Omar Carreño, Mural tridimensional, 1983

El término salud pública no designa un conjunto particular de servicios, una forma de propiedad o un tipo de problema, sino más bien un nivel específico de análisis de la salud, el nivel poblacional. En este sentido, las estadísticas sobre salud pública mundial indican que, si bien la esperanza de vida al nacer ha aumentado en algunos sectores de la población, la calidad global de la vida humana parece irse deteriorando, principalmente debido al incremento de desórdenes psicoemocionales y socio afectivos y al aumento del número de muertes o discapacidades generadas por la violencia humana en todas sus manifestaciones, guerras, homicidios y suicidios (OMS 2003).

Actualmente, se estima que existen en el mundo mas de 600 millones de personas adictas a los psicofármacos de consumo lícito y muchas más -su cantidad no puede estimarse con exactitud- adictas a los psicotrópicos de consumo ilícito, lo que sugiere que grandes cantidades de personas no parecen estar satisfechas con sus condiciones o estilos de vida, o por lo menos, no parecen estar llevándolos a buen término.

Ante ésta situación, agravada por la incompetencia de la mayoría de los sistemas de salud pública para "sanar" este tipo de enfermedades, es necesario analizar la situación en profundidad, particularmente en relación con la conceptualización que se tiene de la salud, definida hasta ahora, primordialmente, como "un estado de perfecto bien-estar" o como la "no presencia de enfermedades orgánicas", lo que no parece tener aplicación, al menos semántica, en la problemática de salud mundial actual (De Armas 2004).

Se plantea aquí una nueva conceptualización de la salud que la interpreta como epifenómeno integral y dinámico de la vida, como un proceso que genera diversidad en todas sus manifestaciones, biológicas y culturales, y que es una expresión del bien-ser, más que del bien-estar y bien-tener humano. Esta conceptualización requiere superar la visión desintegradora, estrictamente organicista y tecnocrática de la salud, que la representa como el resultado funcional de un compendio bien sincronizado de órganos y sistemas biológicos, para interpretarla más integralmente, como un epifenómeno natural y dinámico de la vida, entendida como el conjunto armónico de procesos biológicos y culturales, que incluye aspectos espirituales, emocionales y socio-culturales, además de los físicos.

Desde esta perspectiva, la salud de cada persona es una manifestación del grado de autoposesión, armónico y equilibrado, de cuerpo y mente que ella posea, lo que requiere no solamente el adecuado desarrollo orgánico, sino también el desarrollo de su capacidad de autodefinición y autoreconocimiento, así como de su capacidad de elegir, autónomamente, aquellas posibilidades de vida que le permiten ser cada vez más dueña de sí misma. Esta conceptualización de la salud individual tiene un correlato en salud pública, pues conlleva al reconocimiento, respeto y valoración del otro(a) en toda su diversidad biológica y cultural, a su reconocimiento-como-un-igual-humano y a su no negación o alienación (Petralanda, 2000).

En esta interpretación, los valores humanos de cada persona, y del grupo cultural al que pertenezca, tienen una vinculación directa con la salud, individual y pública, ya que, independientemente de su naturaleza y tipo, constituyen referentes dinámicos de vida que permiten definir las percepciones y representaciones que cada quién hace del mundo, de sí-mismo y de el-otro(a) y facilitan el desarrollo de la capacidad de elección autónoma de opciones de vida, de "aquellas opciones que aumentan las posibilidades de autoposesión y autoconciencia y (rechazar) aquellas que alienan o enajenan, (así) las personas se van convirtiendo en lo que quieren ser y no en lo que no quieren ser o en lo que otros quieren que sean, en suma, se van apropiando y desarrollando del derecho a ser ellas mismas" (Gómez y Guitar, 1996).

Dado que los valores humanos, tanto en su connotación individual como en la colectiva, requieren el reconocimiento de sí-mismo y del-otro(a) para su adecuada estructuración, el respeto y valoración que la sociedad, en este caso los sistemas de salud, le den a los mismos pueden llevar a la coherencia, realización y desarrollo de la personalidad o, en su ausencia o deformación, pueden generar angustia, carencias y trastornos de la personalidad (Puig, 1995).

Este aspecto tiene particular importancia para la salud en contextos pluriculturales pues, aún con el reconocimiento de valores humanos comunes a casi todas las culturas -p.e., respeto a la vida-, existen investigaciones que indican que el significado de conceptos axiológicos básicos, tales como vida, libertad, ambiente, enfermedad y ser-persona-sana, presentan notables diferencias entre diversas culturas y entre diversos contextos de saberes y conocimientos locales (Moreno, 1995; Gutiérrez, 2001; Petralanda 1993, 2002; Eguillor y Petralanda, 2004).

De manera que, la inclusión en las políticas y programas de salud pública del reconocimiento y respeto a los diversos modos culturales de ser-persona y de ser-persona-sana, requiere una redefinición de las estrategias de promoción y desarrollo de la salud pública, pues conlleva la articulación de diversas posiciones axiológicas y culturales, particularmente en relación con los diversos modos de promover, conservar y recuperar la salud.

Esta articulación debe darse, en último término, desde la ética dialógica de la interlocución social, que tiene que ser verdaderamente dialógica, sin negación del otro(a) -sea este otro la mujer, las sociedades no productoras de nuevas tecnologías de salud o los grupos étnicos o culturales minoritarios-, o su no reconocimiento -mediante reducción a una condición de humanidad no plena para la participación en el diálogo, sea ético o de salud-, si queremos que no genere violencia, pues "cuando el contenido de la palabra se separa del cómo de la palabra...se transforma en verdad puramente "objetiva", es decir, en no verdad (Kierkegaard)... La Verdad o el Sentido aparece aquí como algo plenamente disponible, que puede circular de mano en mano sin solicitar para nada el compromiso de las subjetividades en la relación. La Verdad...aparece como instancia simbólica legítimante de la negación de la alteridad y, desde tal perspectiva del sentido, la ética se destruye, transformándose en ideología de la violencia. Violencia simbólica del no-reconocimiento del otro" (Gómez Müller, 1997).

Violencia que en nuestra sociedad postmoderna ha terminado expresándose, en las estadísticas de la salud pública mundial que tenemos, bien sea como autoagresión psicoemocional -negación de sí mismo que se traduce en desórdenes psicosociales y afectivos-, autoagresión física -suicidio-, o agresión al otro(a) -maltrato físico y afectivo, homicidio, guerras-. Violencia que muchas veces es promovida hasta desde los sistemas públicos de salud, que promueven como saludables modos únicos, incompletos y reduccionistas, de promover y preservar la salud que muchas personas nunca podrán, genuinamente, ser, sino representar, con lo que se favorece, en última instancia la inequidad, la alienación y la inevitablemente enfermante negación de los diversos modos de ser uno mismo(a) saludable.

Desde una nueva conceptualización de la salud, que promueva el bien-ser-persona y la diversidad que ello conlleva, el lugar esencial para la promoción y preservación de la salud, individual y colectiva, no son los hospitales o clínicas, sino las escuelas. Escuelas que eduquen para la promoción de la vida y la salud, que se transformen en espacios de convivencia pluricultural y estén abiertas a los diversos saberes y modos culturales de interpretar y representar la vida y la salud, que favorezcan el reconocimiento de uno mismo(a) y del otro(a), para no alienarse, ni alienarlo.

Escuelas, en todos los niveles del sistema educativo, particularmente escuelas de medicina, que no subestimen o sobreestimen ningún modo particular de comprender la salud, la vida, las personas y el mundo, que proporcionen a los niños, niñas y jóvenes de hoy una visión pluricultural y multidimensional de la salud para que ellos mismos aprendan a escuchar y a ser escuchados y, así, construir mañana sus modos y maneras propias de vivir saludablemente. Quizás, así, mejoren las estadísticas de la salud pública mundial, en sociedades que no recurran a la negación-del-otro(a) como estrategia para resolver las diferencias, sino al diálogo verdadero y profundo, para comprenderlas y convivir festivamente con ellas.

De Armas, P. (2004) Una perspectiva política para la salud y el desarrollo social. Caracas:MSDS.

Eguillor, M.I.; Petralanda, I. (2004). Perspectiva etnográfica en la educación ética. Mem. II Congreso N. Antropología, Mérida Noviembre.

Gómez, A.; Guitart, A.R. (1996) Las estrategias de enseñanza en el ámbito de las actitudes, normas y valores. Madrid:EEE

Gómez-Müller, A. (1997) Alteridad y ética desde el descubrimiento de América. Madrid:AKAL.

Gutiérrez, M. (2001) Los Pemones y su código ético. Caracas:UCAB.
Moreno, A. (1995) El aro y la trama. Episteme, modernidad y pueblo. Caracas:CIP.

OMS (2003). Las condiciones de salud mundial. Ginebra:OMS.
Petralanda, I. (2000) Bioética e investigación en salud pública. XLVII Asamblea y Jornadas Científicas de la S.V.Salud Pública y RSCMV. Nueva Esparta, Octubre.

Petralanda, I. (2002) Etnociencias: Interpretaciones sobre el concepto de salud en contextos pluriculturales. Encuentro LatinoAmericano sobre contenidos en línea en el área de Ciencia y Tecnología para Educación Primaria, OEAF/FONACYT/CENAMEC. Caracas, Octubre.

Petralanda, I.(1993) Reflexiones sobre la muerte del humanismo entre los näpes. Mem. CAICET III (1-2):29-38.

Puig, J. (1995). Aprender a dialogar. Madrid:CL&E.