraron masacres, sobre todo durante la Segunda Guerra Mundial. Pero los europeos ignoran lo que los nacionalistas integristas ucranianos contemporáneos han estado haciendo, a las puertas de Europa, durante los últimos 30 años; ignoran principalmente la guerra civil que los portadores de esa forma de pensamiento han estado librando contra sus supuestos compatriotas desde hace 8 años. La ignorante estupidez de los europeos los lleva a sumarse a los llamados a la guerra que sus responsables políticos repiten incansablemente a favor de aquellos criminales.
Cuando estalla una guerra, los gobiernos siempre se creen obligados a elevar la moral de la población inundándola de propaganda. Lo que está en juego es tan importante, la vida y la muerte, que los debates se polarizan y aparecen inevitablemente las posiciones extremas. Eso es exactamente lo que estamos viviendo en Europa. Y las ideas que defienden unos y otros no tienen nada que ver con sus tendencias ideológicas sino con su grado de proximidad con el poder.
En el sentido etimológico, la propaganda es sólo el arte de convencer, de propagar ideas. Pero en la época moderna, es principalmente una forma de manipular la realidad para denigrar al adversario y glorificar a las tropas de quien hace la propaganda.
Contrariamente a la creencia instaurada en Occidente, la propaganda no es un invento de los nazis ni de los sovieticos. La inventaron los británicos y los estadounidenses durante la Primera Guerra Mundial [1].
Hoy en día, la OTAN coordina su propaganda desde Riga, la capital de Letonia, donde ese bloque bélico tiene su Centro de Comunicación Estratégica [2]. Ese centro identifica los puntos sobre los que quiere actuar y organiza programas internacionales para concretar esa acción.
Por ejemplo, la OTAN ha identificado a Israel como un “eslabón débil” –el ex primer ministro israelí Benyamin Netanyahu era amigo personal del presidente ucraniano Volodimir Zelenski pero su sucesor, Naftali Bennett, reconoció las razones de Rusia e incluso aconsejó a Kiev devolver Crimea y el Donbass y, sobre todo, desnazificar Ucrania. El actual primer ministro de Israel, Yair Lapid, ha resultado más vacilante que Bennet. Lapid no quiere apoyar a los nacionalistas integristas de hoy, sucesores de los nacionalistas integristas ucranianos que masacraron al menos un millón de judíos antes y durante la Segunda Guerra Mundial… pero quiere seguir manteniendo buenas relaciones con las potencias occidentales.
Así que, para que Israel no se aparte del camino “correcto”, la OTAN está tratando de hacer creer al gobierno israelí que, en caso de victoria rusa, Israel perdería su posición en el Medio Oriente [3].
Para alcanzar ese objetivo, la OTAN difunde lo más ampliamente posible la mentira que trata de presentar a Irán como un aliado militar de Rusia. La prensa internacional repite constantemente que los drones rusos son iraníes y pronto dirá que también son iraníes los misiles de alcance intermedio que Rusia utiliza en el campo de batalla. Rusia e Irán han desmentido constantemente esas alegaciones –Rusia domina perfectamente la fabricación de drones y de misiles de alcance intermedio– pero los responsables políticos occidentales, que al parecer usan más la prensa que el cerebro, se apresuran ahora a adoptar sanciones contra los fabricantes iraníes de armamento.
¿Resultado? El primer ministro israelí Yair Lapid, hijo del presidente del Memorial Yad Vashem, se verá pronto forzado a ponerse del lado de los criminales cuyos abuelos participaron en el genocidio contra los judíos en la Ucrania de la Segunda Guerra Mundial.
Los británicos, por su parte, son tradicionalmente expertos en el uso a gran escala de los medios de difusión y en el reclutamiento de artistas que usan en su propaganda. El MI6 británico se apoya en un grupo de 150 agencias de prensa que trabajan en el seno de PR Network [4], convenciendo a esas firmas de prensa de convertirse en repetidores de sus acusaciones y eslóganes.
El MI6 británico y su red de propaganda han convencido sucesivamente a los europeos de que:
1. el presidente ruso Vladimir Putin está muriéndose;
2. de que se ha vuelto loco;
3. de que está acorralado por una fuerte oposición en Rusia;
4. de que está a punto de ser derrocado por un golpe de Estado.
Esa labor de propaganda se mantiene ahora con la publicación de entrevistas cruzadas de soldados en Ucrania. Usted leerá –u oirá– a los soldados ucranianos decir que ellos son nacionalistas y a los soldados rusos decir que sienten miedo al luchar por Rusia. Usted leerá u oirá que los ucranianos no son nazis y que los rusos –como viven bajo una dictadura– son obligados a ir a la guerra. Lo cierto es que gran parte de los soldados ucranianos no son “nacionalistas” –en el sentido de que defienden su país– sino «nacionalistas integristas» –en el sentido descrito por dos poetas, el francés Charles Maurras y el ucraniano Dimitro Dontsov [5] –dos conceptos muy diferentes.
Hubo que esperar hasta 1925 para que el papa Pío XI condenara el «nacionalismo integral». Para entonces, Dimitro Dontsov ya había escrito Націоналізм (“Nacionalismo”), en 1921. El francés Maurras y el ucraniano Dontson definen la nación como una tradición y conciben su “nacionalismo” en contra de los demás –Maurras contra los alemanes y Dontsov contra los rusos. Tanto Maurras como Dontsov aborrecían la Revolución Francesa, los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad y denunciaban sin descanso a los judíos y los francmasones. Tanto Maurras como Dontsov veían la religión como algo “útil” para organizar la sociedad, pero los dos parecen más bien agnósticos. Esas posiciones llevaron a Maurras a ser un partidario de Philippe Petain –el general francés que dirigió un gobierno de colaboración con los nazis– y a Dontsov a convertirse en hitleriano.
Con el tiempo, Dontsov se hundió en un delirio místico sobre los Varegos (los vikingos suecos). El siguiente papa, Pío XII, anuló la condena que su predecesor había emitido contra los «nacionalistas integristas»… justo antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Al final de la guerra, Maurras fue condenado en Francia por «entendimiento con el enemigo», después de haber sido germanófobo, pero Dontsov quedó bajo el ala protectora de los servicios secretos anglosajones, se exiló en Canadá y luego se instaló tranquilamente en Estados Unidos.
En cuanto a los soldados rusos cuyas entrevistas vemos en la televisión occidental, en realidad no nos dicen que “los obligan” a luchar sino que no son fanáticos –lo cual los diferencia de los nacionalistas integristas. Esos soldados rusos consideran que la guerra –aun tratándose de la guerra en la que defienden a los suyos– es siempre un horror.
Los franceses, por ejemplo, no reconocen a Rusia como una democracia porque creen que una democracia no puede ser “autoritaria”. Pero olvidan que la II República francesa (1848-1852) fue simultáneamente una democracia y un régimen autoritario.
Si nos convencen fácilmente es porque nada sabemos sobre la historia y la cultura ucranianas. Sabemos, cuando más, que la Novorossiya fue gobernada por un aristócrata… ¡francés!, Armand-Emmanuel du Plessis de Richelieu, amigo personal del zar Alejandro III. Aquel aristócrata francés prosiguió así la obra del príncipe ruso Grigori Potemkin, quien quería construir aquella región según el modelo de Atenas y Roma, lo cual explica por qué la Novorossiya sigue siendo hoy de cultura rusa –no ucraniana– sin haber conocido nunca el sistema de servidumbre.
Tratándose de Ucrania, los europeos de Occidente prefieren ignorar las atrocidades que allí se perpetraron después de la Primera Guerra Mundial y durante la Segunda Guerra Mundial –se habla principalmente de violencias cometidas en tiempos de la URSS. Nadie menciona que el teórico Dimitro Dontsov y su discípulo Stepan Bandera no vacilaron en masacrar a todo aquel que no se plegaba al «nacionalismo integral», primero los judíos, después los rusos y luego los comunistas, los anarquistas de Nestor Majno y muchos más.
Los «nacionalistas integristas», convertidos en fervientes admiradores de Hitler y profundamente racistas, volvieron a escena con la disolución de la URSS [6]. El 6 de mayo de 1995, Leonid Kuchma, el segundo presidente de la Ucrania postsoviética, viajó a Munich y se reunió –en los locales de la CIA– con Slava Stetsko, la viuda del primer ministro que los nazis impusieron en Ucrania –la señora acababa de ser electa diputada de la Ucrania postsoviética pero no había podido ocupar su escaño porque había perdido la nacionalidad ucraniana. Un mes después de aquel encuentro, Ucrania adoptaba su actual Constitución, cuyo Artículo 16 estipula que «preservar el patrimonio genético del pueblo ucraniano es responsabilidad del Estado» (sic). Posteriormente, Slava Stetsko abrió en dos ocasiones los debates del parlamento ucraniano, concluyendo las dos veces con la frase «¡Gloria a Ucrania», la consigna de los nacionalistas integristas.
La Ucrania postsoviética construyó pacientemente su régimen nazi. Después de haber consagrado la defensa del «patrimonio genético del pueblo ucraniano», adoptó otras leyes del mismo corte. En la primera, el Estado concede el beneficio de los derechos humanos sólo a los ucranianos, no a los extranjeros. La segunda define quiénes son la mayoría de los ucranianos y la tercera –promulgada por el propio Zelenski– define quiénes son considerados minorías. Astutamente, ninguna de esas leyes menciona a los rusoparlantes, a quienes sin embargo los tribunales ucranianos no reconocen –por defecto– la protección de los derechos humanos.
Desde 2014, los nacionalistas integristas emprendieron una guerra civil contra las poblaciones rusoparlantes, principalmente las de Crimea y el Donbass. Cuando esos elementos ya habían asesinado 20 000 rusoparlantes, la Federación Rusa, en aplicación de su «responsabilidad de proteger», inició una «operación militar especial» para concretar la aplicación de la resolución 2202 del Consejo de Seguridad de la ONU (los Acuerdos de Minsk) y poner fin al martirio de las poblaciones rusoparlantes.
La propaganda de la OTAN nos muestra constantemente el sufrimiento, real, de los ucranianos arrastrados a la guerra. Pero no menciona los 8 años de torturas, asesinatos y masacres perpetrados antes contra las poblaciones rusoparlantes de Ucrania. La propaganda de la OTAN habla a Occidente de «nuestros valores comunes con la democracia ucraniana».
Pero tendríamos que hacernos dos preguntas: ¿Qué valores compartimos con los nacionalistas integristas? ¿Dónde está la democracia en Ucrania?
Nuestro deber no es escoger un bando sino defender la paz y, por consiguiente, defender los Acuerdos de Minsk y la aplicación de la resolución 2202 del Consejo de Seguridad de la ONU.
La guerra enloquece a todos. Se produce entonces una inversión de los valores. Con eso ganan los más extremistas. Ciertos ministros europeos hablan de «ahogar a Rusia». Quienes apoyan tales declaraciones no perciben que están apoyando las ideas contra las cuales dicen combatir.
[1] «Las técnicas de la propaganda militar moderna», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 16 de mayo de 2016.
[2] «La campaña de la OTAN contra la libertad de expresión», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 5 de diciembre de 2016.
[3] «Irán, Israel y Rusia», Voltaire, Actualidad Internacional, n°11, 21 de octubre de 2021.
[4] «La red antirrusa de propaganda de guerra», Red Voltaire, 25 de marzo de 2022.
[5] «Ucrania: La ideología de los banderistas», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 21 de junio de 2022.
[6] «Ucrania y la Segunda Guerra Mundial como conflicto inconcluso», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 26 avril 2022.
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