La idea de aplicar un procedimiento radical no ha logrado abrirse paso, no sólo por la escala de un fenómeno social que, incluyendo a los emigrados y sus descendientes puede abarcar alrededor de 20 millones de personas, sin contar a los integrantes de otras minorías que pueden sumarse y a los norteamericanos puros que pudieran solidarizarse.

Una movilización semejante puede superar a la protagonizada por los negros en la lucha por los derechos civiles, a los opositores a la guerra en Vietnam, y pudiera incluso radicalizarse, trasladarse a otros sectores sociales y asumir otros contenidos. Emigrados hispanos hay también en Irak.

La movilización de los emigrados, lo delicado del asunto y no una actitud de comprensión o generosidad hacía ellos, han neutralizado a los elementos más racistas y xenófobos que pretenden criminalizar la condición de emigrados y provocar un debate en el interior de la elite política norteamericana.

La diferencia de opinión estriba en puntos de vista acerca de cómo y de qué manera asumir la emigración hispana como un mal necesario y cómo avanzar hacía una solución final. Para algunos el primer paso es un procedimiento de ajuste, que incluya la salida voluntaria de millones de los llamados ilegales y luego regular el ingreso, sobre todo, levantando una infranqueable muralla.

En el contexto de ese debate, no me sorprendió el razonamiento de que puede estar en curso una maniobra de largo aliento, encaminada a crear una situación que permita que en lugar de admitir grandes masas de trabajadores mexicanos para realizar labores agrícolas, Estados Unidos desplace a México esas fatigosas y poco productivas tareas.

Con los salarios y las legislaciones vigentes en Centroamérica y los tratados de libre comercio, los productos agrícolas tropicales serán igualmente buenos y más baratos; la oligarquía latinoamericana será más feliz, los braceros seguirán siendo pobres y no tendrán dónde quejarse.

Esa idea se completa, con el aserto de otro paso que pudiera ser mejorar ostensiblemente los salarios para esas faenas, costos que pueden asimilar los subsidios y los consumidores, hasta hacerlos atractivos para nativos o personas más aceptables al status norteamericano.

Nada de eso estorba a las grandes producciones de granos y cereales, que lideran la agricultura norteamericana y no reclaman grandes masas de personas.

La estrategia imperial se forma con muchos aspectos, la globalización es uno y la hegemonía otro, las ideas de la igualdad de oportunidades, la asistencia para el desarrollo y la solidaridad con los países de América Latina no han sido consideradas nunca.

En cambio la construcción del muro que cierra el paso, no sólo a los mexicanos sino a todos los hispanos, es un hecho, tal vez el primer paso para una limpieza étnica, aunque no al estilo de la ex Yugoslavia, probablemente más eficaz.

La nota discordante la han puesto los emigrantes radicados en los Estados Unidos y cuya resistencia puede aguar la fiesta a los ponentes de la idea, de que los Estados Unidos del siglo americano deberán ser químicamente puros.

Algo debe estar claro. Estados Unidos no puede expulsar a millones de familias, no porque no lo desee, sino porque es impracticable. Puede, sin embargo, intentar otras maniobras. Hay que estar alerta y apoyar a nuestros hermanos. Su lucha es también nuestra.