En la Conferencia de Londres se proyectó la suma de 20 000 millones de dólares para los próximos cinco años, cuya cuarta parte corresponde a Washington. En el futuro, este dinero deberá ingresar principalmente en las arcas del gobierno de Afganistán, por lo que, esperamos, sea mejor utilizado. Hasta ahora el dinero iba principalmente a las ONG, y los afganos y expertos internacionales no dejan de tener razón cuando afirman que ha ido a parar sobre todo a los bolsillos de llamados asesores, más que a proyectos. De todas formas, nada garantiza que el dinero prometido se haya entregado.
Entre los desafíos está la situación de seguridad del país: las fuerzas de seguridad afganas no están aún en medida de mantener a raya a los talibanes, que se fortalecen cada día que pasa. Estados Unidos pretende reducir sus tropas, e incluso si la OTAN aumenta sus efectivos en 6 000 soldados –la mitad británicos–, esto no cambiará mucho la actual situación. Como siempre en la historia de del país, el poder del gobierno central se limita a Kabul. Más allá, depende de las alianzas que establezca con los «Señores de la Guerra» locales.
Estos jefes locales viven en gran parte de otro factor que la Conferencia de Londres no se atrevió a abordar: el cultivo, fabricación y comercialización de droga. Es cierto que Kabul se comprometió a luchar contra el tráfico de opio, pero Afganistán es el mayor productor de droga en el mundo y nada cambiará mientras el cultivo de la adormidera reporte más a los campesinos que el de cereales y tomates. Todos se benefician –desde los talibanes hasta los Señores de la Guerra– y nadie renunciará a este maná financiero. La OTAN no tiene los medios para impedir el cultivo de la adormidera, problema que permanece insoluble. Del lado de los talibanes esto fortalece la oposición al gobierno de Hamid Karzai, mientras Occidente no tiene una alternativa válida que ofrecer.
A pesar de estos problemas, algunos casi insolubles, no deben bajarse los brazos y abandonar a Afganistán en Londres. Tras décadas de tiranía y guerra, este país no puede transformarse al cabo de sólo cinco años en una democracia moderna y sana, y los fracasos desde hace cinco años no deben incitarnos a recoger el equipaje. Hay que persistir en Afganistán, incluso si, a primera vista, sacar a este país del atolladero pueda parecer una operación interminable.
«Geld allein wird Afghanistan nicht helfen», por Peter Phillip Deutsche Welle, 1ro de febrero de 2006.
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