Mientras los europeos agrupados en la OTAN no quieren aumentar el número de sus tropas en Afganistán, Estados Unidos ha comenzado una campaña de intimidación y enorme presión ante algunos gobiernos latinoamericanos para que sus tropas participen activamente en operaciones antiterroristas que se ejecutan en Afganistán y que, cada día, son combatidas por la resistencia talibán ocasionando decenas de heridos y muertos. Si el Plan estadounidense se cumple, miles de soldados de Argentina, Perú, Colombia y Chile podrían convertirse en carne de cañón para satisfacer los intereses del imperio en esa parte del mundo.
Pero si la carne de cañón latinoamericana no muere por efecto de las bombas y las balas talibán, podrían morir atacados por las radiaciones nucleares o por una serie de cánceres provocados por el uso intensivo de municiones de uranio empobrecido que, a pesar de estar expresamente prohibidas por ser violatorias de los derechos humanos y del Derecho Internacional, son esparcidas por los bombardeos norteamericanos apoyados por la OTAN.
Bombas de uranio
Naturalmente que Estados Unidos niega que use bombas de uranio, pero diversas investigaciones y múltiples testimonios de soldados alemanes enfermos y hospitalizados demuestran que Afganistán está regado por materias radiactivas. En la actualidad Estados Unidos continúa con esos ataques y así lo establece el Profesor Doctor Albert Stahel docente para Estudios Estratégicos en el Instituto de Ciencias Políticas en la Universidad de Zurich. Este científico ha calculado que, aproximadamente, la mitad de las bombas arrojadas en Afganistán son de uranio. El Profesor Asaf Durakovic que realizó investigaciones sobre las víctimas caídas en Afganistán, determina, sin apelaciones, que los muertos y enfermos con cáncer soportaron radiaciones originadas en bombardeos norteamericanos. Por si estos informes ocasionen dudas interesadas, se puede recurrir al periódico estadounidense «Air Force Print News Today» que informa abiertamente sobre el uso de municiones radiactivas por parte de Estados Unidos y la OTAN.
El Dr. Mohammed Daud Miraki de origen afgano y hoy residente en Estados Unidos confirmó que decenas de niños afganos han muerto o padecen cáncer y otras enfermedades ocasionadas por radiaciones nucleares.
Muy a pesar de los crueles y cruentos bombardeos que causan millares de muertos civiles entre niños, mujeres, hombres y ancianos; Estados Unidos no ha logrado imponer su propagandizada “democracia” y menos aún derrotar a los talibanes o acabar con el terrorismo internacional o las bases de Al Qaeda. A medida que la ocupación extranjera se extiende en el tiempo y en el espacio, mayor es el rechazo que proviene desde todos los estratos de la población afgana que ha comprendido que la invasión militar estadounidense, apoyada por la OTAN , no se debió a la necesidad de liquidar al terrorismo sino a la necesidad de apropiarse de las riquezas hidrocarburíferas de Medio Oriente. Contra la ocupación extranjera crecen los actos terroristas y el número de víctimas.
A estas alturas, Estados Unidos y la OTAN han perdido la guerra en Afganistán y en Irak, a tal punto que expertos militares, inclusive del Pentágono, afirman que la situación es muy crítica y que tiende a agravarse, realidad que se concreta en el mayor número de víctimas que se registra en la población civil, en las tropas norteamericanas y en los contingentes europeos, razones suficientes para que las críticas a la complicidad militar europea se acrecienten en todos los medios diplomáticos, políticos, económicos, militares y comunicacionales que, además, comienzan a exigir a sus gobiernos una pronta retirada de soldados y batallones.
Esa exigencia obliga a varios gobiernos europeos a rechazar las solicitudes y las presiones norteamericanas para que aumenten el número de tropas en Afganistán y que la presencia militar “humanitaria” cambie para que participen directamente en operaciones militares.
Los fracasos de la invasión y ocupación militar son evidentes, realidad que obliga a Estados Unidos y, en especial, al gobierno de Bush a lanzar intensas campañas mediáticas en las que miente y engaña con el propósito de ocultar a la opinión pública norteamericana y mundial, la inexistencia de los logros de la “democracia del narcotráfico”, impuesta con la fuerza de las armas, los genocidios y las destrucción de la infraestructura de uno de los pueblos más empobrecidos y subdesarrollados de la tierra. Lejos de la estabilización prometida por el imperio, lejos de la vigencia de los derechos humanos y libertades, los combates de la resistencia afgana se multiplican y, consecuentemente, se multiplican las víctimas mortales entre las tropas extranjeras.
La carne de cañón... necesaria
Ante la negativa de los aliados de Europa a elevar el número de tropas y que pasen de operaciones militares “humanitarias” a operaciones militares directas, Estados Unidos se ve en la necesidad de presionar a los gobiernos latinoamericanos para que manden tropas a Afganistán, para que satisfagan las necesidades de reemplazar la carne de cañón y que mueran en reemplazo, también, de las preciosas vidas norteamericanas y europeas.
La carne de cañón latinoamericana, de llegar a utilizarse, se encargaría de actividades de alto riesgo y de trabajos que ya no quieren hacer los norteamericanos y europeos: reprimir las actividades del pueblo de Afganistán que lucha para expulsar de su territorio a las tropas extranjeras, combatir directamente a los soldados y militantes de Al Qaeda y a los terroristas.
Las tropas latinoamericanas servirían para realizar trabajos de neutralización y desactivación de todo tipo de explosivos y minas terrestres antipersonales y antitanques y, naturalmente, para que participen en operaciones militares especiales en las montañas afganas y paquistaníes y, sobretodo, para que abastezcan las operaciones militares nocturnas en las ciudades dominadas por los talibán. Así, los soldados latinoamericanos que podrían ir en viaje hacia una guerra imperial ajena, si no son aniquilados en combate, de todas formas sufrirían horripilante muerte por infinidad de cánceres o por sobre exposición a materias radiactivas.
Analistas y expertos de Estados Unidos, Europa, Asia y América Latina, de diferente tendencia ideológica, coinciden en afirmar que Estados Unidos perdió la Guerra en Irak y en Afganistán. En las dos invasiones el imperio partió de falsas acusaciones e hizo uso del engaño y la mentira para justificar las agresiones militares, y Bush y sus halcones mintieron a los gobiernos aliados sobre supuestas ventajas económicas que obtendrían de la guerra; pero en lugar de ganancias, los países que mandaron a sus soldados a participar en la guerra sucia de Estados Unidos, sólo cosecharon pérdidas de valiosas vidas humanas, ataques terroristas que causaron la muerte de decenas de inocentes, secuestros que, generalmente, terminan en la muerte del secuestrado y profundas heridas de guerra que permanecerán abiertas por muchos años.
Según los guerreristas norteamericanos que no quieren más muertos propios, los soldados hispanos que podrían ser argentinos, colombianos, chilenos o peruanos se encargarían de los trabajitos de alto riesgo que, para eso están los ciudadanos y soldados de los países subdesarrollados, considerados seres inferiores o de segunda clase.
Los Estados Unidos de Bush, no tienen la suficiente confianza en la cooperación de gobiernos latinoamericanos para que envíen a sus soldados a Afganistán.
Lástima para el imperio que los gobiernos de Argentina, Ecuador y Chile no sigan en la etapa de sumisión y ciega obediencia a los dictados del imperio, por tanto, el Pentágono no contará con esos “refuerzos” para carne de cañón y mucho menos cuando los pueblos y gobiernos tienen conciencia que el envío de tropas, inevitablemente, sembrará descontentos con funestas consecuencias políticas y con el incremento de inútiles tensiones internas y externas de las que no se excluyen las que pueden ser provocadas por las actividades agresivas del fundamentalismo y por el terrorismo internacional que no respeta misiones diplomáticas, empresas y compañías latinoamericanas en territorio nacional o en cualquier país del mundo.
Los gobiernos que querrían enviar a sus militares a la infame e impopular guerra imperial en contra de Afganistán, Irak, o Irán, deberían pensar más de una vez, antes de dar tan fatal paso que a Bush no le importa, pero si a nuestras patrias.
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