La censura ejercida contra Julio Nudler, analista económico de Página 12, desató no sólo manifestaciones de solidaridad, que puso al descubierto otras situaciones similares. Una vez más, a través de un caso que cobró dimensión pública, quedó en claro que la censura no es una práctica amordazante a etapas dictatoriales. En democracia también abunda.
No es fácil instalar un debate cuando sus conclusiones pueden ir contra el poder dominante. Y, cuando además del poder dominante, toca los intereses de uno de sus costados más sensibles, como los medios de comunicación, imponer ese debate es casi un imposible.
La discusión sobre la libertad de prensa es una necesidad, si se coincide en que la participación democrática es un valor importante. Sin embargo, el poder dominante y sus medios funcionales han logrado que el tema desapareciera del menú de las demandas populares. Incluso en los últimos años, el asunto ha perdido paulatinamente volumen en las discusiones entre los propios trabajadores de prensa. La censura, peligrosamente, ha pasado a ser un valor aceptado, una “condición” más del trabajo, un "derecho" de los dueños de medios o avisadores. “Si ellos ponen la plata, ¿cómo se los puede obligar a bancar lo que no comparten?”, se respondía casi recitando los mandamientos neoliberales.
Pero tuvo que surgir el "caso Nudler" para sacudir algunas conciencias dormidas. De pronto, muchos reaccionaron y reflexionaron sobre sus propias condiciones de trabajo, las limitaciones impuestas por sus patrones -o el dueño del medio- y, a su vez, los condicionamientos que a éstos les imponen los anunciantes privados o el propio gobierno. ¿Cómo y quién decide qué se publica y qué no? ¿Qué se investiga o se desecha? ¿Qué era lo que antes era noticia (¿corrupción?) y dejó de serlo?
La noticia es vieja, pero no por eso menos impactante: la censura existe. Una serie de factores se conjugaron para que un sólo hecho denunciado rompiera la malla de silencio e hiciera visible (al menos, para las víctimas que vivían ignorando su propia condición) lo que debía ser evidente. Primero: que quien hizo la denuncia es un periodista que por trayectoria, prestigio y capacidad profesional no deja lugar a margen de dudas sobre la veracidad de sus dichos. Segundo: que el medio denunciado fuera Página/12, lo que posibilitó que gran parte de los medios de derecha (no todos) le dieran difusión masiva al tema creyendo, que los costos iban a ser sólo para ese diario. Tercero: la propia respuesta de la dirección del diario, que magnificó el hecho por su total impericia para manejar esta crisis.
Bien valdría convertir el "caso Nudler" en el caso "Prensa argentina" y buscar conclusiones sobre cuál es el rol del periodista en esta lucha por una democracia justa. Cada uno puede hacerlo consigo mismo. Pero no estaría mal buscar respuestas colectivamente. Es más: es necesario.
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