Los monstruosos ataques del 11 de septiembre del 2001 a las Torres Gemelas, en Nueva York, y a la sede del Pentágono, en Washington, concitaron el apoyo y la solidaridad de la comunidad internacional con el pueblo norteamericano.
Vale destacar entre los diversos mensajes procedentes de todos los confines del planeta, el enviado por los Cinco cubanos prisioneros del imperio, condenados, precisamente, por luchar contra el terrorismo.
Además, uno de ellos, Gerardo Hernández se ofreció para donar sangre, y otro, Ramón Labañino pidió a su esposa trasladar a los estadounidenses la disposición de él y de sus otros cuatro compatriotas de colaborar en lo que fuera necesario. Enfatizó en su mensaje que ellos guardan prisión por evitar actos como esos.
Entonces nadie podía sospechar las trágicas secuelas futuras de tal episodio para el orbe.
Solo unas horas después del suceso ya eran fácilmente visibles los efectos de la oportunista paranoia apoderada de la Casa Blanca y de los más importantes centros del poder en Estados Unidos.
Lo primero resultó la instrumentación de una bien pensada campaña para sembrar el miedo entre los norteamericanos, crearles la sensación de víctimas, cuya seguridad se encuentra amenazada por todo y por todos, para lo cual, entre otros recursos, emplearon consignas como "Estados Unidos bajo ataque", para seguir en una vertiginosa espiral que concluyó con el "Estados Unidos contraataca", dirigida a exacerbar un patriotismo capaz de justificar todo lo que vendría más tarde.
En un enfoque sereno, solidario y visionario el presidente Fidel Castro se pronunció el mismo día del criminal atentado: "En esta hora amarga para el pueblo norteamericano nuestro pueblo se solidariza con el pueblo de Estados Unidos y expresa su total disposición a cooperar en la medida de sus posibilidades, con las instituciones sanitarias y con cualquier otra institución de carácter médico o humanitario de ese país, en la atención, cuidado y rehabilitación de las víctimas ocasionadas por los hechos ocurridos en la mañana de hoy.
"Es muy importante saber cuál va a ser la reacción del gobierno de Estados Unidos. Posiblemente vengan días peligrosos para el mundo. Y más adelante, advirtió: "Ninguno de los problemas del mundo, ni el del terrorismo, se pueden resolver por la fuerza, y cada acción de fuerza, cada acción disparatada del uso de la fuerza, en cualquier parte, agravaría seriamente los problemas del mundo."
Y los acontecimientos posteriores no demoraron en darle la razón al líder de la Revolución cubana. Un lustro después del 11.9.01, el planeta es mucho más inseguro que nunca antes, como consecuencia de la alucinante carrera emprendida por la administración Bush al frente de las fuerzas neoconservadoras de EE.UU., en su supuesta cruzada contra el terrorismo.
Solo tres días después del ataque, el Senado de la Unión autorizó al gobierno a emplear la fuerza contra naciones, organizaciones y personas que en su criterio tuvieran la menor relación con los atentados. Bush, histérico, exigió a todos adhesión absoluta.
El 24 de octubre de ese año, la Cámara aprobó la Ley Antiterrorista o Acta Patriótica, la cual amplía las facultades del presidente y los órganos policíacos y de inteligencia para limitar o desconocer los derechos civiles, poder que, resulta oportuno subrayar, han empleado sin vacilación en el lustro transcurrido.
El discurso político de Washington se hizo más agresivo y alcanzó tonos amenazantes que ni siquiera se habían escuchado en los días del ascenso del fascismo alemán, en la década del 30 del pasado siglo.
Bush trazó por esos días el rumbo de su política exterior ante el Congreso y algunas de las frases pronunciadas no dejan lugar a dudas sobre sus intenciones hegemónicas mundiales: "Vamos a utilizar cualquier arma de guerra que sea necesaria...El país no debe esperar una sola batalla, sino una campaña prolongada, una campaña sin paralelo en nuestra historia... Cualquier nación, en cualquier lugar, tiene ahora que tomar una decisión: o están con nosotros o están con el terrorismo." Y el cierre de aquella declaración programática no pudo ser más apocalíptico, incluido el contenido mesiánico, para elevar su dramatismo: "No sabemos -dijo - cuál va a ser el derrotero de este conflicto, pero sí cual va a ser el desenlace. Y sabemos que Dios no es neutral."
Resumir qué vendría posteriormente, por su connotación trágica y actualidad, deviene innecesario. Ninguno de los graves problemas que padece la humanidad ha sido resuelto, ¡todo lo contrario! La vida demuestra cada día que bajo tales designios el mundo es conducido por un rumbo equivocado, que de no modificarse solo conducirá de manera inexorable a la desaparición de la especie. Ello explica las razones por las que aceleradamente gana vigencia y fuerza la idea de que otro mundo mejor es posible, ¡y necesario!
Agencia Cubana de Noticias
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