Para darse cita en los asaderos llaneros, indudablemente se conjugan relaciones de espacio-tiempo, coyunturas lineales de la inmediatez, asociaciones tempo-económicas, estructuraciones socio-microrrítmicas, bla, bla, bla y mil frases de esas que los intelectuales utilizan para hacer creer que su capacidad de construcción literaria sería envidiada hasta por García Márquez, frases que para este caso podrían resumirse en armar un plan de asadero. Dependiendo del plan que elija o que le toque elegir, usted cuenta con:

1. Plan de viernes

o sábado por la noche.

Mamado de laborar toda la semana, sale de la oficina con sus compañeros y compañeras, se comen un pollito asado en cualquier chucito de esos de pollo a seis mil (ojalá sea más de uno para que no quede con hambre; además le toca estar en la jugada para que no lo dejen con las alas y arepa insípida). Sigue la ruta para algún asadero con música en vivo y como lleva la plata justa. No será tan bobo de gastarse lo del michecito en carnes asadas y hayacas, que por cierto piensa que son lo mismo que el tamal del domingo, de mil doscientos pesos con doble presa, zanahoria y arepa. Llegando a esta importante decisión, usted se entrega a los placeres del miche, que por caro que salga, al fin y al cabo en la cuenta bancaria tiene el ahorro que luego puede reponer. Entre dudas y culpas, viene la justificación: ¡De todos modos esto no es de todos los días! ¡Y también tengo derecho a divertirme un rato! Las horas pasan. A eso de las dos y media de la madrugada tiene la corbata como si se hubiese peleado con el jefe o, peor aún, como si ya lo hubieran recibido en la casa, donde a poco de llegar se percata de que apenas le alcanzó para pagar el taxi y ni idea de dónde sacará para el almuerzo del sábado... ¡Qué carajo! La pasó sabroso y todavía tiene en la cabeza el vozarrón de esa llanerota que le cantó como a las once y media de la noche ese disco que dice: "Cómo no voy a decir que me gustas".

2. Plan de domingo

por la tarde.

Repuesto del guayabo que le atormenta el alma y el cuerpo por la salidita del sábado en la noche con los amigos, se levanta como a las doce del día (después de haber pereceado toda la mañana). De nuevo Montoya eliminado por cualquier motivo mecánico que de ningún modo depende de él, y usted con semejante madrugón que se pegó, ya vio el partido de la liga Italiana de fútbol y sigue renegando porque su santafecito lindo nada que puede con la séptima estrella, teniendo jugadores de la misma categoría que la Roma o el Milán. Parece que el licor michecesco hizo mella en su capacidad de aceptar la realidad deportiva. El último recuerdo de cantos y hermosas voces dionisíacas que tiene en su cabeza lo atormenta: esa piel, esos labios, semejante porte de esa morenaza ensombrerada que hablaba como lengüisopa y se refería a usted como "parientico", "familia"... derrumbando de paso en usted toda posibilidad de conquista, ¡pues hasta incesto si no le da la parranda!

Hablando de canto y hermosas voces llaneras, recuerda que para librarse de la cantaleta (que no es lo mismo que cantata) que recibió cuando llegó algo pasado de tragos y apestando a asado, le prometió a su ‘comprensible’ compañera (más conocida en su oficina como la fiera) que el domingo la llevaría, junto con los niños, a que conocieran el paraíso de la carne y la "guafa", que es como dentro de su inconsciencia inducida escuchó que llamaban la música llanera.

Llegó el sacro momento del almuerzo dominguero, más o menos tres o cuatro de la tarde. Entró al templo en que un día antes vio caer la noche: "Despacito, muy despacito" se interna en esos techos de paja, el olor profundo del humo proveniente de una choza con varas llenas de la carne más tierna de toda la ciudad; el intento de escenario habitado por unos señores uniformados y con cara de aburrimiento, con arpa y guitarras de varios tamaños, unas chiquitas y otras grandes, y, como soportando todo este espectáculo, sillas de pedazos de tronco muy parecidas a las de los picapiedra. ¡Hasta bonitas, pa’qué!

Finalmente, ninguno de los meseros lo reconoce. No es para menos. Anoche estuvo realmente irreconocible: al son de joropos que le gustan, por el modo como zapateaba -casi convulsionando- parecía que fuera a sacar el tablado al otro lado. Además, tiene que reconocer que del vestido de paño, mancornas y corbata torcida a la sudadera sintética azul clarita, tenis blancos relucientes con medias negras y cachucha amarilla hay mucho trecho para el despiste de los esforzados meseros.

¡¡¡Bienvenido a su asadero-estadero-rumbeadero-tomadero "La Gran Toccata Llanera", carne a la llanera, etcétera, etcétera...!!!". Usted vino acá fue a comer carne. Entre cantos resultó bailando joropo con la fiera, mientras los niños comían de esos helados cuadrados, ricos, y se divertían en los juegos de caballos y llantas al frente de este paradisíaco sitio. Al final del día se percata de que se quedó sin lo de la semana, se acabó de gastar los ahorros, pero... ¡qué carajo! Todo sea por la familia, la de verdad.

Nota: Si de algún modo usted se siente involucrado o identificado con este tipo de vivencias y planes para el fin de semana en la ciudad, y quiere saber qué más pasa en los asaderos llaneros, no deje de leer esta columna para que sepa desde abajo hasta arriba cuál es la realidad del entorno en que vive, en el que se mueve a diario y posiblemente no conoce. Si, por el contrario, usted piensa que ahora escriben muchas pendejadas en los periódicos, busque un asadero y vaya con sus compañeros y la fiera a pasarla rico y de paso se ahorra este billete del periódico y más bien come y disfruta... No olvide jamás lo de disfrutar. ¡Eso sí que es esencial para todas sus decisiones importantes!