Las reacciones políticas ante la pandemia de coronavirus se han caracterizado por una serie de sorprendentes carencias de las democracias occidentales, desde la existencia de graves prejuicios hasta la más flagrante ignorancia. Mientras tanto, China y Cuba se han visto mucho mejor preparadas y capaces para enfrentar el futuro.
El brusco cierre de las fronteras y, en muchos países, el cierre también de las escuelas, las universidades, las empresas y los servicios públicos, así como la prohibición de festividades, conmemoraciones y otras actividades colectivas, modifican profundamente las sociedades, que, en unos meses, ya no serán lo que fueron antes de la pandemia.
Esta realidad modifica, en primer lugar, nuestra concepción de la Libertad, concepto alrededor del cual se centró la fundación de Estados Unidos. Según la visión estadounidense –visión defendida sólo por Estados Unidos– la Libertad no puede tolerar límites. Todos los demás Estados admiten –por el contrario– que no hay Libertad sin Responsabilidad, y estiman por ende que no es posible ejercer las libertades sin definir sus límites. Hoy en día, la cultura estadounidense ejerce una influencia determinante a través de casi todo el mundo. Pero la pandemia acaba de contradecir su visión de la libertad.
El fin de la sociedad totalmente abierta
Para el filósofo Karl Popper (1902-1994), en una sociedad la libertad se mide en términos de apertura. Supuestamente, la libre circulación de personas, mercancías y capitales es característica de la modernidad. Esta manera de ver las cosas prevaleció durante la crisis de los migrantes registrada en 2015. Por supuesto, algunos han subrayado desde hace tiempo que ese discurso permite a especuladores como George Soros explotar a los trabajadores de los países más pobres. Soros predica la desaparición de las fronteras y por ende de los Estados, desde ahora y para favorecer la instauración futura de un gobierno supranacional.
La lucha contra la pandemia de coronavirus vino a recordarnos abruptamente que los Estados están ahí para proteger a sus ciudadanos. En el mundo postcoronavirus, las «ONGs sin fronteras» tendrían por ende que ir desapareciendo y los partidarios del liberalismo político tendrían que recordar que sin Estado «el hombre es el lobo del hombre», según la fórmula del filósofo británico Thomas Hobbes (1588-1679). Por ejemplo, la Corte Penal Internacional (CJI) acabaría siendo algo absurdo a la luz del Derecho Internacional.
El giro de 180 grados del presidente francés Emmanuel Macron es una muestra de esa toma de conciencia. Hasta hace poco, el presidente Macron denunciaba la «lepra nacionalista» asociándola a los «horrores del populismo», pero ahora canta loas a la Nación, único marco legítimo de movilización colectiva.
El interés general
La noción de «interés general», cuestionada por la cultura anglosajona desde la traumatizante experiencia de Oliver Cromwell, se hace indispensable cuando se trata de protegerse de una pandemia.
En el Reino Unido, el primer ministro Boris Johnson, está teniendo dificultades para imponer las medidas que se hacen necesarias ante la situación sanitaria, medidas de carácter “autoritario” que los británicos sólo admiten en caso de guerra. En Estados Unidos, el presidente Donald Trump, no puede decretar el confinamiento de la población para todo el territorio nacional por ser esta una prerrogativa exclusiva de los diferentes Estados que conforman la Unión. Así que el presidente de los Estados Unidos de América se ve obligado a “torcer” los textos de leyes anteriores, como la famosa Stafford Disaster Relief and Emergency Assistance Act.
El fin de la libertad sin límites para el sector empresarial
En el plano económico, después de haber decretado el cierre de todo tipo de negocios, desde los restaurantes hasta los estadios de fútbol, ya no será posible seguir imponiendo la teoría de Adam Smith sobre la necesidad supuestamente imperiosa de dejar que el mercado sea el rector de la actividad económica. Habrá que reconocer por fin límites a la sacrosanta libre empresa.
La lucha contra la pandemia ha venido a recordarnos que el interés general puede justificar la imposición de límites a cualquier actividad humana.
Las carencias
La crisis del coronavirus tambíen ha puesto de relieve las carencias y fallos de nuestras sociedades. Por ejemplo, el mundo entero sabe que China fue la primera nación en sufrir los efectos de la pandemia… y sabe también que acabó controlándola y levantando las medidas autoritarias que había tenido que adoptar para lograrlo. Pero pocos saben cómo lograron los chinos derrotar el coronavirus.
La prensa internacional ha optado por ignorar los agradecimientos que el presidente chino Xi Jinping expresó, el 28 de febrero, al presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel. La prensa internacional también ha preferido no hablar de la importancia que tuvo para China el uso del medicamento cubano denominado Interferón Alfa 2B (IFNrec). Por supuesto, esa prensa sí ha hablado del uso de la cloroquina, que ya se utilizaba contra el paludismo. Pero ha guardado silencio sobre las investigaciones destinadas a encontrar una vacuna contra el coronavirus: China ya está en condiciones de realizar los primeros ensayos con humanos a finales de abril y el laboratorio del Instituto de Investigación sobre Vacunas y Sueros de San Petersburgo ya tiene preparados 5 prototipos de vacunas contra el coronavirus.
Esos “olvidos” denotan la “selectividad informativa” que practican las grandes agencias de prensa. Nos repiten constantemente que vivimos en una «aldea planetaria» (Marshall McLuhan), pero sólo nos informan sobre el microcosmo occidental.
Esa ignorancia resulta muy útil a los grandes laboratorios occidentales, entregados a una competencia desenfrenada en el sector de las vacunas y las ventas de medicamentos. Sucede exactamente lo mismo que en los años 1980. En aquella época, una epidemia de «neumonía de los gays», identificada como SIDA en 1983, provocaba una hecatombe entre los homosexuales de San Francisco y Nueva York. Cuando la enfermedad llegó a Europa, el entonces primer ministro de Francia, Laurent Fabius, retrasó el uso del test de diagnóstico elaborado en Estados Unidos para que el Instituto Pasteur tuviera tiempo de elaborar y patentar un test francés. Estaban en juego ganancias ascendentes a miles de millones de dólares… que costaron miles de fallecimientos innecesarios.
La geopolítica después de la pandemia
La epidemia de histeria que acompaña la expansión del coronavirus está desviando la atención de la actualidad política. Cuando esta se termine y los pueblos recuperen el sosiego, el mundo será quizás muy diferente. La semana pasada dedicábamos este espacio a la amenaza que el Pentágono hace pesar actualmente sobre la existencia de Arabia Saudita y de Turquía, dos países que se hallan en la mira de Estados Unidos [1]. Las respuestas, por separado, de Arabia Saudita y de Turquía fueron dos apuestas muy peligrosas: Arabia Saudita inició un ataque contra la industria estadounidense del petróleo de esquistos mientras que Turquía amenazó con implicar a Estados Unidos en una guerra contra Rusia. Son dos amenazas tan graves que habrán de tener respuestas muy rápidamente, el mundo no podrá darse el lujo de esperar tres meses para enfrentarlas.
[1] «Después de Siria, ¿quién será el nuevo objetivo?», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 10 de marzo de 2020.
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