El esquema que suprimió la soberanía monetaria del país afecta severamente al aparato productivo, incentiva las importaciones , desmejora la competitividad de los productos ecuatorianos en el mercado internacional y se aventura a una crisis de dimensiones explosivas.
El dólar representa las virtudes amplias y profundas de la economía norteamericana; por eso es una moneda dura o divisa internacional. Pero, ese atributo no se traspasa a la economía ecuatoriana, en la medida que ésta carece de condiciones para ello. Por el contrario, la fortaleza del dólar y la apertura de las fronteras para el libre comercio y tráfico de capitales, esta erosionando y destruyendo la producción nacional, tanto la destinada al mercado doméstico como la dirigida a la exportación .
La competitividad tiene dos componentes visibles: la producción real y las ventajas o desventajas que en el comercio internacional y frente a las exportaciones trasmiten - en cualquier país - las devaluaciones (ventaja para exportar) o las revaluaciones (desventaja para exportar) de sus respectivas monedas.
Como con la dolarización se suspendieron las devaluaciones, las exportaciones entraron a una fase de desventaja creciente en tanto las importaciones ganaron incentivos y han aumentado extraordinariamente.
El rápido incremento de las importaciones y el debilitante comportamiento de las exportaciones, ha dado lugar a un déficit comercial, al que se le suma el déficit de servicios y los pagos por rentas e intereses al exterior causados por la inversión foránea acumulada en el país y los intereses de la deuda externa. Trimestralmente estos pagos son del orden de cuatrocientos - quinientos millones de dólares.
Las transferencias trimestrales venidas del exterior , que incluyen las remesas de los emigrantes, oscilan entre 300 y 400 millones de dólares, monto inferior al pago por intereses y utilidades.
El conjunto de saldos negativos, forma una balanza de pagos con saldo en rojo, que es la constante del comercio y financiamiento exterior del país. Tal condición plantea la alternativa: o, el déficit se paga con reservas internacionales, disminuyendo el saldo mantenido por el BCE; o , se toman créditos externos, cuando es factible . Si la obtención de créditos es imposible, como en la dolarización no se devalúa, la posibilidad que queda es el retraso de pagos por servicios de deuda o la restricción de otro tipo de envíos de fondos al extranjero .
Las sensibles reservas internacionales
Las Reservas Internacionales de Libre Disponibilidad (RILD) constituyen la variable más sensible de la economía nacional, en el régimen monetario dolarizado. Su saldo esta ajustándose continuamente. Este debería ser equivalente al valor de 4 meses de importaciones de bienes; más de 2 mil millones de dólares. Pero, en la realidad varía entre 1.000 y 1.2000 millones de dólares, suma precaria, que al fluctuar hacia abajo puede gatillar - ante cualquier circunstancia una crisis de iliquidez externa y también interna, que afectaría la dolarización .
Si el saldo neto de las RILD es alto, la dolarización se afirma; si es bajo la dolarización se debilita. Las fluctuaciones de las reservas llevan, a veces su saldo a cerca de un mil millones de dólares; e incluso, por debajo de esta cifra, como en Febrero del 2003 que cayó a 913 millones de dólares. Esas fuertes declinaciones de las RILD, pueden desatar imprevistamente la crisis de iliquidez aludida.
El componente más oscilante de las RILD es el mantenido en cuentas bancarias internacionales (Cuentas corrientes del BCE en el exterior). Cuando el saldo neto de las reservas totales se aproximan a mil millones o se sitúan por debajo de esas cantidades, el saldo del conjunto de dichas cuentas resulta negativo, con sobregiros en algunas o muchas de esas cuentas. Tal condición, por cierto es un mal mensaje para los acreedores y proveedores de Ecuador. Hacia el interior de la economía, es un factor más de incertidumbre y de riesgo en que la dolarización y las actividades productivas y comerciales se desenvuelven.
Pobreza y Riqueza
El modelo petrolero ha sido un factor estructural vigoroso, que ha incrementado la concentración de la riqueza en una pequeña minoría de habitantes en tanto ha difundido el pauperismo en el gran espectro social.
Los servicios crecientes de la deuda y sus frecuentes reprogramaciones al mismo tiempo que la sucesivas políticas de ajuste, han contribuido a expandir la pobreza .
La cuantificación de la polarización de la riqueza y de la pobreza en los años 90, pone en evidencia que el 10 % de la población situada en la cúspide de la pirámide social, se apropio en 1991 del 31% del ingreso total, porcentaje que subió a 37% en 1999. En el otro extremo, el 40 % de la población ubicada en los niveles bajo de la población disminuyó en esos años su participación de 17 a 14 % de ingreso.
Otra muestra de la difusión de la pobreza, es el incremento de los preceptores de renta ubicada por debajo del valor del ingreso per capita, en 1990 era el 70 %, proporción que subió a 72 % en 1999. Por otro lado, el porcentaje de captadores de rentas más bajo aun, que recibían solo la mitad o menos del ingreso por habitante, transitó de 34 a 42% en el lapso de 1990 - 1999.
En los primeros años del siglo 21, concretamente en 2000 - 03 no hay antecedentes que hagan pensar en una detención de esas tendencias de la distribución regresiva del ingreso; por el contrario, la dolarización muestra más evidencias de acrecentamiento de la pobreza que capacidad de reducirla.
Desempleo y Subempleo
Las causas más determinantes del pauperismo es la falta de trabajo y la escasa instrucción de la población activa, que da lugar a una productividad reducida y a un ingreso precario. Además de la emigración de unas 400 a 500 mil personas activas en los años de la dolarización, la fuerza de trabajo sufre tres incidencias combinadas de empobrecimiento: desempleo, subempleo y bajo poder adquisitivo de las remuneraciones y otras formas de ingreso captadas por los trabajadores de los estractos populares.
La dolarización se inició con un elevado nivel de desempleo urbano, que venía de los años inmediatamente anteriores (1998 - 99) en que excedió el 14 % de la población económicamente activa (PEA). Junto con la emigración, la desocupación bajo algo; pero, manteniéndose siempre en porcentajes significativos: 10.4 % en 2001 , 8.7 % en 2002 y 10 % en el primer semestre del 2003. En las mujeres activas, en la juventud y en los estratos más pobres de la sociedad, el desempleo es bastante mayor a los porcentajes promedio mencionados.
El subempleo urbano - no obstante la salida de mano de obra al exterior- ha evolucionado en los años de dolarización con tasas superiores al 47% en el 2001, de 33% en el año siguiente y nuevamente de 47% en el primer semestre del 2003.
Pero tales referencias estadísticas no expresan todo, sino se considera el proceso cíclico de desempleo a que esta sujeta la población activa. En efecto, si dicha población es de alrededor de unos cinco millones de personas, el 10 por ciento de desempleo representa 500.000 habitantes. Si el promedio de tiempo de desocupación es de tres meses, la población activa total afectada por el desempleo ascendería anualmente a dos millones de trabajadores.
Si el subempleo, por su parte fuera del 40 % significaría que otros dos millones de personas estarían perjudicadas con esa condición sumando los habitantes que alguna vez en el año carecieron de ocupación remunerada, más los subempleados, se forma una masa de 4 millones de personas activas en condiciones laborables precarias, inestables y de baja productividad .
En esas circunstancias, solo un millón de personas activas mantendrían trabajo ascendente, es decir con estabilidad, calidad, productividad aceptable, protección social y acceso a modalidades de organización social, entre otros.
La dolarización también ha incidido en la capacidad de compra de los asalariados. En los años de este régimen monetario, ha erosionado el poder adquisitivo de los salarios industriales y del salario mínimo. Si se toma de base la capacidad de compra de bienes y servicios de las remuneraciones pagadas en la industria durante 1.980, en los años 90 el valor de esas remuneraciones tendió a subir hasta un veinte por ciento más que en ese año; luego en el lapso de la dolarización, bajo a menos del valor de 1.980 lo mismo sucedió con el salario mínimo real urbano
El contexto social descrito, pesa notablemente en los partidos políticos y en el gobierno; sin embargo, estos no logran mejorar su eficacia de funcionamiento, cuyas incongruencias están acelerando la crisis de la dolarización, la misma que para evitarse tendría que hacerse de tal forma que no se agrave más la situación de empobrecimiento de la población. Favorecer a los grupos de presión que están reclamando el cambio de régimen monetario con la misma irracionalidad con que presionaron por la dolarización, o cuidar de no afectar negativamente más a la gran masa de población, es el gran dilema que el gobierno tiene por delante.
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