El mundo es uno, pero desigual, trágica realidad tan evidente que muy pocos en la actualidad se atreverían a poner en duda, pues resultan abrumadores los datos conocidos para demostrarlo.
Esas diferencias están cada vez más extendidas y ni una sola esfera de la sociedad escapa a ellas. Pero peor que la profundidad del abismo creado, es su tendencia a crecer a ritmo galopante.
La primera conclusión de esta verdad inocultable ha de ser lo inútil de buscar soluciones únicas, capaces de satisfacer las expectativas y necesidades de sociedades completamente diferentes, aún a partir del supuesto de la existencia de una voluntad política en tal sentido en los países desarrollados.
Demuestra la vida de manera elocuente que lo característico de la época resulta el aumento, complejidad y antagonismo de las contradicciones entre las naciones ricas, representadas por una minoría cada día más opulenta y los pobres, absolutamente mayoritarios donde solo avanza el hambre, la incultura y su eterna compañera, las enfermedades.
Un ejemplo actual, entre decenas posibles lo constituye el tema de la conversión de alimentos en combustible, presentado como una "solución" ante el acelerado agotamiento de las fuentes de hidrocarburos, sometidas en los últimos decenios a irracional explotación.
En este caso los datos, como veremos, evidencian la inviabilidad del proyecto incluso para sus promotores. Por ello resulta urgente alertar acerca de las gravísimas e irreversibles consecuencias derivadas del intento, pues los daños relacionados con aspectos básicos de la estabilidad y la vida de la especie serán tales que harían tardía cualquier rectificación.
Estados Unidos, con una enorme industria mecánica y química, hábitos consumistas arraigados en más del 80 por ciento de sus 300 millones de habitantes, representativos del cuatro por ciento de la población mundial y 180 millones de automóviles, quema el 25 por ciento de la producción global de los energéticos fósiles.
Entre 1994 y el 2004 el consumo de petróleo creció en ese territorio un 15 por ciento. En la actualidad devora 20,4 millones de barriles cada 24 horas, equivalente a 278 millones de toneladas en 12 meses.
De acuerdo con lo anterior y los rendimientos de la producción de maíz, soya y otros alcanzados por hectárea se necesitaría el 121 por ciento de la superficie cultivable del país para sustituir con biocombustible la demanda actual de hidrocarburo, cuya tendencia es continuar creciendo.
Los 27 países integrantes de la Unión Europea, muchos de ellos con pequeñas extensiones territoriales, apenas cubrirían el 30 por ciento de sus necesidades.
"Ni Estados Unidos ni la Unión Europea acaba de señalar el presidente Fidel Castro en sus reflexiones tituladas Se intensifica el debate tienen tierra disponibles para sostener al mismo tiempo un aumento de la producción de alimentos y una expansión de la producción de agroenergéticos."
Resulta obvio entonces que el gran abastecedor de materias primas para producir el etanol necesario en el Norte procederá del Sur, de la llamada periferia pobre y neocolonial del capitalismo.
Pretender convertir al Tercer Mundo en el granero mundial para sustituir el combustible fósil que ahora derrocha el Norte, es una quimera irresponsable e imposible de alcanzar, en primer lugar, por razones objetivas consistentes en la insuficiente superficie cultivable en el Sur, donde como se sabe, aumenta la desertificación.
En esta precaria área geográfica, en que apenas sobrevive el 80 por ciento de la población universal, existen numerosas regiones, como las Antillas, donde la disponibilidad de las tierras cultivables no rebasa las 0,67 hectáreas por habitante, casi exactamente la mitad del promedio en los países desarrollados.
Añádase a lo anterior que los empobrecidos suelos del Tercer Mundo requieren, como regla, para lograr en ellos niveles aceptables de productividad, elevadas aplicaciones de fertilizantes, herbicidas, pesticidas y complicadas atenciones culturales, en las cuales el agua resulta un elemento decisivo.
Ello provoca que, aunque la producción de etanol es bastante limpia, producirlo en las condiciones descritas puede causar emisiones de CO2 hasta un 30 por ciento más alta que cuando se refina petróleo para obtener gasolina. Varios institutos de EE.UU. e Inglaterra, dedicados al estudio del clima coinciden en ese crucial asunto.
No es preciso argumentar mucho para comprender que en estas circunstancias el agua potable, ya escasa, se pondría en precario.
La falta de alimentos, tal como ocurre con cualquier mercancía, conducirá al disparo de los precios de la leche y sus derivados, cereales, frutas, y los productos cárnicos, y los hará asequibles, como no es difícil imaginar, solo a los ricos. ¿Quién discutirá eso?
La idea de producir etanol a partir de alimentos, en la práctica, será privilegiar a 800 millones de propietarios de automóviles, en detrimento de dos mil millones de hambrientos a los cuales se sumarán no menos de mil millones.
Este muy bien pudiera ser el último acto irracional de quienes durante decenios han conducido a la humanidad por un camino de derroche de recursos humanos y naturales, cuyas primeras consecuencias ya son tangibles.
Se impone actuar para detener la materialización de semejante disparate. Quizás la humanidad esté a tiempo de impedir tan monstruoso genocidio.
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