No es lo mismo tener una posición que estar en la oposición. El hecho de que los estudiantes secundarios y universitarios del país se movilicen por reivindicar sus derechos, y por iniciar el camino de materialización de lo que dispone la nueva Carta política no significa, necesariamente, que sus organizaciones más importantes, la FEUE y la FESE, estén en la oposición.

Reducirlo todo a: “estás con el gobierno o estás contra él”, es maniqueísmo puro, con el que la derecha pretende leer el actual escenario. En el Ecuador no existe un pensamiento único; existe, como es obvio, un liderazgo indiscutible del presidente de la República, pero ese liderazgo se ejerce en el contexto de una tendencia democrática, progresista y de izquierda, que es la protagonista del proceso de cambios que vive el Ecuador.

Siempre estuvo claro que en esa tendencia hay diversas posiciones, unas más pro sistema que otras. La de la izquierda revolucionaria, por lo menos, ha sido nítida: respaldar el proyecto político de cambio que lidera Rafael Correa, siempre que mantenga como norte la defensa de la soberanía, el enfrentamiento a la oligarquía y el desarrollo del país. Ello no implica, nunca estuvo planteado ni siquiera como idea, que se archiven, se mediaticen y mucho menos se nieguen los principios y el objetivo estratégico que persigue esta corriente política, que por historia -no por simple percepción- es la más avanzada. Es decir, conquistar la patria de los trabajadores y los pueblos, la patria socialista.

Todos los actores sociales y políticos estamos enfrentados a una nueva situación, a nuevas formas de hacer y leer la política. Para la izquierda, actuar con acierto es una necesidad, y lo inmediato, lo urgente, es tener claro cuál es el papel de las fuerzas organizadas frente a la entrada en vigencia de la nueva Carta magna. Es claro que el norte siempre será la satisfacción máxima de las necesidades de las masas, y frente a ello no se puede desperdiciar la oportunidad que da la nueva Constitución, que no debe, por ningún motivo, convertirse solo en un librito que se lleva bajo el brazo para recitarlo y esperar que algún día se cumplan sus disposiciones. Debe convertirse en un instrumento político de avanzada, en un elemento para la participación popular, para el debate, la lucha contra la oligarquía y el imperialismo, y para la construcción, en los hechos, de las bases para edificar una Patria Nueva.

Es impensable, entonces, permitir que ocurra con la educación lo que ocurrió con la Constitución de 1998: que se establecía en su beneficio un porcentaje del 30% del Presupuesto General del Estado y eso nunca se cumplió, porque los criterios “técnicos” de manejo de la economía volvían a esta disposición letra muerta. Hemos constatado que en los sectores populares involucrados en la educación y que la han defendido históricamente, hay la decisión de impedir que ello suceda.

Claro que tendrán que pensarse bien los escenarios no solo locales sino internacionales. Hay una crisis general del capitalismo a escala planetaria, y por supuesto que ella incluye al Ecuador, pero esto obliga a quienes hacen parte de la tendencia a radicalizar sus posiciones en el sentido de impedir que se afecte a los más pobres, a condición de salvar los intereses de los grandes empresarios. Se trata de observar en el no pago de la deuda externa, por ejemplo, no una medida extrema, sino necesaria, inevitable, justa.

Se trata de mirar bien quiénes son la razón de ser de este país, que históricamente ha sido oprimido y condenado a la inequidad y la pobreza por parte de los grupos económicos de poder locales y transnacionales, que siempre buscaron salvar sus muebles en las crisis y hasta salir ganando, sobre la base de que la paguen los sectores populares. Esa razón de ser del Ecuador como país plurinacional y diverso son, indudablemente, los trabajadores, los pueblos y nacionalidades, los generadores de la riqueza, los portadores de la esencia revolucionaria, no las cinco familias de oligarcas que han hecho del Ecuador un país atrasado, dependiente e inequitativo.