Una reciente visita a Colombia permitió captar una serie de situaciones, observar fenómenos y establecer percepciones que pueden ser apreciadas sólo si se convive un tiempo en sus entrañas. Las conversaciones con amigos o la charla informal en la calle reflejan un país y un pueblo que vive con miedo. Esa es la principal observación que se puede hacer de un viaje a Colombia
El miedo, tal como lo define el Diccionario Larousse es un “sentimiento de inquietud causado por un peligro real o imaginario…” En Colombia, real o imaginario, los ciudadanos tienen miedo de la guerrilla, del narcotráfico, de los paramilitares y del gobierno. Más allá de impresiones y percepciones el miedo está instalado y es fácilmente perceptible en la conversación con el taxista, el vendedor de golosinas, las mucamas del hotel o los mesoneros de un restaurante.
El miedo como instrumento de cohesión de la sociedad y como vehículo para mantener el control es normal en gobiernos dictatoriales, el problema es que el sistema político en el vecino país es el de una democracia representativa, la que menos años ha vivido gobiernos militares en la historia republicana de América Latina.
Hace algunos años en un evento académico internacional le preguntaba a un reconocido profesor universitario que vivía en Colombia, el por qué la situación de este país no se podía comparar con la de otros de América Latina y me respondía recordándome el problema principal que enfrentaban varios de ellos, pobreza, narcotráfico, contrabando, violación de los derechos humanos, libertades restringidas, paramilitarismo, guerrilla. Lo que pasa, me decía, es que en Colombia conviven todos los mencionados.
Una de los mayores éxitos editoriales de los últimos años en Colombia fue la novela “Sin tetas no hay paraíso” de Gustavo Bolívar, basada en hechos reales y llevada incluso a la televisión. Su trama nos muestra una sociedad desgarrada por el narcotráfico, donde se imponen antivalores que destruyen lo más puro de la juventud a la que se le impide salir adelante en un mundo de violencia, consumismo e individualismo. Hoy, otro libro “¿las prepago?” escrito por el periodista Alfredo Serrano Zabala recoge las revelaciones de Madame Rochy quien se autodefine como “… promotora de modelos y reinas hasta llegar a tener alrededor de 5000 bellas, que muchos hombres adinerados y prestantes se las solicitaban (sic) a Alberto Giraldo”. Este libro es expresión de la putrefacción de una sociedad que de manera pública da cuenta del comercio sexual en la que se ven involucrados políticos y narcotraficantes por igual, coludidos y relacionados en un espacio común mientras rasgan vestiduras y tratan de imponer normas de comportamiento ético a una sociedad que ha asumido esto como normal.
Madame Rochy dice “ si usted me pregunta porque no doy mi nombre verdadero, es por miedo a que mi vida corra peligro, porque en este país hablar de nombres y personas, contra las actuaciones que uno conoce o escucha de los políticos, narcos, paras, empresarios y militares puede traer la muerte, pues prefieren silenciarla a una para siempre , con tal de ocultar ellos sus hechos, ya sea ante la Justicia o ante sus familias y a la sociedad misma donde posan siempre de mansas palomas, que no rompen un pocillo, cuando en realidad se pasan por la faja a este país todos los días”
El testimonio descubre la radiografía de una nación que convive consigo mismo entre el miedo y la supervivencia Este es el contexto en que gobierna Álvaro Uribe, pareciera que los colombianos han llegado a aceptar que tienen un presidente con fuertes vinculaciones con el paramilitarismo y el narcotráfico y lo han asumido como algo normal en una sociedad en que ambos flagelos se han transformado en parte de la cotidianeidad.
Una investigación realizada por la “Corporación Nuevo Arco Iris” de Bogotá apoyada por la “Agencia Sueca de Cooperación Internacional para el Desarrollo” del Gobierno de Suecia en febrero de 2007 titulada “Los caminos de la alianza entre los paramilitares y los políticos” llega a la conclusión de que “En una gran ola de expansión los paramilitares ganaron varias guerras y en ese proceso lograron modificar sustancialmente el mapa político en 12 departamentos, transformar parcialmente el de otros, establecer una gran bancada parlamentaria, influir en las elecciones presidenciales, capturar el poder local en diversas regiones del país y entrar en un proceso de negociación con el estado.
Una de las consecuencias históricas más notables de este proceso fue el desmembramiento de los Partidos Liberal y Conservador y el surgimiento de nuevos grupos que tendrían un gran impacto en el régimen político”. La seriedad de la investigación dirigida por León Valencia impide cualquier duda respecto a esta aseveración fundamentada con una abundante cantidad de información estadística. Siendo así, resulta incompatible tratar a Colombia como un actor tradicional del sistema internacional, toda vez que su sistema político ha sido transformado sustancialmente.
El mismo informe hace patente en la página 11 el gran aporte hecho por las cooperativas Convivir creadas por Álvaro Uribe -quien fue su principal promotor- a la configuración de las Autodefensas Unidas de Colombia, principal organización paramilitar del país. Durante algún tiempo se pensó que estas afirmaciones eran hechas con el objetivo de manchar el nombre y la carrera política de Uribe, pero, –menciona el documento- “…Salvatore Mancuso vino a despejar todas las dudas en el libro que hizo con la periodista Glenda Martínez”.
La investigación señala que la cooperativa creada por Uribe tenía una articulación plena con los paramilitares y sus organizaciones desde su fundación y llega a señalar que las Convivir “…no sólo fueron la cantera donde los paramilitares reclutaron una parte de de sus integrantes para su gran expansión una vez les quitaron el respaldo legal, sino que, con el tiempo en el que contaron con la anuencia de las instituciones del Estado, también hacía parte de la estrategia paramilitar”.
En otra cara de la misma moneda, el periodista Gerardo Reyes de El Nuevo Herald de Miami ha publicado en ese periódico del sur de la Florida una investigación en la que señala los vínculos de Uribe Vélez y su familia con narcotraficantes que asesinaron en 1984 al ex –Ministro de Justicia de Colombia, Rodrigo Lara Bonilla. El periodista obtuvo una declaración bajo juramento de Cecilia Lara Bonilla, hermana del ex ministro en la que asegura que éste consideraba y daba pruebas del vínculo de la familia de Uribe con el narcotráfico.
Dice que su hermano le confesó que “La mafia ha entrado todos los estamentos del país, no sólo a la política, sino a la economía” Ni Uribe ni la Presidencia de Colombia han desmentido estas informaciones a pesar que el presidente ha tratado de desestimar las aseveraciones hechas por Reyes.
Estos elementos configuran un expediente en el que sobran elementos para extraditar a Uribe a Estados Unidos por los delitos de asociación para delinquir y narcotráfico entre otros. La pregunta es por qué -al contrario- lo sigue apoyando. En los últimos cinco meses, cinco miembros del gabinete de Estados Unidos –incluyendo la Secretaria de Estado Condolezza Rice y el Jefe del Comando Conjunto han estado en Bogotá. En cualquier caso el Congreso de Estados Unidos ha aducido la persistencia de violaciones a los derechos humanos para no ratificar el TLC con este país.
En la aplicación de una política hipócrita y de doble cara, Estados Unidos retrasa la aprobación del TLC pero sigue enviando abundante apoyo militar a quien considera su principal aliado en el continente. A tono con esto, en la propuesta de seguridad que hace José María Aznar para América Latina señala que nuestra región “…debe cooperar en materia de seguridad y lucha contra el terrorismo internacional junto a Europa y América del Norte, mediante la creación de una asociación estratégica entre la OTAN y Colombia.
Asimismo con aquellos otros países latinoamericanos que deseen sumarse a ella”. He ahí la razón profunda de porque Estados Unidos ha decidido hacerse la vista gorda respecto a los innumerables delitos que se le imputan a Uribe.
En este contexto caen en el vacío los furibundos ataques del presidente Chávez contra Uribe quien ha decidido no responder, y, junto a su política de militarización de la sociedad, negación del conflicto y de la propia existencia de los paramilitares ha apelado a la exacerbación de sentimientos nacionalistas lo que ha llevado su popularidad a los niveles más altos durante su gestión, recibiendo incluso el apoyo de ciertos sectores de izquierda que no han podido manejar la contradicción entre su rechazo a las FARC y sus métodos con la simpatía que sienten por el Presidente Chávez y el proceso bolivariano.
Uribe estaba completamente acorralado, incapacitado de generar respuestas políticas cuando gracias a la gestión del presidente Chávez y la senadora Córdoba se produjo la entrega de dos rehenes por parte de las FARC, sin embargo supo reponerse cuando apoyado por los medios de comunicación pudo capitalizar con criterio bélico las sinceras intenciones de paz del Presidente Chávez, quien ha buscado caminos a la paz en el marco del derecho internacional, aprovechando los antecedentes que América Latina tiene al respecto.
Cabe señalar, sin embargo, que la experiencia internacional muestra de manera fehaciente que es posible negociar un acuerdo humanitario e incluso la paz a pesar que la estructura del sistema se empeñe en caracterizar de una u otra manera a las fuerzas militares que luchan contra el mismo. Así ocurrió con la OLP y el IRA catalogados de terroristas por Israel y Gran Bretaña y, en nuestro continente con los procesos de negociación que se desarrollaron en Centroamérica en la décadas del 80 y 90 del siglo pasado.
Para los latinoamericanos, la paz en Colombia es un imperativo si queremos avanzar en un proceso de integración y de unión necesario para configurar un bloque que nos permita tener espacio de participación en el escenario internacional del mañana.
En esa medida, todas las iniciativas son válidas, se impone continuar las gestiones ya iniciadas y ejercer una diplomacia silenciosa que nos permita ir construyendo un amplio bloque de fuerzas por la paz con la participación de gobiernos del continente y de Europa, incluso con congresistas de Estados Unidos proclives a la idea.
La paz en Centroamérica a finales del siglo XX se logró gracias a la gestión de los latinoamericanos y en contra de la voluntad de Estados Unidos. El Grupo de Contadora, el Grupo de Apoyo y después el Grupo de Río fueron iniciativas que produjeron resultados concretos. Los propios presidentes centroamericanos de la época –a pesar de sus profundas diferencias políticas- llegaron a Esquipulas para sembrar la paz.
América Latina dio una lección al mundo al mostrar una novedosa amplitud y una profunda generosidad para ceder y superar diferencias y lograr la paz. Estados Unidos, sus políticas de injerencia en los asuntos internos de nuestros países, acompañadas de prácticas militaristas e intervencionistas fueron derrotadas.
Ahora, Estados Unidos azuza a Colombia contra Venezuela, de nuevo trata de enfrentar a dos pueblos hermanos, pero se debe imponer la cordura, aislar al imperio y recatar desde lo profundo de nuestros corazones, la voluntad de hacer que la paz se imponga. Debemos revivir el espíritu de Contadora y de Esquipulas. Estados Unidos debe volver a ser derrotado y la diplomacia de los pueblos se debe imponer, para que se abran los caminos del desarrollo. La paz para Colombia es oxígeno para todos, pero sobre todo para su noble pueblo sumergido en una sociedad desgarrada y sometida a un terror generalizado.
Recordemos a Bolívar en Santa Ana de Trujillo, “Odio eterno a los que deseen sangre y la derramen injustamente”.
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