Una de las características de los medios masivos de comunicación ha sido su capacidad de transmisión e imposición de modelos, interpretaciones y posturas políticas dependientes de los intereses del emisor.
Este poder fue ya percibido y usado desde principios del siglo XX (William Hearst creó con sus periódicos una guerra en Cuba, Orson Welles llevó el pánico a toda una nación con una invasión extraterrestre difundida por radio). Pero fue en la tercera década del mismo siglo, en circunstancias en que Joseph Goebbels -utilizando muy eficazmente la radio- dio razones políticas al pueblo alemán para apoyar el experimento social nazi, cuándo se comprobó fehacientemente esta capacidad.
En la medida que fue transcurriendo la segunda guerra mundial, el estado británico desarrolló aún más lo que llamó “propaganda de guerra”, afinando sus técnicas hasta lograr una estructura muy eficiente de comunicación adecuada a sus intereses en cada situación específica. El sistema de propaganda consistía sobre todo en la difusión concentrada de una presentación sesgada (y a veces mentirosa) de los hechos, ajustada al objetivo de convencer a los soldados enemigos que no valía la pena combatir contra Inglaterra y los aliados. Incluía el uso de textos que apelaban a la emocionalidad y al “sentido común” de los receptores, y en caso de la radio de voces femeninas melódicas, sensuales y convincentes y de música sensiblera. Este sistema fue para Inglaterra tan estimado, que sin muchas modificaciones fue vuelto a usar muchos años después en la Guerra de las Malvinas, destinado a los soldados argentinos.
Mi primer contacto con la propaganda de guerra fue a los 14 años, cuando siendo un ávido lector adolescente, me impactó profundamente haber leído en Selecciones del Reader`s Digest del tiempo de guerra (mi padre conservaba una colección de ellas) como los japoneses eran llamados “los dientudos enanos del Mikado” y encontrar en un número de la misma revista, publicado una década más tarde, como esos mismos japoneses ahora eran calificados de “nuestros queridos amigos y colaboradores”.
A partir de la Segunda Guerra Mundial, el rol de los medios en nuestra cultura occidental fue modificándose, y aquello que nació como “propaganda de guerra” ha ido incorporándose (y haciéndose oculto) en el hacer cotidiano de los sistemas de comunicación. En la actualidad, la deformación de la realidad (o la creación de una realidad alternativa) en función de las necesidades políticas del emisor (o de quien está detrás del emisor) es una práctica tan común, que es considerada como normal en el ejercicio de la comunicación social.
Pero a veces se producen sucesos que muestran en forma significativa el uso de los medios como factores políticos, y así ha acontecido en estos días, con motivo de las conmemoraciones del cuarenta aniversario de la muerte de Ernesto Che Guevara en Bolivia.
El periodista Pascual Serrano hizo el 12 de octubre un análisis de dos editoriales del diario español El País dedicados al Che (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=57521) y separados diez años en el tiempo. Mostró como para ese diario en 1997 el Che era un personaje romántico digno de respeto y que hoy, diez años después y sin haber cambiado la posición política del periódico, se convierte en un objeto de odio y descalificación. La conclusión es que hace diez años Ernesto Guevara no era peligroso y podía ser visto con una cierta nostalgia romántica, pero que hoy sus ideas y su ejemplo están nuevamente vivos en los movimientos y procesos sociales, y es necesario desacreditarlo para contrarrestar esa influencia.
Significativamente el 14 de Octubre, en el periódico Ultimas Noticias (el de mayor circulación en Venezuela), la periodista Gloria Cuenca publicó un artículo titulado “El Che, un fracasado” cuyo único objeto era la descalificación de la persona y de su obra. Como no compartimos las teorías de conspiración, no creemos que necesariamente la periodista haya leído los editoriales de El País o se haya puesto de acuerdo con alguien para escribirlo. Lo que parece más probable es que la magnitud que ha tomado la conmemoración -producto de la vigencia actual de la figura, las ideas y las obras del Che- determine una respuesta inmediata y coherente de quienes representan los intereses de la derecha a nivel internacional.
La descalificación (sobre todo a nivel personal) es un recurso vulgar y corriente para combatir ideas frente a las que no se tienen argumentos que oponer. Curiosamente en esta ocasión se vuelve a recurrir a la imagen del Che como asesino, que sólo es utilizada desde siempre por los cubanos extremistas de Miami y que hacía mucho tiempo no era usada por la derecha en general para calificarlo.
En ocasiones como ésta, el uso de los medios como adoctrinadores políticos, que normalmente se realiza a nivel subliminal, queda groseramente al descubierto.
Así se están comportando cotidianamente -como resultado de su cada vez menor incidencia real en la gran masa de población- algunos medios representantes de la oposición en Venezuela. Sus posiciones políticas están a la vista no sólo en cada segmento de opinión, sino en los propios segmentos informativos, tanto en la televisión como en la prensa escrita.
El sábado 13 de octubre efectuamos una medición en un programa sabatino que resume las noticias de la semana en Globovisión, el canal opositor más radical. El 92% de las “noticias” nacionales reseñadas consistían en “hechos” descalificadores o contrarios al gobierno. ¿Existirá una muestra más objetiva que esta cifra desorbitada e irreal para mostrar la “propaganda de guerra” oculta en la labor cotidiana de los medios?
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