Se llama Lesly. Tiene unos ojitos claros hermosos, donde se condensa toda la esperanza de sus diez años de vida. Está en sexto año de educación básica y es una estudiante destacada. Luego de hacer sus tareas, le gusta jugar a la ‘cocinita’ y a la enfermera; de grande quiere ser doctora, para ayudar a las personas, para curarles cuando la salud se enoja...

Lesly tiene dos hermanos más, de catorce y seis años. La familia vive únicamente con su madre, Rita, pues el padre desapareció hace más de tres años...

Rita trabaja en el Museo de la Ciudad y tiene que hacer malabares para que la plata alcance: educar y alimentar a tres hijos no es tarea fácil, pero la madre siempre conjuga con la fe, y produce milagros...

El aula de clases del sexto grado ‘B’, de la Escuela Alfredo Pérez Guerrero, está alborotada de números, que confunden a la misma aritmética. El profesor está enseñando quebrados con mucha minuciosidad. Y es que los números son muy caprichosos: si se llega a olvidar a uno solo, se resienten todos los demás, y ya no hay armonía ni lógica matemática.

La mayoría de los 430 alumnos de la Escuela Alfredo Pérez Guerrero, ubicada en la Ferroviaria Alta, son de escasos recursos económicos y provienen de hogares ‘desorganizados’. A decir de Fabiola Romero, orientadora vocacional del plantel, estas circunstancias hacen que los estudiantes tengan un bajo rendimiento académico y presenten problemas de indisciplina.

A Jhonny le encanta el fútbol. Es seleccionado de su escuela; juega de defensa y no hay delantero que le drible... Tiene once años y está en sexto grado. En los estudios también es bueno, pero la pelota danza más en su imaginación de niño.

Tiene cinco hermanos (el mayor de 16 años), y él es el intermedio. Por el momento vive solo, sus padres emigraron hace más de un año a España. “Para trabajar, dijeron, es que aquí no conseguían nada”, manifiesta, casi en tono de disculpa, Jhonny.

La familia está al cuidado de una vecina... “Mi mami dijo que venía el otro año, en enero, pero hasta eso nos llama todos los días y nos dice que hagamos los deberes, nos portemos bien y le hagamos caso a Rosa, la vecina”, dice el pequeño futbolista, cuyos ojos parecen dos balones, inflados por lágrimas de viento.

Padres divorciados, madres abandonadas, papá y mamá sudando dolores en el extranjero; violencia en el cariño; rutina en la violencia y en la falta de cariño... Estas y otras realidades sufren los alumnos de la mayoría de establecimientos públicos en el país. Estas y otras realidades forman parten de la herencia económica y social de nuestra sociedad: pobreza, desempleo, delincuencia, inseguridad, ignorancia, corrupción...

Entonces hay que ser bien niño(a), colmarse de esperanza y de ternura, y jugar a ser adulto(a), remojar la sonrisa y secar la amargura, para aprender de letras y números, en medio del hambre y el tormento familiar.

Pero no siempre se puede, y llegan los problemas (mucho más complejos que cualquier operación de quebrados infinitos)...

Belén es la mayor de cuatro hermanos. Tiene 12 años y una sonrisa que abarca al mundo. Es callada en clase, pero juguetona en los recreos. Siempre juega a la ‘familia’; ella es la mamá y sus compañeritos de clases sus hijos. Ahí, en su ilusión de niña, existe armonía; ahí, en su sonrisa encantadora de penas, existe esperanza...
Belén vive con sus hermanos, su madre y un padrastro. Su padre hace tiempo se hizo de otra familia y olvidó a sus primeros ramilletes de cariño. Este olvido la entristece: muchas veces sustituye las mariposas de su sonrisa, por rocío de penas acunadas en el alma...
Belén es callada en clase, pero juega a la familia en el recreo...

Es por ello que estos estudiantes necesitan más apoyo y comprensión. Si un porcentaje importante de los alumnos(as) es indisciplinado y no rinde adecuadamente, no es a propósito, ni porque así lo desean: los problemas familiares se registran con mayor intensidad en la vida del niño(a) – adolescente, que las materias escolares. Los golpes psicológicos y físicos dejan huella, que únicamente la bondad, la ternura y la solidaridad pueden curar. “En este aspecto, los maestros debemos también colaborar: hay que terminar también con el castigo moral y físico dentro del aula de clases; hay que utilizar otras estrategias, como la reflexión, el cariño, el amor...”, sostiene Samuel Vargas, profesor de la Escuela Alfredo Pérez Guerrero.

Víctor es el más aplicado del sexto curso; en especial le encantan las matemáticas, aunque de grande quiere ser doctor, al igual que su compañera Lesly.
Él es un genio para los números: a los quebrados los vuelve enteros y a los enteros quebrados.

Tiene dos hermanos menores, que siguen el ejemplo de estudio del ‘ñaño’. Sus papás trabajan incansablemente para hacer realidad el sueño de Jhonny de convertirse en doctor; trabajan tanto, que a veces consumen las horas en aquella ilusión, y se les esfuma el tiempo de compartir con sus hijos la alegría del corazón.

Sin embargo, la sociedad, guiada por los infaltables medios de comunicación, no siempre toma en consideración esta realidad, y juzga, en una mezcla de ignorancia y malevolencia, estas ‘desatenciones’ escolares.
Entonces, adjetivos como vagos, malcriados y sucios son sinónimos de muertos de hambre, longos e indios: la sociedad escupe hacia el cielo, sin comprender (o no querer comprender) que camina entre la saliva de la miseria y la deshonestidad.
Como moscas a la miel...

La Ferroviaria es un populoso barrio, ubicado al suroriente de Quito. Tiene aproximadamente 22 000 habitantes, compuestos en su mayoría por personas de escasos recursos económicos.

En la ‘Ferro’ está ubicada la Escuela Alfredo Pérez Guerreo, que hace pocas semanas pasó del anonimato informativo a ser titular de primera plana de los grandes medios de comunicación, en especial de la televisión y la prensa escrita.

Como nunca, reporteros y camarógrafos visitaron la ‘Ferro’ y el mencionado establecimiento educativo. Pero no lo hicieron para constatar la realidad de este asentamiento popular; no lo hicieron para verificar las condiciones de vida de los moradores, que básicamente sufren de desempleo y todas sus consecuencias económicas y sociales. No lo hicieron para entrevistar a la gente y recoger su pensamiento al respecto, o para saber qué esperan de los gobiernos locales y el Estado ecuatoriano (seguramente esperan decisión política para implementar ingeniosas formas para activar la productivad y las fuentes de empleo; seguramente esperan decisión política para pagar la deuda social; seguramente, en el fondo, esperan otro sistema de gobierno...).

No. Los periodistas fueron por otro motivo: el morbo y el sensacionalismo. El 25 de mayo, un estudiante de quinto año de la Escuela Pérez Guerrero, camino a su casa, en el sector de La Batea, fue atacado por otros muchachos, que intentaron cercenarle el pene.

Este hecho, repudiable, sí fue sacado del anonimato y espectacularizado a su grado máximo; la información no sirvió para reflexionar acerca de las condiciones sociales en que se produjo el lamentable suceso; la información no tuvo un trasfondo orientador ni constructivo.
No. La crónica roja sirvió únicamente para causar más daño a las víctimas del infortunio, para desmoralizar completamente al barrio, para estereotipar a este populoso sector como peligroso y demente; ayudó, una vez más, para fundir en una sola palabra a la pobreza con la delincuencia; a la miseria con la inseguridad; al hambre con la irracionalidad.

Como si todos estos fenómenos surgieran de la nada, por ‘generación espontánea’, por pura maldad; como si todos estos fenómenos no fueran consecuencia de toda la podredumbre de un sistema económico y social que ha fracasado, que ha desgraciado a los más humildes y necesitados: el capitalismo. Como si la explotación del hombre por el hombre, la inequidad social, no fueran los causantes de esta desesperanza física y moral.
Nada de eso fue analizado por los medios de comunicación. La difusión de ese execrable episodio sirvió para que la burguesía promocione el uso de la violencia; para justificar la utilización de sus aparatos represivos; para ‘legalizar’ la imposición del autoritarismo: “Para combatir la delincuencia hay que poner más policías, dotarles de mejor armamento, hay que actuar con mano dura”... Así se expresan los ‘vectores de opinión’ (los periodistas o presentadores de noticias, que en este caso dan lo mismo), mientras prenden velas en los sets de Tv, para sensibilizarse con el show que ellos mismo generan.
La ecuación: sensacionalismo más morbo; sobre inseguridad más miedo, que actúa nítidamente en la opinión pública.

 Lesly: “Yo sé que el barrio es peligroso porque hay ladrones”

 Periodista Opción: “¿Y por qué hay ladrones?”.

 Lesly: Porque tienen que llevar algo de comer a su familia, pues...

Y, claro, la Escuela Alfredo Pérez Guerrero, con semejante propaganda mediática (algunos periódicos manifestaron que el incidente del muchacho se registró en el interior del establecimiento), quedó marcada como un establecimiento en donde se educan futuros antisociales. Cuando, en realidad, es un centro educativo creado hace 42 años, con sólida formación académica y profesional, cuyos maestros hacen hasta lo imposible por formar a cientos de niños(as), que además de preocuparse por estudiar, deben convivir diariamente con el hambre y con la intranquilidad de un hogar problemático, falto de comprensión y cariño.
El colegio ha realizado terapias de recuperación psicológica para el desdichado alumno, quien poco a poco supera el impacto emocional (físicamente no tiene ningún inconveniente, su pene sufrió apenas una magulladura); y el plantel ha intensificado las charlas de seguridad con el resto de estudiantes.

“Al salir de clases, deben ir directo a sus casas y, en lo posible, en grupo. Además, la policía comunitaria nos está respaldando: vigila la salida de los chicos(as) y observa la presencia de tipos sospechosos alrededor del plantel”, comenta Fabiola Romero.

 Víctor: “El barrio es peligroso porque hay muchos ladrones y borrachos”.

 Periodista Opción: ¿Y por qué habrá ladrones y borrachos?

 Víctor: Hay ladrones porque no tienen en qué más trabajar y hay borrachos porque beben de pena, de lo que no consiguen trabajo.

Y si la escuela quedó mal, ¿qué decir de La Ferroviaria, de por sí ya un barrio cuestionado? “Con tan ‘buena propaganda’, los medios de comunicación han terminado de un plumazo con ocho años de trabajo del Comité Barrial; tiempo en el cual hemos realizado diversas actividades culturales, políticas, deportivas y recreativas, con el objetivo de que la comunidad se una, se organice en un objetivo común y retome su autoestima. Y no se trata de que los medios oculten lo que pasó, sino de que informen en aras de ayudar a solucionar los problemas que existen aquí, y no solo de aprovecharse del incidente para convertirlo en la crónica roja del día, perjudicando así a toda nuestra comunidad”, expresa Samuel Vargas, presidente de La Ferroviaria y docente de la mencionada escuela.

 Belén: “Cuando salimos de clase nos vamos en grupo para que no nos pase nada. Mi mami dice que debemos cuidarnos, porque hay bastante delincuencia...”

 Periodista Opción: ¿Y por que existe la delincuencia?

 Belén: Porque hay pobreza.

Los últimos testimonios de los estudiantes de la Escuela Alfredo Pérez Guerrero no pretenden justificar a la delincuencia, ni a los ladrones ni a los alcohólicos (seguramente tampoco a la violencia y a la inseguridad); pretenden demostrar que nuestro pueblo, incluso aquel que se despoja de su inocencia infantil y se viste de realidades, se da cuenta de dónde proviene la crisis social: la relacionan con la falta de empleo, la discriminación de oportunidades (en todos los ámbitos), la corrupción presente desde los niveles más altos... La relacionan con la desesperanza (un pedazo de pan duro anclado, como corazón, en el alma) del presente...
Es triste comprobar que los grandes medios de comunicación, cumpliendo así su papel de voceros de los intereses de la burguesía nacional, pretenden ocultar el sol con un dedo; pretenden perpetuar la soledad en sombreciendo la esperanza y el futuro de millones de corazones...

Sin embargo, la verdad está siempre del lado de los pueblos, y ellos vislumbran un sol alborotado de justicia e igualdad, en especial los niños(as) y adolescentes, quienes sustentan su ternura con pilares de solidaridad; quienes aún juegan con su universo de sueños, en el cual quiebran aquel dedo de autoritarismo, explotación, engaño y corrupción.