Esta semana empieza la cumbre en la que se reunirán los estados miembros de las Naciones Unidas para revisar la Declaración del Milenio que fue firmada en el 2000 por 177 países del mundo, con el fin de conseguir los ocho objetivos de Desarrollo del Milenio . Pero justo la semana pasada, Naciones Unidas presentó el Informe Mundial de Desarrollo Humano 2005 en el que se muestra que el ritmo de cumplimiento de las metas de esta declaración ha ido desacelerando, y es más, algunos de los objetivos ya no se podrán cumplir. Es importante ver lo que esto significa para Colombia, que según este informe está en un nivel medio, pues ocupa el puesto 69 en el ranking general de desarrollo humano mundial, pero es también un país que tiene un conflicto armado y unos índices de desigualdad alarmantes. Al paso que vamos, y para adoptar el mismo tono catastrófico de este informe, el 2015 nos verá muy mal parados a nivel mundial.

El desarrollo humano en perspectiva

Hay que leer todos estos informes con toda la distancia del caso y entre líneas. Para empezar, la misma noción de desarrollo humano es algo que debe ser entendido en su contexto.

“El desarrollo humano consiste en la libertad y la formación de las capacidades humanas, es decir, en la ampliación de la gama de cosas que las personas pueden hacer y de aquello que pueden ser. Las libertades y derechos individuales importan mucho, pero las personas se verán restringidas en lo que pueden hacer con esa libertad si son pobres, están enfermas, son analfabetas o discriminadas, si se ven amenazadas por conflictos violentos o se les niega participación política. Es por este motivo que las libertades fundamentales del hombre proclamadas en la Carta de las Naciones Unidas son un aspecto esencial del desarrollo humano.”

Para entender por qué a alguien se le ocurriría denominar al desarrollo como desarrollo humano, hay que tener en cuenta que la mayoría de políticas y teorías del desarrollo hasta hace aproximadamente una década, estaban enfocadas en lograr la evolución y el progreso de los pueblos a toda marcha, inclusive a pesar de los humanos. El BID, las políticas de la CEPAL y otros organismos internacionales, y gobiernos de todos los países, seguían esta concepción de desarrollo para impulsar las políticas sociales y económicas. Estas políticas terminaron por empobrecer y estancar aún más el crecimiento general y positivo de los pobladores más necesitados de estos países. El desarrollo se medía por el PIB (que aún se usa, aunque se mira con una lupa un poco más grande), por cifras y tablas, pero no a través de estudios que midieran el impacto en la calidad de vida y las percepciones de la gente afectada, tanto de manera positiva como negativa. El desarrollo era entendido como desarrollo económico, desarrollo tecnológico y científico, pero en esa época se olvidó que todos esos tipos de desarrollo obedecen antes que todo al factor humano. Hubo que reivindicar la noción del desarrollo, un poco demasiado tarde, pero ahora las Naciones Unidas y las agencias de cooperación internacional, al igual que los gobiernos, están utilizando, mal que bien, esta nueva noción de desarrollo (con una que otra excepción).

Más grave que los impactos nefastos de algunas de estas viejas políticas, es la permanencia de las antiguas y para nada inocentes concepciones del desarrollo, que después de haber sido promovidas con tanta insistencia por todo el mundo, han terminado por convencer a una gran mayoría de la población civil, que sigue utilizando este dañino discurso. Hace menos de un mes los habitantes de Mocoa estaban felices porque por fin el desarrollo y el progreso había llegado a su ciudad, pues por fin tenían semáforos en las calles. Paralelamente, el departamento del Putumayo estaba asediado por las FARC, no tenía electricidad y los desplazados que llegaban a cada hora mostraban un panorama aterrador, de todo, menos de progreso y desarrollo.

Como bien lo expresa el informe, a pesar de que ha habido una mejoría en términos de desarrollo humano en el último decenio en todo el mundo, “...parte del problema de las instantáneas globales es que ocultan enormes variaciones entre regiones y al interior de las mismas, así como las brechas en todas las dimensiones del desarrollo humano. De hecho, el progreso registrado en desarrollo humano ha sido poco uniforme entre y dentro de las regiones y en sus diferentes dimensiones” . Colombia es uno de esos lugares en donde adicionalmente se pueden observar subregiones que han avanzado significativamente en desarrollo humano (Bogotá se parece en términos de desarrollo humano a Costa Rica) mientras que otras no han seguido avanzando y se han estancado. El informe indica que el índice de desarrollo humano de Nariño es similar al de Vietnam y el del Chocó se parece al de Bolivia. Habría que echar un poco atrás la película y mirar en detalle qué tipo de concepciones sobre el desarrollo se manejaron para estas regiones que vienen estancadas desde hace años, porque la coincidencia no es gratuita. Seguramente el índice de desarrollo humano del Chocó es parecido al de Putumayo.

El Informe

El Informe Mundial de Desarrollo Humano evalúa varios aspectos: los logros y retrocesos en términos de desigualdad, tanto económica como racial y de género, el papel del comercio y la asistencia internacional de los países desarrollados a los más pobres, y el tema del conflicto y la seguridad como garante del desarrollo humano.

El informe llama la atención sobre el tema de la desigualdad como algo que no solo viola los derechos humanos, sino que impide el desarrollo humano colectivo de un país. Colombia ocupa el puesto número 11 en el informe y es superado por países como Lesotho y Guatemala. Valga la pena mencionar que el principal énfasis que hace el informe en su sección de desigualdad se centra sobre todo en la lucha contra la pobreza. Este es otro término de esos que hay que mirar con reserva, porque su valoración en el tiempo ha cambiado. Al igual que el término desarrollo, en nombre de los pobres del mundo se han cometido muchos atropellos, pues estos muchas veces se han generado por una serie de actitudes y percepciones sobre formas culturales diferentes, que han sido incomprendidas por el mundo occidental. A veces con las mejores intenciones se hacen las peores cosas .

El informe habla acerca de la necesidad de redistribuir los ingresos entre ricos y pobres, habla de la colaboración de los países ricos para ayudar a los países pobres a crecer y a reducir la desigualdad, de género, de raza, de nivel de vida económico, pero me parece que deja por puertas un ingrediente esencial para superar la brecha entre ricos y pobres. El informe menciona que una de las regiones con más desigualdades económicas es América Latina. Esta es también una región del mundo supremamente clasista (palabra que no se menciona por ninguna parte en el informe) y que tiene mucho que ver con las inequidades sociales y la falta de oportunidades para que los pobres de países como Colombia salgan adelante. Una persona que no cumpla con los estándares de clase que define la elite en Colombia no logrará nunca obtener el empleo que se merece, por más estudios, aptitudes y calificaciones que tenga. En Colombia nos jactamos mucho de que el ascenso social en este país es mucho más viable que en otros países de América Latina, de que tenemos una pujante clase media con una capacidad adquisitiva creciente que mueve el mercado de la nación. Pero también es cierto que capacidad adquisitiva no significa igualdad social, y que los sectores tradicionales que todavía ocupan los importantes círculos de decisiones y del poder, son un grupo cultural excluyente y muy difícil de penetrar. Es cierto que hay algunos avances en términos de cambio de mentalidades, pero nos falta avanzar en este punto muchísimo más para definirnos como un país incluyente porque, además, la noción de clase en países mestizos está directamente conectado con nociones de raza: nociones, actitudes o valores que determinan que una persona se vea afectada en circunstancia reales y cotidianas. Es muy diciente que desde hace un par de semanas los medios de comunicación en Colombia estén haciendo informes sobre lo que ganan los colombianos, sobre el porcentaje de desempleo comparativo entre hombres y mujeres y sobre lugares públicos o privados que niegan el acceso a personas que tienen cierto color de piel, o hablan de determinada manera. Eso es desigualdad, y no me extraña para nada que Colombia ocupe el puesto número 11 en el ranking de países más desiguales del mundo.

Las otras dos partes del informe dejan mucho que pensar para Colombia, ahora que el gobierno ha definido nuevamente que sí existe conflicto armado. El informe habla sobre las consecuencias que un conflicto armado trae para un país y su desarrollo humano. No hay que pensar que por el hecho de que la desmovilización de los paramilitares se esté dando, o por el reciente viraje en búsqueda de los diálogos del paz, el país va a salir bien librado. Como bien lo expresa el informe, “Los acuerdos de paz son con frecuencia el preludio de una nueva ola de violencia: la mitad de los países que salen de conflictos armados vuelven a caer en situaciones de guerra dentro del plazo de cinco años” . Y esto puede suceder por muchos motivos: por procesos de reinserción débiles e improvisados, por falta de reconocimiento y compensación de las víctimas del conflicto, por falta de inversión social y cumplimiento para que se satisfagan las necesidades básicas de toda la población del país. Hay que estar muy alertas a la forma como se está transformando el conflicto, porque claramente no está desapareciendo.

El informe habla también de la importancia de la cooperación y asistencia internacional para los países pobres, no solo a través de otros gobiernos o agencias de cooperación internacional, sino también a través del comercio y la inversión justa y equilibrada en países pobres, así como de tratados económicos equitativos y condiciones de competencia limpias en los mercados internacionales. Igual que el África sub-sahariana, América Latina como región se está rezagando en términos de su participación en el comercio globalizado, y se necesita un impulso mayor desde nuestros gobernantes para poder jugar en iguales condiciones en este difícil terreno.

El país necesita líderes capaces y visionarios, que tengan en cuenta todo lo que está en juego durante los próximos 10 años. Vale la pena preguntarse por nuestros futuros líderes, ahora que está en juego el tema de la reelección. ¿Quienes serán nuestros líderes? y sobre todo, ¿cómo podemos los ciudadanos ejercer un papel activo de seguimiento y verificación para que estos ocho objetivos en pro del desarrollo humano se cumplan? Estas no son preguntas fáciles de responder en un país donde reina el oportunismo y los deseos de fama y poder de los que hacen política para ser elegidos como nuestros gobernantes. Ante este triste panorama del informe de desarrollo humano, solo puedo ver que el país enfrenta adicionalmente una crisis de líderes y una crisis ciudadana, porque es muy difícil que estas condiciones se den de manera sana y activa cuando la democracia es más cuestión de papel que de hecho. Espero estar equivocada y que al volver a leer estas páginas en el 2015 pueda reírme de esta visión futurista tan trágica.