Al esgrimir la estratagema del fraude para desconocer la victoria de Chávez, la Coordinadora Democrática renunció a la realidad. Frente a la desesperación de la derrota, el recurso inmediato y fácil, ha podido temporalmente cohesionar a un sector exaltado de sus seguidores, pero, sin base real que lo sustente, no tardará en transformarse en su opuesto: de un instrumento en contra de Chávez, en una nueva victoria de Chávez.
Con los resultados del referendo presidencial, el honron que anunció Chávez en su disputa con el Presidente George W. Bush, llegó a Washington. La pelota cruzó el Caribe sobrevoló Florida y aterrizó en los jardines de la Casa Blanca, ante el rostro desconcertado del propio Bush, Otto Reich, Roger Noriega y su equipo, que se encontraron cara a cara con que los recursos artificiales de su vieja política imperialista fallaron. Desconcertada por la derrota, en Caracas, la Coordinadora Democrática (CD) [1], se apresuró a denunciar que se trataba del más grande fraude electoral de la historia de Venezuela.
Bajo el fuego cruzado de la campaña mediática de demonización de Chávez, las amenazas e invocación a una invasión extranjera estadounidense con la cobertura de la Carta Democrática de la OEA y de una guerra civil con la introducción de mercenarios paramilitares colombianos, el referendo presidencial, se transformó en la batalla final por el poder. Pero ninguno de éstos instrumentos pudo desviar el curso del proceso hacia las urnas ni intimidar al pueblo, la revolución bolivariana ganó.
El boicot al referendo, -a la resolución constitucional de la disputa por el poder-, armado por la oposición local con el auspicio de Washington, fracasó sucesivamente. El punto culminante fue el desarme de los paramilitares colombianos disfrazados de soldados venezolanos, que en mayo pasado pretendían simular un levantamiento militar interno, atacar el Palacio de Miraflores y la Casona, la residencia presidencial, asesinar a Chávez en su programa “Aló Presidente”, y desencadenar una insurrección, en la que los militares y el pueblo descontentos, debían consolidar un nuevo gobierno con la asistencia de una sorpresiva intervención militar norteamericana.
El método reeditaba los pasos que siguió el golpe de Pinochet en Chile. En efecto, en 1973, la fecha del 11 de septiembre fue decidida para impedir la convocatoria a un plebiscito que Salvador Allende debía convocar ese día [2] con el propósito de desarticular la conspiración militar y arbitrar en las urnas su continuidad en el ejercicio del poder. Entonces el terror sustituyó a las elecciones.
Pero, en Venezuela, el golpe intervensionista fue aplastado el momento en que empezaba. Los paramilitares colombianos fueron detenidos en Caracas y los magnicidas en Barinas. Las Fuerzas Armadas Nacionales, ya no eran las mismas que el 2002, manipuladas e infiltradas por oficiales dispuestos a obedecer a Washington. La campaña mediática que preparaba cuidadosamente el escenario explotando el asesinato de unos soldados en un cuartel, terminó silbando en la oscuridad. El camino a las urnas no pudo ser cerrado por ésta vía.
La CD tuvo que continuar el camino en el otro escenario, el del referendo. Presentó al Consejo Nacional Electoral (CNE), el número de firmas requeridas por la ley. Periodistas de Aporrea, comentaron que en la fecha fijada las mesas de recolección estaban vacías, que se multiplicaron las denuncias de que muchas rúbricas eran repetidas decenas de veces, que otras por miles correspondían a ciudadanos fallecidos o a menores de edad. Crecía la resistencia popular para que no se aceptare un proceso plagado de denuncias y dudas.
Simultáneamente, tras bastidores estaba lista la conspiración denunciando a Chávez como un dictador que no permitía un proceso eleccionario, la cual debía abrir el paso al uso de la Carta Democrática de la OEA para la intervención de los marines del pentágono. El Presidente no vaciló en asumir el reto, apareció en cadena de televisión y en una concentración en el Palacio de Miraflores para convocar al pueblo a la que denominó “batalla de Santa Inés”, en analogía a un episodio histórico decisivo de la revolución federal del siglo XIX.
La resolución del conflicto se orientó a zanjarse no con los recursos artificiales de la guerra, sino, democráticamente. Chávez había asegurado que sea la voluntad popular la que decida y no un baño de sangre ejecutado con el uso artificial de la fuerza militar articulada en una intriga internacional. Logró lo que Allende en la disputa por el poder en Chile, apenas alcanzó a escribir, pues antes de formular su propuesta oficialmente de la consulta popular, fue derrocado por un golpe criminal.
Se pronuncian las urnas
Chávez, declaró con anticipación que si perdía el referendo, entregaría inmediatamente el poder al Vicepresidente como la constitución lo establece y, que no abandonaría a sus seguidores y a la revolución bolivariana, pues se presentaría en 30 días a las próximas elecciones presidenciales. La oposición por el contrario, nunca declaró que reconocerían los resultados si perdiese el referendo y tampoco quién sería su candidato, en caso de que ganaran. El contraste abrió nuevamente otras preguntas: ¿Quién representa a la democracia, Chávez, o la CD? ¿A qué se preparaba la CD?
En las reuniones con los observadores internacionales previas al referendo, los líderes de la CD, encabezados por Humberto Calderón Berti y Pompeyo Márquez, expusieron que no reconocerían los resultados emitidos por el Consejo Nacional Electoral (CNE), que ellos sólo aceptarían los que estén certificados por el Centro Carter y la OEA.
Esta peligrosa declaración expuso explícitamente que se ubicaban al margen del Estado de Derecho. E implica por lo menos dos elementos, su desconocimiento de facto del Poder Electoral de Venezuela, el árbitro legal, establecido por la Constitución de referendo por ellos activado, que lo ha normado y convocado. Y, el desprecio por la soberanía nacional de su propia república, al adjudicar a dos organismos extranjeros ad hoc, la facultad de “certificar”, en éste caso léase, “emitir el veredicto final”, de un proceso electoral de su país, en el que se juega el ejercicio del poder, nada menos.
La extensa gama de instrumentos que la oposición usó contra Chávez, que incluyeron a más de la conspiración sistemática, la apelación al desgaste del gobierno, la pretensión de acusar al régimen de la inequidad y violencia social acumulada históricamente, presentándola como responsabilidad exclusiva de su período presidencial, incluso la declaración de continuar sus programas sociales si obtuviesen el triunfo, fueron insuficientes.
El 15 de agosto el referendo tuvo lugar. Al toque de diana, al estilo militar, el pueblo se despertó no para enfrentar a un nuevo golpe de estado o una intervención extranjera, sino para ir a las urnas y democráticamente pronunciar su voluntad. La gente votó como nunca antes. Llegó la hora de los resultados: Chávez obtuvo el 59% de los votos, la CD perdió. El ex presidente de Estados Unidos Jimmy Carter, el Secretario de la OEA saliente, César Gaviria, visiblemente desconfigurado, las personalidades invitadas como observadores representadas por Eduardo Galeano, los magistrados de los tribunales electorales del continente y los observadores de las organizaciones no gubernamentales y de los movimientos sociales, reconocieron la legalidad del proceso y del escrutinio. El referendo finalmente derrotó la confabulación, otra vez. Y además, se transformó en ratificatorio para el presidente y revocatorio para la oposición.
La CD y su mundo al revés
En la madrugada del 16 de agosto, las multitudes celebraban la victoria frente al balcón del pueblo en el Palacio de Miraflores. A Chávez, le llovían los reconocimientos y felicitaciones provenientes de todos los continentes, incluyendo a los presidentes del gobierno español, de Libia, Cuba, Argentina, Brasil, José Luis Zapatero, Muammar Kadafy, Fidel Castro, Nestor Kirchner, Lula da Silva, incluso de George Bush padre del presidente de Estados Unidos, de los gobiernos latinoamericanos, de los países europeos, árabes y asiáticos.
Los voceros de la CD en su cadena de televisión, denunciaron el suceso como el más grande fraude electoral de la historia de Venezuela, desconocieron los resultados oficiales, el pronunciamiento de la OEA y el Centro Carter, y su reconocimiento mundial, y cuando un periodista les preguntó en qué consistía el fraude, sin esgrimir ningún argumento, pidieron tiempo para investigarlo.
Parodiando el mundo al revés de “Alicia en el país de las maravillas”, para la CD primero vino la sentencia: fraude. Y luego la fabricación de los argumentos que sustenten lo anunciado a priori. Han hablado de que la votación electrónica invirtió los resultados, que en consecuencia eran exactamente opuestos. Lo que implica que Chávez habría ganado en los bastiones electorales de la oposición y la oposición en los bastiones electorales de Chávez.
El absurdo fue desmentido por sí mismo. Luego, han insistido en que las máquinas fueron programadas con topes y exhibieron como prueba la coincidencia de los resultados en mesas de un mismo distrito electoral, una probabilidad estadística muy elevada en escrutinios de un número similar de votos donde las tendencias del electorado son constantes y tienen solo 2 opciones. Para sostener su teoría contra toda constatación objetiva e imparcial, se negaron a asistir a la auditoria técnicamente diseñada por el Centro Carter, la OEA y los observadores internacionales, la cual luego de un riguroso y extenso trabajo, urna por urna, voto por voto y acta por acta, confirmó que las actas escritas y electrónicas correspondían a los votos depositados en las urnas, ratificando los resultados difundidos por el CNE.
La derrota perpetua
Ninguno de los medios usados por la oposición para deshacerse de Chávez y recuperar su dominio oligárquico del poder han funcionado, a pesar de la disposición de recursos abundantes para el efecto, muchas veces proveídos por la CIA. Han atravesado 8 derrotas electorales sucesivas.
El fracaso de un golpe de estado que apenas posesionó una dictadura se hundió en el pantano de sus propias contradicciones y en la arrolladora fuerza de una insurrección popular. Las pérdidas masivas de una huelga empresarial que propició un sabotaje petrolero de dimensiones devastadoras y no les condujo a nada más que a otro revés, la renacionalización de PDVSA [3] y la pérdida de su control.
Las insubordinaciones militares con show mediático en la Plaza Altamira, que terminaron en el vacío. El desmantelamiento de una conspiración criminal con paramilitares colombianos, antes del inicio de sus operaciones. El desastre de una guerra mediática permanente, que se ha probado incapaz de transformar el comportamiento del imaginario y la conciencia colectiva, al alto costo de la erosión sistemática de la credibilidad de los medios de comunicación.
La victoria de Chávez en el referéndum, implicó obviamente que la CD fue vencida. La derrota en una batalla no necesariamente significa la pérdida de la guerra, pero, la Coordinadora, cifrando e hipotecando sus perspectivas y su futuro en la teoría del fraude, se lanzó a transformarla en una derrota decisiva.
En Venezuela mismo, el revés de Chávez en la insurrección del 4 de febrero del 92, no significó la pérdida de la guerra. Por el contrario, evaluando autocríticamente sus propios errores e interpelando por su naturaleza la crisis del sistema, se transformó en un eje de dirección política y acumulación de fuerzas que condujo a las sucesivas victorias electorales que se desencadenaron desde el 99, con las cuales se abrieron las puertas de la revolución bolivariana.
Ahora la estratagema política del fraude, armada y sostenida con la manipulación de los medios de comunicación, se ha dirigido a disminuir y desacreditar la victoria de Chávez. Apareció como el recurso inmediato, fácil e irresponsable en el momento de la desesperación de la derrota, frente al vacío de una perspectiva política real. Pretende continuar la campaña por minar la estabilidad política, aduciendo la ilegalidad e ilegitimidad del gobierno, para buscar mantener viva la disputa por el poder.
Puede, incluso, temporalmente cohesionar a un sector exaltado de sus seguidores. Pero, adolece de un defecto estructural, no tiene base real ni verdadera que lo sustente. En consecuencia, inexorablemente, la teoría del fraude, está condenada al fracaso, por lo que no tardará en transformarse en su opuesto: de un instrumento en contra de Chávez, en una nueva victoria de Chávez.
Al introducir artificialmente la denuncia del fraude, la CD renunció a la realidad. Asumió la campaña de desprestigio de sí misma al interior del país y en escala internacional, presentándose como una oposición que no acepta el ABC de la democracia: el reconocimiento de la voluntad de la mayoría. Denunció sus métodos autocráticos y dictatoriales, “los resultados son válidos sólo si proclaman mi victoria”, “la realidad, la verdad y el Estado soy yo”.
Puso en evidencia sus prácticas fascistas con el cacerolazo a Carter y sus pretensiones fallidas de convocar a acciones violentas. Se situó al margen del régimen constitucional, lo que en cualquier estado de derecho en el mundo, implicaría no solo su desconocimiento como interlocutor político, ya declarado por Chávez, sino su sometimiento a la ley.
En lugar de contribuir a cohesionar y fortalecer la oposición, disminuye, desacredita y fractura la unidad construida por la CD, al revelar el carácter inescrupuloso de sus métodos políticos, lo que lejos de abrir un camino a sus electores, los estrella contra la realidad y la verdad. Desactiva la unidad de las fuerzas constitutivas de la CD y fracciona el apoyo de sus bases, pues no todos, excepto los desesperados, están dispuestos a subir en un barco que navega con una bandera falsa, a la deriva.
De éstas formas, expone, la bancarrota de una dirección política que se niega a sí misma el derecho a mirar la realidad cara a cara, a asumir los resultados verdaderos y a preparar el futuro. El precio de este curso es el abandono en el vacío de la base política acumulada en su batalla por el referendo, que le permitió obtener el 41% de los votos, cuya consolidación indispensable para su ampliación, sí hubiese constituido en perspectiva una amenaza grave para Chávez y la revolución bolivariana.
Después de la derrota en el referendo seguida del autogolpe de la teoría del fraude, ese 41% se ha reducido y fragmentado, reconstituirlo es una tarea cuesta arriba. Más, cuando su base social esencial que es la que efectivamente pugna por el poder, la burguesía rentista, es una clase cuantitativamente minoritaria, y sus intereses no son los de las clases medias que han constituido su bastión electoral y cuando, su expresión política representa el dramático pasado del sangriento caracazo, de la inenarrable miseria y violencia de los ranchitos, frente a la opulencia de la Venezuela saudita, al país de los doce apóstoles, de la oligarquía del dinero, de los piratas del petróleo, de los peces gordos, de los excrementos del diablo, al que la mayoría de la población le ha levantado un muro de contención: “No volverán”.
La CD, se ha condenado por su propia iniciativa, a sufrir las consecuencias de que en la política como en la vida, la mentira tenga patas cortas. Este episodio pasará a los anales de la política como un ejemplo de lo que se denomina un salto al vacío. La CD al renunciar a la realidad, renunció a consolidar la fuerza que adquirió en el proceso referendario y se transformó en el principal instrumento de su propia destrucción. Las consecuencias serán severas, nadie sigue a una dirección política que no ve, lo que implica la pérdida de sus perspectivas de crecimiento, su atomización interna, su descomposición, -ya fedecámaras, que aglutina a su principal base socio-económica, reconoció los resultados-.
Contiene también su necesaria contraparte, un sensible aumento de los votos chavistas en las elecciones de gobernadores y alcaldes que tendrán lugar inmediatamente, y la consolidación de una amplia ventaja a favor de Chávez para su reelección el 2006.
Lo que fue la estructura del poder político de la IV República, lejos de reconstruirse continúa haciéndose añicos. La V Republica emerge en la superficie plagada de esperanzas y desafíos, entre los que sueña, el renacimiento de Simón Bolívar.
Ver primera parte: Democratización de la democracia.
Ver segunda parte: El referendo y la descolonización de Venezuela.
[1] Coordinadora Democrática (CD), organismo en el que se agruparon las distintas tendencias de la oposición a Chávez desde la extrema derecha (Primero Justicia) a la extrema izquierda (Bandera Roja), los partidos que gobernaron el período 1959-1999, el socialcristiano COPEI y Acción Democrática, además el Movimiento al Socialismo (MAS) y otros.
[2] ,«La epopeya final de Salvador Allende», radio Tierra, Santiago de Chile, 2003.
[3] PDVSA, Petróleos de Venezuela, la empresa más importante del país.
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