Es muy extraño que la palabra figure entre las 600 que maneja el coeficiente intelectual que porta el caballerito del norte: Filantropía. Suele estar en boca de los ricos que superan sí esa barrera de un lenguaje tan acotado y que se lucen con esas cinco sílabas, mencionadas con un gesto de generosidad suficiente, de desprendimiento impostado, de malversada solidaridad.
Filantropía: amor al género humano; filántropo: persona que se distingue por el amor a sus semejantes y por sus obras en bien de la comunidad.
El viernes 16 se inició una reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en Cartagena, Colombia, en la cual se analizó el “comportamiento de la libertad de prensa”, según la visión de los dueños, empresarios, patrones de los medios de la región, más allá de la presencia de invitados que no alcanzan esa categoría.
En ese ámbito está anunciada, para el lunes 19, la presencia del presidente de Microsoft Corporation, Bill Gates, el hombre más rico del mundo, a quien se define como “destacado filántropo internacional”.
Los barones de la omertá mediática (figura acuñada por Pascual Serrano, director de Rebelión), poseedores de la mayor maquinaria de infoentretenimiento y publicidad, global-regional-local y del negocio mas redituable en términos de acumulación económica, incidencia ideológica y determinación cultural, reunidos para sacar pronunciamientos previsibles acerca de un aspecto hoy menor del poderoso producto mercantil que comercian, resolvieron que su máxima figura, el capo entre pares, el hombre cuya riqueza supera el producto bruto de una enorme cantidad de países, brinde una clase magistral en su condición de filántropo.
Hace apenas dos días Emir Sader decía que el capitalismo, al no tener héroes los inventa, y señalaba como esa invención superlativa a Bill Gates: “el mayor donante mundial y la mayor fortuna mundial. ¿Alguna coincidencia en esto?”, afirmaba y se preguntaba Sader.
La Fundación Gates donó 218 millones de dólares –menciona Sader citando a Los Ángeles Times- para una campaña contra la poliomielitis y la rubéola en el mundo, “incluído el delta del río Níger. Pero al mismo tiempo la Fundación invirtió 423 millones de dólares en las empresas ENI, Royal Dutch Shell, Exxon Mobil y Total, compañías responsables de la mayor parte de las emisiones de gases que contaminan los cielos de aquella región del Níger”.
Con el objetivo de beneficiarse con desgravaciones fiscales la Fundación destina un 5 por ciento de sus ganancias a donaciones, mientras el 95 por ciento va a inversiones, es “accionista de numerosas empresas que no respetan los derechos ambientales, practican la discriminación, violan el derecho de los trabajadores o están comprometidas en acusaciones de corrupción”, enumera Sader.
Gates es el símbolo de un sistema que mientras alienta el consumismo de una elite no sólo tolera más de 850 millones de hambrientos en el mundo y 800 millones de adultos analfabetos sino que impide que más de dos mil millones accedan a la electricidad, que otra cifra similar nunca haya hablado por teléfono, para los cuales, por supuesto, Internet no existe.
Allí estará en Cartagena de Indias el mayor de los filántropos, en ese escenario levantado por los que pretenden ser vistos como pichones de Gates (en términos económicos, en su calidad de “amantes del género humano” y, si pudieran, en su portentosa proyección científica), donde ya está la declaración de repudio a algunos países (Cuba, Venezuela) por “ignorar la libertad de prensa”, la “preocupación” por los ataques al periodismo, el rechazo a cualquier legislación que ponga límites a la dictadura comunicacional que esos grandes grupos mediáticos expresan, mientras preparan nuevas presiones sobre los gobiernos en defensa de un poder en el que no tributan porque son parte constitutiva de él.
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