El primer ministro iraquí, Haider al-Abadi, anunció el inicio de la batalla de Mosul. La prensa atlantista se regocija por adelantado de la próxima reconquista de esa ciudad, actualmente ocupada por el Emirato Islámico (Daesh).

En realidad, el papel del ejército iraquí en ese enfrentamiento es únicamente una cuestión de fachada. El verdadero volumen de fuego está en manos de la coalición encabezada por Washington, en primer lugar, seguida de las unidades antiterroristas (fuerzas especiales), bajo la autoridad directa del primer ministro iraquí, y de las milicias chiitas, kurdas y sunnitas.

La población de Mosul acogió en la ciudad al Emirato Islámico y una parte de ella realmente lo respalda, aún sin reconocerse en su ideologia, porque ve a los yihadistas como el brazo armado que le permitiría recuperar el poderío que tuvo antes del derrocamiento de Sadam Husein.

Si el Emirato Islámico tratara de oponer resistencia, el Pentágono no tendría escrúpulos en bombardear al millón y medio de habitantes de Mosul. Para guardar las apariencias, el Pentágono hizo instalar un campamento de urgencia donde recibir a unas 800 000 personas que podrían tratar de huir de los combates, pero no hay nada previsto para prestarles atención médica ni alimentarlas.

En realidad, los yihadistas de Daesh se retirarían de Mosul y tendrían vía libre para replegarse hacia Siria, como ya sucedió antes en Faluya [1]. Eso permitiría a Washington aceptar una paz civil en Siria y dejar que Damasco se las arregle como pueda con el Emirato Islámico.

[1«Washington no combate a Daesh, sólo lo mueve», por Hassan Nasrallah, AxedelaRésistance.com, Red Voltaire, 15 de octubre de 2016.