La Ucronía es un método usado por los historiadores para ampliar el conocimiento de los procesos históricos. Consiste en suponer -considerando momentos coyunturales de la historia- que las cosas se hubieran dado de otra manera (¿Qué hubiera sucedido si la Armada Invencible no es despedazada por una tormenta y vence a la flota inglesa? ó ¿Qué hubiera sucedido si Colón naufraga y no llega nunca a América?) y tratar de determinar el nuevo rumbo que habrían tomado los acontecimientos.
Tan eficaz es este método creativo y de imaginación para profundizar en el conocimiento, que Albert Einstein lo usó en la ciencia de la relatividad y la cuántica, denominándolo “experimentos imaginarios”.
Con motivo de un nuevo aniversario de la muerte del Che, le han preguntado en una entrevista a su amigo Alberto Granado (vivo y vital a los 85 años) si puede especular sobre que opinaría Ernesto de lo que está sucediendo hoy en Latinoamérica. El responde que cree que si estuviera vivo, estaría luchando contra el imperialismo y que sería amigo de Evo Morales, de Hugo Chávez y de Rafael Correa.
Estimulado por esta respuesta, intento ir aún más allá de ella. Ensayo la ucronía, proyecto todo lo que conozco y sé del Che (relatos, noticias y análisis sobre él, sus propios escritos, relatos y escritos de aquellos que lo conocieron de cerca, y mi viejo recuerdo de haberlo visto de lejos en 1961, cuando la conferencia de la OEA en Punta del Este).
Imagino que no es capturado en Bolivia en 1967, que logra sobrevivir al acoso del ejército boliviano y la CIA, al hambre y la enfermedad, a la indiferencia o la delación de los campesinos bolivianos. Que intenta proseguir la lucha en otros escenarios.
Y allí empieza a acabárseme la ucronía. Sé que la muerte del Che fue una anticipación del avance avasallador de las derechas y el imperio en nuestra América. Que los intentos que pudiera haber realizado para lograr nuevos Vietnames, se irían estrellando contra el anti-dominó propuesto por Kissinger y llevado adelante a sangre y fuego por los gobiernos de los Estados Unidos y las oligarquías locales, para evitar a toda costa una nueva Cuba en nuestro continente. Una situación que fue plasmando en la paulatina derrota de las izquierdas y en el afianzamiento de la cadena de dictaduras militares con las que se fue asfixiando a nuestra tierra. Igualmente, me siento incapaz de imaginar al Che durante las tres décadas de neoliberalismo globalizado subsiguientes y el nacimiento del mundo unipolar. Imaginarlo inactivo, enconchado.
Conociendo a nuestro hombre, lo imagino asaltando una y otra vez los molinos de viento, haciendo lo que debía hacer, hasta volver a caer en combate en algún otro ignoto lugar de nuestro continente.
Me es entonces imposible tener hoy al Che vivo a través de la ucronía.
Sólo me queda el recurso de la magia. De la magia de lo real maravilloso que es parte de nuestra cultura en este continente en technicolor. Con los poderes de demiurgo que me da la pluma, rescato de la selva boliviana ese cuerpo cansado, agobiado por el asma, el hambre y el esfuerzo; restituyo sus energías y paseo al hombre por la realidad actual de nuestra América.
Le muestro a Cuba, sobreviviente a más de cuatro décadas de bloqueo, exportando solidariamente conocimientos y medicina a otros pueblos. A su amigo Fidel, convertido en un anciano sabio que asume el rol de testigo de los tiempos y nos cuenta otra versión de la historia contemporánea. A los zapatistas en México, intentando encontrar al hombre nuevo en una nueva forma de hacer y vivir la vida. A los movimientos indígenas y sociales en Ecuador, destituyendo a tres presidentes y apoyando a Rafael Correa. Al proceso bolivariano en Venezuela, sobreviviente a un golpe de estado y un paro petrolero, intentando a través del gobierno de Hugo Chávez transformar un país petrolero de excluidos en una sociedad con justicia. A los movimientos sindicales e indígenas en Bolivia, destituyendo un presidente y obligando a otro a llamar a las elecciones dónde triunfa Evo Morales, el primer indígena que llega a presidente de ese país y que llama a una Constituyente para refundar su nación.
Le muestro el Movimiento de Los Sin Tierra en Brasil, le cuento sobre el Foro Social Mundial y sus experiencias de cambiar el mundo sin tomar el poder. Le hago ver el movimiento piquetero y la recuperación de fábricas en Argentina y Uruguay. Le relato el retroceso de los sectarismos en las izquierdas autóctonas, y de cómo gentes de visiones diferentes son capaces hoy de trabajar juntos en un objetivo común.
Finalmente le hablo del realismo mágico. Ese realismo mágico que un médico argentino de formación racionalista descubrió y asumió después de haberse internado en las entrañas de nuestro continente mestizo.
Del realismo mágico implícito en el hecho de que los médicos cubanos que están llevando la Misión Milagro a Bolivia, hayan operado y recuperado la vista del anciano indigente en que se ha convertido el soldado que disparó contra él y le quitó la vida en La Higuera; justo en el tiempo en que se cumplen los cuarenta años del asesinato.
El comandante me mira y se sonríe. (Es el hombre que ganó la apuesta de que sus calzoncillos estaban tan sucios que podían quedarse parados, el que se convirtió de médico en guerrillero y tomó Santa Marta, el que tomó mate y conversó de historia y de arte con Eduardo Víctor Haedo en Montevideo en 1961, el que ese mismo año en la misma ciudad paralizó muchos de nuestros corazones jóvenes hablándoles en el Paraninfo de la Universidad de los hechos concretos que estaban cambiando el mundo, el que en un discurso en Argel dijo que no sólo había un imperialismo, sino que existían varios sub-imperialismos. El ministro que explicó que los manuales ideológicos soviéticos eran “ladrillos”, el agente secreto que con otra identidad recorrió Europa, el comandante que peleó en el Congo, el poeta que escribió las cartas de despedida a sus hijos y a sus padres.)
Se sonríe y me dice:
— ¡Mirá vos! Entonces es que los pueblos, por un camino diferente al que yo usé, están yendo hacia su propio destino. Creo que no aré en el mar.
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