El dictador Salazar: Cuando el 30 de julio de 1970 se realizaron las ceremonias fúnebres de Antonio de Oliveira Salazar, el hombre que condujo férreamente los destinos de Portugal durante cerca de 40 años, tres figuras principales seguían el féretro del fundador del denominado Estado Nuevo:
su sucesor, Marcello Caetano; el ama de llaves, María de Jesús Caetano, sin parentesco alguno con el anterior; y su antiguo ministro de Relaciones Exteriores, Franco Nogueira, a quien muchos consideraban que debía haber ocupado la jefatura del Gobierno.
María de Jesús le había dedicado los mejores años de su vida al occiso. No podía contener las lágrimas, mientras que Marcello Caetano trataba de mostrar pesadumbre, aunque en realidad debió experimentar una profunda sensación de alivio, pues desaparecía el fantasma que durante 20 meses siguió «gobernando» el país, desde el Palacio de San Bento.
La congoja hilvanaba, en el racimo de los servidores que rodeaban el catafalco, una de las mayores obras de teatro que podría haberse montado en los círculos de poder en el Portugal del siglo pasado, con ofrendas florales de medio planeta, entre las que destacaban las enviadas por el caudillo de España, Francisco Franco, y el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon.
En el verano de 1968, ya con 79 años, Salazar sufrió una caída de una silla en un antiguo fuerte frente al mar, en las inmediaciones de Lisboa, lo que le provocó un hematoma en el cráneo.
Sometido poco después a una intervención quirúrgica para retirarle el coágulo, lo noqueó una complicación vascular cerebral, entrando en coma. El mismo Marcello Caetano, que aparentaba tristeza en el alboroto mortuorio, había sugerido a los servicios de urgencia del hospital que si de todas formas el paciente iba a morir, entonces «podrían usar las máquinas» para salvar otras vidas.
Pero Salazar no murió enseguida. Quedó prácticamente incapacitado, manteniendo cierta lucidez. Sus secuaces improvisaron la farsa de realizar algunas reuniones del Consejo de Ministros bajo su presidencia, aunque en realidad Marcello Caetano tenía ya en sus manos las riendas del poder, que a duras penas pudo mantener hasta el 25 de abril de 1974, cuando se produjo la Revolución de los Claveles y terminó la dictadura.
Una antigua empleada del Palacio de San Bento, Mavilde Moreira, que acompañó a Salazar en sus últimos meses de vida, reconoció: «Él sabía que ya no gobernaba, pero fingía que no sabía». Contrario a la agonía por la que pasaron otros dictadores, como Franco, Stalin o Mao, Salazar expiró plácidamente el 27 de julio de 1970.
Lo sofocó «una embolia fulminante». A su lado lo asistía María de Jesús, a la que conociera como criada en su época de estudiante en la Universidad de Coimbra, quien sería más tarde en Lisboa su ama de llaves, insertándose en medio de las habladurías sobre la vida sentimental de su amo, el cual nunca se casó.
... Ya en la década de los sesenta, cuando Salazar tenía más de 70 años, la mujer que continuaba fiel a su lado, la única que le cocinaba y lo atendía personalmente era María de Jesús, la que resolvía todos los problemas prácticos de la vida real, la que acompañó llorando el sarcófago hasta su última morada el 30 de julio de 1970.
Ambos dormían en el mismo piso del Palacio de San Bento y algunos criados especularon que las dos pupilas que tenía Salazar podrían ser hijas de una unión secreta entre él y su ama de llaves. Sin embargo, el tiempo demostró que se trataba de una fábula, pues cuando María de Jesús falleció en su modesto apartamento del barrio de Benfica, en Lisboa, se comprobó que había muerto virgen.
En septiembre de 1999, el historiador portugués Fernando Rosas escribió: «El dictador tenía aureola de santo, quería parecer casto, porque, por falta de tiempo para ser un buen jefe de familia, se había casado con la Patria. Mantenía con la Patria, tal como lo presentaba la propaganda, una especie de relación incestuosa: era marido y padre al mismo tiempo».
Con todas estas historias, y los documentos que se han encontrado en los archivos, queda claro que el ex seminarista se había dado cuenta, hacía mucho tiempo atrás, que su atracción por el sexo femenino y el éxito que tenía en las conquistas amorosas, hacían imposible que se dedicara al sacerdocio. La casa familiar cerca de Santa Comba Dão ahora está en ruinas, pero si sus paredes hablaran, seguramente se descorrería el velo del mito de la dedicación total y absoluta a la Patria.
Antonio de Oliveira Salazar no sería el primero, ni el último de los dictadores, en cubrir su vida privada con un manto de misterio para sostener un mito.
Stalin: 2 de marzo de 1953
Corroborando esa leyenda que en la vida de los personajes importantes abundan los misterios, en la de Iosif Visarionovitch Djougachvili, más conocido como José Stalin, pueblan su entrada en este mundo.
Ante todo, las fechas retenidas para su nacimiento son dos: el 17 de diciembre de 1878 y el 21 de diciembre de 1879, ambas en la ciudad de Gori, una pequeña aldea de 4.000 habitantes, en la región del Cáucaso, a 73 kilómetros al noroeste de Tiflis, la capital de Georgia. La paternidad se halla en entredicho. Oficialmente se la adjudican a Vissarion Ivanovich Djougachvili, un zapatero por cuenta propia, arruinado e inclinado a la bebida del mosto que abundaba en la región, a quien abatieron algún día del almanaque de 1909, al saldarse una reyerta en un bar en las que cargó las de perder.
A los 24 años se había casado en segundas nupcias con Ekaterina Gavrilovna Gulladze, de 18 años, afectuosamente apodada Keke. Los dos primeros hijos del matrimonio, Mikhail y Gueorgui, perecieron antes de cumplir un año, hablándose de un tercero asimismo muerto prematuramente, todos por causas atribuidas al alcoholismo del progenitor.
Golpizas y disputas que desembocaron en la separación de sus padres marcaron la vida del matrimonio hasta que el niño rondó los diez años, cuyos antepasados fueron siervos de los dominadores mongoles, turcos y persas, hasta que los rusos anexaran Georgia en 1801, declarando la emancipación de la servidumbre en 1864.
Hija de campesinos pobres, Keke habitó con su hijo Zozo, quien se pondría el seudónimo de Stalin, en una humilde vivienda de dos piezas en Gori, hoy un museo. La morada atestigua la precariedad que hasta los 16 años el muchacho compartió con su madre, en la exigüidad de los escasos muebles, una mesa para acomodar alternativamente los libros, cuader-nos y el samovar, y las escuálidas camas de madera.
Keke pudo sobrevivir y criar a su hijo porque fue acogida como nodriza de Alekandre Iakovlievitch Egnatachvili, cuyo padre el conde Iakov Egnatachvili, habría sido el verdadero padre de Stalin, según pretende su nieta Nadejda. Su hipótesis abreva en la enfermedad que llevó a la tumba a Vissarion Djougachvili, en 1890 -cobrando además las vidas de los dos hermanos del futuro dictador- la cual debió también cegar a éste; subrayando el hecho significativo que Stalin convocó a su hermano de leche a colaborar con él cuando se adueñó del Kremlin.
... En 1930 Stalin y Nadia vivían separados en Moscú, pero se carteaban, manteniendo un equilibrio epistolar pacífico entre ellos. Él ya se había desembarazado de sus competidores o adversarios dentro del partido (León Trotsky, Lev Kamenev, Grigori Zinoviev, Nicolai Bujarin, Alexei Rikov y Mikhail Tomski).
Ella estudiaba en la Academia Industrial y le contaba las penurias cotidianas: el desabastecimiento, el alza de los precios y el deplorable funcionamiento de los transportes públicos, pidiéndole por alguna persona injustamente sancionada. Siempre inquieta por la salud de Stalin, acudía a su lado los veranos en la finca de Sochi donde él recibía especiales cuidados por sus dolencias.
La correspondencia de esos años denota el interés del uno por el otro, y el deseo de volver a compartir momentos juntos, y aparejar encuentros en lugares y fechas consensuados. El respeto y la atracción eran mutuos. No hay vestigios de diferencias políticas, ni de rivalidades personales. Él no se refería a los problemas de Estado y tomaba en serio los estudios de ella.
Nadia lo trataba como a un protector a quien puntualizaba sus angustias de estudiante, solicitando alguna rara vez una suma ínfima de dinero para sus gastos corrientes. Los hijos estaban ausentes de esas cartas. Pero en 1932 la salud de Nadia se quebrantó.
La atormentaban dolores inexplicables de cabeza y borrascas depresivas. Su hermano Pavel, que vivía en Berlín, le aconsejó un médico de esa ciudad. Nadia viajó para hacerse ver, sin que se interrumpieran sus cartas con Stalin, preocupado por la desconocida enfermedad que ella incubaba.
Él narraba las dificultades de los hijos, confesándole que se aburría sin su cercanía, programando reencontrarse en ese verano de 1932 en la dacha 9 de Sochi una vez concluido el 16 Congreso del partido. Sus síntomas de abrupta tristeza y abrasadora melancolía no se disiparon en Alemania. A su vuelta tenía el humor trastocado y su insatisfacción continuaba. Intentó sosegarse pasando una temporada con sus hijos en casa de sus padres en Leningrado, sin remedio.
Su descontento de ignotas raíces la hacía repetir que estaba harta de la vida, ?nada me interesa, todo me disgusta?. Stalin la llamaba por teléfono y ella no le hacía críticas ni desaires. Parecía desinteresada del mundo, acariciando la muerte porque le pidió a su hermano Pavel que le trajera un revólver de Alemania, una manera sutil de eludir los controles que Stalin podía ejercer sobre ella.
Lo usó en su lecho solitario la noche del 7 al 8 de noviembre de 1932. Fue después de una recepción en el Kremlin para festejar un nuevo aniversario de la Revolución bolchevique. El secretario general del Partido Comunista y su esposa compartieron una de las mesas, en la que Nadia le arruinó la cena a Stalin.
Contrariada por no haber conseguido una rosa amarilla para adornar sus cabellos, debiendo contentarse con una blanca, de repente ella lo increpó, montándole una escena ante los demás comensales, en la que se cruzaron injurias cuyo contenido nunca pudo ser fehacientemente reconstruido. Nadia se fue de la celebración bruscamente, agria y rabiosa. Stalin se retiró normalmente después de la sobremesa, en compañía de su cuñado.
Ella dio un paseo alrededor del Kremlin con Paulina, la esposa de Vyacheslav Molotov, quejándose de su vida, antes de despedirse y volver cada una a sus respectivos domicilios. Más tarde llamó por teléfono a Stalin, que no quiso ponerse al habla. Al tomar conocimiento del desenlace, al día siguiente, él se derrumbó. Se sintió avergonzado y lo tomó como una traición personal.
Mandó redactar un lacónico comunicado oficial aludiendo a una muerte repentina y mintió a sus hijos que la madre había perecido de una apendicitis aguda. El 10 de noviembre de 1932 por la tarde los acordes de «La Internacional» envolvieron el ataúd, pero Stalin no estuvo presente en las honras fúnebres, que fueron pronunciadas por Nicolai Bujarin y Lazar Kaganovitch. Pasó página acallando a los exasperados parientes que él no podía frenar la ola de rumores.
El 18 de noviembre Stalin agradeció públicamente las condolencias, ordenando a un escultor labrar un busto de Nadia sustentado en una rosa. Se sabe que guardó un álbum con fotos de ella. En los libros hay un solo rastro del reconocimiento de Stalin al suicidio de su mujer. Fue ante Beria. Le echó la culpa a Nadia de la decisión, concretamente a su mal humor.
Hitler: 30 de abril de 1945
Adolf Hitler nació el 20 de abril de 1889 en Braunau-an-Inn, una pequeña localidad austríaca. Fue el menor de los cuatro hijos de Alois Hitler y Klara Pölzl, pero tuvo otros cinco medio hermanos fruto de otros dos matrimonios previos de su padre.
Este aduanero de posición acomodada, que cambiara seguido sus puestos geográficos de trabajo, quiso vanamente que Adolf abrazara un ofi-cio de servidor del Estado, muriendo imprevistamente de un ataque cardiaco cuando el muchacho tenía apenas 14 años. Bajo el ala de su madre y de sus hermanas, el joven tuvo así el camino despejado para dedicarse al dibujo, que lo atraía profundamente, y a disfrutar de sus inclinaciones por el teatro y la música.
En una de sus salidas musicales se enamoró perdidamente de una hermosa y fresca Stephanie, a la que le declaró su pasión en una carta, aparentemente sin respuesta, contentándose con verla pasear del brazo de la madre de ella por las calles de la ciudad en que vivía entonces: Linz. En 1906 hizo su primer viaje a Viena, quedando impresionado por la galería de pinturas del Museo Imperial, muriendo su madre al año siguiente, «un golpe atroz», según confesara en su célebre libro Mi lucha.
A los 18 años, se instaló en Viena subsistiendo de la venta de paisajes gracias a su amigo August Kubizek, dibujante como él que lo siguió de Linz en la aventura y con el que compartió una vivienda.
De esa convivencia Kubizek concluiría que Hitler era un misógino, una etapa de la que él escribiría que se endureció, en la que no se le conoció ninguna relación femenina. Adolf fue aceptado como alumno en el Conservatorio de Música de Viena. Empero, vio frustrados sus intentos para entrar en la Academia de Bellas Artes. Sus planes se interrumpieron porque de súbito debió abandonar la capital austríaca para eludir a la policía, que lo buscaba por no haberse presentado al llamado a filas ante el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Reinhold Hanisch, otro amigo de esos años en Viena, supo recordarlo con «muy poco respeto por el sexo femenino», inmerso en un estilo de vida «estrictamente moral», cercano a los predicamentos de algunas ideas en boga que preconizaban el celibato entre los hombres.
Ese credo lo fomentaban los pangermanistas de Georg Ritter von Schönerer, un puritanismo que alentaba hábitos alimenticios sin carnes ni bebidas alcohólicas a fin de controlar las pulsiones sexuales, que condenaban además la homosexualidad y la masturbación.
El 24 de mayo de 1913 el joven austríaco Adolf Hitler se instaló en Munich, alquilando un cuarto en la casa de un sastre, sobreviviendo de la pintura de edificios públicos y cervecerías que copiaba de tarjetas postales porque no le gustaba dibujar al aire libre. Su desprecio por el ejército de su país de origen lo enardecía, consiguiendo que lo declararan inapto para el servicio militar el 5 de febrero de 1914 debido a una enfermedad pulmonar que había contraído en su infancia.
Sin embargo, el joven estaba bien dotado y su salud no se hallaba resentida. El 18 de agosto de ese mismo año se alistó como voluntario en el ejército alemán, peleando en el frente de la frontera belga hasta el armisticio del 11 de noviembre de 1918.
Fue condecorado por su arrojo y sangre fría, moldeando una personalidad decidida; se abocó a la lucha por el poder político, eludiendo amistades y afectos íntimos. Esta impresión se confirma en la única relación sentimental sostenida que Hitler entabló en su vida, con Eva Braun, una empleada de la tienda del fotógrafo Heinrich Hoffmann, a quien conoció en octubre de 1929.
Ella era la hija de un maestro de escuela, Friedrich Braun, y de Franziska Kronberger, nacida el 7 de febrero de 1912 en Munich. Eva y sus dos hermanas, Ilse y Margret, recibieron una educación cristiana en un colegio de monjas pese a que el padre era evangélico. Tuvieron el pasar tranquilo de una típica familia de clase media, con casa propia y automóvil.
Ella siguió cursos de especialización en francés, mecanografía y contabilidad en un liceo de señoritas en la frontera austrobávara. En los libros se la describe traviesa y perezosa, a la que fascinaban las novelas de amor, las revistas de cine, coleccionar fotos e ir a cafés cantantes o escuchar jazz, soñando con ser actriz o bailarina.
... Hitler se apartó de la patética fiesta para dictar sus voluntades postreras. Consideró «que había creído durante los años de lucha no poder asumir la responsabilidad de fundar un matrimonio, me he decidido ahora, antes de que finalice este mi camino terrenal, a tomar como mujer a aquella muchacha que después de muchos y largos años de fiel amistad quiso venir, voluntariamente, a la ya casi cercada ciudad, con el fin de compartir su destino con el mío. Es su deseo ir a la muerte conmigo, como mi esposa. La muerte no nos restituirá lo que nos robó a ambos mi trabajo al servicio de mi pueblo».
Todo lo que poseo le pertenece -siempre y cuando tenga algún valor- al Partido. En caso de que éste ya no existiese, al Estado; si éste fuese aniquilado, ya no es necesaria otra resolución de mi parte.
He coleccionado mis cuadros, comprados por mí durante el transcurso de los años, no para ser utilizados por motivos personales, sino siempre para la creación de una galería de arte en mi ciudad natal de Linz del Danubio. Sería mi deseo más cordial que pudiese cumplirse con este testamento. Como albacea testamentario nombro a mi más fiel partidario, Martin Bormann.
Queda autorizado para adoptar todas las resoluciones definitivas y legales. Se le permite pueda separar del fondo hereditario todo aquello que posea el valor de un recuerdo, o que se precise para la conservación de una humilde vida burguesa, entregándoselo a mis hermanas, así como sobre todo a la madre de mi mujer, y también a los ya por él conocidos fieles colaboradores y colaboradoras, a la cabeza de los cuales se hallan mis viejos secretarios, secretarias, la señora Winter, etc... que durante muchos años me apoyaron con su trabajo. Yo, personalmente, y mi esposa escogemos la muerte, con el fin de evitarnos la vergüenza de una huida y de la capitulación. Es nuestro deseo ser inmediatamente incinerados en el mismo lugar en el que he realizado la mayor parte de mi trabajo diario durante un servicio de doce años a mi pueblo".
Puso su firma probablemente entrada la noche del 29 de abril de 1945. Los recién casados se fueron a dormir. Al despertar al día siguiente Eva le pidió a su doncella Liesl que la llamara «señora Hitler», encomendándole que el traje que llevaba en la boda y la alianza se las entregara a su amiga Herta.
A poco de avanzada la tarde y avistando las primeras tropas soviéticas a unos quinientos metros del búnker los flamantes esposos acabaron suicidándose. Hacia las 15:30 horas del 30 de abril de 1945 él se pegó un tiro en la cabeza con su Walter 7,65.
A su lado, ella se envenenó, dejando sin utilizar sobre su falda un revólver. Lo hicieron a solas recostados sobre un sofá, en una sala a la que debían llegar los ecos del bullicio de sus colaboradores y amigos, todavía bailando por el casamiento.
Bormann mandó rociar ambos cuerpos con gasolina y los despojos fueron quemados en un patio de la Cancillería. Eva Braun estuvo casada con Adolf Hitler apenas unas quince horas, pero el responsable de la mayor conflagración europea en el siglo xx fue el hombre de su vida.
Franco: 20 de noviembre de 1975
Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco nació en el puerto de El Ferrol, Galicia, España, en la madrugada del 4 de diciembre de 1892. Fue el segundo de los cinco hijos de Nicolás Franco Salgado-Araujo y María del Pilar Bahamonde y Pardo de Andrade, casados el 24 de mayo de 1890.
Era una época en que España afrontaría traumáticamente las pérdidas de Cuba y Filipinas y el cuestionamiento de los valores imperiales, arreciando la crisis en esa zona de los puertos gallegos donde se asentaban las bases navales y astilleros del poderío marítimo que se derrumbaba. Francisco fue el más introvertido y astuto de los hermanos.
Nicolás, el mayor, extrovertido y alegre, se pareció en su temperamento al padre, un contador de navío jovial y de ideas que se frotaban con el liberalismo y la masonería. El tercero, Ramón, audaz y generoso, precedió a las dos mujeres: Pilar, de carácter varonil y Paz, fallecida a temprana edad. La familia se domicilió en la propiedad que los Franco poseían desde el siglo XVIII, en la calle Frutos Savedra 108 de esa ciudad, de la cual el padre se marchó a Madrid en 1907, detrás de las faldas de Agustina Aldana, una doméstica con la que formó una nueva pareja.
La madre se hizo cargo de los hijos y fue, en el andamiaje cerebral del futuro dictador, el modelo deseado para España cuando tuviera el poder, para él un baremo de decencia y respetabilidad. La mujer asumió el abandono de su marido con serenidad y entereza, trasluciendo la resignación cristiana que predican los sacerdotes cuando surgen los contratiempos irreversibles en la vida.
A los 15 años Francisco eligió la carrera militar a pesar de su metro sesenta y cinco de estatura y su voz atiplada, ingresando en la Academia de Infantería de Toledo. Su divisa era sanear una España «enferma y ofendida por la pérdida de las colonias».
En 1909 las convulsiones sociales estremecían a la España del primer gobierno de Antonio Maura. La situación se degradaba. Los anarquistas se adueñaron de Barcelona por algunos días, furiosos contra las iglesias católicas y sus feligreses y pastores. La represión del Ejército fue despiadada.
Conatos de asalto contra el embarque de tropas al África fogoneaban un clima antimilitar en el país, dentro de una Europa que trastabillaba hacia la Primera Guerra Mundial. El 13 de julio de 1910, clasificado 215 sobre 312 candidatos, accedió al cuerpo de oficiales del Ejército, pasando a desempeñarse en su ciudad natal, El Ferrol.
A los 19 años, como alférez, fue enviado a Marruecos, ascendiendo a teniente, ocupándose de una compañía, siendo herido en el bajo vientre en el curso de una refriega con los insurrectos moros. Trasladado a Oviedo para terminar su convalecencia, el destino castrense le depararía conocer a quien sería su esposa, Carmen Polo.
El 11 de junio de 1902, en Oviedo, había nacido Carmen Polo y Martínez Valdés, según su biógrafa Assumpta Roura, una fecha que la Enciclopedia Británica corrige por la del 9 de julio de 1900. Fue criada por su tía paterna Isabel Flores, secundada a su turno por una gobernanta inglesa y otra francesa, al perder a su madre poco después del último de los tres partos de sus hermanos Isabel, Zita y Felipe.
En el colegio de señoritas donde estudiaba no pasó desapercibida la llegada del nuevo jefe de la guarnición de Oviedo, que vivía cerca de su casa, en el Hotel Paris, porque además era soltero y gustaba de pasear a caballo por la ciudad de 50.000 habitantes ostentando sus galones. En 1917 se lo presentó su tía Isabel en una comida social.
Ella tenía 15 años. Era una chica más alta que él, espigada y bella, con el pelo negro en trenzas. A los 23 años, el Comandante más joven de España quedó prendado. La aparición femenina vino a quebrar el tedio de su faena cuartelera, circunscripta a formar oficiales, apartado de matar el ocio como sus camaradas de armas con el juego o la bebida. La relación que se entabló debió burlar la prohibición de los mayores de Carmen, liberales ariscos a los militares.
Francisco consiguió eludir el cerco a través del hermano de un profesor suyo en la Academia Militar de Toledo, que era el médico de la familia Polo. Conectándose por recados enviados vía terceros o deslizados subrepticiamente por él en el abrigo de ella colgado en el perchero de un café donde se cruzaban ignorándose, hilarían encuentros fugaces. Los lazos epistolares serían intensos hasta que Felipe Polo, padre de la muchacha, fue puesto delante de la evidencia de las cartas por las monjas que educaban a su hija. Carmen se las apañó para convencer a su progenitor, formalizando el noviazgo a sus 16 años.
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