Dolor, amargura y contratiempos configuran el destino novelesco de Adolfo, prefijado por una voz que anuncia la crónica de un alma crepuscular, de un atardecer decadente en el tiempo. El señorito estudiante no tiene horizonte vital para renacer como renace el sol de la alborada, o como el sol esplendoroso del medio día. Como un mendigo demoniaco que le roba un tiempo de paz a la paz del paisaje, la caída crepuscular se torna angustiosamente inevitable: tiende la mano a ese instante, haciendo de ese tiempo fugaz el preludio de una vida mutilada de su ser existencial, de su razón fragmentada del sentimiento. El atardecer tiene que caer con todo el peso de sus colores chamuscados, aunque para ello pida el regazo infinito de un tiempo propio que le da la chola. Pero, ¿quién mira, quién narra, quién organiza la conciencia de los personajes de La Chaskañawi, tomando en cuenta cierta predestinación del narrador?
Medinaceli encarna la conciencia de los valores de los personajes, no por el hecho idéntico entre autor y personaje, tal como cierta crítica lee La Chaskañawi, sino porque las relaciones entre héroe y autor son estructuralmente parecidas. Y porque el carácter problemático de esos valores «no sólo se da en la conciencia del héroe sino en la del autor, porque la novela es al mismo tiempo una forma biográfica y una crítica social [1], aspectos que también se pueden leer en los ensayos críticos. El carácter problemático de los valores que Medinaceli encarna, al ser sólo «parecido» al de su personaje, subraya la diferencia entre autor y narrador. Así, con la autoridad celestial de un Dios que siempre celebró la creación de sus personajes, el narrador omnipresente señala el destino de aquellos cuerpos que se regodean en las nubes carbonizadas de un tiempo inevitable.
El indio, el otro
Adolfo vaga en un mundo extraviado al tratar de aplacar el destino narrativo que ha extendido su vara implacable. Se adentra en su conciencia como una sombra interrogante que interpela a su cuerpo. Su vida, desde el principio de la novela, si bien es una conciencia de la búsqueda del reencuentro, o de aquellos pasos que desean transitar la memoria, es fundamentalmente la conciencia de la pérdida y del vacío, de los pasos evaporados en el tiempo crepuscular.
Adolfo vive una modernidad atrasada y distorcionada en el reconocimiento del otro, porque sus actos están gobernados por la mirada mutilada a una modernidad propia. Esta vivencia hace de él un huraño, un reconcentrado, un tímido. Su estructura interior es el signo de la soledad; Adolfo se configura como un fantasma sin cuerpo que habitar, sin voz y sin palabra que enunciar. Esa modernidad mutilada es una práctica cultural desfasada del sentimiento cósmico de la tierra andina y del paisaja materno, negación del indio y la chola, como lo confiesa Adolfo: «Por eso hay un cósmico divorcio entre mi alma -que es de otra parte- y el paisaje que me rodea, que yo no puedo sentir, y menos vivir de acuerdo a él» [2].
Si la unión de Adolfo y Claudina es la contraparte del destino novelesco, bien puede ser también una remembranza del paisaje cósmico y de la certeza de su devenir temporal en la chola. ¿Se ha negado acaso al indio y a su paisaje, así como a la chola en ese mismo paisaje? El recurso a un paisaje extraño a la identidad nacional, la negación del sujeto ancestral encarnado en el paisaje, ¿no ha prefijado la obsesión nacional de querer ser aquello que jamás pudimos ser -occidentales- siendo irremediablemente aquello que jamás pudimos desarraigar -indios y cholos- desde tiempos inmemoriales? «El indio -indudablemente- es un producto genuino del paisaje que lo habita... Por eso, cabe decir, Bolivia no es una nación, porque no sentimos el paisaje nativo [3]. O aquellas palabras que denominan el carácter ondulatorio de los procesos sociales: «La chola es matriz donde el indio ancestral refunde su milenario estatismo para cobrar el impulso energético de las razas en trance ascensional» [4].
Sentir el paisaje en su historia, en sus hombres, en sus prácticas culturales, es hacer de la memoria andina el horizonte cotidiano de nuestras vidas y de nuestra literatura. De acá que la novela de Arguedas, Raza de bronce, y el sujeto que pretende representar, el indio, configuren una novela falsa, porque no se ha sentido al indio en su verdadera realidad, pues si para Medinaceli dicha obra literariamente será buena en cuanto a paisajes, en lo sustancial de su mirada respecto al indio, falla: «Arguedas ha visto al indio con un prejuicio europeo, con un prejuicio étnico y con un prejuicio de clase» [5].
El intelectual ante el paisaje
La ruptura entre el paisaje y el hombre, la subjetividad y la historia, la memoria milenaria y la modernidad, delata la mascarada musgosa de las instituciones corpulentas en la forma, pero decapitadas en el alma, por lo que la posición de Adolfo -producto de una educación mutilada en la formación de los sujetos- será también una posición insatisfecha con la enseñanza impartida en las instituciones educativas. Su formación no representa la conciencia de su función de intelectual como articulador de los saberes ni la penetración de la mirada en el frontis de luz infinita que desplaza el paisaje. Se puede decir que es un intelectual tradicional por la ruptura entre intelectual y pueblo, en el sentido de que sus saberes como futuro abogado no tienen un «contacto sentimental» con la sociedad, y menos una pasión política y cultural. Su permanente indecisión y duda son los resultados de una educación degradada que «ha erigido superstición de los títulos de nobleza y de los títulos universitarios a la categoría de dogma» [6]. De aquí la insensibilidad ante el crepúsculo que cae. Insensibilidad ante aquellas ondas sonoras del dolor del corazón del paisaje, «como hondo suspiro con que aliviara su trapense moralidad el dolor de la pampa, la nota cristalina, uniforme y alargada de una flauta, corazón tembloroso del paisaje» [7]. La entrada a San Javier de Chirca narra ese doble estatuto del desarraigo, cuando irónicamente descree de la centralidad del pueblo y sus tradiciones.
Adolfo, según hermeneútica de la novela, tiene la seguridad de volver a la capital para continuar sus estudios cuando inconscientemente obedece a su posición de intelectual letrado ajeno a las tradiciones e historia del pueblo, de las cuales su familia también forma parte. Este trasfondo es la reproducción de valores de un capital cultural desfasado de la historia: «¿Quiénes somos y hacia dónde vamos?» es la pregunta ontológica de Medinaceli en sus ensayos y que Adolfo no se planteará ni en términos de un intelectual comprometido con su autonomía intelectual, la historia o las clases populares. En fin, se puede decir que Adolfo es el producto de una ideología colonial, víctima de la degradación del capital cultural, sujeto fragmentado en la sombra que cae entre el pensamiento y la acción.
Las dimensiones de la historia que subyacen a La Chaskañawi, y que se ratifican en su crítica literaria, tienen una genealogía histórica en aquel hiato traumático que la Conquista implantó. «La unidad espiritual de que disfrutaba antes de la conquista ... la transformó en un laberinto de creencias contradictorias después de ella. Esa alma la perdió en la Conquista» [8]. En este sentido, la pregunta raigal de Medinaceli para Adolfo podría ser: ¿podemos ser modernos, siendo desarraigados del alma?
Búsqueda de la totalidad del ser existencial en la historia, en un esfuerzo por recobrar la primacía del párpado en la lejanía, y en una lucha afanosa por vivir de acuerdo al alma perdida en la Conquista, La Chaskañawi es la construcción de mundos interiores atormentados por el desarraigo, donde la voluntad no podrá con la propia vida, sino es arraigando la mirada en lo propio, sino es cayendo en manos de «semejante chola». Por ello, si la novela es el triunfo de la chola frente a un sujeto fragmentado, no deja de ser el anuncio de la muerte de una actitud práctica discursiva intelectual que, si bien en el epílogo de la novela se resuelven por la vida en el campo y en un claro rechazo a la razón letrada e instituciones estancadas en una modernidad mutilada, en los ensayos se señale la orientación de los intelectuales hacia un horizonte de lucha cultural para «vencer al mundo», como diría Nietzsche en la versión de Medinaceli. Habrá que ver, sin embargo, la insatisfacción de Adolfo y la ironía del narrador con que concluye La Chaskañawi para dudar de la satisfacción plena del campo, de ese encholamiento festivo que no repara en la instaisfacción de Adolfo ni en la ironía del narrador.
El campo o la universidad
Ser chacreros antes que universitarios es la lógica de los sujetos que no tienen voluntad para afirmar una posición intelectual. Adolfo transita La Chaskañawi en la dicotomía del campo frente a la ciudad, mientras en los ensayos críticos de Medinaceli existe la fuerza refundadora de instituciones e intelectuales, y la fuerza encarnadora de la mirada en la sociedad y en las clases populares, desde una actitud transformada de los creadores, críticos literarios, periodistas e intelectuales de instituciones educativas. No se puede negar que ciertas ideas respecto al campo, en su crítica, persistan aún de la manera como se las plantea en La Chaskañawi; sin embargo, existe una fe y una voluntad por escribir el principio de una autnomía intelectual que cruza los ensayos y la novela de Claudina.
A todo esto habrá que considerar la figura de la mujer chola como cuerpo constituyente del deseo, así como cuerpo de valores históricos y sociales. Por ejemplo en La Chaskañawi, Fernando Díaz -amigo de Adolfo-, representa la reproducción del círuclo vicioso de la degradación entre el Estado y la sociedad civil y la evidencia de aquel manto anochecido que cubre su cuerpo sin la luminosidad del paisaje, cuando el paisaje, en la voz de Elena, le dice:
Y en la mirada triste y apasionada
-Es que tú eres un ingrato, que sabiendo que esta tierra es linda, buena, es honrada, te vas, la dejas, la abandonas y vas a buscar «en otras partes»; ¿qué cosa? La infamia, el sibaritismo, la civilización. Vas a venderte por un empleo, cuando aquí pudieras trabajar con honor y con hombría, fecundando la tierra: vas a ser un «elegante» empleófago en la ciudad, cuando aquí pudieras ser «un hombre», un honrado agricultor. Un patriota. Eres un cobarde y un egoista. [9]
La separación del paisaje marca el inicio de la relación con la ciudad letrada así como marca también la relación de su función social. Al ser un «elegante empleófago», Medinaceli alude a la apariencia de la forma que reviste la elegancia de la burocracia estatal. Sitúa las determinaciones del esquema social en que Díaz, inevitablemente, caerá. De esta manera, si en La Chaskañawi el campo es la alternativa patriótica que Elena sugiere, en los ensayos se asume un proyecto de cultura que va desde la reforma de la educación secundaria hasta la universidad, en la perspectiva siempre de generar un pensamiento autónomo del intelectual, para no ser un «elegante empleófago», un sombrío fantasma de mirada mutilada.
La Chola según Medinaceli
Ese pensamiento autónomo se encuentra en el principio de la seducción de la mirada como estrategia de existencia. Sólo contemplando lo nuestro se podrá construir una modernidad propia, y la mujer chola, no el cholo rastrero, político y déspota que por arribismo electoral mantiene una lógica de reproducción social degradada, constituirá la posibilidad de cambio social. Para Medinaceli, mujer y paisaje están identificados por la línea, el color, la fuerza germinal de lo indígena, aludiendo, a veces, más a una movilidad social donde el nuevo indio se desplazaría a través de la chola.
Así, la mirada en el paisaje que habla por medio de la mujer tiene una analogía constitutiva: el tránsito del intelectual de las instituciones educativas a una instancia de liberación de los traumas históricos y culturales. Mujer y paisaje están compenetrados de fuerza y erotismo, a partir de una idea de germinación cultural e histórica:
La chola es la fuerza orgánica rejuvenecida que avanza desenvuelta y sin miedo hacia la ciudad y hacia el presente con sus pechos óptimos y maternales, la energía varonil de la raza, como madre o nodriza, con su tufo de chicha y su huaiño (sic) en la garganta como fragancias sieraniegas. La mujer india es la tradición madura y casi envejecida, por incambiable o poco plástica, de un pasado milenario. La chola es el rejuvenecimiento de esta mujer que engendró la indianidad o espíritu acrecentado de aptitudes germinales [10].
El renacimiento de nuevos hombres en una nueva dirección cultural de la sociedad, para Medinaceli será posible por la contemplación del paisaje y la chola. La chola representa lo genuinamente popular y nacional, lo propiamente boliviano porque habría superado fases históricas traumáticas y mitologías fundamentalistas para dialogar con la modernidad. Pero la chola de Medinaceli no será «cualquier chola», como dice Raquel Montenegro, porque son también las propiedades eróticas y de belleza las que simbolizan el imán seductor de su cuerpo, junto a su vitalidad y fuerza de lucha que no tendrán las demás mujeres. Los pechos maternales y los labios jugosos de campiña, la piel sonrosada de su cuerpo, la configuración como un producto de las propiedades del color del paisaje, como una madona hecha de una línea corporal. Aquellas palabras de Claudina sobre el poder de sus tetas «que arrastran más que cuatro carretas» nombra la inevitabilidad del deseo de Adolfo por ese principio de seducción del color y la línea que tiene el paisaje: «Una profunda compenetración con la madre tierra -la Pachamama, una percepción aguileña de la transparencia ambiental, un admirable sentido del color y la línea» [11], capaz de evocar la mirada transformada de Adolfo cuando llega a San Javier de Chirca y cruza la mirada con la chola Claudina, en un juego de percepciones donde reconoce la belleza de la chola y asume un contacto sentimental de pertenencia con la chola y con la tierra: «Al verte, al cambiar mi mirada con la tuya, te encontré tan linda. No sé qué me pasó, desde ese rato fue linda nuesta tierra» [12].
Medinaceli en La Chaskañawi no dice nada de las posibilidades de educación de la chola, sino de su presencia creadora y sus virtudes éticas y productivas, con toda la belleza estética que posee también un paisaje. Y este será el legado de su obra, en la forma de mirar a la chola, si se trata de reconocer su pensamiento estético como un pensamient original a través de su experiencia cotidiana.
Por lo que he observado, experimentado y vivido, en mi provincia de los Chichas (departamento de Potosí), antes de que se escribiera «El nuevo indio», ya desde 1924, emprendí el ensayo de una novela plebeya (sic), donde me he esforzado en pintar el espíritu, la capacidad de trabajo, la energía racial y dominio matriarcal de la chola en la vida del burgo mestizo. Uriel García me ha confrimado -después-, en forma de una sistemática tesis sociológica, -de auténtica, vernacular sociología americana- lo que yo, capté en forma de intuición estética como conflicto pasional que, en el fondo, es un conflicto étnico o racial [13].
Medinaceli asume su propia certeza desde una actitud diferente al reconocer su experiencia diaria como fuente legítima de representación de la chola. Si Uriel García lo hacía desde la sociología, Medinaceli se adelantaba y plasmaba su mirada contemplativa «en forma de intuición estética». En este sentido, la chola en La Chaskañawi revela su capacidad de trabajo, su energía racial y el esfuerzo por la expresión de su espíritu a partir de una configuración estética.
En La Chaskañawi, la unidad de Adolfo y Claudina es una unidad que cancela la larvariedad de los intelectuales, la degradación de las instituciones educativas, la superación de las esquizofrenias de la Conquista y la afirmación de una descolonización cultural donde una modernidad propia es construida desde una nueva mirada en diálogo con la modernidad occidental. Todo esto en una lectura ampliada con sus ensayos críticos. De esta manera lo ajeno no será más un trauma de resistencia sino una estrategia de afirmación, de continuidad social antes que una ruptura, de conversión histórica antes que su filiación ciega en la linealidad de Occidente, de una dialéctica de la alteridad antes que un monologismo de lamento cultural, si se reconoce al paisaje como la instancia del reencuentro con el horizonte andino, así como el reconocimiento del «ímpetu de cañón disparado de la nacionalidad de la raza hacia el porvenir»Medinaceli: Páginas de vida, p.115.]] en la chola.
La pretensión de leer a Medinaceli más allá de la concepción de lo cholo como una virtud endógena-racial, contrae el reconocimiento de su novela y sus Estudios críticos desde una reflexión sobre la literatura, los intelectuales y la educación. Por consiguiente, y para su tiempo, la crítica literaria y La Chaskañawi no sólo constituyen una obra sintomatológica de un estado de nuestra historia, de nuestra literatura y de nuestra educación, sino que conforman un horizonte de política intelectual de creadores, críticos, periodistas y educadores donde el aspecto racial es insuficiente para definir su obra.
Así, a partir de la chola, el intelectual y el paisaje, se trata de ir hacia el origen de la obra de Medinaceli rehaciendo el camino creador de sus reflexiones. Desde esas tres figuras novelescas sus ideas se amplían en un proyecto mayor de sus casi quince libros, según una relación nómada que desfronteriza los espacios intelectuales, generalmente estancos. ¿Cómo se ha reflexionado la literatura en su especificidad; cómo la historia y la cultura se articulan en el horizonte de la creación, crítica, periodismo y educación en el marco de una autonomía intelectual; cómo se nomadiza el espíritu dual del Monje y el Guerrero?
[1] Sara Sefovich citada por Javier Sanjinés, «La novela de guerrilla en Bolivia» en la revista Hipótesis, No.3, febrero de 1982, p. 140.
[2] Medinaceli: La Chaskañawi, p250.
[3] Medinaceli: La alegría de ayer, p.214.
[4] Medinaceli: Páginas de vida, p. 115.
[5] Medinaceli: Chaupi p’unchaipi tutayarca, p. 280.
[6] Medinaceli: El huayralevismo, p.996
[7] Medinaceli: La alegría de ayer, p.216-217
[8] Medinaceli: La reivindicación de la cultura, p.20-21.
[9] Medinaceli: La Chaskañawi, p. 159.
[10] Medinaceli: Estudios críticos, 1938, p.61-62.
[11] Medinaceli: Estudios críticos, 1938, p.96.
[12] Medinaceli: La Chaskañawi, p.61
[13] Medinaceli: Páginas de vida, p.116.
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