Tal es así, que el filósofo alemán, Emmanuel Kant, fue el hombre que estudió con detenimiento, después de Aristóteles, esta cuestión de TIEMPO y ESPACIO, considerándolos como entidades metafísicas realmente existentes, eran "fenomenalmente reales", pero no podían ser conocidas "en sí mismas".

Transcurrió poco tiempo para que Hegel, con su pensamiento dialéctico, nos explicará el contenido relativo de palabras como "aquí" y "ahora". Y parafraseándolo se podría decir que si uno escribe en un papel una verdad que afirme: "ahora es de noche", está verdad se convertirá en una falsedad con el transcurrir de las horas, cuando sea leida por la mañana, por ejemplo. Ergo, el tiempo es relativo.

El que no haya sentido la subjetividad del tiempo sencillamente miente. Es así que más de una vez hemos dicho cosas como: "la pasé tan bien que el tiempo se me paso volando" o "que mal esta todo, el tiempo es una eternidad".

En el siglo V, San Agustín, comentó: "¿Entonces qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta sé que es el tiempo. Si quiero explicárselo a quien me lo preguntó no lo sé".

Hoy día uno tendría la misma duda al ponerse frente a la pantalla del televisor.

Con la evolución del razonamiento, el hombre logró medir esa noción tan abstracta como el tiempo. Al principio se guió por los ciclos naturales: el sol, la luna, las estrellas, luego se inventó el reloj de arena y de ahí sin escalas se llegó al digital. La medición consiste en una convención de los humanos, mediante la cual todos sabemos, por ejemplo, cuando son las 9 AM o 21 PM. Todo el mundo lo entiende así.

Sin embargo, siempre hay excepciones, y en nuestro país los "cerebros" de la televisión han implementado la aplicación o puesta en uso del real time, más conocido en la tv criolla, como el minuto a minuto en la medición de audiencia.

Para algunos este invento foráneo revolucionó la misma noción de TIEMPO, ya que, si un programa de televisión dice empezar, por ejemplo, a las 21, lo cierto es que comienza media hora mas tarde, se creó el término para medir el tiempo de "aproximadamente".

Uno comienza a mirar su reloj, pensando acertadamente que dejó de funcionar, ya que en la grilla de espectáculos, en los afiches en la vía pública o en los institucionales emitidos por un canal de TV, figura un horario que no es tal. Se creó la paradoja del tiempo. Hay que sentarse a esperar...en algún momento ha de aparecer el programa que uno eligió ver. Señor televidente armese de paciencia.

El minuto a minuto determina el tiempo de duración de los programas, ahora una novela puede extenderse hasta 2 horas, cuando lo habitual eran 45 minutos de artística, o un vivo puede convertirse en un programa ómnibus.

Una entrevista, que por usos y costumbres no estaría en el aire más de 3 minutos, ahora si el monitor de audiencia indica un buen índice, se quedará el reporteado a dormir en el estudio.

Sería interesante preveer qué evolución tendrá este real time en los noticieros. La tv se caracterizó por el ritmo televisivo, que no esta escrito en ningún manual de periodismo, sólo lo da la experiencia, pero cada nota tiene un ritmo indeterminado, que entra en la clasificación de algo tan ambiguo como el de "ritmo televisivo".

De seguro, seguirán adquiriendo cada vez mayor importancia los móviles, y los cronistas tendrán que ajustarse a estas condiciones infrahumanas, de mantener a la audiencia en ese canal y no en otro. Esto irá, aún más, en detrimento de la información.

Al escribir la palabra información, es inevitable formularse la siguiente: ¿De qué información estamos hablando?

Sabemos, y esto es una verdad de peregullo, que la mejor manera de mantener a la gente desinformada es poniendo el foco en lo más perverso y/o morboso de lo que ocurre. Hacer hincapié en el nene que violaron o en el adolescente que mataron otros adolescentes (nunca la explicación y causa de los hechos), que el televidente esté seguro de estar siendo informado es la mejor manera para que no dude. Esto es todo un arte, que los que trabajan en televisión (u otros medios), lo saben muy bien. Vale como muestra este simple ejemplo diario: ante un paro de actividades masivo o una movilización multitudinaria, no hay nada mejor que titular y repetir hasta el hartazgo el tan elocuente: caos en el tránsito.

Imaginemos por un momento, en qué condiciones quedarán expuestas nuestras neuronas, después de estar sentados durante 4 horas, como mínimo, frente a la caja boba. Bobos quedaremos. Iremos adquiriendo con el tiempo, la máscara de Edgard, personaje del programa "Duro de Domar", que se abocó durante seis meses a no apartarse de la pantalla, transformándose en un bicho raro: con sus ojos desorbitados y excesivamente grandes y esa sonrisa perpetua de ingenuidad y estupidez.

Seguramente, de continuar este vértigo -imparable- tanto los trabajadores de prensa, como los televidente, quedaremos con ese rictus de Edgard marcado para siempre, y, del minuto a minuto, pasaremos al segundo a segundo y la ideología de quienes producen ésta y no otra televisión seguirá ingresando en la mente de millones de cabezas, que se adaptan a la medida de quien le transmite el mensaje, como dice Friedrich Nietzsche:

"Hay almas esclavizadas que agradecen tanto los favores recibidos que se estrangulan con la cuerda de la gratitud".